Inicio Internacional ¿Es Netanyahu el detonador de la escalada bélica en Oriente Medio?

¿Es Netanyahu el detonador de la escalada bélica en Oriente Medio?

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El 14 de abril, la República Islámica de Irán lanzó un ataque contra el Estado de Israel para responder por el ataque que las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) llevaron a cabo contra el consulado de la embajada de Irán, en la capital siria, Damasco. Tras el ataque israelí, el líder supremo de la República Islámica, Ali Jamenei, prometió que Israel sería castigado por los daños que sus acciones causaron en su embajada. En este análisis, Miquel Ribas, ex alumno del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico y el Curso de Experto en China de LISA Institute analiza si el verdadero problema radica en Netanyahu o en Irán.

El ataque fue anunciado con el nombre de Promesa Verdadera. A pesar de la relevancia que se ha dado al ataque, en realidad, fue muy elemental y poco sofisticado considerando el abanico de capacidades de que Irán dispone para responder. Piénsese, por ejemplo, que el ataque no causó ninguna víctima mortal y simplemente se lanzaron unos 170 drones a baja velocidad, la mayor parte abatidos antes de alcanzar suelo israelí. Esta acción de Teherán se podría definir como un gesto para complacer a aquellos sectores más radicales de la sociedad iraní que reclamaban venganza contra Israel. La debilidad del ataque refuerza la hipótesis de que Teherán no tenía intención de causar daños graves ni intensificar el conflicto.

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Aunque se ha generado un foco de atención en torno a las futuribles implicaciones sobre los efectos que el ataque iraní podría generar en Oriente Próximo, merece especial atención a los intereses que tiene Netanyahu. A priori, todos los indicios apuntan a que si se diese una hipotética escalada, esta responsabilidad recaerá en el primer ministro israelí y no en la República Islámica de Irán. 

La geopolítica del conflicto: ni Israel ni Irán quieren un conflicto convencional en Oriente Próximo

A pesar del aumento de las tensiones, es muy poco probable que se produzca una escalada regional debido a que ninguno de los actores implicados en el conflicto está interesado. Por un lado, Israel, a pesar de que mantiene una rivalidad casi existencial con Irán, no está interesado en difundir la guerra a otros Estados. La guerra, según el gobierno israelí, se justificó para aplastar al Movimiento de Resistencia Islámica o a Hamás.

Al mismo tiempo, tras la brutalidad de los ataques de los FDI y la muerte de más de 30.000 civiles palestinos, la mayoría de ellos civiles que nada tienen que ver con el terrorismo, ha planteado a algunos Estados a retirar su apoyo incondicional a Israel. Esta situación está cuestionando a Israel respecto a las potencias occidentales, las cuales, tras el ataque, apoyaron la respuesta de Israel a ejercer su derecho de defenderse. Por otro lado, además de la pérdida de apoyo internacional, la extensión del conflicto a otros Estados podría causar algunos problemas al ejército israelí al tener que diversificar sus recursos militares hacia otras áreas en un momento en el que la amenaza de Hamás aún no está neutralizada. 

Entre las amenazas reales que existen, aparte de Hamás, están Hezbolá en el Líbano que amenaza la frontera norte de Israel, la resistencia civil de los palestinos, los disturbios en Cisjordania con los colonos judíos o los hutíes yemeníes en el sur, quienes ya lanzaron misiles que alcanzaron la ciudad israelí de Eliat. Del mismo modo, la prolongación del conflicto incrementa el apoyo popular en solidaridad con el pueblo palestino, no solamente en las poblaciones del mundo árabe, sino también en Estados occidentales, acrecentando la división entre gobiernos y sociedad civil. Este hecho se ha manifestado con los movimientos de protesta estudiantiles en Estados Unidos, el impulso de organizaciones no gubernamentales de la sociedad civil quienes apoyan a Palestina a través de manifestaciones masivas en las grandes capitales europeas

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Por el contrario, la República Islámica de Irán tampoco está interesada en entrar en un conflicto directo con Israel. En ese caso, Tel Aviv contaría con el apoyo de Washington, las principales potencias occidentales y las monarquías islámicas del golfo. En un contexto bélico como este, Irán no tiene posibilidades de salir victorioso en un conflicto convencional. Desde su fundación, la República Islámica de Irán se ha especializado en la técnica de las guerras asimétricas o guerras de cuarta generación en lugar de las guerras convencionales, como las guerras mundiales. Unas técnicas que le han resultado muy eficientes para imponerse regionalmente a su gran rival, Arabia Saudí.

