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Inteligencia líquida: como el Mossad reinventó el espionaje en la era del algoritmo

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El espionaje ha dejado atrás los disfraces y micrófonos ocultos. Hoy, algoritmos, IA y manipulación informativa definen el nuevo poder global. En este artículo, Irene García, alumna del Máster Profesional de Ciberseguridad, Ciberinteligencia y Ciberdefensa de LISA Institute, Irene García analiza cómo Israel y el Mossad marcan el rumbo de la inteligencia líquida.

El espionaje dejó de depender solo de la gente infiltrado en un micrófono oculto. En la actualidad, los servicios de inteligencia operan entre el Big Data, la inteligencia artificial y la manipulación de la percepción pública. Israel, con su ecosistema tecnológico y el Mossad como punta de lanza, ejemplifica cómo la «inteligencia líquida» adaptable, veloz y algorítmica- redefine el poder en el siglo XXI.

De la operación encubierta al algoritmo encubierto

El Mossad nació en un entorno donde la supervivencia nacional dependía de saber antes que los demás. Pero mientras muchos servicios seguían centrados en el espionaje clásico (agentes infiltrados, interceptación, contrainformación) Israel transformó su inteligencia en algo más cercano a un startup de datos que a una agencia de espías.El Mossad no sólo espía personas: espía patrones.

Analiza flujos de información global, correlaciones en redes sociales, movimientos financieros y señales digitales que permiten anticipar conflictos o detectar amenazas antes de que aparezcan. Su poder no está solo en los agentes de campo, sino en su capacidad para convertir información en previsión.

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Este enfoque, que algunos analistas llaman ‘Inteligencia líquida’, consiste en adaptarse a la velocidad del dato: en un mundo donde la información se mueve más rápido que las decisiones políticas, el secreto ya no es ocultar, sino entender antes.

En la era del algoritmo, la ventaja no se mide por la cantidad de información obtenida, sino por la velocidad con que puede procesarse y reinterpretarse.

El nuevo campo de batalla: la influencia

En el pasado, el objetivo del espionaje era obtener información. Hoy, es dirigir la percepción.

El Mossad y otros servicios modernos han entendido que influir en cómo un adversario interpreta la realidad puede ser más poderoso que espiarlo. La inteligencia contemporánea ya no solo busca saber la verdad, sino fabricar verdades posibles

Operaciones de desinformación, narrativas estratégicas y filtraciones cuidadosamente calibradas son armas tan eficaces como un misil. En esta lógica, la ‘verdad’ se convierte en una herramienta operativa.

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El nuevo agente no necesita disfraz; necesita un perfil falso con buena reputación online. El espionaje se volvió invisible porque se disolvió en los flujos de información masiva. Y en este terreno -el de la percepción- Israel ha demostrado una comprensión adelantada a su tiempo.

Según el Oxford Internet Institute, más del 80% de las campañas de desinformación modernas incorporan algún grado de automatización o inteligencia artificial, lo que multiplica su capacidad de influencia. El Mossad, al integrar analítica predictiva y análisis de sentimiento, ha convertido la gestión de percepciones en una herramienta de seguridad nacional.

El ecosistema israelí: innovación y espionaje

El Mossad ha sabido aprovechar algo único: el ecosistema tecnológico israelí. De sus ex agentes y unidades cibernéticas -como la célebre Unidad 8200– han nacido decenas de startups que operan en ciberseguridad, vigilancia, IA y análisis predictivo. 

El límite entre empresa privada y servicio de inteligencia es, a veces, una línea de código. Esta simbiosis convierte a Israel en un laboratorio mundial de inteligencia tecnológica. El espionaje clásico se fusiona con el capital de riesgo, la innovación y la IA. Los datos son la nueva munición; los algoritmos, las nuevas armas; y los analistas los nuevos soldados. La llamada nación startup ha hecho de la inteligencia su industria más rentable y silenciosa.

Informes del Center For Strategic and International Studies   Israel destina más del 4% de su PIB a innovación en ciberseguridad y defensa digital el mayor porcentaje del mundo. Su «triángulo dorado» –Mossad, Unidad 8200 y sector privado- Generó un flujo constante de patentes, inversiones y talento que nutre tanto a la defensa como a la economía.

Asimismo, la colaboración entre empresas como NSO Group, Cellebrite o CheckPoint Son empresas derivadas de antiguos miembros de inteligencia, Cuyos productos han sido exportados globalmente para tareas de seguridad, análisis forense y control digital.

