De cara a las elecciones presidenciales del 5 de noviembre de 2024 en Estados Unidos, América Latina ocupa un espacio de precaria atención y escasa prioridad dentro de las agendas electorales de Donald Trump y Kamala Harris. No obstante, el contexto hemisférico tiene su relevancia a la hora de intentar atraer el voto hispano en Estados Unidos. En este artículo, Roberto Mansilla Blanco, alumni de Máster Profesional de Analista de Inteligencia de LISA Institute analiza los principales factores que podrían influir en la relación entre Estados Unidos y América Latina tras las elecciones. Si quieres saber más, apúntate al Curso de Experto en Estados Unidos de LISA Institute.
Opacado por conflictos de mayor calado geopolítico (Gaza, Líbano o Ucrania), América Latina apenas constituye una prioridad en la agenda electoral estadounidense. Tanto el candidato republicano Donald Trump como la demócrata Kamala Harris mantienen visiones básicamente divergentes en torno a la política regional y las relaciones hemisféricas de cara al próximo período presidencial 2025-2029.
Más proclive al aislacionismo regional, Trump parece más preocupado por la presencia china en el hemisferio occidental. Por su parte, Harris parece apostar por la continuidad del multilateralismo del actual mandatario Joe Biden, pero sin necesariamente establecer compromisos duraderos e inalterables con la región.
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A continuación se expone la visión de cada candidatura en relación con algunos temas clave que pueden vertebrar las relaciones a corto y mediano plazo entre Estados Unidos y América Latina.
Los «puntos calientes» en América Latina
Los «puntos calientes» en América Latina, como Venezuela, Cuba y Nicaragua, influyen en la agenda exterior de Trump y Harris, especialmente en temas de democracia, derechos humanos y migración, clave para el voto hispano en las elecciones de noviembre.
Venezuela: qué hacer con Maduro
Si en un tema parecen medianamente de acuerdo Trump y Harris, es a la hora de desconocer los resultados anunciados por la autoridad electoral venezolana en las elecciones presidenciales del pasado 28 de julio, que declararon ganador a Nicolás Maduro con el 54% de los votos.
Mientras Harris defiende la postura de la administración Biden de que se presenten las actas definitivas del escrutinio como medida de transparencia electoral, Trump ha arremetido contra el «socialista» Maduro, a quien no ha dudado en llamar «dictador». A mediados de agosto, Harris envió una carta a los líderes de la oposición venezolana Edmundo González Urrutia y María Corina Machado en la que instó a la comunidad internacional a condenar los abusos de Maduro.
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No obstante, ni Trump ni Harris parecen tener definida alguna alternativa para solucionar la interminable crisis venezolana, lo cual ha llevado a que mantengan una prudente distancia. Toda vez Trump busca utilizar el «tema Venezuela» como mecanismo de atracción hacia el voto hispano (específicamente venezolano y cubano), Harris no se ha involucrado tan profundamente, probablemente persuadida por los recelos de los lobbies venezolano y cubano sobre cuál es su posición definitiva sobre la crisis venezolana.
Cuba: ¿apertura o mayor aislamiento?
Más polarizado se observa la visión sobre la relación con Cuba. Se prevé que Trump mantendrá su intransigente política hacia La Habana negándose a cualquier tipo de apertura diplomática y de negociación política; por su parte la candidata demócrata podría renovar algunos canales intermedios de entendimiento en aras de distender el histórico conflicto cubano-estadounidense.
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Como es tradicional en los procesos electorales, el lobby cubano en EE. UU. jugará un papel específico en el voto, probablemente más proclive a mantener su apoyo a Trump. Mientras se observa con atención la crisis socioeconómica en la isla caribeña, especialmente en materia energética, de abastecimiento y de posible nuevo exilio migratorio, el interés está igualmente enfocado en los pulsos internos del «post-castrismo» y los sectores reformistas y su influencia en la dirección colegiada en manos del presidente Miguel Díaz-Canel, el Partido Comunista Cubano y la Fuerza Armada.
