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Por qué democratizar la mirada de futuro: introducción aplicada a la prospectiva estratégica

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En este artículo, la alumna del Máster Profesional de Analista Estratégico y Prospectivo, Ingrid Amador, explica por qué la prospectiva estratégica ya no es un lujo, sino una necesidad organizacional. Se analizan casos públicos y privados, y se plantea cómo pasar del discurso a la práctica. También se aborda la importancia de democratizar la mirada de futuro en las organizaciones.

En muchas organizaciones el futuro se invoca constantemente en los discursos, pero se evapora en la práctica. La prospectiva estratégica ofrece algo más que un «Plan 2050» (visión a largo plazo): invita a los líderes a decidir hoy con varios futuros plausibles en mente y a abrir esa conversación al conjunto de la organización. No se trata de adivinar lo que viene, sino para construir, entre todos, los futuros en los que vale la pena trabajar y vivir.

El hueco entre el discurso y la práctica en la prospectiva

He visto durante 27 años una escena que probablemente te resulta familiar. Reunión de dirección, café en mano, presentación abierta en la pantalla. Alguien pasa las diapositivas de un plan estratégico a tres o cinco años ( hoy ya es considerado corto plazo). Se habla de objetivos, de crecimiento, de eficiencia.

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Se mencionan tendencias, especialmente de mercado, como quien recita una letanía: digitalización, automatización, sostenibilidad, inteligencia artificial.  Todo el mundo asiente, se anotan un par de cosas… y al final aparece la frase comodín: «el mundo está cambiando cada vez más rápido».

La reunión termina, vuelven los mensaje urgentes, el Excel, el cierre de mes. Y el futuro – ese futuro del que acabamos de hablar – se evapora de la conversación hasta la próxima sesión estratégica. 

Siempre me ha llamado lo atención ese hueco, y porque no decirlo preocupación: esa distancia entre lo mucho que invocamos el futuro en los discursos y lo poco que lo trabajamos de verdad en la práctica. Nos decimos que el entorno es incierto, que «hay que anticiparse», que la disrupción está a la vuelta de la esquina… pero el día a día de muchas organizaciones sigue atrapado en la lógica casi exclusiva de corto plazo. Apagar fuegos, cumplir el presupuesto, sacar adelante el trimestre. Y ya ni siquiera el escaso tiempo permite pensar y tener una visión clara de ese futuro. 

Por qué los gobiernos entendieron algo que el sector privado olvidó

Mientras las empresas privadas intentaban «adaptarse» como podían, hubo un actor que entendió hace ya casi medio siglo que no podía permitirse vivir improvisando: los gobiernos. Mucho antes de que hablaramos de startups o transformación digital, en distintos países surgieron unidades especializadas en mirar más lejos: oficinas de prospectiva, consejos de futuro, laboratorios de escenarios. Algunas nacieron en plena Guerra Fría, otras tras crisis energéticas o económicas. La idea de fondo era siempre la misma: si vas a tomar decisiones que afectan a millones de personas durante décadas, no puedes pensar solo en el próximo ciclo electoral. 

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Como un dato que me parece relevante también en el marco público de nuestro país y de la importancia de la prospectiva, pocos conocen que «en 1976, España fue pionera. Adolfo Suárez, recién llegado a la Presidencia durante la Transición, crea el Instituto de Prospectiva dentro del Ministerio de la Presidencia. No era un think tank marginal, que se dedicara a realizar investigaciones y análisis independientes sobre temas específicos en política, economía o tecnología; era un organismo central con Director, Consejo Asesor, y Centro de Estudios Avanzados, con mandato explícito de estudiar» con carácter multidisciplinar, los problemas del futuro». Se enfocó en la economía, tecnología y defensa. Tuvo un papel importante en la Transición. Pero desapareció en 1982, víctima de cambios políticos.

España redescubre lo que olvidó sobre la prospectiva

En 2020, el Gobierno de España crea la Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia, ubicada en el Palacio de La Moncloa y reportando directamente al Presidente. «La oficina esta integrada por un equipo multidisciplinar de investigadores con formación en economía, historia, sociología. En 2021, publica España 2050, basado en el análisis de centenares de series de datos (más de 500) y más de 1.600 publicaciones científicas, según el propio informe España 2050

«Durante la Presidencia Española de la Unión Europea en 2023, la Oficina lidera el proyecto «Resilient EU2030», elaborado con más de 250 expertos y coordinación de 80 ministerios de los 27 Estados miembros.»

¿Por qué revivió España lo que había muerto en 1982? Porque la aceleración del cambio tecnológico, geopolítico y climático hizo obvio que no anticipar era un lujo que no se podía permitir. 

