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Los tentáculos de Emiratos Árabes Unidos en África: anatomía de una influencia multidimensional

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Los Emiratos Árabes Unidos se han convertido en un actor estratégico en África, expandiendo su poder económico, militar y diplomático mucho más allá del Golfo. Desde la construcción de puertos y bases militares hasta su presencia en conflictos regionales y redes comerciales, Abu Dabi teje una red de alianzas que redefine el equilibrio geopolítico africano. En este artículo, Artiom Vnebraci Popa analiza las dimensiones de esa influencia, sus intereses ocultos y las consecuencias para la seguridad y la soberanía del continente.

Desde finales del siglo XX, Emiratos Árabes Unidos (EAU) se han convertido en un actor geopolítico con influencia que supera con creces su tamaño demográfico o militar.

Este pequeño estado del Golfo Pérsico se ha constituido en modelo de poder que combina diplomacia sofisticada, despliegue estratégico de capital económico y control indirecto mediante mecanismos militares, mercenarios y seguridad privada. A diferencia de las potencias tradicionales, los EAU no dependen de la expansión territorial ni de una proyección directa de fuerza convencional. Su poder se basa en la articulación de redes de influencia, la inversión estratégica en recursos críticos y la creación de dependencia política y económica en países con gobiernos frágiles o instituciones débiles. 

En África, esta estrategia ha sido desplegada con particular intensidad en el este del continente y el Cuerno de África, donde los vacíos institucionales permiten a Abu Dhabi consolidar su influencia sin asumir riesgos directos de confrontación internacional. Los EAU han operado como actor central vía canalización de inversiones, suministro de armamento, apoyo logístico y control de recursos estratégicos. El caso más patente de tal estrategia es Sudán, pero ni mucho menos es el único país con tal injerencia indirecta, siendo un patrón que se replica también en Etiopía y Somalia.

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Sudán: oro, armas e infraestructura estratégica

En Sudán, EAU han establecido un control indirecto sobre los recursos estratégicos del país mediante un complejo entramado económico y militar. La minería de oro ha sido, sin duda, uno de los vectores más significativos de esta influencia.

Entre 2022 y 2024, la producción de oro legal generó $1,57 mil millones en exportaciones formales. Sin embargo, más de la mitad de la producción de oro sudanesa se contrabandea y gran parte termina en Dubái. Esta dinámica convierte a los EAU en un nodo global de comercio de oro derivado de zonas de conflicto, a pesar de no poseer reservas propias. Abu Dhabi aprovecha la fragilidad de las instituciones sudanesas, la falta de regulación efectiva y la debilidad del Estado para imponer contratos extremadamente favorables que aseguran que gran parte del valor del oro se traslade directamente a sus empresas, dejando a Sudán sin reservas estratégicas propias y sin capacidad de reinvertir en su desarrollo o en la protección de sus recursos.

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La adquisición de minas clave (como la mina de Kush), asegura acceso directo a la riqueza aurífera sudanesa y permite financiar facciones locales que operan de manera paralela al Estado, consolidando un control económico que trasciende la legalidad y los límites nacionales. Además, gran parte de este oro está manchado de sangre: se produce y se extrae en medio de conflictos, con trabajo forzado, explotación de comunidades locales y violencia sistemática.

Así, el oro sudanés no solo representa un recurso económico, sino que se convierte en combustible directo para la guerra. Las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) de Hemedti controlan varias minas en Darfur y Kordofán, utilizando los ingresos de estas para comprar armamento, financiar mercenarios y mantener redes de control territorial. Empresas familiares como Al-Junaid Multi Activities Co (con inversiones indirectas en los EAU) generan ingresos significativos a través de la minería y el comercio de oro. Esto evidencia que la perpetuación del conflicto no es accidental: se encuentra directamente ligada a la estructura de beneficios que Abu Dhabi obtiene mediante contratos, compra de oro y control de la logística de exportación.

En paralelo, los EAU han facilitado el suministro de armas al RSF. Diversos informes documentan la llegada de vehículos blindados, drones de precisión y armamento ligero (muchas veces a través de rutas encubiertas que pasan por Libia, Chad, Sudán del Sur y Uganda). La participación de fabricantes de armas británicos, chinos y emiratíes en la provisión de estos equipos evidencia la complejidad de la red logística y el grado de planificación involucrado. 