La Nicaragua: «neo-sandinismo con aroma somocista»
Tras Venezuela, Nicaragua se está convirtiendo en la crisis de regresión democrática y de derechos humanos más acuciante a nivel hemisférico. Tanto Trump como Harris concuerdan en observar con preocupación el reforzamiento del autoritario poder en manos del matrimonio Ortega-Murillo, toda vez se ahogan las voces de la disidencia nicaragüense.
El tema migratorio es el que parece imponer una mayor atención. Es aquí donde se ha observado con mayor nitidez el hábil pragmatismo diplomático de Daniel Ortega, evitando fricciones dialécticas o ideológicas con Washington. Al mismo tiempo, Managua establece equilibrios de relación con Estados Unidos y China, aunque más díscolos con una Unión Europea muy crítica con el autoritarismo de Ortega, cada vez más parecido al de su enemigo histórico, la dinastía Somoza.
Inmigración: ¿se alzará o derribará ese Muro?
El migratorio probablemente sea el tema con mayor presencia en las agendas hemisféricas de Trump y Harris. De acuerdo al Instituto de Política Migratoria, actualmente hay en Estados Unidos unos 11 millones de inmigrantes ilegales, destacando unos cinco millones de mexicanos y dos millones de centroamericanos.
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Trump mantiene su política de «America First» perpetuando las medidas restrictivas y de «deportación masiva» contra la inmigración ilegal que derivaron en el alzamiento del Muro antimigratorio durante su presidencia. En la campaña y los debates electorales con Harris, Trump ha enfatizado en restablecer la ley «Permanecer en México» así como involucrar a la Guardia Nacional y al Ejército estadounidense en las deportaciones.
Por su parte, y probablemente también atendiendo a sus raíces étnicas, Harris se inclinaría hacia una orientación más multilateral aunque sin menoscabar la posibilidad de aplicar medidas más restrictivas como el acceso al «parole humanitario», específicamente en el caso de venezolanos, haitianos y nicaragüenses, tal y como recientemente aprobó la administración Biden.
Narcotráfico y crimen organizado
Trump ha identificado estrechamente la problemática del crimen organizado y los índices delictivos en EE. UU. con el aumento de la inmigración ilegal, razón por la que este tema es muy sensible en sus discursos y su ideario de campaña electoral. Este dato le permite movilizar a un electorado cautivo muy preocupado por la seguridad. Por su parte, Harris se ha esforzado en disociar ambos temas (delincuencia e inmigración) adoptando enfoques específicos para afrontar problemas que considera distintos.
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En materia de seguridad se aprecia una mayor concertación entre Trump y Harris tomando en cuenta los efectos perniciosos de los carteles de la droga (México, Colombia, Venezuela, países andinos) y de grupos delictivos cada vez más transnacionales (Mara Salvatrucha; Tren de Aragua). Los republicanos contemplan medidas mucho más punitivas como el «bombardeo de instalaciones de los carteles mexicanos» para cortar el flujo de fentanilo hacia Estados Unidos, así como el despliegue de militares en la frontera para realizar redadas y expulsiones.
¿Aliados o «piedras en el zapato»?
México con Claudia Sheinbaum
Tras asumir recientemente la presidencia convirtiéndose en la primera mujer en gobernar México, Claudia Sheinbaum se muestra partidaria de continuar con la política denominada «la Cuarta Transformación» impulsada desde 2019 por su antecesor y mentor político, el ya expresidente Andrés Manuel López Obrador.
No obstante, la realidad en las relaciones entre EE. UU. y México están claramente determinadas por una extensa frontera común que implica asuntos de seguridad como la inmigración ilegal y el crimen organizado, así como el libre comercio. Se prevé que Sheinbaum mantendrá las críticas de López Obrador hacia el Muro antiinmigración de Trump, mientras Harris se sentirá más inclinada a generar ciertos consensos.
