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Las empresas, los nuevos pesos pesados de la geopolítica

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Las grandes ganadoras de esta nueva época son -y serán- las empresas. Te explicamos cómo estos gigantes económicos comenzarán a marcar de una forma más fuerte la agenda política a escala mundial en los próximos años.

La geopolítica actual trasciende el poder y la presencia de los Estados. Por eso las definiciones tradicionales son insuficientes para comprender el alcance de la geopolítica actual. Tal es así que, si revisamos las últimas décadas, encontramos actores de carácter no estatal que han sido fundamentales en sucesos de gran impacto geopolítico. 

Pensemos, por ejemplo, en Al Qaeda y lo que supusieron sus acciones el 11 de septiembre de 2001; en las campañas que ONGs como Greenpeace han llevado a cabo para concienciar del cambio climático —y que se han acabado traduciendo en acuerdos—; en la influencia que los distintos lobbies tratan de ejercer en Washington o Bruselas; en el poder que distintas revoluciones populares han tenido, como las revueltas árabes o el Maidán ucraniano, o en el dominio que algunas grandes empresas han comenzado a tener de nuestra vida.

No obstante, los grandes ganadores de esta nueva época que se abre van a ser indiscutiblemente las empresas. Otros actores no estatales más tradicionales, como los grupos terroristas, los movimientos sociales, ONGs, sindicatos o asociaciones van a ver eclipsado su poder. Con todo, no quiere decir esto que los actores mencionados pasen a ser irrelevantes, ya que en contextos muy localizados (ciudades, regiones de un país o a escala nacional) seguirán teniendo importancia.

Simplemente, a escala global, son las grandes empresas multinacionales las que van a experimentar un crecimiento de su poder como nunca se ha visto. En los próximos años, estos gigantes económicos comenzarán a marcar de una forma más fuerte la agenda política a escala mundial. Dentro de este grupo serán de manera más específica las multinacionales tecnológicas aquellas en las que se centre el poder económico, que a menudo se traducirá en poder político o cultural.

No pensemos que esto haya surgido en tiempos recientes. La empresa estadounidense United Fruit Company fue una corporación con enorme poder en América Latina durante el siglo XX, ya que su actividad comercial (producir frutas tropicales, sin rivales, en el mercado) a menudo chocó con los intereses políticos locales, y promovió numerosos golpes de Estado en países latinoamericanos como Guatemala para aupar Gobiernos afines.

En esa misma línea, hasta la creación de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) en 1960, un cártel de empresas británicas y estadounidenses, llamado comúnmente Las Siete Hermanas, dominaba el mercado de los hidrocarburos, y políticas contra sus intereses, como la nacionalización del petróleo en Irán en 1951, motivó un golpe de estado en el país dos años después para restablecer al Shá.

Las GAFA y los datos como el petróleo del siglo XXI

Ahora esta situación se ha materializado en las llamadas GAFA, acrónimo de Google, Apple, Facebook y Amazon, cuya capitalización bursátil camina hacia los tres billones de dólares, cifra similar al PIB que actualmente tienen Francia o Reino Unido. La cuestión de fondo es que estas son empresas relativamente jóvenes, han tenido un auge muy rápido, poseen una clara vocación monopolística en sus respectivos ámbitos, así como presencia en decenas de países y de forma más o menos directa uno de sus principales activos son los datos de sus millones de clientes o usuarios.

Con esta situación, queda ver exactamente cuál es el papel que van a jugar estas grandes empresas. Los datos de los usuarios han comenzado a ser catalogados como el próximo gran recurso natural, de mayor valor que los hidrocarburos o los minerales.

Las GAFA, además de otras muchas multinacionales de infinidad de ámbitos, van a explotar sus datos no solo para los fines de su propia actividad comercial, sea la que sea, sino también como meros captadores de datos que luego son revendidos o utilizados por otras empresas. Se calcula que en la actualidad el número de usuarios de internet alcanza los 4.000 millones, y para el año 2020 serán 5.000 millones.

Todos esos usuarios dejan y dejarán una huella digital, que es una información de enorme valor para optimizar ventas. Y no entendamos esto solo en una perspectiva netamente comercial. Este uso de los datos también puede tener fines políticos; de hecho, es habitual que en las campañas políticas de países occidentales se utilice constantemente la información que arrojan redes sociales o herramientas diversas en internet (que se nutren de datos de usuarios) para trazar estrategias, lanzar mensajes o intentar influir en la agenda política.

El caso más extremo de esta tendencia, pero igualmente ejemplificador, es el de las penúltimas elecciones presidenciales en Estados Unidos. Sin saber exactamente la influencia que tuvo sobre el resultado final, ha quedado demostrada la injerencia de Rusia en la campaña estadounidense mediante hackeos y acciones de propaganda a través de redes sociales y otras plataformas digitales.

Primacía compartida entre empresas y países

Que realmente exista la posibilidad de que mediante el uso y análisis masivo de datos se haya podido influir (y quizás de manera determinante) en el resultado electoral de la todavía primera potencia mundial, invita a pensar el nivel de disrupción que se puede alcanzar en el planeta a través de determinadas acciones promovidas por o a través de estas empresas.

Esto tampoco supone un desplazamiento del Estado a un lugar secundario. Simplemente, la primacía que habían tenido los estados en las relaciones internacionales va a tener que ser compartida con actores como las empresas. Esto supone tanto una amenaza como una oportunidad para los países.

Esta es una amenaza en tanto en cuanto habrá corporaciones que rivalicen en poder con los estados, y decisiones que estos tomen contra determinados intereses empresariales pueden ser respondidos por estas de diversas formas (campañas para influir en la opinión pública, traslado de sedes o proyectos, etc.) o, directamente, las empresas pueden tratar de introducir elementos afines en el Gobierno y la Administración.

También es una oportunidad en la medida que los estados, conscientes del poder de las empresas, las instrumentalicen para alcanzar determinados objetivos dentro de su política exterior a modo de poder blando, ya sean de carácter económico, cultural o simplemente de prestigio.

Sea como fuere, estas grandes multinacionales pueden, en un momento dado, llegar a adquirir una agenda y herramientas propias. Su poder económico es tan elevado que han comenzado a diversificar su actividad, comprando o creando otras empresas tanto en su sector como en otros. Así se acabaría generando un oligopolio tecnológico en el que la gran mayoría de redes sociales o aplicaciones de mensajería (apps por las que circulan datos de usuarios, en definitiva) estuviesen controladas por estas GAFA. 

Incluso de este ámbito se podría trascender hacia nichos más tradicionales: en 2013 el fundador de Amazon, Jeff Bezos, compró The Washington Post, uno de los rotativos más influyentes del mundo, y la empresa también se ha lanzado a la producción y distribución de películas y series a través de Amazon Prime Video, lo que supone otra expansión hacia mercados culturales.

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