Si bien su uso ha generado debates sobre privacidad y derechos humanos, la conexión entre innovación tecnológica y capacidad estatal de inteligencia se ha consolidado como una de las señas de identidad del país, mostrando, así como la innovación tecnológica puede traducirse en ventajas geopolíticas.

De Stuxnet a Pegasus: el salto al ciberespionaje global

El ataque Stuxnet (2010), atribuido a Israel y EEUU, marcó un antes y un después. Por primera vez, un malware diseñado con precisión quirúrgica saboteó físicamente instalaciones nucleares iraníes. Aquella operación (documentada por The New York Times y IEEE Spectrum) demostró que el código podría sustituir a los comandos, abriendo una era de guerra encubierta digital.

Una década después, el software Pegasus, desarrollado por la firma israelí NSO Group, se convirtió en símbolo del espionaje invisible. Capaz de infiltrarse en teléfonos inteligentes sin interacción del usuario, Pegasus puso sobre la mesa el dilema ético de la vigilancia preventiva.

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Aunque su venta a gobiernos fue legal en muchos casos, su uso contra periodistas y activistas provocó una ola de críticas internacionales y nuevas regulaciones sobre ciber armas.

En menos de dos décadas, Israel pasó de la microfilmadora al malware; de la gente a la API; del secreto físico al secreto matemático.

Las paradojas del poder invisible

Pero esta inteligencia líquida tiene un dilema: cuando todo se puede vigilar, también se puede manipular. El riesgo no es solo para los enemigos; sino para la propia democracia. En un mundo donde el espionaje se confunde con el machine learning, la línea entre seguridad y control social se vuelve difusa.

El Mossad, con su sofisticación y su red de influencia global, representa el modelo de lo que vendrá: servicios que ya no solo protegen fronteras, sino narrativas. La guerra del futuro será una guerra por la percepción. Y quien controle el flujo de información -como lo hizo el Mossad en su momento con la inteligencia física- controlará el sentido de la realidad.

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Los algoritmos de vigilancia y predicción permiten identificar amenazas antes de que se materialicen, pero también pueden clasificar disidencia política como «riesgo potencial». El Instituto de estudios de seguridad nacional de Tel Aviv (INSS) advierte que el desafío principal no es tecnológico, sino ético: evitar que la inteligencia algorítmica derive en sistemas de control interno y manipulación de la opinión pública.

La transparencia y la supervisión independiente son aún insuficientes. El marco legal internacional -incluido el Reglamento General de Protección de Datos (GDPR) europeo- ofrece protección parcial, pero las operaciones encubiertas, por definición, quedan fuera del radar jurídico.

Inteligencia líquida en el mundo: el modelo israelí como referencia

Otros países observan con atención el modelo israelí. La CIA y la NSA en Estados Unidos, el GCHQ británico o el DGSE francés están replicando el enfoque híbrido que combina inteligencia humana y digital.

Informes del Rand Corporation subrayan que el futuro del espionaje pasa por «plataformas interconectadas que integren IA, análisis predictivo y ciberofensiva preventiva»

El resultado es una nueva carrera invisible: la competencia por la hegemonía algorítmica. Quien controle las redes de datos y los sistemas de interpretación automática controlará también la capacidad de anticipar y moldear los acontecimientos globales.

El dilema democrático

Las democracias liberales se enfrentan al reto de protegerse sin renunciar a sus principios. El uso de inteligencia algorítmica plantea preguntas que trascienden la seguridad: ¿Quién audita los algoritmos? ¿Qué ocurre con los datos recolectados en operaciones preventivas? ¿Existe un “derecho a no ser vigilado”?

Expertos del Carnegie Endowment for International Peace recomiendan la creación de auditorías algorítmicas estatales y tratados internacionales que limiten la proliferación de software de espionaje. Sin embargo, la velocidad del desarrollo tecnológico supera la regulación.

El riesgo no es que la tecnología domine la política, sino que la política se rinde ante la velocidad de la tecnología. El agente del futuro no llevará pistola ni pasaporte falso. Llevará un algoritmo. Su misión no será entrar a un edificio secreto, sino entrar en la mente colectiva. Saber qué creerá la gente mañana antes de que lo crean hoy. 

El espionaje, en su nueva forma, no observa: predice, moldea y redefine lo posible. El Mossad no sólo sigue siendo un servicio de inteligencia: es un espejo del mundo que viene. Un mundo donde la verdad será cada vez más difícil de encontrar… porque todos, (algún nivel), estaremos siendo espiados por nuestras propias máquinas. 

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