Más allá de los descuentos y las compras masivas, esta jornada de consumo se ha convertido en un termómetro de las relaciones internacionales, las cadenas de suministro y el poder cultural en un mundo globalizado.
Cada año, el cuarto viernes de noviembre marca un antes y un después en el calendario de millones de personas. Las tiendas se llenan, las páginas web colapsan y las ofertas parecen brotar de cada rincón. Es una fiebre consumista que, aunque se percibe como una simple oportunidad para ahorrar, es en realidad la punta del iceberg de una compleja red de intereses económicos, políticos y culturales que conectan a consumidores, empresas y gobiernos de todo el mundo. Lo que empezó como un evento local es hoy una jornada mundial con enormes implicaciones en el tablero internacional.
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¿Qué es el Black Friday?
Es el nombre con el que se conoce al día que inaugura la temporada de compras navideñas con significativas rebajas y descuentos por parte de los comercios, tanto físicos como en línea. Se celebra el viernes siguiente al Día de Acción de Gracias en Estados Unidos, es decir, el cuarto viernes del mes de noviembre. Aunque su origen es estadounidense, su éxito lo ha convertido en un evento de alcance mundial, adaptado a los calendarios comerciales de numerosos países. Durante esta jornada, millones de consumidores aprovechan los precios reducidos para adelantar las compras de Navidad o adquirir productos a un coste menor del habitual.
¿Cuáles son los orígenes del Black Friday?
Existen varias teorías sobre el origen del término. La más extendida sitúa su nacimiento en Filadelfia durante la década de 1960. La policía de la ciudad comenzó a usar la expresión «Viernes Negro» para describir el caos monumental que se producía en las calles el día después de Acción de Gracias. Una avalancha de compradores y turistas inundaba la ciudad para iniciar sus compras navideñas y asistir a un partido de fútbol americano, generando atascos masivos y largas jornadas para los agentes.
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Otra explicación, de carácter más económico, plantea que el término alude al cambio en las cuentas de los comercios, que pasaban de estar en «números rojos» (pérdidas) a «números negros» (beneficios) gracias al gran volumen de ventas de esa jornada. Aunque esta idea se ha popularizado, la evidencia histórica apunta a que el uso original del término por parte de la policía de Filadelfia es anterior y más documentado.
La globalización de una tradición estadounidense
El Black Friday es uno de los mayores exponentes del poder blando (o soft power) de Estados Unidos. Lo que comenzó como una fecha puramente comercial y local se ha exportado con éxito a prácticamente todo el planeta. Países de Europa, América Latina y Asia han adoptado también la tradición, integrándola en sus propios calendarios comerciales. Esta expansión responde a la influencia cultural estadounidense y a la necesidad del comercio global de crear hitos de consumo que incentiven las ventas. Sin embargo, su implantación también genera tensiones con las tradiciones locales y promueve un modelo de consumo homogéneo a escala planetaria.
Las cadenas de suministro bajo presión
La celebración del Black Friday pone a prueba la resiliencia de las cadenas de suministro mundiales. Para que un producto con descuento llegue a manos de un consumidor en España o América Latina, se activa una compleja maquinaria logística que se extiende por todo el mundo. La producción masiva se concentra en centros manufactureros, principalmente en Asia, desde donde los productos viajan miles de kilómetros por barco o avión. Esta dependencia de rutas comerciales específicas y la presión por cumplir con plazos ajustados hacen que el sistema sea vulnerable a cuellos de botella, conflictos geopolíticos o crisis sanitarias.
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Un campo de batalla comercial y tecnológico
Los descuentos del Black Friday no solo dependen de la voluntad de los comercios, sino también del estado de las relaciones comerciales entre países. Las guerras arancelarias, como las que han protagonizado Estados Unidos y China, impactan directamente en el coste final de los productos tecnológicos y de otros bienes de consumo. Un arancel impuesto por un gobierno puede anular el atractivo de una oferta, convirtiendo una decisión de compra en un reflejo de las tensiones diplomáticas. De este modo, el consumidor se convierte, sin saberlo, en un actor más en el tablero de la geopolítica económica mundial.
Resistencia cultural y consumo consciente
Frente a la avalancha consumista del Black Friday, han surgido movimientos que abogan por una visión más crítica y sostenible. El más conocido es el «Buy Nothing Day» (Día de no comprar nada), una iniciativa que invita a boicotear la jornada como forma de protesta contra el consumismo desmedido. Paralelamente, crecen las campañas que promueven el comercio local y de proximidad como alternativa. Estas corrientes de resistencia no solo cuestionan el modelo económico, sino también el impacto medioambiental asociado a la producción masiva, el transporte internacional de mercancías y la generación de residuos.
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La sostenibilidad como nuevo frente geopolítico
El impacto medioambiental del Black Friday se ha convertido en un tema de debate internacional. La huella de carbono asociada a la fabricación y distribución de millones de productos en un corto período de tiempo es considerable. Esto ha llevado a que gobiernos y organizaciones internacionales pongan el foco en la necesidad de transitar hacia un modelo de economía circular y sostenible. De hecho, la presión sobre las grandes corporaciones para que adopten prácticas más responsables está creciendo, y la sostenibilidad se perfila como un factor clave que podría redefinir las reglas del comercio mundial y, por extensión, las futuras ediciones de esta icónica jornada de compras.