Además del oro y las armas, los EAU han invertido en infraestructura estratégica que asegura control económico a largo plazo. Proyectos en el puerto de Abu Amama y zonas agrícolas buscan consolidar el acceso a rutas marítimas, y garantizar la producción alimentaria para los Emiratos. Empresas como IHC y Jenaan operan extensas tierras cultivables, y acuerdos con DAL Group amplían la influencia hacia el norte de Sudán. La infraestructura portuaria y agrícola no solo genera beneficios económicos; sino establece dependencia, controla territorios estratégicos y permite proyectar influencia política mediante relaciones con élites locales.

Geopolíticamente, el apoyo emiratí a las RSF sirve para contrarrestar los intereses saudíes en la región y limitar la influencia de movimientos islámicos considerados una amenaza por Abu Dhabi. La revolución sudanesa de 2018-2019, con fuerte participación civil y objetivos democráticos, representó un desafío directo al proyecto emiratí. Asimismo, la intervención emiratí para fortalecer a Hemedti, y su red de control económico y militar evidencia cómo la estrategia combina objetivos económicos, políticos e ideológicos (consolidando un poder paralelo que perpetúa la guerra y limita las perspectivas de estabilidad y democracia).

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Etiopía: energía, agricultura y dependencia estratégica

En Etiopía, los EAU replican gran parte del modelo sudanés, adaptándolo a las particularidades del país. Etiopía, con su rápido crecimiento económico, población numerosa y ubicación estratégica, ofrece oportunidades significativas en energía, agricultura y logística. Desde mediados de la década de 2010, Abu Dhabi ha invertido en construcción de plantas solares y termoeléctricas, garantizando no solo suministro energético, sino también capacidad de influencia sobre decisiones estratégicas nacionales. Estas inversiones también se vinculan con terminales portuarias en países vecinos (como Yibutí), que funcionan como la principal salida al mar para la economía etíope. Esto consolida la dependencia de Etiopía de infraestructura crítica bajo control indirecto emiratí.

La adquisición y arrendamiento de tierras agrícolas permite a los EAU asegurar la producción de cultivos estratégicos y forraje animal, integrando la cadena alimentaria etíope con la demanda interna de Abu Dhabi. Dada la dependencia de los Emiratos de importaciones para más del 80% de su suministro alimentario, Etiopía se convierte en proveedor clave, mientras la población local y el gobierno permanecen subordinados a los intereses de inversores externos. Estas inversiones incluyen sistemas de riego, almacenamiento y transporte, aumentando la capacidad de control emiratí sobre la producción y generando dependencia económica y política.

Los EAU también han desplegado programas de seguridad y capacitación militar en regiones fronterizas y estratégicas. Sin embargo, estas fuerzas entrenadas actúan como un poder paralelo que protege los intereses emiratíes y garantizan la seguridad de sus inversiones. La combinación de control económico, infraestructura crítica y presencia militar sutil asegura que Etiopía opere dentro de un marco de dependencia estructural frente a Abu Dhabi, reproduciendo un patrón de subimperialismo que limita la autonomía del país y condiciona sus decisiones estratégicas a intereses externos.

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Somalia: puertos, seguridad privada y dominio marítimo

Somalia representa otro eje estratégico de los EAU en África. La ubicación del país en el Corredor Marítimo del Golfo de Adén convierte sus puertos en objetivos fundamentales para Abu Dhabi (que busca asegurar rutas comerciales críticas hacia el Mediterráneo y el Golfo Pérsico). DP World ha firmado contratos para administrar y modernizar puertos clave en la región, incluyendo el puerto de Mogadiscio en Somalia y el puerto de Berbera en Somalilandia.

Es importante constatar que Somalilandia es una región autónoma que se autoproclama independiente de Somalia desde 1991 (con su propio gobierno y control territorial, aunque no está reconocida internacionalmente); mientras que Mogadiscio pertenece al gobierno federal de Somalia. Esta diferenciación refleja la estrategia emiratí de establecer presencia estratégica y control económico tanto en territorios reconocidos como en zonas autónomas, consolidando acceso a rutas logísticas críticas. Esta influencia marítima permite a los EAU mantener una posición dominante en el comercio regional y proteger sus intereses comerciales, todo sin necesidad de intervención política directa en los asuntos internos de Somalia o Somalilandia. 

Además del control portuario, los EAU han desplegado contratistas de seguridad privada para proteger inversiones, entrenar milicias locales y garantizar lealtad de actores clave. Estas fuerzas operan como un poder alternativo, interviniendo de forma sutil (sin agresividad bélica, pero con presencia simbólica) en conflictos internos. Esto asegura que la soberanía somalí quede limitada frente a intereses externos. 

