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¿Es posible una nueva Guerra de Corea?

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En medio de un cambio estratégico en la península de Corea, Kim Jong-un, líder supremo de Corea del Norte, ha sorprendido al mundo con una drástica modificación constitucional. Esta medida marca un quiebre significativo en la relación entre ambas Coreas y sus relaciones con actores internacionales clave como China, Rusia y Japón. En este análisis, el alumno del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico y el Curso de Experto en China de LISA Institute, Miquel Ribas, explora las implicaciones de esta decisión, sus conexiones internacionales y las posibles consecuencias para la seguridad en Asia Oriental.

Recientemente, Kim Jong-un, el líder supremo de Corea del Norte, ha anunciado la solicitud de autorización del Partido de los Trabajadores de Corea para realizar una modificación constitucional que declarase a Corea del Sur como el principal enemigo del país, así como la renuncia a la reconciliación y la reunificación. Esta decisión es de especial relevancia, pues rompe con una doctrina basada en la búsqueda de la reunificación de toda la península y de un territorio al que Pyongyang consideraba como propio, que habían mantenido sus dos predecesores, tanto Kim Il-Sung como Kim Jong-il.

Del mismo modo, la destrucción del arco de la reunificación situado en Pyongyang parece mostrar que Kim Jong-un no está dispuesto a dar marcha atrás en su decisión. Igualmente, en los últimos años Pyongyang ha venido reforzando sus relaciones con China (las cuales habían sufrido un deterioro tras el asesinato en 2013 de Jang Song-thaek, considerado un dirigente cercano a China), como connota la participación de una Delegación China en el septuagésimo quinto aniversario del fin de la Guerra, la visita de Xi a Pyongyang en 2019 o las reuniones entre ambos líderes en Pekín en el marco de las cumbres con Trump

Además, las relaciones entre Moscú y Pyongyang han mejorado sustancialmente a causa de la Guerra de Ucrania. Corea del Norte ha sido uno de los pocos Estados quienes no han condenado la agresión rusa contra Ucrania. Al mismo tiempo, se han registrado un incremento de reuniones bilaterales tanto entre los dos principales mandatarios (Putin y Kim) en Vladivostok, así como sus jefes de diplomacia, con visitas de Lavrov a Pyongyang y la reciente reunión de Choe Son-hui, ministra de Asuntos Exteriores de Corea del Norte en su visita a Moscú con invitación a Putin para visitar Corea del Norte y el impulso de la cooperación militar entre Moscú y Pyongyang.

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Asimismo, las relaciones entre Tokio-Seúl-Washington igualmente han experimentado una mejora relevante tras la llegada de Yoon Suk-yeol a la presidencia de Corea del Sur y Fumio Kishida a la jefatura del gobierno japonés, quienes se han integrado en la OTAN, en la Cumbre de Madrid 2022 y en Vilna en 2023 en la que líderes asiáticos participaron y donde comparten un recelo común hacia la amenaza que Rusia y el desafío de China representan para el Orden Mundial. Kishida, por ejemplo, abogó por considerar los desafíos del Indo Pacífico homologables a los del Atlántico y a expandir la cooperación de la OTAN en la región. Un contexto, en el cual hasta ahora simplemente el Reino Unido (en el Tratado de los Cinco Ojos o el AUKUS), junto con Francia, tienen presencia militar.

Estas nuevas dinámicas representan una nueva reorganización del sistema de seguridad en la región de Asia Oriental que recuerda a aquella que tuvo lugar durante la Guerra Fría. En este punto es necesario plantearse si el cambio constitucional planteado por Kim, renunciando a la reunificación y asignando a Seúl como principal enemigo, puede dar lugar a un nuevo conflicto bélico entre ambas Coreas. Para ello, sin embargo, es necesario llevar a cabo una revisión de las causas por las que la Guerra de Corea tuvo lugar, así como las características del entorno regional.

Guerra de Corea (1950-1953): un choque de nacionalismos

La proclamación de dos Estados en las zonas ocupadas de la península por parte de EE.UU. y de la URSS generó una disputa en torno a la soberanía sobre toda la península, fue la causa de la Guerra de Corea. Bien es verdad que, históricamente, a la Guerra de Corea de 1950 a 1953 se le ha dado una dimensión internacional, presentándola como el primer conflicto de la Guerra Fría en la que las dos superpotencias se enfrentaron. Sin embargo, esta más bien podría ser definida como una guerra civil coreana con participación de fuerzas internacionales (Spitaels, 2009, pág. 151). 