Mientras tanto, el sector privado iba por otro camino. No porque los líderes empresariales fueran menos previsores, sino porque jugaban con reglas distintas. Un Estado puede invertir en infraestructuras, que se amortizan en veinte o treinta años; una empresa cotizada tiene que explicar sus resultados cada tres meses.

Un gobierno sabe que la institución seguirá existiendo cuando este ministro ya no esté; un CEO medio dura su puesto unos pocos años y será evaluado por lo que ocurra durante ese periodo. No es insensatez, es arquitectura de incentivos: cuando todo te empuja a demostrar resultados inmediatos, dedicar recursos a pensar en futuros a diez o quince años se percibe como un lujo. 

Y sin embargo, aquí aparece un punto decisivo: las primera personas que tienen que dejar de ver el futuro como un lujo son justamente los líderes. No se puede pedir a la organización que piense en «futuros plausibles» si quienes toman las decisiones estratégicas solo miran el trimestre.

La adopción de la prospectiva estratégica no empieza en un taller creativo, empieza en el comité de dirección: en como se formulan las preguntas, que tipo de información se considera relevante, qué horizonte temporal se tiene en mente cuando se aprueba una inversión (por ejemplo, vemos como las comités de dirección se frustran con el ROI de la Inteligencia Artificial porque piensan en el corto plazo), una alianza o una reestructuración. 

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Si la alta dirección no incorpora explícitamente el largo plazo y los futuros plausibles en su forma de decidir, todo lo demás se convierte en ejercicio superficial. Integrar la prospectiva como disciplina activa desencadena una transformación disruptiva en la estructura y el modelo de gestión de la organización o empresa

La prospectiva como modo de vida, no como un ejercicio superficial

Durante años muchas empresas pudieron permitirse un modelo reactivo ante el cambio: primero ocurría algo importante en el entorno, luego ya veríamos como ajustar. En un mundo más lento, esa lógica funcionaba. Hoy, en cambio, los shocks tecnológicos, regulatorios, climaticos o geopolíticos reconfiguran sectores en cuestión de meses.

Lo que antes se veía como «tendencias interesantes» se ha convertido en cambios que afectan de lleno el día a día. Reaccionar tarde ya no significa solo perder cuota de mercado; puede significar perder relevancia, talento o sentido mismo de la organización. Esa es la gravedad. Lo que durante tiempo fue una ventaja competitiva para unos pocos la capacidad de anticipar empieza a ser un requisito mínimo para sobrevivir. 

Aquí es donde entra la prospectiva estratégica, entendida de otra manera. No como un informe grueso que se presenta cada cinco años, no como un ejercicio esotérico reservado a «gurus del futuro», dicho con cierta ironía, ni con un flamante “Plan 2050” que se lanza con un gran evento y duerme en el cajón.

La prospectiva tiene sentido cuando se convierte en un modo de pensar y de conversar, integrado en la vida real de la organización. Y cuando ese horizonte de largo plazo se traduce en una cadena de decisiones y acciones concretas (la estrategia) que conectan el hoy con los futuros plausibles, paso a paso. 

De la torre de control al radar distribuido

En este punto aparece la idea que, para mí, lo cambia todo: democratizar la mirada de futuro. Durante demasiado tiempo, el futuro se ha discutido en espacios muy cerrados, comités ejecutivos, consejos de administración, despachos de consultoría, últimamente en labs de innovación aislados del resto de la organización. 

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El resultado una especie de «torre de control del futuro» donde pocos miran el radar y el resto se limita a recibir instrucciones concretas… cuando las hay. 

Las señales también están en la periferia y no solo en las ‘megatendencias

La experiencia no solo en la prospectiva, inclusive en la estrategia muestra algo distinto: las señales más interesantes no suelen aparecer en la torre de control, sino en la periferia. El comercial que escucha que los clientes empiezan a preguntar otra cosa. La persona de atención al cliente que percibe un cambio sutil en las quejas.

El equipo de tecnología que intuye que una herramienta hay experimental va a cambiar la forma de trabajar. La filial en un país que ya vive con normalidad algo que otros mercados todavía ve como extravagante. Democratizar la mirada de futuro significa dar método y espacio a todo eso, en lugar de dejarlo en el terreno de la anécdota. Sin quitar importancia a la prospectiva en el marco estratégico de la organización (a largo plazo). 

Pero esa democratización solo es creíble si arriba ha habido un cambio previo. Primero, la dirección adopta la prospectiva como criterio de decisión; después la abre al resto de la organización.

Si los líderes no utilizan escenarios y futuros plausibles para cuestionar sus propias apuestas, difícilmente la gente se creerá que vale la pena traer señales, ideas y perspectivas nuevas. En cambio, cuando se ve claramente que lo que se decide en la cúpula incorpora contextos, riesgos y oportunidades a largo plazo, entonces si tiene sentido invitar a la organización a sumar miradas. 

