Durante décadas, la Yakuza dominó el crimen organizado japonés con jerarquías visibles y relaciones institucionales. Hoy, ese poder se disuelve ante una amenaza más difícil de rastrear: la Tokuryu. Artiom Vnebraci Popa explica cómo su estructura descentralizada redefine el crimen en la era digital.
Durante más de 50 años, el crimen organizado en Japón se encontraba encadenado a las directrices de la Yakuza. Sus claras jerarquías, símbolos visibles en la piel, en la forma de vestir y las buenas relaciones con sectores político-empresariales configuraban una identidad inconfundible. Su existencia misma se simbiotizaba con el tejido social civil y era aceptada como un mal necesario.
Pero con el avance de las cuestiones éticas, las acciones de la Yakuza comenzaron a ganar enemigos tanto entre la población como de las altas esferas japonesas, llegando al rechazo social y la presión institucional para el endurecimiento de las leyes. Esto, en última instancia, asfixió su estructura y la colapsó gradualmente.
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Es en este vacío, que emerge un nuevo actor criminal: la Tokuryu. La traducción significa «flujo» o «liquidez especial». Esta nueva modalidad criminal responde literalmente a su etimología: su estructura híbrida, descentralizada y anónima la convierte en una amenaza profundamente difícil de detectar y más escurridiza que cualquier clan Yakuza. Su emergencia marca el inicio de un nuevo paradigma en el crimen japonés y es efecto directo de los flujos neoliberales de la globalización.
La decadencia de la Yakuza y el surgimiento del vacío
La Ley de Medidas contra el Crimen Organizado y la presión renovada de las autoridades japonesas en los inicios de los 2000, impusieron restricciones financieras, bloquearon canales de financiación y encerraron a cada miembro con delitos graves durante mucho más tiempo. La caída fue paulatina no solo en las cifras, sino también en el imaginario social. La cosmovisión heroica de poder que una vez la Yakuza proyectó comenzó a desmoronarse.
Pero lo que parecía una victoria definitiva, realmente fue el inicio de la transformación operativa del crimen organizado japonés. Las viejas estructuras no desaparecieron, sino que se adaptaron al nuevo modus vivendi.
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Y es en relación con esta transformación y en este espacio vacío donde surge la Tokuryu: sin líderes visibles, sin territorio físico delimitado y con una capacidad de mutación sin igual. A diferencia de la Yakuza (que apostaba por la estabilidad y el control territorial), la Tokuryu apuesta por la descentralización, la compartimentación y el anonimato.
De esta forma, la Tokuryu no es una organización estructurada tradicional, sino un fenómeno criminal que se manifiesta en una red de células autónomas y conectadas de forma periférica, sin jerarquía vertical. Cada una de estas células tiene objetivos y operaciones distintas. Algunas duran operaciones específicas, otras semanas, otras meses y otras años.
Algunas se encuentran formadas por antiguos yakuzas, otras por jóvenes sin antecedentes penales, otras por hackers, otras por estafadores financieros o incluso por actores extranjeros con experiencia en crimen digital. Lo que las une no es un juramento simbólico, sino: el interés pragmático de operar en la sombra. La Tokuryu es la evolución del crimen en la era de la globalización, la hiperconectividad, la ultravisibilidad y la fragmentación social.
Hibridación del crimen: el modus operandi de la Tokuryu y una nueva generación
La Tokuryu opera en una zona gris que la convierte en una entidad híbrida de difícil seguimiento. Su fortaleza base se encuentra en la operatividad tecnológica: criptomonedas, mensajería cifrada, documentación falsificada con IA, mercado negro en la dark web, ataques de reputación, desinformación y operaciones psicológicas dirigidas. Sus operadores no suelen interactuar en persona, contratando de esta forma a los fixers (intermediarios).
Esto, junto a la inexistencia de un líder central que pueda ser neutralizado y colapsar una organización, posibilita que ninguna célula dependa de otra para funcionar. Desarticular un nodo no afecta la operatividad del conjunto de otros nodos. Esta combinación de anonimato, rapidez y sutileza convierte cada célula Tokuryu en una amenaza multidimensional: capaz de atacar simultáneamente a individuos, corporaciones o sistemas estatales dejando un mínimo rastro.
Riesgos que representa la Tokuryu para el Estado japonés
Las instituciones de seguridad japonesas empiezan a desvelar su preocupación por tales células. Sus directrices de seguridad (diseñadas para combatir organizaciones visibles), han quedado obsoletas ante una red que se disuelve antes de ser detectada. La inexistencia de una jerarquía imputable y la tendencia anónima de sus operaciones conllevan a la mayoría de los casos a la fase preliminar.
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A tal hecho se le ha de sumar el garantismo que dificulta la vigilancia, la intervención de las comunicaciones, el registro de pertenencias o propiedades y la colaboración internacional. Mientras las instituciones japonesas intentan no caer en el desequilibrio, la Tokuryu continúa operando: reclutando sin dejar huella, moviendo fondos sin pasar por instituciones económicas clásicas y contratando intermediarios sin necesidad de presencia física. Aún y si se detecta una célula, es poco probable vincularla jurídicamente a casos mayores.
Por consiguiente, el crimen organizado híbrido ya no responde a lógicas territoriales, sino a fluctuaciones anónimas de operaciones distribuidas. La infraestructura crítica del país se encuentra al alcance de actores criminales sin rostro. A su vez, la Tokuryu ha aprendido de la infiltración económica en el tejido social por parte de la Yakuza y comienza a constituir empresas fachada legalmente orientadas. Esto provoca una problemática en el sistema financiero del país, erosionando la confianza del ciudadano promedio en sus propias instituciones.
Pero a largo plazo, el mayor riesgo no es solo operativo, sino institucional: un Estado que no pueda proteger a sus ciudadanos frente a un crimen sin rostro comienza a perder credibilidad y confianza.
El futuro de la Tokuryu: ¿modelo exportable?
La Tokuryu es solo el efecto de una sociedad interconectada y globalizada, y sus métodos (aunque efectivos y originales) ya llevan años implementándose por parte de actores terroristas hostiles o Estados paria. Pero lo preocupante de esta tendencia no es el copycat del modelo, sino la cooperación activa entre estas células y actores criminales transnacionales.
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Se han encontrado supuestas conexiones por parte de la Tokuryu con redes rusas especializadas en ciberataques, así como vínculos con operadores de las Tríadas chinas y mafias nigerianas centradas en fraude digital. No se trata de una expansión tradicional con franquicias o zonas territoriales, sino de una convergencia de actores con una formulación criminal en común: descentralización, anonimato, tecnología y liquidez operativa.
En este escenario, la Tokuryu ya no es solo una evolución local, sino el prototipo funcional de una generación emergente de crimen organizado global. Su capacidad de adaptación, su dominio del ciberespacio, su agilidad para mutar y su perfil indetectable la posicionan como un actor formidable frente al cual las herramientas legales y operativas tradicionales resultan obsoletas.
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