Cabe señalar que ni Washington ni Moscú estaban interesados en una contienda bélica en la península coreana. Moscú, a pesar de haber suministrado material bélico sofisticado a Pyongyang (Anthony, 1998, págs. 151-152), no quería una agresión contra la parte sur, como demuestran las reiteradas negativas de Stalin a las peticiones de Kim Il-Sung de unificar toda la península bajo un único Estado comunista si esto implicaba una confrontación bélica con EE.UU. Por otro lado, Washington, a pesar de apoyar a Sygnman Rhee y a Seúl, tampoco estaba interesado, ya que no suministró ningún tipo de armamento a Seúl para repeler un potencial ataque de Pyongyang como se connota en el hecho que al inicio de la guerra las fuerzas surcoreanas fueron barridas por los tanques y carros de combates soviéticos del Ejército Popular de Corea. Del mismo modo, China tampoco estaba interesada en una guerra pues, ya en el transcurso de las hostilidades, Pekín advirtió que solamente intervendría en caso de que las fuerzas estadounidenses y surcoreanas atravesaran el paralelo 38, algo que denota que, en principio, Pekín aceptaba la división (Spitaels, 2009, págs. 150-151). 

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Así, la Guerra de Corea puede sintetizarse en un choque del nacionalismo de Rhee y de su némesis, Kim Il-sung, en torno a la unión de Corea en un sistema político diferente, entre el comunismo que defendía Pyongyang y el capitalismo que abogaba Seúl dado que ni el uno ni el otro estaban dispuestos a aceptar la división de manera permanente.

Relaciones intercoreanas del fin de la Guerra a Kim Jong-un

A pesar de la existencia de todo un conjunto de paralelismos entre la situación que tuvo lugar en 1950, cuando las fuerzas del Ejército Popular de Corea cruzaron la frontera invadiendo el territorio del sur, hay algunas diferencias significativas que hay que tener en cuenta para entender qué puede suceder en el futuro o elaborar una prospectiva.

Inicialmente, hay que tener en cuenta que las relaciones entre Seúl y Pyongyang siempre han estado caracterizadas por la cooperación y la confrontación, incluso durante la Guerra Fría. Durante la Primera República de Corea, que tuvo lugar durante el mandato de Sygnman Rhee, entre 1948 y 1960, las relaciones entre Pyongyang y Seúl fueron inexistentes. Por otro lado, tras la fundación de la Tercera y la Cuarta República bajo el liderazgo del general Park Cheun-hee, a pesar de defenderse ambos como el único gobierno de Corea, desplegaron iniciativas de acercar posturas a través de la Nordpolitk la que parecía emular la Ostpolitik de Willy Brand. Asimismo, se combinaron episodios de tensión como los intentos de asesinato de líderes surcoreanos a través de operaciones de los Servicios de Inteligencia Norcoreanos, el Asalto a la Caza Azul en 1968 o el atentado de Rangun en 1983.

Igualmente, durante la época democrática de Corea del Sur, a partir de la fundación de la Sexta República y el cambio de liderazgo en Corea del Norte con la transferencia de poder entre Kim Il-sung y Kim Jong-il tras la muerte del primero, las relaciones intercoreanas han seguido el mismo patrón de cooperación y confrontación. Al inicio del siglo XXI, cuando accedió a la Casa Azul (sede de la presidencia de Corea del Sur), el presidente Kim Dae-jung tuvo algunos hitos reseñables que tuvieron lugar en el marco de las relaciones Seúl-Pyongyang. Desarrolló la “Política del Sol” (Sunshine Policy en inglés) que abogaba por una mayor cooperación con Pyongyang. Gracias a esta política se llegó al acuerdo de explotación conjunta del complejo industrial norcoreano Kaesong, las visitas turísticas de surcoreanos al monte Kumgang así como el hecho que Kim Dae-jung se convirtió en el primer Presidente surcoreano en realizar una visita oficial a Pyongyang desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (Romero & Vidal, 2022, pág. 342). 

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Su política fue continuada por su sucesor Roh Moo-hyun, bajo la conocida «Política de Paz y Prosperidad» («Peace and Prosperity Policy» en inglés) así como, más recientemente, por Moon Jae-in, quien inició el deshielo e impulsó lazos diplomáticos con Pyongyang a través de la participación conjunta de atletas norcoreanos y surcoreanos en los Juegos Olímpicos de Invierno en la ciudad surcoreana de Panmunjong en 2018 y la celebración de tres Cumbres Intercoreanas en 5 años. Al mismo tiempo, se atribuye a la diplomacia de Moon Jae-in la celebración de las cumbres de Singapur y Hanói entre Kim Jong-un y su homólogo americano Donald Trump. 

