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La geopolítica de la UFC: el octágono como nuevo escenario del poder mundial

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La UFC es hoy mucho más que deporte: es un escenario global de poder, identidad y diplomacia. Cada pelea refleja tensiones políticas y culturales. En este análisis, Artiom Vnebraci Popa expone cómo el octágono se ha convertido en un campo de batalla geopolítico.

La Ultimate Fighting Championship (UFC) ha evolucionado desde un evento de las artes marciales mixtas (juzgado por sectores de la sociedad estadounidense por su violencia) hasta formularse como herramienta blanda de proyección de poder nacional.

La UFC funciona no solo como una empresa tradicional, sino como microcosmos globalizado de narrativas, tensiones y oportunidades

Desde el ascenso de Conor McGregor como símbolo del orgullo irlandés, hasta el uso de peleadores del Cáucaso por parte de Rusia o de los Emiratos Árabes Unidos para fortalecer su influencia global, el octágono se configura como un espacio donde se dictamina una nueva modalidad de diplomacia. 

La UFC como mercado transnacional de influencia

Antes que nada, no se puede ignorar el rol del capital en el triunfo de la compañía. La UFC, gestionada actualmente por TKO Group Holdings (fusión con WWE), es también un instrumento del capitalismo cultural estadounidense. Eventos globales, alianzas con Disney (ESPN), y negociaciones con fondos soberanos muestran que las artes marciales mixtas son también negocio.

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El Fondo de Inversión Pública (PIF) de Arabia Saudí ha convenido un claro patrón de entrada en deportes globales. Si bien aún no controla un gran porcentaje de la UFC, las condiciones empiezan a alinearse para una colaboración futura más estrecha: capital más que suficiente, narrativa favorable y capacidad logística.

Por ende, el combate no solo entrena corporeidades, sino también intereses financieros, diplomáticos y culturales.

Conor McGregor, Irlanda y el ‘bautizo’ de la UFC como fenómeno global

Cuando Conor McGregor se consolidó en la UFC, no solo introdujo un estilo de combate basado en la rapidez y agilidad, sino también una narrativa nacional: el guerrero irlandés moderno. 

Su puesta psicológica en escena, humor, carisma, arrogancia calculada y habilidades deportivas lo convirtieron en una super-estrella global. Pero más allá de ello, McGregor garantizó la catalización de Irlanda como una nación con peso en el escenario global de deportes de combate.

Su figura fue utilizada de forma indirecta por el gobierno irlandés para proyectar una imagen de frescura, modernidad, apertura y resiliencia en los foros internacionales tanto formales como informales. Muchos jóvenes marginados o en exclusión social, comenzaron a ver los gimnasios de las MMA como una oportunidad para tener una rutina, salud, objetivos y comunidad.

Así, Irlanda, tradicionalmente asociada a la imagen de guerrilla y resistencia, encontró en Conor Mcgregor una vía de escape para insertarse en la narrativa global del espectáculo blando.

Dana White, Donald Trump y el auge del espectáculo

La UFC, bajo la dirección de Dana White, ha mantenido un sutil equilibrio entre deporte de contacto y espectáculo. La mezcla de violencia con exageración teatral, llamó la atención al magnate showman. De esta forma, la consolidación de amistad entre ambos fue aprovechada para que Trump diese visibilidad a la UFC en sus inicios (organizando eventos de peleas en sus casinos). Años después, White apoyaría públicamente la campaña presidencial de Trump en 2016 y 2020.

En 2026, el presidente de Estados Unidos ha ofrecido albergar un evento de UFC en la Casa Blanca si se mantiene en el poder. Este gesto se puede leer de forma binaria. Por un lado, se anuncia un gesto narrativo para mantenerse en el poder, arraigar de nuevo la UFC a Norte-América y acercarse a la gente después de un primer año de presidencia complicada. Por otro, re-afirma la UFC como vehículo de narrativa política

Rusia, el Cáucaso y la guerra de identidades

La Federación Rusa, por su parte, ha canalizado el éxito de sus peleadores en el escenario de la UFC como una contraposición a los valores occidentales.

Figuras como Khabib Nurmagomedov no solo representan el dominio técnico y físico daguestaní (por extensión: de Rusia), sino también una ética de disciplina y control emocional que contrasta con las faltas de respeto del estilo McGregor. Khabib es parte de una comunidad de peleadores del Cáucaso que han puesto a la región en el radar geopolítico deportivo.

