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La influencia de China en el Sahel: poder blando, inversión y seguridad

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China se ha convertido en uno de los actores más influyentes del Sahel, una región marcada por la inestabilidad, la competencia geopolítica y el declive del poder occidental. A través de inversiones estratégicas, proyectos de infraestructura, diplomacia cultural y una creciente cooperación en seguridad, Pekín ha tejido una presencia multidimensional que transforma el equilibrio regional. En este artículo, Artiom Vnebreaci Popa analiza cómo China combina poder blando, recursos económicos y asistencia militar para consolidar su posición y atraer a gobiernos que buscan alternativas al modelo occidental.

La región del Sahel africano se ha convertido en uno de los escenarios geopolíticos más complejos del inicio del siglo XXI. Durante décadas y desde una visión neocolonialista, esta región fue mal considerada como “el patio trasero” de Francia (al ser la antigua potencia colonial que mantuvo una presencia militar, económica y cultural casi hegemónica). Sin embargo, en los últimos años, un actor inesperado ha comenzado a rediseñar el mapa de influencias en esta zona estratégica: la República Popular China.

A través de una combinación sofisticada de inversiones económicas, proyectos de infraestructura, cooperación en seguridad y diplomacia cultural cuidadosamente calibrada, Pekín ha logrado establecer una presencia significativa en el Sahel, desafiando el orden establecido y ofreciendo a los gobiernos africanos una alternativa al modelo occidental de cooperación. Esta transformación no es accidental ni improvisada, sino responde a una estrategia de largo plazo que combina los intereses económicos de China con sus ambiciones de proyección global.

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Diplomacia económica y la infraestructura como instrumento de influencia

La estrategia china en el Sahel se fundamenta principalmente en la inversión económica masiva (especialmente en proyectos de infraestructura que las economías locales no podrían financiar por sí mismas y que las potencias occidentales han mostrado menos interés en desarrollar). 

Por ejemplo, en Malí, la empresa china Ganfeng Lithium adquirió en 2021 el 50 % de la mina de litio de Goulamina (lo cual marca un interés por parte de las instituciones chinas en recursos estratégicos dentro del Sahel). En Níger, China se encuentra presente a través de la China National Petroleum Corporation (CNPC) en proyectos de petróleo y ha impulsado un gigantesco oleoducto transnacional que conectará yacimientos nigerinos con Benín.

En Mauritania firmó en 2010 un acuerdo pesquero de 25 años con China, en el que la empresa Poly Hong Dong Fishery Company invirtió unos 200 millones de dólares en una instalación pesquera en Nouadhibou. Quince años después, la sobrepesca de las flotas chinas ha agotado los recursos marinos, dejando a los pescadores artesanales en una situación crítica, con especies locales desaparecidas y comunidades costeras empobrecidas por la expansión de las fábricas de harina y aceite de pescado.

Por ende, estas inversiones no son actos de caridad. China asegura contratos de explotación de recursos naturales, acceso preferencial a mercados y una presencia económica que gradualmente genera dependencia. Sin embargo, desde la perspectiva de los gobiernos de la zona del Sahel, esta relación representa una oportunidad de desarrollo que ningún otro actor internacional está dispuesto a ofrecer en condiciones similares.

La narrativa china enfatiza la cooperación Sur-Sur, presentándose no como una potencia colonial o neocolonial, sino como un país en desarrollo que también luchó contra la pobreza y que ahora comparte su experiencia y recursos con sus pares africanos.

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El poder blando cultural y diplomático más allá de la economía

La influencia china en el Sahel no solo se limita a puentes, carreteras o refinerías. Pekín ha desarrollado una estrategia de poder blando sofisticada que busca ganar corazones y mentes (especialmente entre las élites políticas, académicas y empresariales de la región). Los Institutos Confucio (centros culturales y educativos financiados por el gobierno chino) se han establecido en varios países del Sahel, ofreciendo cursos de mandarín, becas para estudiar en China y programas de intercambio cultural.

De esta forma, al regresar a sus países, estos profesionales llevan consigo no solo conocimientos técnicos, sino también una perspectiva favorable sobre la República Popular China y sus capacidades. Esta estrategia contrasta marcadamente con el declive de algunos programas similares de potencias occidentales, que han reducido sus esquemas de becas y cooperación educativa en las últimas décadas.

La diplomacia mediática también juega un papel crucial. Un ejemplo claro de ello es la transmisión a audiencias africanas a través de la China Global Television Network (CGTN África) y de la China Radio International, proporcionando contenidos gratuitos o subvencionados a medios africanos, moldeando sutilmente cómo se percibe China en la opinión pública de los países de la zona del Sahel.