Desde la fundación de la República Islámica, Irán ha estado involucrado en muchos conflictos. Tras el triunfo de la revolución de Jomeini, comenzó la guerra Irán-Irak. En esta guerra, Irán pudo sobrevivir gracias a la táctica de las oleadas humanas, incluyendo el despeje de campos minados por voluntarios suicidas para detener el avance iraquí y compensar la asimetría armamentística entre Bagdad y Teherán.

Desde la caída del dictador iraquí, Teherán ha sabido aprovechar el caos y la anarquía regional para extender su influencia regional a través de organizaciones paramilitares afines a Teherán como Hezbolá, las milicias chiitas iraquíes o los hutíes y, en menor medida, Hamás. En otras palabras, Irán ha sido un actor activo en la geopolítica de Oriente Medio a lo largo de las guerras por delegación o proxy. En estos conflictos, a pesar de brindar muchos tipos de apoyo militar y económico a sus aliados, Teherán ha evitado verse implicado directamente en ellos. Gracias a ellos, ha podido expandir su influencia en toda la región de Oriente Próximo, principalmente a través del corredor mediterráneo que une a Irán con el mar Mediterráneo a través de Siria e Irak. 

Teherán es consciente que tanto Israel, como Estados Unidos y Arabia Saudí, a nivel de capacidades militares convencionales, son muy superiores tanto en potencia militar como tecnológica, principalmente en el ámbito de las Fuerzas Aéreas. Al mismo tiempo, Irán dispone de otros medios con los que puede hacer mayor daño sin necesidad de intervencionismo militar. Por ejemplo, en caso de guerra, Irán tiene la capacidad de bloquear o cerrar el estrecho de Ormuz frente a las potencias agresoras, con el subsiguiente impacto que un bloqueo generaría en la economía mundial y las cadenas de suministro.

En este contexto, Irán es consciente de que luchar contra Israel y Estados Unidos en un conflicto convencional, sin tener armamento nuclear, implicaría el fin de la República Islámica. Además, a pesar de que Moscú y Pekín comparten un cierre de filas con Irán contra la hegemonía de Occidente, no existen tratados que obliguen a defenderse mutuamente. En este caso, es poco probable que Moscú o Pekín interviniesen militarmente en apoyo a Teherán. Rusia está centrando todo su poder y recursos militares en Ucrania. Por el contrario, China sigue una política no intervencionista y Pekín está interesado en la estabilidad regional para el éxito de sus proyectos económicos. En el caso de una hipotética escalada, Pekín probablemente solo proporcionaría ayuda económica comprando petróleo y gas a Irán, pero sin intervenir militarmente y evitando comprometerse en exceso. Sin la ayuda militar de Moscú ni de Pekín, Irán no tiene opciones de vencer a Israel en un conflicto convencional. 

Estados Unidos: contención del ascenso chino y refuerzo eje euro atlántico contra Rusia

En el caso de Estados Unidos, tampoco quieren una escalada del conflicto. Por un lado, 2024 es un año electoral y la popularidad de Joe Biden no es muy alta. Al mismo tiempo, una parte de los votantes demócratas, especialmente los árabe-estadounidenses, están descontentos con la pasividad que muestra la administración Biden ante las acciones que lleva a cabo Israel en la Franja de Gaza. Esto se ha demostrado con las recientes protestas en apoyo a Palestina por parte de los estudiantes universitarios que recuerdan a ciertos movimientos que tuvieron lugar en Estados Unidos contra la guerra de Vietnam. 

