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Los Fondos NextGeneration: ¿el Plan Marshall de la Unión Europea?

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Los Fondos NextGeneration refuerzan el liderazgo geopolítico de la UE mediante condicionalidades estructurales, promoviendo sostenibilidad, innovación y una identidad europea común tras la crisis del COVID-19.

Los Fondos NextGeneration, impulsados por la Unión Europea, no solo ayudan a reconstruir el continente tras la crisis del COVID-19. También representan una herramienta geopolítica clave para Bruselas.

De forma similar, el Plan Marshall de 1948 consistió en un sistema de ayudas económicas de EE.UU. a Europa. Su propósito era fomentar la reconstrucción del continente en un contexto postbélico. Buscaba evitar la expansión comunista, fortalecer relaciones económicas, consolidar una red global capitalista y asegurar una esfera de influencia que formó el bloque occidental-capitalista.

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Aunque las estrategias y dinámicas de ambos planes son diferentes, sus objetivos son similares. Ambos constituyen instrumentos de soft power e influencia económica.

Las ayudas económicas como instrumento de soft power

Los planes de reconstrucción o ayudas económicas internacionales son un conjunto de medidas financieras, institucionales y técnicas. Estas son promovidas por uno o varios actores (normalmente Estados u organizaciones internacionales).

Su objetivo es reactivar, estabilizar o transformar la economía de un país o región tras una crisis profunda. Estos planes pueden incluir transferencias directas de fondos, préstamos, inversión pública, reformas estructurales, cooperación técnica o condicionalidad política. 

En el caso del Plan Marshall estadounidense, se trató de transferencias directas de fondos en forma de subvenciones y préstamos. En cambio, la Unión Europea aplica un sistema basado en subvenciones y otorgación de fondos según proyectos, planes o propuestas. Estas deben ser elaboradas por organismos, empresas o particulares, y están condicionadas al cumplimiento de requisitos previos y a la aprobación de la institución europea responsable. Entre los más destacados se encuentran los Planes Nacionales de Recuperación y Resiliencia.

Los fondos impulsados por la Unión Europea cuentan con un componente estratégico.

Los informes de Mario Draghi y Enrico Letta dirigen la nueva estrategia de la organización regional hacia el desarrollo de una autonomía estratégica. También apuestan por la innovación científica y técnica, y por la maximización de la competitividad de las industrias europeas. Estos nuevos objetivos de modernización se complementan con los valores y principios clásicos europeos, como la sostenibilidad o la inclusión. Juntos, guían la transformación del continente con el fondo NextGeneration como vehículo.

Este giro estratégico de la UE responde a los cambios en las dinámicas globales, donde adaptarse a la era digital se ha vuelto una prioridad. También lo son la competitividad económica y la innovación científica, ámbitos que no eran estrictamente prioritarios para la Unión Europea desde su creación. El contexto actual de desconfianza en las instituciones internacionales y la crisis de los sistemas basados en normas ha forzado a la UE a reajustar sus prioridades. Promover estos fondos es clave para alinearse con el nuevo orden global.

En cuanto a la condicionalidad de ambos fondos, el Plan Marshall incluía una doble condicionalidad, mientras que los fondos de reconstrucción europeos presentan una sola. El Plan Marshall tenía una dimensión económica explícita, basada en compromisos fiscales y devoluciones a largo plazo. También existía una condicionalidad ideológica implícita, es decir, no escrita, basada en la adhesión al modelo capitalista liberal. En cambio, los Fondos NextGeneration no exigen una condicionalidad económica directa. No incluyen intereses a pagar ni obligaciones de devolución clásica para los fondos no reembolsables. Sin embargo, sí implican una condicionalidad estructural o estratégica.

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El «precio» de acceder a estos fondos es comprometerse con una transformación profunda del modelo socioeconómico europeo. Esta transformación debe estar en línea con los valores y objetivos promovidos por la Unión Europea. Como se mencionó antes, estos valores combinan principios tradicionales como sostenibilidad, cohesión social y territorial, inclusión o transición energética. También incorporan objetivos más recientes como competitividad económica, innovación o autonomía estratégica europea. Ambos fondos comparten no solo el objetivo de reconstrucción, sino también una visión instrumental de la condicionalidad. Esta trasciende lo técnico o financiero.

La estrategia europea en el uso de estos fondos refleja un ejemplo claro de soft power o poder blando. Se trata de un uso estratégico de la influencia en el que la Unión Europea es pionera. De hecho, el propio sistema de otorgación de fondos constituye una herramienta de poder blando. Este se alinea con los valores europeos de inclusión e igualdad de oportunidades. Al mismo tiempo, garantiza que los fondos se usen eficazmente y no sean malgastados. A continuación, se presentarán ejemplos específicos para comprender mejor la relación entre fondos europeos y poder blando.