Al mismo tiempo, hubo periodos de confrontación, los cuales tuvieron lugar durante los mandatos de Lee Myung-bak y Park Geun-hye, como el bombardeo de Yeongpyong, el cierre del complejo industrial Kaesong en 2016 tras 14 años de funcionamiento o la retórica agresiva entre Seúl y Pyongyang en el marco de la nuclearización del país que han tenido lugar desde que Kim Jong-un acelerase sus ensayos nucleares en 2013. En estos casos, la retórica militar siempre ha estado presente. Expresiones como «destruir sin piedad», «aniquilar» han sido comunes en la retórica belicista de Pyongyang, quien incluso se refirió a la anterior presidenta, Park Geun-hye como «prostituta» y que ahora parecen encarnados en la figura de Kim Yo-jong, la hermana del líder y actual subdirectora del Departamento de Propaganda y Agitación del Partido del Trabajo de Corea.

Del mismo modo, el nacionalismo de Rhee en torno a su idea de una sola nación coreana y un solo gobierno aún perdura sobre ciertos sectores políticos, a menudo relacionados con el conservadurismo o la derecha sociológica coreana. Los conservadores surcoreanos aún consideran que el régimen de Pyongyang, al igual que sucedió con la extinta República Democrática Alemana, debe desaparecer y Corea unificarse bajo el gobierno de Seúl.

Similitudes y diferencias entre ambos contextos

A pesar de los tambores de guerra que suenan actualmente, la región de Asia Oriental siempre se ha encontrado en gran tensión. Al fin y al cabo se trata de una región la cual aún mantiene fuertes disputas y litigios territoriales al tiempo que las heridas del pasado no han cicatrizado aún como se ve en las mujeres de confort de Corea contra Japón o la disputa de la soberanía en torno a los islotes Dodko/Takeshima, la reemergencia de un nacionalismo étnico japonés que recupera ideas defendidas por parte de la Taisei Yokusankai (Asociación de apoyo al régimen imperial) acompañado por un creciente revisionismo histórico con la visita de líderes del partido gobernante al Santuario Yasukuni donde yacen 13 criminales de guerra de clase A y que es criticado por parte de Pekín y Seúl. 

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Además, la asertividad y el creciente nacionalismo chino del presidente Xi Jinping, el cual gira en torno a evitar que China vuelva a ser humillada por parte de ninguna potencia, como sucedió durante el siglo de las humillaciones, recuperando la grandeza que la potencia asiática tuvo en el pasado y la defensa de sus intereses claves agregando que toda potencia que ose interponerse al Gran Rejuvenecimiento de la Nación China se va a encontrar con «un baño de sangre frente a una gran muralla». La gran mayoría de litigios y disputas se sitúan en la región de Asia Oriental (Taiwán y la disputa por la soberanía del archipiélago Diayou/Senkaku) y en el Mar del Sur de China, como la línea de los nueve puntos o las disputas con Hanoi por la soberanía de los archipiélagos Paracelso y Spratly.

Unas relaciones entre potencias caracterizadas por la desconfianza mutua y en las que ante esta desconfianza se han respondido a través de una militarización regional. Se trata de una región en la que están involucradas 4 potencias nucleares y cuatro de los diez ejércitos más poderosos del planeta y que mantiene una estructura de seguridad similar a la que tuvo lugar en la Europa previa a la Primera Guerra Mundial de paz armada, dónde a pesar de que ningún país quiere la guerra, todos se están preparando para ella.

El mensaje de Kim parece agregar tensión a la región; sin embargo, hay algunas diferencias significativas en torno a la Guerra de Corea que invitan a pensar que es poco probable que una nueva contienda pueda tener lugar. En primer lugar, si atendemos al discurso de Kim, él dijo que «No queremos la guerra, pero tampoco haremos nada para evitarla». Estas palabras son muy importantes, puesto que denota que Kim no quiere la guerra, contrariamente a la Guerra de Corea, la cual tanto Sygnman Rhee como Kim Il-Sung buscaron a partir de una retórica agresiva contra el otro y de la diplomacia, la cual intentaba implicar a Estados Unidos y la URSS (McMahon, 2009, pág. 86).