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Hay que añadir, en este caso, que la mayoría de los estadounidenses o la sociedad civil no están interesadas ​en participar en conflictos extranjeros. Prefieren ocuparse de sus asuntos internos y vivir el sueño americano en lugar de actuar como policía global. Ese es el mensaje que Trump y sus seguidores han explotado al reclamar el desarrollo de políticas proteccionistas y, al mismo tiempo, criticar a organizaciones como la OTAN o algunos acuerdos de libre comercio, como el Acuerdo Comercial Transpacífico o el TLCAN definiéndose como el el peor acuerdo comercial jamás realizado”. 

Si Washington interviniera en una guerra contra Irán, Teherán se vería reforzada al impulsar sus vínculos con China y Rusia, los dos principales rivales de Estados Unidos, haciendo realidad la llamada “pesadilla de Brzezinski” de un eje Moscú-Pekín-Teherán unido por agravios compartidos que no afinidad ideológica. A pesar de que ni China ni Rusia apoyen militarmente a Irán, ni Moscú ni Pekín va a dejar caer al régimen de los ayatolás debido a la importancia geoestratégica de Irán como nudo de conexiones entre Asia, África y Europa, así como por su importancia geoeconómica. Irán es uno de los Estados con mayores reservas de hidrocarburos y de reservas minerales.

Del mismo modo, Washington sabe que el problema no es ganar la guerra, sino construir la paz. Washington todavía recuerda el caos de la Segunda Guerra del Golfo, donde no fue capaz de llevar a cabo una tarea eficiente de construcción de Estado. Consecuentemente, el caos y la anarquía contribuyeron a generar un nido de terrorismo y violencia, propiciando la creación del Estado Islámico.

Además, a raíz de la guerra contra el Irak baazista, Irán y China han reforzado sus posiciones a causa de la distracción de Washington en la Guerra contra el Terror. Finalmente, Oriente Medio ya no es la región clave que era durante la Guerra Fría. Ahora, la prioridad de la política exterior estadounidense se sitúa en el Indo-Pacífico para frenar el ascenso de China. De las 750 bases militares que Estados Unidos tiene instaladas en el mundo, 120 están en Japón, 119 en Alemania y 73 en Corea del Sur. Un hecho que demuestra que las preocupaciones reales de Estados Unidos son China y Rusia. Sin embargo, a pesar de concentrarse en China y Rusia, esto no hace visible su compromiso con la seguridad y la defensa de Israel.

¿Por qué Netanyahu busca escalar el conflicto a toda costa?

Hasta el momento ningún actor, ni tan siquiera los propios israelíes, está interesado en verse involucrado en una guerra militar convencional entre Israel y Hamás, excepto uno: Benjamín Netanyahu. Netanyahu quiere prolongar la duración del conflicto por dos razones principales. En primer lugar, quiere distraer la atención de las actuaciones que está llevando a cabo las FDI y volver a presentarse como una víctima para atraer la solidaridad internacional como la que recibió tras el lanzamiento de la Tormenta Al Aqsa, reforzando la idea que el objetivo de Teherán quiere destruir el Estado de Israel.

Del mismo modo, su figura está siendo muy criticada en el seno de la sociedad israelí. Aún no ha logrado resultados tangibles debido a que Hamás aún no ha sido derrotado después de seis meses y no se ha logrado tampoco la liberación de los rehenes. Asimismo, los ataques que las FDI han estado llevando a cabo en la Franja de Gaza contra infraestructuras civiles, como hospitales y organizaciones de ayuda humanitaria, evitando el acceso de alimentos, combustible, oxígeno y otros productos a lugares seguros las necesidades básicas de los civiles en Gaza le han generado críticas de Estados que, tradicionalmente, han apoyado a Israel como Alemania o el Reino Unido, los cuales han demandado contención. 

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La estrategia del primer ministro israelí incluso divide al seno del gobierno israelí entre quienes abogan por la diplomacia y la negociación frente a aquellos que defienden continuar con las acciones militares. Todas estas razones han situado al primer ministro israelí en una situación muy difícil. Si al inicio de la guerra la mayoría de los líderes internacionales lo apoyaban, actualmente parecen estar hastiados de su estrategia fallida. Incluso, el propio Biden ya ha criticado el manejo de Netanyahu de la guerra de Gaza afirmando que lo que está haciendo el jefe de gobierno israelí es un error.