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No obstante, el giro aperturista de Sheinbaum hacia China y Rusia recrea preocupación para ambas candidaturas, particularmente porque afecta a los intereses geopolíticos estadounidenses. Washington recela que México pueda convertirse en una esfera de influencia sino-rusa similar a la que Occidente mantiene en Ucrania y Taiwán. A pesar de ello, las relaciones económicas son fluidas: en 2023, México se convirtió en el principal socio comercial de EE. UU. superando a Canadá y China, toda vez el Tratado entre México, EE. UU. y Canadá (T-MEC) sigue avanzando y se espera una revisión para 2026.
Javier Milei: entre el «Make Argentina Great Again» y los fantasmas del pasado
El controvertido mandatario argentino, impulsor de un draconiano programa económico liberalizador y «antiestatista» que ha provocado conmoción socioeconómica, es un ferviente admirador de Trump, quien tampoco ha dudado en elogiar a Milei utilizando su famoso slogan «Make America Great Again». El apoyo de Elon Musk a la candidatura de Trump y su sintonía con Milei podrían igualmente determinar una relación más estrecha que se fortalece por el acérrimo anti izquierdismo y el liberalismo a ultranza que pregonan Trump y Milei.
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Más tensa se prevé la relación de Milei con Harris, especialmente tomando en consideración la incendiaria retórica del argentino hacia cualquier candidatura progresista y su rechazo a la agenda feminista y LGTBI. Con todo, el futuro de la relación entre ambos gobiernos dependerá de los resultados del desempeño económico argentino y de la posibilidad de retorno de crisis del pasado: nuevo «corralito»; default financiero; éxodo migratorio.
Brasil y Colombia: estrellas opacadas
Ambos países han perdido cierto interés en las agendas electorales estadounidenses. Trump y Harris siguen observando a Brasil más como un rival que un socio geoeconómico por ser la segunda mayor economía hemisférica tras EE. UU. En el caso colombiano se impone la seguridad (narcotráfico y el crimen organizado) aunque los avances en los Acuerdos de Paz suscritos en 2016 han revertido en Washington esos canales de atención hacia Bogotá.
Con su acostumbrado rechazo hacia los líderes de izquierdas, Trump parece encaminado a restarle mayor importancia a sus relaciones con Lula y Petro, especialmente al tener en cuenta que su amigo y aliado Jair Bolsonaro ya no gobierna en Brasilia y que la derecha «uribista» pierde terreno en Colombia. Harris no parece especialmente preocupada por temas ideológicos o de afinidad política, razón por la que se prevé que mantendrá el multilateralismo pero sin desestimar los imperativos geopolíticos.
Nayib Bukele: ¿el nuevo «gendarme necesario»?
La consolidación del poder de Bukele en El Salvador, confirmada por su reelección en febrero pasado, implica perspectivas de realpolitik para Trump y Harris. Resulta paradigmático que Bukele sea admirador de Trump; no obstante, el candidato republicano le ha criticado porque su punitiva política de seguridad presuntamente ha permitido que «criminales salvadoreños lleguen a EE. UU.».
Con todo, las políticas de Bukele irían en consonancia con las medidas restrictivas de Trump en materia de inmigración ilegal y crimen organizado. Salvo algunos inconvenientes que podrían surgir en cuanto al tratamiento de la inmigración salvadoreña en EE. UU., Trump parece apostar decididamente por mantener una relación normalizada con Bukele, incluso vía inversiones económicas. Muy diferente parece ser el enfoque de Harris, más preocupada por el retroceso democrático ante el creciente autoritarismo de Bukele y la situación de los derechos humanos en el país centroamericano.
Integración
A diferencia de las experiencias de integración hemisférica presentadas entre 1990 y 2010 (MERCOSUR, ALBA, UNASUR, PETROSUR, CELAC), América Latina presenta actualmente un bajo perfil. Por tanto, ni Trump ni Harris parecen apostar por un cambio de timón hacia algún tipo de alternativa de integración. A diferencia de antaño (NAFTA y ALCA de Bill Clinton; Iniciativa para las Américas de Bush) la integración hemisférica no aparece ahora como una clave específica que determine el curso de las relaciones entre EE. UU. y América Latina.
