En este artículo, Martín Álvarez analiza la visión geopolítica de Alexandr Dugin, centrada en la defensa de un orden multipolar. El autor explora cómo Dugin interpreta las protestas sociales y el auge del soberanismo como fracturas del liberalismo occidental, y cómo recurre a la teoría de la complejidad para justificar la expansión de la influencia rusa.
Alexandr Dugin, uno de los ideólogos rusos más próximos a Putin, sostiene que el mundo se dirige hacia un escenario multipolar liderado por grandes civilizaciones soberanas. Desde esta óptica, interpreta las protestas en países como Georgia como injerencias externas y ve en el auge del soberanismo en Europa del Este un signo de ruptura con el orden liberal occidental.
La multipolaridad y los grandes estados-civilización en la visión geopolítica de Dugin
En una entrevista reciente, Alexandr Dugin, influyente intelectual ruso conocido por ser uno de los principales asesores de Putin, desgrana su interpretación del discurso del presidente ruso pronunciado en el foro anual del Club de Discusión Valdai.
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Dugin comienza su análisis subrayando una distinción que considera crucial entre el presidente estadounidense Donald Trump y Putin.
Mientras que los discursos del primero se caracterizan como «memes» (fragmentos descontextualizados, sin coherencia ni trascendencia, donde «dice algo gracioso, baila, salta, guiña el ojo, amenaza, asusta y luego se retracta»), los de Putin forman un proyecto filosófico más amplio y sistemático que se despliega con el tiempo.
Es así como el líder ruso ha venido profundizando en la multipolaridad como nuevo eje geopolítico internacional.
Se ha abandonado, según Dugin, el antiguo «mundo bipolar» o «unipolar», así como el «sistema westfaliano de estados-nación, donde cara uno supuestamente es soberano, pero en realidad no lo es». En contraposición, el nuevo modelo geopolítico internacional debe guiarse por la multipolaridad en la que los polos son los grandes «estados-civilización» verdaderamente soberanos.
Dugin traza un paralelismo histórico con la época previa al colonialismo, cuando existían civilizaciones-estado como el Califato Islámico, la civilización india, el Imperio chino, los reinos africanos, los imperios de Europa Occidental y el Imperio Ruso-Bizantino.
Esta última referencia reviste una significancia doctrinal particular en su ideología, ya que evoca la teoría de Moscú como la Tercera Roma. Este concepto articula la legitimidad histórica de la Rusia moderna como sucesora imperial tras el colapso de Roma y Bizancio.
Este discurso multipolar promueve estructuras geopolíticas horizontales entre alianzas de centros de poder (Rusia, China, India), en detrimento de la unipolaridad estadounidense y su liberalismo globalista. La nueva arquitectura mundial no sería una jerarquía centrada en Occidente, sino una constelación de espacios civilizacionales. En cada uno, se preservaría la autonomía estratégica y la identidad cultural de sus respectivos polos.
La teoría de la complejidad según Dugin
Para Dugin, «Putin está trazando esta transición, no solo teóricamente sino también en la práctica» hacia los estados-civilización. Para ello, el discurso del presidente ruso se apoya en la Teoría de la Complejidad, desarrollada por el pensador francés Edgar Morin.
Según esta teoría, la realidad no opera mediante procesos lineales simples de causa y efecto. En cambio, existe una red de interconexiones e incertidumbre, donde pequeñas acciones pueden generar consecuencias impredecibles y significativas. Dugin ilustra esto con un ejemplo concreto: los efectos que puede tener una simple persona con un iPhone.
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Esta sofisticada elaboración teórica que Dugin articula constituye un velo intelectual que permite al pensamiento ruso justificar la expansión de su esfera de influencia.
Convergiendo con los postulados del realismo ofensivo de autores como John Mearsheimer, esta retórica de la complejidad respalda la necesidad de proteger la identidad rusa. Parte de una realidad en la que cualquier agente internacional, por pequeño o aparentemente irrelevante que sea, puede tener capacidad disruptiva.
En otras palabras, la filosofía de la complejidad se convierte en un instrumento conceptual que legitima tanto el refuerzo defensivo como las iniciativas estratégicas ofensivas.
Putin, ‘poli bueno’; Medvedev, ‘poli malo’
Para Dugin, «cada uno tiene su papel». Muestra a Putin como un líder reflexivo, teórico y con rasgos filosóficos, «amable y flexible en sus declaraciones».
Por otro lado, Medvedev es el líder duro, brusco y «a veces poco diplomático» que resulta necesario para encajar con la mentalidad occidental. Responde directamente a líderes como Trump con comentarios breves, incisivos y precisos.
Dugin y la situación en Georgia: ‘masas desarraigadas y mentalmente débiles’
Dugin menciona la situación en Georgia para ilustrar su tesis sobre la injerencia occidental. Según él, las actuales protestas del país no son expresiones legítimas de la sociedad civil, sino intentos orquestados por Occidente para derrocar gobiernos «indeseados».
Afirma que no se busca crear una oposición real, sino movilizar «elementos libres» de la población: personas marginales, «locos», predicadores callejeros y «quienes han cambiado su orientación sexual». Los describe como «fragmentos volubles», «átomos dispersos» incapaces de articular una política constructiva, reduciendo las movilizaciones a «masas desarraigadas y mentalmente débiles».
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Paradójicamente, Dugin recurre a la Teoría de la Complejidad para sostener que incluso «la escoria sin valor» puede alterar el destino de un país o la geopolítica global. Este argumento revela una contradicción: parte de una visión sofisticada sobre la interconexión internacional para terminar descalificando los movimientos sociales como irracionales y patológicos.
En realidad, esta simplificación cumple una función ideológica: deslegitimar cualquier protesta democrática en el espacio postsoviético, presentándola como una amenaza caótica impulsada por fuerzas externas.
La interpretación de Dugin reduce el movimiento ciudadano georgiano a una conspiración externa, ignorando las causas internas. Entre ellas destacan las denuncias de fraude electoral, la suspensión de negociaciones con la UE y el rechazo a la deriva prorrusa del gobierno de Sueño Georgiano.
La reconfiguración de los Estados del Este de Europa
Dugin analiza la evolución política en Europa del Este, comenzando por la República Checa, donde Andrej Babiš ha llegado al poder. Aunque no es prorruso, Dugin señala que su enfoque «dista de la hostilidad abierta hacia Rusia que caracterizaba a gobiernos anteriores».
Interpreta esto como un giro hacia la lógica pragmática del interés y la soberanía nacional.
El pensador extiende esta idea a Polonia, afirmando que incluso un país «que nada tiene de prorruso» está priorizando su soberanía frente al proyecto europeo. Para reforzar su argumento, cita a Bogdanov («La Gran Europa del Este») y su tesis sobre la formación de una geopolítica independiente de Europa Occidental, que conduciría a una comunidad soberana en Europa del Este. Dugin interpreta esta ola soberanista como una fractura del proyecto de integración europea, lo que considera positivo para la multipolaridad.
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Este discurso, aunque revestido de pragmatismo, encubre una estrategia revisionista: debilitar la cohesión de la UE y fomentar espacios autónomos que reduzcan la influencia euroatlántica. Desde una perspectiva geopolítica clásica, esta dinámica conecta con la advertencia de Halford Mackinder sobre la importancia del «eje del Este europeo» como puerta del Heartland: quien controle esta franja condiciona el equilibrio global.
La narrativa duginiana instrumentaliza el soberanismo para legitimar un orden multipolar que erosiona el marco normativo europeo y normaliza la competencia de esferas de influencia.ee.
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