Por otro lado, Netanyahu tiene varios problemas personales con la justicia debido a casos de corrupción. Además hay un posible proceso penal en torno a los fallos en los sistemas de seguridad que permitieron la Operación Tormenta Al Aqsa. Actualmente, goza de inmunidad parlamentaria por ser el primer ministro, lo que explica la razón por la que quería aprobar una ley para reformar el poder judicial, blindándose de los efectos y confirmando una deriva autoritaria al modificar las leyes a su favor. Esta decisión provocó disturbios y manifestaciones masivas en Tel Aviv, donde miles de ciudadanos se levantaron contra esta reforma. Los manifestantes argumentaron que iba contra el Estado de derecho al eliminar la independencia del poder judicial. 

En este contexto de debilidad, Netanyahu ha decidido optar por la estrategia de “cuanto peor, mejor”, en contra del interés del Estado Mayor israelí y de sus ciudadanos, que prefieren negociar con Hamás para recuperar a los rehenes secuestrados después de siete meses. Netanyahu se ha distanciado de la realidad y ha seguido una estrategia que no conduce a ninguna parte y que obedece a su personalismo basado en permanecer en el poder, como afirma Yuval Shany, investigador del Instituto de la Democracia de Israel

Netanyahu es consciente de que violar la soberanía de otros países o lanzar ataques más allá de las fronteras de Israel contra otros Estados no tendrá ningún efecto. A lo largo de su mandato, ya ha llevado a cabo multitud de acciones de este tipo para cortar las líneas de suministro de material militar iraní a Hezbolá en Líbano, sin consecuencias para él. Asimismo, también ha llevado con total impunidad, acciones militares contra Gaza en 2009, 2012 y 2014. Del mismo modo, se ha mostrado intransigente con el proceso de colonización y ha formado alianzas políticas con los grupos ultranacionalistas y el ala más radical de su partido, el Likud, quienes defienden el expansionismo etnonacionalista en búsqueda de la creación del Gran Israel.

El problema y dilema que tiene en estos momentos Netanyahu se centra en que Irán no ha respondido como él quería. En sus cálculos vaticinó que la respuesta iraní sería mucho más potente de lo que ha sido y que eso no permite que continúe con su estrategia de buscar una escalada contra Teherán.

Netanyahu parece haber vinculado su futuro político a la guerra actual y parece que no va a atender a ningún requerimiento en su afán de mantenerse en el poder. Todo ello, sin considerar los elevados costes que está provocando el conflicto. Internamente, la sociedad israelí se ha polarizado en torno a la tipología de respuesta que hay que dar. Por el contrario, externamente está comprometiendo a sus socios, llevándolos a un contexto en el que va a ser difícil justificar su apoyo a Israel.

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Al mismo tiempo, una creciente agresividad israelí puede contribuir a que Irán decida acelerar su programa nuclear y hacerse con arsenal nuclear. Un contexto que cambiaría sustancialmente la distribución del poder en Oriente Próximo. Un evento de esta magnitud podría conducir a una carrera armamentística nuclear entre Teherán, Riad y, en menor medida, Abu Dabi. Todo ello en una región que, desde el siglo pasado, se ha caracterizado por elevados niveles de inestabilidad y volatilidad como núcleo de competición entre grandes potencias regionales y mundiales.

Quizás, en este contexto, se debería llevar a cabo el planteamiento en torno al cual, si el problema es Netanyahu y no Irán. Al fin y al cabo, Netanyahu debe asumir que si su Estado quiere la paz y la seguridad en la región debe pasar por dar una solución al conflicto palestino. Como define el periodista del diario Haaretz, Uri Misgav, los enemigos principales del Estado de Israel que han surgido durante la última década son Hamás y Netanyahu. Además, el periodista agrega que, en caso de una victoria de Netanyahu en la guerra, esta victoria se obtendría a base de renunciar a los intereses de la sociedad israelí, primando sus intereses propios.

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