La perspectiva de renegociar acuerdos bilaterales por separado con determinados países parece ganar peso en ambas candidaturas. No obstante, el proteccionismo de Trump, especialmente visible en su intención de imponer aranceles hemisféricos, podría suponer un distanciamiento aún mayor con sus vecinos latinoamericanos.
Los actores externos
China
Si en algo parecen coincidir Trump y Harris, es en observar que China es el principal rival geopolítico de Estados Unidos tanto a nivel global como hemisférico. Beijing es el principal socio comercial de América Latina y el Caribe, con un volumen de intercambios de US$ 485.000 millones en 2023. Países como Brasil, Venezuela, Cuba, Nicaragua, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia tienen en el gigante asiático su principal socio comercial.
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Se prevé que Harris mantenga la política de Biden sobre compromisos bilaterales con Beijing, toda vez Trump apunta hacia una política más proteccionista y comercialmente restrictiva a través de mayores aranceles contra China. Cómo repercutirá en América Latina el pulso geopolítico global entre EE. UU. y China será una materia a tener en cuenta durante la próxima presidencia en la Casa Blanca.
Rusia
Aunque sin constituir exactamente una prioridad, Rusia ha polarizado la campaña electoral en EE. UU. aunque no al nivel de las elecciones de 2016. Mientras a Trump no parece importarle estratégicamente la presencia rusa en América Latina, Harris sí lo observa con mayor preocupación, tomando en cuenta las alianzas militares y geopolíticas de Moscú con Venezuela, Nicaragua y Cuba.
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Desde el punto de vista estratégico, y más allá de la retórica, la preocupación para Trump y Harris está en observar hasta qué punto Rusia puede obtener mayores ganancias hemisféricas de la mano de su aliado geopolítico chino. No obstante, ambas candidaturas parecen concordar en que Moscú estará casi absolutamente concentrado en el conflicto con Ucrania y la OTAN, lo cual puede restarle capacidad de reacción ante tensiones hemisféricas específicas como la posibilidad de un cambio de gobierno en Venezuela.
Irán e Israel
La ampliación de las tensiones en Oriente Próximo hacia la confrontación proxy entre Israel e Irán en torno al Líbano, Yemen y Gaza alcanza cierto radio de influencia en América Latina. Trump es un ferviente defensor de Israel y mantiene una sintonía particular con el primer ministro Benjamín Netanyahu. A nivel hemisférico, su aliado más fiable en ese sentido es el argentino Milei, de origen judío y ansioso por recuperar la alianza de Buenos Aires con Washington y Tel Aviv.
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Harris ha criticado la desproporcionada ofensiva israelí en Gaza mientras mantiene un prudente distanciamiento ante la crisis en el Líbano, pero sin alterar la relación estratégica que Washington mantiene con Tel Aviv. El trasfondo es un enemigo común: Irán, aliado de China y Rusia y cuya presencia en América Latina (extensiva a través de aliados de Teherán como el partido islamista libanés Hizbulá) se reproduce en países díscolos para los intereses estadounidenses como Venezuela, Cuba, Nicaragua y Bolivia, en este último caso incluso a nivel de cooperación nuclear.
Unión Europea
Más allá de los compromisos atlantistas y de la concordancia de intereses en cuanto a la defensa de la democracia (caso Venezuela), ni Trump ni Biden ha construido algún tipo de estrategia transatlántica que implique un mayor compromiso europeo con los asuntos hemisféricos.
Trump parece tener una mayor iniciativa al tejer alianzas con líderes europeos, política e ideológicamente afines (Orban, Meloni, VOX, Le Pen) que tienen incidencia hemisférica a través de Milei, Bolsonaro o el chileno Kast. Para Harris, la relación con la UE prioriza los compromisos atlantistas vía OTAN, muy condicionados por la guerra de Ucrania. Con ello perpetúa la visión continuista del presidente Biden de observar a la UE como un interlocutor aliado a la hora de consolidar los intereses hemisféricos estadounidenses en América Latina.
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