Fondos europeos en acción: sostenibilidad, innovación, cohesión y seguridad

Uno de los ejemplos más evidentes del uso de condicionalidad estructural como poder blando son los Planes Nacionales de Recuperación y Resiliencia (PNRR). Estos planes no solo están disponibles para los Estados miembros y sus gobiernos, sino que también pueden ser impulsados por particulares desde autoridades locales. Dentro del presupuesto, exigen condiciones temáticas mínimas. Normalmente se incluyen ejes como sostenibilidad, transición energética, digitalización o competitividad, cada uno con un porcentaje mínimo del presupuesto total.

Así se garantiza una condicionalidad no económica, pero sí programática y estructural. Esto asegura que la reconstrucción y modernización regional se realicen bajo los valores y criterios europeos. En lugar de que Bruselas imponga estándares mínimos de sostenibilidad o digitalización, las exigencias dentro de los planes ya garantizan esos estándares. De esta manera, la UE encamina el desarrollo regional, económico y social en torno a valores comunes capaces de consolidar una identidad europea.

Desde la perspectiva de la innovación científica, programas como Horizon Europe ofrecen visibilidad y apoyo económico a investigadores. Sin embargo, también incluyen un fuerte componente de competitividad. Las propuestas deben alinearse con prioridades como digitalización, salud pública o transición verde. Además, deben justificar el impacto europeo del proyecto. Es decir, demostrar que el problema abordado es europeo, no solo nacional o regional, y explicar cómo los resultados beneficiarán a toda la sociedad y economía europeas.

En cuanto al fomento de la competitividad, la UE promueve proyectos con potencial de transferencia, innovación y mercado. Estos deben ir más allá del conocimiento académico y tener capacidad de aplicación económica y social. Generalmente, no se financian ideas tempranas. Se exige viabilidad comercial futura o potencial de escalar los resultados en el mercado europeo.

En el marco del Fondo Social Europeo Plus (FSE+), se financian políticas de inclusión, empleo juvenil, formación o igualdad de género. Se exige que las acciones estén vinculadas a los objetivos del Pilar Europeo de Derechos Sociales. Además, se prioriza que estén conectadas con reformas nacionales de impacto medible, como empleabilidad o reducción de brechas sociales. Esto permite alinear las políticas sociales con las prioridades de la UE y demostrar con resultados el éxito de los fondos.

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El último ejemplo es el Mecanismo RescUE y otros fondos de defensa y seguridad. Más allá de la producción de armamento, estos fondos cubren áreas como Protección Civil o ciberseguridad. La UE impone como condición el desarrollo de capacidades compartidas, es decir, europeas y no solo nacionales. También exige que se garantice la interoperabilidad entre Estados miembros.

Con estas iniciativas, la Unión Europea amplía sus capacidades defensivas y de seguridad en un contexto global inestable y de rearme. Además, alinea los proyectos con la doctrina de autonomía estratégica. En este marco, se plantea la posibilidad de crear un futuro ejército europeo con recursos comunes.

Financiar para transformar

Los ejemplos expuestos demuestran cómo los fondos refuerzan el liderazgo geopolítico de la Unión Europea mediante condiciones que promueven un modelo socioeconómico alineado con sus valores. En otras palabras, Bruselas ha logrado reconstruir Europa tras una crisis económica severa y, al mismo tiempo, guiar a los Estados miembros hacia una visión común del futuro, sin importar el ámbito.

Además, la UE, que siempre ha valorado su identidad basada en la diversidad, comienza ahora a construir una verdadera identidad común. Como ilustran los ejemplos, las futuras ciudades europeas serán verdes, inteligentes y competitivas. La investigación convertirá ideas en valor económico y social. Las políticas sociales impulsarán cohesión e inclusión territorial. Y los proyectos de seguridad y defensa estarán centrados en una política supranacional, no solo cooperativa. El objetivo es una Europa más integrada, estratégica, autónoma y cohesionada.

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Esta dinámica, que no es impositiva, también permite proyectar una imagen de Europa como actor global competitivo gracias a su poder blando estructural. Sin embargo, queda por ver si este modelo podrá replicarse fuera del contexto europeo. Parece poco probable, ya que su éxito depende de una arquitectura institucional muy particular.

La combinación de legitimidad compartida, narrativa común y una ciudadanía dispuesta a asumir reformas a cambio de una promesa colectiva de futuro, es exclusiva de la Unión Europea. Más que un modelo exportable, puede considerarse una marca propia de gobernanza europea en el turbulento siglo XXI.


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