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Igualmente, hay que agregar los potenciales peligros que supondría una contienda con Pyongyang en relación con el futuro del arsenal nuclear y el peligro que pudiese suponer que este terminase en manos de organizaciones no estatales como organizaciones terroristas vendidas en el mercado negro y las implicaciones que supondría para la seguridad mundial.

 Además, realizando un paralelismo con la Guerra de Corea, tiene que ver con el hecho de que, en aquel momento, Japón y China estaban muy débiles. Japón estaba desarmado y derrotado tras la guerra y China había estado prácticamente en conflicto desde la Revolución de Xinhai con lucha contra señores de la Guerra, la Segunda Guerra Sino Japonesa y la Guerra Civil. Finalmente, en 1950, solamente Estados Unidos y la URSS contaban con armamento nuclear que estaba, de lejos, menos desarrollado que las capacidades nucleares y termonucleares que China, Rusia, Estados Unidos y Corea del Norte poseen actualmente.

Posicionamiento de demás actores internacionales en torno a una hipotética guerra

Por otro lado, en el ámbito internacional o de aquellos actores que pudiesen verse implicados en el conflicto, ninguno de ellos tiene interés en la caída del régimen de Pyongyang o el colapso del Estado norcoreano. En el caso de Corea del Norte, una guerra con Seúl o Washington supondría el fin del régimen en un contexto en el cual gracias a su acceso al arsenal nuclear y al termonuclear, al tiempo que cuenta con unas fuerzas convencionales nada desdeñables, aunque su equipamiento es obsoleto en contraste con sus rivales surcoreanos, con aproximadamente 1,3 millones de soldados en activo y medio millón de reservistas, el régimen dispone de una disuasión suficiente para evitar que ninguna potencia (ni siquiera Estados Unidos) se atrevería a atacar suelo coreano. Se trata, en esencia, de la Disuasión Nuclear que imperaba en la Guerra Fría a partir del coste inasumible que supondría un enfrentamiento con una potencia nuclear. 

Seúl, por su parte, no tendría capacidad para absorber a 25 millones de coreanos en un contexto en que su economía presenta problemas relevantes como connota el hecho que la mayoría de jóvenes surcoreanos no muestran interés en el fin de la guerra o una potencial reunificación. Se ven más preocupado por los problemas internos que atraviesa el país a raíz del agotamiento del milagro del río Han y la falta de oportunidades para los sectores que pertenecen a las denominadas «cucharas de la tierra», movilizadas contra la falta de ascenso social, frente a las “cucharas de oro”, que disponen de la gran parte de los privilegios. 

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Del mismo modo, Seúl aún tiene en la memoria los esfuerzos que tuvo que hacer la Alemania Occidental al absorber la Alemania Oriental, donde los alemanes del oeste tuvieron que contribuir con el pago de un impuesto para la reunificación con objeto de ayudar a costear la reconstrucción que se prolongó hasta 2021. Además, a pesar de la unificación, aún hay una brecha significativa entre los niveles de riqueza entre aquellos que habitaban en la zona occidental con los orientales. En el caso coreano, tras más de 70 años separados, la brecha económica entre ambas Coreas es significativamente superior, como connota el hecho de que Corea del Sur dispone de una economía un millón de veces mayor que la norcoreana. Un contexto que implicaría un despliegue de recursos económicos enormes para la reconstrucción y la nivelación de la economía del norte que parece difícil que Seúl pueda asumir. 

Asimismo, a pesar de la retórica belicista de Washington, la propia Casa Blanca obtiene beneficios de la existencia de Corea del Norte. Más allá de la magnificación de la amenaza por parte de Pyongyang contra Washington, es imposible que un pequeño país de 25 millones de habitantes y una treinta de ojivas nucleares pueda destruir a EE.UU. A pesar de tener capacidad para un primer ataque, la respuesta de Washington significaría la destrucción total del régimen. Del mismo modo, la amenaza de Pyongyang contribuye a generar el pretexto de una gran amenaza contra la seguridad que impulse el desarrollo del complejo militar-industrial de EE.UU. al tiempo que justifica la inversión en defensa y su participación en Asia Oriental que permite a Washington centrarse en contener el ascenso de China, manteniendo, en virtud del Tratado de Defensa Mutua soldado en suelo coreano, el único enclave continental, puesto que el resto de fuerza en Asia es insular.