Anticipar también es renunciar

Claro que democratizar la mirada de futuro no es solo recoger señales: también es atreverse a jugar con ellas. Cuando una organización se acostumbra a explorar escenarios (no desde la obsesión de acertar) sino desde la curiosidad por comprender, se vuelve más difícil caer en la trampa del «esto aquí nunca va a pasar» o del «siempre lo hemos hecho así».

De repente, ya no hay un único relato futuro, sino varias historias plausibles sobre como podrian evolucionar el mercado, la tecnología, la regulación, las personas. Y en ese plural, es decir «futuros» se abre el espacio práctico: revisar las decisiones presentes a la luz de esos caminos posibles. 

  • ¿Se convertirá la prospectiva en una disciplina presente en todos los ámbitos de la organización, cada uno con su especialidad pero con una mirada de futuro?
  • Tal vez por eso el mercado empieza a demandar prospectivistas.
  • ¿Llegará a ser una competencia implícita en todas las especialidades profesionales?
  • Y en ese contexto, ¿podría convertirse en un valor diferencial entre la inteligencia humana y la artificial en el entorno laboral?

Y es quizá el punto donde la prospectiva se vuelve incómoda, pero también poderosa. Porque anticipar no es solo imaginar, también es renunciar.

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Aceptar que hay líneas de negocio con fecha de caducidad implica decidir cuándo y cómo salir de ellas. También supone reconocer que ciertas capacidades, hoy accesorias, serán mañana centrales, y por tanto conviene invertir en ellas antes de que sea tarde.

Además, requiere asumir que algunos atajos útiles en el corto plazo generan futuros indeseables, y tener el coraje de decir «no».

Aquí encaja de nuevo la idea del ‘Plan 2050’. Un plan de largo plazo que solo describe una foto ideal de las oportunidades, sin incorporar los contextos hostiles y las amenazas que habrá que gestionar, es pura fantasía.  

Y un plan que, aun siendo técnicamente sólido, se traduce en decisiones de presupuesto, de talento, de alianzas o de modelo de negocio en 2026, 2027 y 2028, es solo un relato.  

El reto de la prospectiva estratégica es justamente lo contrario: construir visiones de futuro que incluyan oportunidades y riesgos, y hacer que cada área de la organización pueda responder a una pregunta sencilla pero exigente: «¿qué estoy haciendo hoy que contribuya, aunque sea un poco, a que ese futuro plausible sea más real para nosotros?»

La dimensión emocional del futuro en la prospectiva

Todo esto tiene una dimensión profundamente humana. En muchas empresas hablar de futuro genera más miedo que entusiasmo. La inteligencia artificial se vive como una amenaza, la automatización como recorte, la regulación como obstáculo, el clima como catástrofe inevitable.

Cuando el futuro solo aparece como una colección de amenazas, es comprensible que la reacción espontánea sea no querer mirar demasiado lejos y refugiarse en lo conocido. Democratizar la mirada de futuro también significa cambiar esa relación emocional: pasar del «esto nos va a arrastrar» al «esto viene, ¿cómo nos preparamos juntos?»

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Cuando las personas participan en la conversación de futuro, no como espectadores, sino como parte activa del radar y de la construcción de escenarios, cambia algo en nuestra manera de estar en la organización.

Se recupera la sensación de pertenencia: lo que hago hoy importa no solo para la organización sino también para el mundo en el que voy a vivir dentro de unos años.  Empezamos a preguntarnos qué futuros queremos hacer probables y cuáles queremos evitar. 

Reescribir la conversación estratégica

Si volvemos al inicio, quizá podríamos reescribir la escena de esa reunión estratégica . Imaginar que, cuando alguien dice «el mundo esta cambiando rápido», no se queda en un lugar común, sino abre una conversación distinta: ¿dónde estamos viendo ese cambio en pequeño?, ¿qué nos está contando nuestros clientes, nuestros equipos, nuestros datos? ¿qué pequeñas decisiones podríamos tomar hoy que nos preparen mejor para distintos futuros? 

Al final, la pregunta no es si el mundo va a cambiar, eso lo damos por hecho, sino quién queremos ser como organización cuando esos cambios se consoliden y que oportunidades trae y que amenazas deberemos gestionar.

No se escribe en un Plan 2050 aislado: se construye día a día, cuando los líderes deciden con futuros plausibles en la cabeza, y la organización entera se acostumbra a mirar hacia adelante no para adivinar, si no para hacer que ciertos futuros sean, simplemente, más posibles.

Los futuros se construyen, y en esa tarea todos contamos. Las tecnologías disruptivas nos empujan y, en plena era de la inteligencia artificial, se redefine el papel del ser humano.

Conservaremos nuestra ventaja si aprendemos y adoptamos esta disciplina, respaldada con el método científico, que nos permite diseñar lo desconocido: la prospectiva.

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