Pero este fenómeno no ha pasado desapercibido por parte de otras potencias y actores. Los Emiratos Árabes Unidos, en su estrategia de diversificación del soft power y modernización de su imagen, han comenzado a ofrecer nacionalidades a peleadores musulmanes famosos para proyectar una narrativa de poder cosmopolita y moderno.

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No es casualidad que Abu Dhabi se haya convertido en sede intermitente de eventos de la UFC: los EAU buscan posicionarse como centro global del deporte de combate (atrayendo turismo, inversión y prestigio).

El caso Chimaev: control estatal y secuestro de identidad deportiva

La historia de Khamzat Chimaev revela cómo un peleador puede convertirse en una figura disputada por intereses geopolíticos. Nacido en Chechenia, criado en Suecia y nacionalizado emiratí, Chimaev promueve una identidad transnacional. En 2023, circularon informes (aún por demostrar) sobre presuntas presiones psicológicas por parte de Ramzan Kadyrov (líder autoritario de Chechenia).

Este último, utiliza deportistas como símbolos de poder y prestigio. Tras un periodo de silencio, Chimaev apareció públicamente junto a Kadyrov en Grozni, en imágenes que alimentaron sospechas de coacción. La presión fue totalmente simbólica: Khamzat, al querer desvincularse del relato oficialista checheno (y en parte ruso), se convirtió en una amenaza para un sistema que exige lealtad total.

En regímenes como el de Kadyrov, el deporte de combate no es solo espectáculo, sino herramienta ideológica. Los peleadores se caracterizan por ser extensiones del Estado y sus éxitos deben reforzar la fortaleza identitaria del régimen, no antagonizarla. 

El combate como confrontación de valores: religión, etnicidad y nación

Todo peleador que sale al octágono lleva algo más que sus objetivos personales y su historia de superación. Representar una bandera se inserta en un relato mayor. En un mundo donde la imagen internacional es tan importante como la política interna de cada país, los peleadores se convierten en embajadores informales. Son gladiadores modernos que representan versiones idealizadas (y la mayoría de veces prejuiciosas y clichés) del carácter nacional

Así, cada combate puede leerse como una alegoría del prestigio global en disputa. Pero estas luchas no se limitan a lo simbólico nacional; muchas veces son confrontaciones entre cosmovisiones religiosas, étnicas o culturales. El combate entre Khabib Nurmagomedov (musulmán suní de Daguestán) y Conor McGregor (católico irlandés occidentalizado) fue percibido globalmente como una pugna entre la disciplina conservadora del islam y la provocación individualista del Occidente liberal.

McGregor ridiculizó la fe, la familia y la cultura de Khabib; lo que provocó una polarización global sin precedentes en la historia de los deportes. 

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En paralelo, figuras como Israel Adesanya y Kamaru Usman han encarnado un nuevo orgullo africano, conectando con públicos en el continente y su diáspora. De esta forma: proyectando una imagen de liderazgo cultural y fuerza identitaria.

Pero estas tensiones se amplifican en el plano digital. Cada evento de la UFC se convierte en un conflicto transnacional paralelo en redes sociales, donde los fans no solo discuten técnicas de combate, sino: militan ideológicamente por religiones, naciones y sistemas de valores. Plataformas como TikTok, Twitter, YouTube o foros de streaming ilegal, son campos de batalla simbólicos.

La UFC, consciente de esto, exagera y alimenta tales tensiones: polariza confrontaciones, promueve rivalidades y convierte el octágono en el primer acto de una guerra mediática más amplia para maximizar las ventas. En esta era de hiperconectividad, el combate ya no es solo físico. Es emocional, psicológico, cultural y profundamente geopolítico.

España, Ilia Topuria y la verdadera oportunidad

En este contexto, la irrupción de Ilia Topuria representa una oportunidad histórica para España. Doble campeón, de origen georgiano, nacionalizado español y formado en Alicante: Topuria encarna el nuevo rostro de una España competitiva y ambiciosa.

Su ascenso ha generado un auge de interés por la UFC en España, al punto de que ya se especula con un Fight Night Madrid, siguiendo el modelo exitoso de París. Pero más allá del evento, esto podría significar para España una herramienta de proyección internacional: una nueva vía de soft power que complemente el fútbol y la gastronomía.

Desde una perspectiva geopolítica, un evento de UFC en suelo español impulsaría turismo, visibilidad global, orgullo nacional y cohesión interna. En un país marcado por tensiones regionales, una personalidad como Ilia Topuria podría funcionar como símbolo unificador, más allá de banderas e ideologías.

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