La inversión agrícola y en acuicultura permite a los EAU asegurar producción alimentaria estratégica y generar dependencia económica de las autoridades locales (parecido al modelo de Etiopía). Este patrón demuestra cómo Abu Dhabi combina control económico, militar y logístico para proyectar poder de manera indirecta. La influencia emiratí condiciona decisiones políticas, limita la autonomía del gobierno central y asegura un flujo constante de recursos, estableciendo un modelo de control subimperialista integral en Somalia.

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El modelo subimperialista de los Emiratos Árabes Unidos en África Oriental: estrategias y consecuencias

La influencia de los Emiratos Árabes Unidos en África oriental y el Cuerno de África constituye un ejemplo paradigmático de subimperialismo moderno: un ejercicio de poder indirecto, sofisticado y multifacético que permite a un Estado relativamente pequeño proyectar control regional sin involucrarse en conflictos de manera directa. La estrategia emiratí combina varios elementos: el acceso y control de recursos estratégicos, la inversión en infraestructura crítica, la creación de redes militares paralelas y la construcción de dependencia política y económica de los países anfitriones. Cada uno de estos componentes refuerza los otros, generando un círculo virtuoso de poder que beneficia a Abu Dhabi mientras limita la soberanía de los Estados africanos involucrados.

En Sudán, Etiopía y Somalia, los EAU han explotado la fragilidad institucional y las debilidades estatales para consolidar un poder subimperialista indirecto: en Sudán, el control de la minería de oro y su comercio financia a las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), prolonga la guerra y genera dependencia económica mediante inversiones en infraestructura portuaria y agrícola; en Etiopía, la necesidad de importar la mayoría de sus alimentos convierte al país en proveedor estratégico, con tierras agrícolas, puertos y corredores logísticos bajo control emiratí, complementados por contratistas de seguridad que entrenan milicias locales y aseguran lealtad a Abu Dhabi; y en Somalia y Somalilandia, la administración de puertos clave como Mogadiscio y Berbera, junto con la presencia de fuerzas paralelas privadas, permite a los EAU consolidar control económico, acceso a rutas comerciales y capacidad de influencia política sin intervenir directamente, condicionando la economía y la política locales mientras protegen sus inversiones y aliados estratégicos.

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Las consecuencias humanitarias y políticas de este modelo son profundas. En Sudán, la prolongación de la guerra y la manipulación de recursos esenciales han derivado en genocidio, desplazamientos masivos y hambruna. En Etiopía y Somalia, la subordinación económica y la dependencia de infraestructura crítica debilitan la capacidad del Estado para tomar decisiones soberanas, mientras que la población civil paga con inseguridad, pérdida de autonomía y exposición a conflictos inducidos por intereses externos. La creación de estructuras paralelas de poder (milicias, empresas de seguridad, empresas agrícolas y portuarias) consolida un control que trasciende lo económico y penetra en lo político y social, asegurando que la influencia emiratí se mantenga incluso en contextos de conflicto o inestabilidad.

La comunidad internacional ha mostrado incapacidad para frenar este patrón. Sanciones parciales, resoluciones de la ONU o investigaciones independientes no han logrado revertir el acceso de Abu Dhabi a recursos estratégicos ni su capacidad de proyectar influencia. La relación estratégica de los EAU con potencias globales (como Estados Unidos e Israel) proporciona respaldo diplomático que protege su accionar regional. Mientras no existan mecanismos coordinados y efectivos de monitoreo de inversiones, control de flujos de armas y supervisión de contratos estratégicos, el modelo subimperialista emiratí seguirá replicándose, profundizando conflictos y dependencia económica, y perpetuando el sufrimiento de millones de africanos.

Este patrón demuestra que un Estado relativamente pequeño puede ejercer un poder desproporcionado mediante estrategias indirectas, sofisticadas y coordinadas, combinando economía, infraestructura, fuerza militar y diplomacia. La influencia de los EAU en Sudán, Etiopía y Somalia ofrece una lección clara sobre los riesgos del subimperialismo moderno: mientras las ganancias se concentran en actores externos y locales aliados, las poblaciones y los Estados quedan atrapados en ciclos de dependencia, conflicto y vulnerabilidad sistémica. 

La urgencia de la rendición de cuentas y la implementación de políticas internacionales que limiten este tipo de influencia se vuelve ineludible para garantizar estabilidad regional y protección de los derechos humanos.

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