China, por su parte, tampoco está interesada en una guerra por tres motivos principales. En primer lugar, el colapso del régimen de Pyongyang significaría una absorción por parte de Corea del Sur, que supondría que un Estado aliado de Estados Unidos donde Washington mantiene aún hoy día a 30.000 soldados aproximadamente compartiese frontera, podría implicar la ruptura del equilibrio de poder regional.

Por otro lado, el fin del régimen generaría un flujo migratorio hacia el país en la región de Manchuria donde ya hay una importante minoría coreana. Esto podría vincularse a la aparición de movimientos nacionalista o independentistas ajenos a Pekín (que puede vincularse a la aparición de los tres demonios que Pekín considera: terrorismo, separatismo, extremismo).

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Finalmente, una guerra con Corea del Norte, dado el elevado nivel de armamento nuclear y termonuclear, generaría unos niveles de destrucción enormes donde, muy probablemente, gran parte del tejido industrial de Corea del Sur, Japón y de China se verían afectados (Spitaels, 2009, págs. 174-175). Esta destrucción del tejido productivo generaría problemas económicos para el crecimiento y el desarrollo económico que Pekín prioriza para obtener el Gran Rejuvenecimiento de la Nación China. 

En este contexto, la política de Pekín hacia las acciones de Corea del Norte son claras en el sentido que si Corea del Norte lanza un ataque unilateralmente que pudiese amenazar a Estados Unidos, Pekín no va a intervenir en defensa de Pyongyang. Sin embargo, si es Pyongyang el que es atacado, China responderá con firmeza en defensa de sus intereses. En otras palabras, si Pyongyang es el agresor, China no le defenderá. Si Pyongyang es el agredido, China intervendrá.

Además, el fin del mandato del anterior presidente surcoreano Moon Jae-in ha implicado un cambio en política exterior del nuevo presidente Yoon Suk-yeol quien sigue una línea más similar a aquella de Rhee basada en el refuerzo de la cooperación con Washington, distanciándose del acercamiento de su predecesor hacia Moscú. Yoon ha apoyado sin fisuras a Kiev, lo cual ha implicado el cambio de política de Moscú para apostar por Pyongyang frente a Seúl frente a la equidistancia que el Kremlin mantenía con Moon Jae-in.

Pyongyang se ha convertido igualmente en un aliado relevante de Moscú, dado que sus elevadas reservas de proyectiles y armamento que Moscú demanda en la Guerra de Ucrania han contribuido a fortalecer lazos y la demanda de ayuda humanitaria de Pyongyang. En este punto, se podría encontrar un paralelismo con la Guerra de Corea original, puesto que en aquel momento la Unión Soviética estaba interesada en la negociación del orden en Europa tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. En aquel momento, Stalin no tenía un gran interés en Asia Oriental. El líder soviético buscó enredar a Estados Unidos en un conflicto militar en la península coreana y prevenir el estallido de una tercera guerra mundial con objeto de obtener una ventaja en el equilibrio de poder mundial. A pesar del impulso de la cooperación militar entre Moscú y Pyongyang, es poco probable que Moscú, enfangado en el conflicto con Ucrania y la OTAN, quiera abrir otro frente en Asia Oriental.

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Además, en el marco de la Guerra que tiene lugar en Ucrania y la política del «Giro hacia el Este» (Turn to the East) del presidente Putin, buscando impulsar relaciones económicas y comerciales con Estados asiáticos, un conflicto en Asia Oriental con los devastadores efectos sobre las economías, repercutiría significativa en la ya fuertemente sancionada economía rusa.

Por lo tanto, es probable que un incremento de tensiones le sea positivo en tanto en cuanto distrae a Estados Unidos de Europa (como ha connotado la situación de Israel y Palestina), pero en ningún caso quiere una escalada. Hay que agregar, también, que un conflicto nuclear podría tener efectos nocivos (en términos de radiación) en la mayor parte del Lejano Este ruso o el deterioro de las inversiones llevadas a cabo por Moscú en la construcción de infraestructuras en la región, oleoductos y vías férreas y el desarrollo económico de Siberia y el Lejano Este ruso.

Objetivo: incrementar la tensión para obtener concesión

Por todas estas razones, es altamente improbable que una nueva Guerra de Corea tenga lugar a pesar del bandazo y de la ruptura de relaciones que ha causado Kim Jong-un con la renuncia a la reunificación y la declaración de Seúl como enemigo número uno del régimen. En este contexto, se podría extrapolar a aquella que se vivió en el marco de la presidencia de Ronald Reagan en sus relaciones con la URSS, puesto que, recalcando las dos etapas de su mandato presidencial, se encuentran dos diferenciadas. Su primera etapa se caracterizó por una política de línea dura contra la URSS y el comunismo, criticando la política de la distensión y el detente, al tiempo que abogaba por reforzar las capacidades militares a través de la Iniciativa de Defensa Estratégica encarnando en él un odio visceral por un régimen que consideraba tan inmoral como traicionero y poco fiable (McMahon, 2009, pág. 214). 

