Madagascar lidera la producción mundial de vainilla, pero esta preciada especia encierra una dura paradoja. En este artículo, Salvador Iborra, alumno del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico de LISA Institute, analiza cómo su comercio sostiene economías locales, pero también alimenta pobreza, criminalidad y vulnerabilidad climática.
La vainilla de Madagascar representa más de la mitad del suministro mundial y sostiene a cientos de miles de agricultores. Sin embargo, lejos de impulsar el desarrollo, se ha convertido en un factor de vulnerabilidad. Su comercio está marcado por la volatilidad de precios y la dependencia de intermediarios y multinacionales que concentran el valor añadido.
Además, la creciente inseguridad vinculada al crimen organizado y al cambio climático agrava la situación. Todo esto coloca al país en una encrucijada, donde la riqueza de un recurso muy demandado convive con una de las tasas de pobreza más altas del planeta.
La vainilla: el oro negro de Madagascar
Madagascar ostenta un papel clave en el suministro global de la vainilla, representando el 50% del total de las exportaciones a nivel económico. La base de datos comercial de «The Observatory of Economic Complexity» sitúa al país en el 64%.
Sus mercados de destino son generalmente occidentales: Estados Unidos, Francia, Canadá, Alemania o Países Bajos, empleándose en la industria alimenticia de las grandes economías mundiales. Es una materia prima indispensable para productos tan populares como el chocolate, el helado, el caramelo, el café o los dulces.
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En este contexto, se ha generado una dependencia mundial de un Estado con numerosos problemas económicos: una tasa de pobreza muy alta (el 80% de la población vive en la pobreza extrema, menos de 2,15$ al día), una inflación elevada (10% en 2023) y el sexto PIB per cápita más bajo del mundo.
La vainilla se ha convertido en una valiosa exportación para el país, pero también en un factor de riesgo. Genera vulnerabilidad ante la fluctuación de los mercados y la volatilidad de los precios. Además, ejerce presión sobre los ecosistemas locales de la isla.
Arma de doble filo: pilar para las economías locales, pero fuente de criminalidad
El cultivo de vainilla es un pilar económico vital para miles de familias en el país. Está profundamente arraigado en el tejido socioeconómico de numerosas comunidades a lo largo de la isla.
No obstante, la volatilidad del precio de la especia genera inestabilidad económica e inseguridad alimentaria en numerosos núcleos familiares dedicados a la agricultura.
Encuestas de 2021 de la Universidad de Duke en el país revelan que alrededor del 76 % de los agricultores carecen de seguridad alimentaria. Han padecido episodios de carestía de alimentos en los últimos años.
Pero el cultivo de esta especia también genera otra grave problemática: el crimen.
En 2018 se produjo una «fiebre de la vainilla» impulsada por cuatro factores. El primero fue un auge en los precios, tras años anteriores de baja cosecha. El segundo, una creciente demanda global del saborizante de vainilla. También influyó la especulación de los intermediarios. Finalmente, la destrucción causada por el ciclón Enawo en 2017 agravó la situación.
Las consecuencias fueron graves: el precio se multiplicó por diez en solo cinco años (2013-2018).
Esta fiebre propició que los productores de la anhelada especia fuesen objeto de robos organizados de sus cosechas, terminando algunos de ellos en violencia por la muerte de estos al tratar de proteger su producto o por la ejecución de los ladrones como forma de justicia popular.
Gran parte de esta agitación se produjo en la región norteña de Sava, que durante años ha sido el principal centro productor de vainilla (hasta el 90% de la población de la región depende de su cultivo).
Sin embargo, la criminalidad ha cambiado a medida que los precios comenzaron a caer desde sus máximos de 2018 (en febrero de 2020 el gobierno fijó un precio mínimo de venta para tratar de estabilizar el mercado), así como por la mejora de la seguridad de los agricultores. Los robos se han centrado en otras regiones emergentes de la isla.
Esta no solo se limita al robo de las cosechas en los meses de marzo a julio, sino también a estafas y fraudes entre productores e intermediarios. Un caso común es el de la recogida de la cosecha llevada a cabo sin el pago de esta.
