El control de la región del Ártico va a determinar, en un futuro no muy lejano, la configuración del poder global por su riqueza en recursos naturales y por la apertura de nuevas rutas comerciales estratégicas. El Ártico ha sido una fuente ingente de recursos naturales desde las primeras exploraciones. Pero el elemento diferencial ahora es el cambio climático: los deshielos permiten el acceso a zonas inexploradas en el pasado. Salvador Iborra, alumno becado en el Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico de LISA Institute profundiza en los aspectos esenciales que rodean esta transformación y su impacto en el equilibrio geopolítico mundial.
Con una superficie de 16.500.000 km², esta zona alberga aproximadamente una cuarta parte de los depósitos de petróleo, gas y minerales del mundo. Al respecto, el Servicio Geológico de Estados Unidos ha evaluado que los recursos dentro del círculo polar ártico representan el 22% de recursos no descubiertos pero recuperables en nuestro planeta.
Por otro lado, el Ártico ostenta una gran cantidad de minerales, tales como los fosfatos, bauxita, hierro, cobre, oro, níquel y diamantes, entre otros. Los Estados más influyentes en el Ártico, ya llevan a cabo proyectos de extracción enfocados en los mismos: Nornickel, compañía rusa líder en la producción mundial de níquel (utilizado en producción de acero y otros bienes industriales y de consumo), la mina Red Dog de Alaska, la mayor productora del mundo de zinc, la mina de Diamantes Diavik, que recauda más de nueve mil millones de dólares canadienses en ventas, o los asentamientos mineros de Svalbard, archipiélago noruego.
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No obstante, de momento las perspectivas sobre la extracción de recursos son limitadas. El desarrollo de yacimientos petrolíferos y gasísticos en el Ártico será lento y costoso debido la necesidad de avances tecnológicos y a las extremas condiciones árticas.
Junto a este factor clave, hay que apuntar que vivimos en un escenario en el que la pérdida del hielo marino del Océano Ártico y sus mares circundantes supondrá un punto de inflexión geoestratégico, pues un océano previamente congelado está en proceso de transformarse en un cruce de nuevas y revolucionarias rutas marítimas.
Cruzar el Ártico siempre necesitó de la utilización de navíos que abriesen paso a través del hielo y solo podía hacerse en determinados momentos del año, por lo que nunca fue una opción óptima para la actividad comercial por su elevado coste. Ahora que el deshielo del Ártico se acelera, su navegación es más rápida (se evita utilizar el canal de Suez, por ejemplo), más estable y segura y más barata.
Tenemos un precedente: en 2017, un metanero ruso, el Christophe de Margerie, se convierte en el primer gran barco comercial que consigue atravesar sin la asistencia de rompehielos el Paso del Noreste, en una ruta que comenzaba en Hammerfest, Noruega y finalizaba en Boryeong, Corea del Sur. La recorrió en solo diecinueve días, suponiendo un 40% menos de tiempo que la ruta tradicional del canal de Suez.
Por último, el Ártico goza de una considerable reserva de caladeros de pesca. Las estadísticas de FAO señalan que la captura promedio en el Ártico fue de 34,38 millones de toneladas en un período de 6 años desde 2011 hasta 2017, representando una proporción anual global de más de un tercio de la pesca.
La nueva perspectiva geopolítica del Ártico
Una vez fijada la importancia geoestratégica y geoeconómica del Ártico, cabe señalar que no siempre ha sido considerado así.
Desde la perspectiva de la geopolítica clásica, los grandes autores tradicionales han tenido muy poco en cuenta el espacio ártico. Ni Mahan, que señalaba la necesidad de marcar presencia militar en las principales rutas comerciales planetarias, ni Spykman, con su concepto de Rimland como territorio a controlar para controlar el Heartland, lo tuvieron en cuenta. Solo será Mackinder (p. 60-61) el que lo trate, y solo someramente, considerando el mar helado de la costa norte como una barrera defensiva por la que el Estado pivote (Rusia) no tiene preocupación por la probabilidad de ser atacada marítimamente.
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No será hasta 2012, como señala Romero Junquera, cuando el Ártico adquiera el estatus de «espacio territorial capaz de provocar desplazamientos geopolíticos importantes». Brzezinski señalará en su obra póstuma Visión estratégica. América y la crisis del poder global (2012) que dicha región asumirá dicho estatus por una situación mundial caótica, señalando a Rusia como especial beneficiaria, así como la importancia de que esta partida geopolítica vendrá determinada en gran medida por el primer Estado que mueva ficha.
¿Cómo se están desarrollando las relaciones internacionales en el Ártico?
Como ya se ha señalado anteriormente, la Guerra Fría tuvo proyección en el Ártico, quedando políticamente dividido en dos áreas hostiles: la Unión Soviética, por un lado, y los miembros Árticos de la Alianza Atlántica, por otro, sin cooperación mutua. Suecia y Finlandia tenían más margen de maniobra por su neutralidad, pero tenían una particular vinculación con Occidente. El final de la Guerra Fría derribará esta dinámica: el cese de la hostilidad hacía imaginable una gestión coordinada y mutua del Ártico.
Es en ese contexto, concretamente en los años 90, cuando se producen los mayores avances en el ámbito de la cooperación: firma de la Estrategia de Protección Ambiental del Ártico en 1991, por los ocho países árticos, así como el establecimiento del Consejo Ártico a través de la Declaración de Ottawa el 16 de septiembre de 1996.
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Este foro intergubernamental está integrado por ocho Estados miembros: Canadá, la Federación Rusa, Noruega, Dinamarca, Islandia, Estados Unidos, Suecia y Finlandia. Adicionalmente, da acogida a 38 observadores, estatales y no estatales, encontrándose entre ellos España desde el año 2006.
Desde su nacimiento, el Consejo Ártico se convirtió en una institución referencia para el resto en la región (Aguilera, 2023), desarrollando una cooperación importante a través de la creación de lazos entre sus actores. Dicha acción se ha materializado en la producción de instrumentos legalmente vinculantes, como un acuerdo para la coordinación en tareas de salvamento y rescate en el Ártico, financiación de proyectos o iniciativas que han tejido una red de actividades y encuentros.
No obstante, habrá un hecho que cambie esta situación: la invasión rusa de Ucrania en 2022. El 3 de marzo de dicho año los otros siete Estados miembros emiten un comunicado en el que, reafirmando su compromiso con dicho Consejo, determinan la inviabilidad de seguir colaborando con Rusia tras haber roto el espíritu de cooperación internacional y de respeto a la integridad territorial de los Estados, bases del Consejo.
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