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La dimensión de seguridad: China en el terreno militar del Sahel

Aunque China tradicionalmente ha mantenido una política de no intervención en los asuntos internos de otros países y ha evitado el despliegue militar en el extranjero, esta postura ha evolucionado significativamente en los últimos años (particularmente en África). En el Sahel, donde el terrorismo yihadista, la insurgencia y la inestabilidad política representan amenazas constantes, China ha comenzado a desarrollar una presencia de seguridad más visible, aunque aún modesta comparada con las operaciones francesas o las misiones de paz de la ONU.

De esta forma, la República Popular China ha participado de forma activa en el suministro de equipamiento militar y en la provisión de sistemas de vigilancia. En 2024, Burkina Faso adquirió 116 vehículos portamortero y 6 vehículos de asalto fabricados por China. Asimismo, China ha suministrado a Malí material militar por valor de más de 9 millones de dólares, según un memorando de entendimiento. 

Por otro lado, China ha aumentado su participación en misiones de paz de las Naciones Unidas como la misión en Malí (MINUSMA), lo que le ha permitido ganar experiencia operativa en entornos hostiles, desarrollar relaciones con actores locales y proyectar una imagen de potencia responsable. 

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El contexto geopolítico: China como alternativa al orden occidental

Para comprender plenamente la penetración china en el Sahel, es esencial situarla en el contexto geopolítico más amplio de la región. Durante décadas, Francia mantuvo una presencia dominante en sus antiguas zonas de influencia a través de la Opération Barkhane (una misión antiterrorista que en su apogeo desplegó más de 5.000 soldados franceses en la región). Sin embargo, esta presencia ha generado un creciente resentimiento popular, percibida como neocolonialismo por amplios sectores de la población y acusada de ineficacia frente a la escalada de violencia yihadista.

Los golpes de Estado militares en Malí (2020 y 2021), Burkina Faso (2022) y Níger (2023) reflejan en parte este rechazo al modelo de cooperación occidental y la percepción de que las élites políticas tradicionales servían a intereses extranjeros más que nacionales. En este contexto de repliegue occidental o al menos de cuestionamiento, China aparece como una alternativa atractiva. Así, cuando Francia anunció la retirada de sus tropas de Malí en 2022 tras el deterioro de relaciones con la junta militar, China no solo mantuvo, sino que intensificó su presencia económica en el país.

La narrativa china de respeto a la soberanía nacional y no interferencia en asuntos internos resuena poderosamente en sociedades que experimentaron colonialismo, y que perciben el discurso occidental sobre democracia y derechos humanos como hipócrita e instrumentalizado. La República Popular China no exige reformas democráticas, no condiciona su ayuda a la celebración de elecciones libres, no critica públicamente (o al menos con vehemencia) las violaciones de derechos humanos y no se presenta como un modelo superior que los africanos deban emular.

En cambio, ofrece una relación pragmática basada en beneficios mutuos, donde obtiene acceso a recursos-mercados y los países del Sahel obtienen infraestructura y desarrollo. Esta propuesta (aunque no exenta de problemas como el endeudamiento excesivo y la opacidad contractual), resulta atractiva para gobiernos que priorizan resultados tangibles sobre principios abstractos.

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Desafíos y límites del modelo chino en el Sahel

La expansión china en el Sahel enfrenta importantes desafíos estructurales. El endeudamiento creciente de los países del Sahel con Pekín ha generado temores de una posible “trampa de deuda”, agravados por la opacidad de los contratos y la falta de rendición de cuentas en contextos institucionalmente frágiles y marcados por la corrupción.

En el plano social, surgen tensiones locales ante la percepción de que China extrae recursos sin generar suficiente empleo o transferencia tecnológica. Casos como el de Malí en 2025 (donde el gobierno denunció operaciones mineras ilegales de empresas chinas), reflejan crecientes conflictos medioambientales y laborales. Además, la escasa integración de los trabajadores chinos en las comunidades locales refuerza sentimientos de exclusión y desconfianza.

La inseguridad regional plantea otro reto. La expansión económica china expone cada vez más a su personal e inversiones a la violencia yihadista y la inestabilidad política, lo que podría empujar a Pekín a asumir un rol militar más activo, en contradicción con su tradicional política de no intervención.

A futuro, el éxito del modelo chino dependerá de su capacidad para fomentar desarrollo sostenible, empleo y transferencia tecnológica. Si no logra generar beneficios tangibles para las poblaciones locales, la presencia china podría percibirse como una nueva forma de dependencia externa, enfrentando una creciente resistencia y rechazo.


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