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La criminalidad no solo proviene de redes mafiosas que operan en la isla para enriquecerse o blanquear capitales, como los traficantes de madera palo de rosa. También involucra a operadores de vainilla de distintas regiones del país. Désiré Andriamarikita, alcalde de la comuna de Vohimalaza, ha señalado que el aumento de robos en el sur de la isla coincide con el interés de frenar la competencia de nuevos productores.
Si bien las autoridades destacan el decrecimiento de la criminalidad relacionada con este cultivo, deben llevarse a cabo reformas estructurales para evitar el resurgimiento de esta si el precio de la vainilla vuelve a colocarse en máximos históricos.
Presente y futuro: aranceles estadounidenses, cambio climático
- La agresividad proteccionista de la segunda presidencia de Trump
Con aproximadamente un 32% de las importaciones del total de la vainilla malgache, Estados Unidos es uno de los mercados más importantes para los agricultores de la isla.
Cualquier perturbación comercial entre ambos países golpea profundamente a Madagascar. Esto se debe a su necesidad de acceder a divisas extranjeras y a su dependencia de esta exportación.
La llegada de Trump a la Casa Blanca y su reforzado interés en imponer aranceles masivos supuso una clara amenaza para el país africano. Los peores pronósticos se cumplieron con la publicación de la lista de aranceles de Trump en abril de 2025, que introdujo la creación de un arancel universal del 10% sobre todas las importaciones a Estados Unidos y tarifas más altas para aquellos Estados con un déficit comercial más pronunciado con respecto a Washington.
Madagascar fue objeto del segundo arancel más alto de todo el continente africano, con un 47%. No obstante, el 1 de agosto la Administración Trump anunció un nuevo esquema arancelario que redujo los aranceles de dicha cifra al 15%, entrando en vigor el 15 de dicho mes.
Aun así, las consecuencias han sido muy dañinas: las empresas estadounidenses acumularon existencias de vainilla (dada su buena capacidad de conservación) y los pedidos desde el país se detuvieron por completo. Los exportadores dejaron de contar con flujo de efectivo constante, los precios cayeron a su punto más bajo y numerosos agricultores cosecharon antes de tiempo.
Este caso es un claro ejemplo de la grave exposición de los agricultores malgaches a los shocks externos.
La incidencia del cambio climático
El cultivo de la vainilla en el país es muy sensible a las condiciones climáticas. La industria se enfrenta a importantes amenazas como las fluctuaciones de temperatura, las precipitaciones irregulares y los fenómenos meteorológicos extremos, reduciendo drásticamente la productividad nacional.
La ONU ha clasificado a Madagascar como el cuarto país más vulnerable al clima a nivel mundial, y los agricultores de la importante región de Sava ya advierten sobre la amenaza que suponen para la vainilla el cambio en los patrones de lluvia y el creciente riesgo de ciclones tropicales.
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Según Dasy Ibrahim, colaboradora en el instituto Sustainable Vanilla Initiative, estos patrones irregulares inciden en la salud de la vainilla, aumentando su exposición a enfermedades como la fusariosis, transmitida por hongos.
Adicionalmente, el período de floración de la vainilla se ha desplazado en los últimos años, pasando de septiembre a enero, cuando solía comenzar en noviembre.
La combinación de esta floración temprana y los retrasos en la temporada de lluvias significa que un gran número de vainas maduran antes. Sin embargo, solo las vainas que han madurado durante nueve meses completos después de la polinización cumplen con el estándar requerido. Esto supone la pérdida de parte de las cosechas.
Otra amenaza es la de los ciclones tropicales, cuyos daños ya hicieron disparar los precios de la vainilla en 2018. Los vientos, la caída de árboles y ramas y la excesiva humedad de los suelos son algunas de los efectos que peor influyen en el cultivo de la especia.
Las casas de los agricultores, que suelen construirse con materiales como el barro y el bambú, tienen pocas posibilidades de resistir grandes ciclones, mientras que la red de carreteras de Sava se vuelve prácticamente intransitable durante las lluvias torrenciales.
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