España, miembro de la OTAN, ha pasado de aliado periférico a actor clave en el flanco sur de la Alianza. Su papel geoestratégico gana peso, pero enfrenta tensiones por el gasto militar exigido por EE. UU. En este artículo, Gladys Castaño, alumni del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico de LISA Institute, analiza cómo Madrid defiende una contribución cualitativa. El equilibrio entre compromiso atlántico y autonomía europea marcará su política de defensa.
El 30 de mayo de 1982, España se convirtió en el miembro número 16 de la OTAN. Este acto marcó no solo la consolidación de la transición democrática, sino también la apertura de un nuevo capítulo geoestratégico, situando al país en el epicentro del Mediterráneo occidental y del Atlántico sur.
Aquel ingreso generó un debate político interno intenso, reflejado en el referéndum de 1986, donde un 56,85% de los votantes aprobó la permanencia con limitaciones militares. Desde entonces, España ha transitado de ser un aliado periférico a un miembro estratégico del flanco sur, desempeñando un rol operativo y logístico de gran valor para la Alianza, en paralelo a su apuesta por la autonomía europea en defensa y seguridad.
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Sin embargo, durante el otoño de 2025, Trump sugirió que la NATO debería plantearse expulsar a España de la Alianza por no alcanzar los nuevos objetivos de gasto en defensa. España, que había decidido no comprometerse al 5% del PIB planteado por la Alianza, fue señalada como «rezagada» por el presidente estadounidense, lo cual reflejó una tensión sin precedentes entre el compromiso atlántico y las prioridades nacionales españolas.
De aliado periférico a pieza clave en la OTAN
Históricamente, España ha combinado su contribución militar con la proyección de estabilidad en su entorno geográfico inmediato. Su incorporación plena a la estructura militar de la OTAN en 1999 supuso un cambio cualitativo, que le permitió participar en diferentes misiones. Desde su primera misión en 1992, unos 125.000 militares españoles han sido desplegados en 22 operaciones en lugares como Bosnia y Herzegovina, Kosovo, Libia, el Golfo de Adén, el Cuerno de África, Afganistán y el Mediterráneo.
Desde entonces, España ha transitado de ser un aliado periférico a un miembro estratégico del flanco sur, desempeñando un rol operativo y logístico de gran valor para la Alianza. Su contribución se ha consolidado especialmente a través de la Base Naval de Rota y la Base Aérea de Morón de la Frontera, infraestructuras esenciales para las operaciones de la OTAN y de EE. UU. en el Mediterráneo, África y el Sahel.
En 2016, España asumió la función de nación marco de la Very High Readiness Joint Task Force (VJTF) terrestre, demostrando su capacidad operativa y disposición a liderar esfuerzos multinacionales.
Este posicionamiento permitió a Madrid equilibrar su doble rol: ser un socio fiable para EE. UU. y abogar al mismo tiempo por la autonomía estratégica europea, con especial atención al Flanco Sur (terrorismo, migración irregular e inestabilidad en el Sahel), áreas que históricamente habían recibido menor atención en la planificación atlántica.
El efecto Trump y la presión sobre el gasto en defensa
En 2024, España destinaba aproximadamente un 1,28% de su PIB a defensa, una cifra inferior al 2% acordado en la Cumbre de Gales de 2014. Desde su primera administración en 2017, Donald Trump había criticado duramente a los aliados europeos que no cumplían con ese compromiso, advirtiendo incluso sobre la posibilidad de que Estados Unidos «repensara» su defensa colectiva.
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En 2025, durante su segunda presidencia, Trump reavivó la polémica proponiendo un objetivo del 5% del PIB para gasto en defensa (una medida que Madrid calificó de «irrealista y contraproducente») y llegó a sugerir la expulsión de España de la Alianza Atlántica por su bajo nivel de gasto, pese a que el Tratado del Atlántico Norte de 1949 no contempla tal posibilidad. Las amenazas incluyeron además la imposición de aranceles del 15% sobre exportaciones españolas, lo que intensificó las tensiones bilaterales.
En respuesta, el Gobierno español defendió una «fórmula flexible» basada en el cumplimiento de los Objetivos de Capacidad Militar (OCM), la interoperabilidad y la calidad de sus contribuciones en operaciones multinacionales, más que en el simple porcentaje del PIB asignado.
Esta posición reflejó una diferencia estructural: mientras EE. UU. enfatiza la cuantía del gasto, España subraya la eficacia operativa y su papel en misiones como la VJTF o la presencia avanzada en el Este europeo.
Aportes estratégicos de España a la OTAN
España ha mantenido un nivel de compromiso operativo elevado. En 2022 lideró la fase de preparación de la adhesión de Finlandia y Suecia a la OTAN en la cumbre de Madrid, reforzando su papel diplomático y político.
Entre 2022 y 2025, desplegó fuerzas en Letonia, Rumanía y Eslovaquia, participó en misiones marítimas como Sea Guardian y apoyó a Turquía con baterías Patriot.
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Más allá de la cantidad de gasto, estas contribuciones cualitativas (interoperabilidad, liderazgo en tareas multinacionales, formación y proyección de estabilidad) han sido valoradas por la OTAN como un aporte estratégico relevante, especialmente en el Flanco Sur y en zonas de conflicto secundarias pero críticas para la seguridad euroatlántica.
Conclusión: retos internos y presiones geopolíticas
El principal desafío para España radica en equilibrar su credibilidad atlántica con la realidad política interna. Incrementos abruptos en el gasto militar pueden generar tensiones con la ciudadanía y afectar la financiación de políticas sociales, un debate muy presente en la sociedad española.
Otro desafío es alinear la política nacional con los objetivos estratégicos de la OTAN en el Flanco Este, especialmente tras la guerra de Ucrania. España busca mantener su protagonismo en el Flanco Sur, donde tiene ventajas geográficas y experiencia en estabilización, pero sin descuidar compromisos con la seguridad colectiva del Atlántico norte.
Finalmente, la relación con EE. UU. presenta una doble arista: cooperación estrecha mediante bases y despliegues, y simultánea apuesta por la autonomía europea en defensa. La polarización política estadounidense introduce incertidumbre sobre la constancia de los compromisos bilaterales, incentivando a España a fortalecer sus capacidades europeas dentro de la OTAN.
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