Sin embargo, tras la llegada de Mijaíl Gorbachov al cargo de Secretario General de la URSS y con base en buscar acuerdos en materia de regulación de armamento nuclear, la percepción de Reagan en torno a la Unión Soviética cambió, a quien pasó de describir como el Imperio del Mal a expresar, en su discurso en la Universidad Estatal de Moscú, su respeto por el pueblo soviético en nombre del pueblo americano. (McMahon, 2009, pág. 238) Para Anatoly Chernayev, consejero de Gorbachov, el dirigente soviético buscaba acabar con la carrera armamentística y la amenaza nuclear porque consideraba que nadie se atrevería a atacar a la URSS a tenor de que poseía el arsenal suficiente para disuadir de un ataque además de sus fuerzas convencionales (McMahon, 2009, págs. 234-235). 

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Probablemente, Kim quiera emular a aquello que hizo Reagan con la Unión Soviética a tenor del precedente de las buenas relaciones que tuvo con Donald Trump a lo largo de su mandato, las que se refirieron como una amistad especial y la posibilidad que este pueda resultar elegido en las elecciones de Estados Unidos Al fin y al cabo, como argumenta Andrei Lankov, uno de los mayores expertos en Corea del Norte, define a Kim Jong-un como un líder «muy inteligente, realístico, extremadamente pragmático y seguramente el líder más maquiavélico de conjunto de líderes mundiales». No hay que olvidar que las cumbres de Kim y Trump tuvieron lugar tras un incremento de tensión derivada de acelerar los ensayos nucleares por parte de Pyongyang. Es preciso, en este contexto, recordar las expresiones de «fuego y furia jamás visto» u «hombre cohete», así como «domar al viejo chocho». Sin embargo, posteriormente, con la mediación de Moon Jae-in, se produjo un acercamiento impensable pocos meses antes.

Hay que agregar que la combinación de amenazas con otras medidas en una estrategia que sigue los principios del palo y la zanahoria no es nueva, ya que tanto Kim Il-Sung como Kim Jong-il ya la utilizaban combinando amenazas y retiradas de diplomáticos como medio para obtener sus propios fines. Un contexto que en el que, a tenor del hecho de que en Corea del Norte el poder es personal e intransferible, parece que Kim Jong-un sigue este esquema.

Así pues, si Kim ha impulsado estos cambios, muy probablemente ya tendrá un objetivo en mente para obtener alguna concesión, una situación que ya se ha dado numerosas veces cuando Corea del Norte ha demandado ayuda humanitaria del exterior ofreciendo algo que, posteriormente, no ha cumplido como el derrumbe de la Central Nuclear de Yongbyon y la promesa de renuncia al programa nuclear mientras llevaba a cabo el desarrollo de un programa nuclear secreto (al fin y al cabo, esto tampoco es nuevo, ya que Corea del Norte se ha caracterizado por no respetar el Pacta Sum Servanda). 

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En este contexto, Kim es consciente de que una guerra sería su fin y el de su régimen y esto no es algo que le interese especialmente. Por todas estas razones, los cambios que ha anunciado hacen poco probable que Pyongyang pueda lanzarse a una nueva guerra con Seúl, similar a aquella que tuvo lugar en 1950, en tanto en cuanto el orden regional ha cambiado dada la creciente militarización y el desarrollo nuclear, al tiempo que ninguna potencia está interesada en un conflicto a gran escala. El discurso de Kim más bien puede ser una muestra de un intento de invocar escalada regional para, en el marco de las conversaciones diplomáticas, obtener ciertas concesiones que el Estado probablemente necesita, pero que no son conocidas dado el elevado hermetismo del régimen. 

Probablemente, pueda haber un incremento de tensiones a las que la región ya está acostumbrada, como lanzamientos de misiles balísticos, algún test nuclear o el impulso de los ejercicios militares conjuntos entre Washington y Seúl, pero un enfrentamiento directo entre ambos es altamente improbable a tenor de los riesgos que tendría para todas las potencias implicadas, Pyongyang el primero. 

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