Burkina Faso vive una etapa de cambios profundos bajo el liderazgo de Ibrahim Traoré. Enfrenta amenazas internas como el avance yihadista y redefine sus alianzas internacionales. En este artículo, Eduardo Vieitez, alumno del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico de LISA Institute, analiza este complejo escenario de transformación.
En el centro del Sahel, Burkina Faso atraviesa una etapa de profundas mutaciones políticas, sociales y geoestratégicas. Desde que el capitán Ibrahim Traoré asumió el poder en septiembre de 2022 tras un golpe de Estado, el país vive un proceso de redefinición nacional centrado en la recuperación de la soberanía, la reducción de la dependencia externa y la reconstrucción de la identidad estatal.
Bajo su liderazgo, Ouagadougou se propone romper con los esquemas poscoloniales que marcaron su historia reciente y reposicionarse como actor central en el Sahel.
El desafío de Traoré se despliega en dos frentes. En el interior, el avance del yihadismo amenaza la cohesión del Estado. Hacia el exterior, el país reconfigura sus alianzas tradicionales.
Se aleja de Francia y teje vínculos con potencias emergentes como Rusia y China. En paralelo, impulsa una transformación económica basada en la industrialización local, la modernización agrícola y la autonomía energética. Estos pilares buscan cimentar una soberanía efectiva más allá del discurso político.
Del Alto Volta colonial al Burkina Faso contemporáneo
El territorio que hoy forma Burkina Faso (el antiguo Alto Volta) tiene una larga tradición de resistencia. Antes de la colonización francesa, fue cuna de los poderosos reinos mossi, estructuras políticas centralizadas que dominaron gran parte del África occidental interior.
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La llegada del imperio francés a finales del siglo XIX transformó radicalmente esa realidad: en 1919, Francia formalizó la creación del Alto Volta dentro de su federación colonial de África Occidental Francesa (AOF), imponiendo nuevas fronteras y un modelo económico subordinado al algodón y a la exportación agrícola.
Durante la era colonial, miles de burkineses fueron sometidos a trabajos forzados y enviados a otras colonias, lo que fracturó el tejido social tradicional. En 1932, por razones administrativas, el territorio fue disuelto e incorporado a sus vecinos (Costa de Marfil, Níger y Sudán Francés), hasta ser restaurado en 1947 tras intensas presiones locales.
La independencia llegó el 5 de agosto de 1960, bajo Maurice Yaméogo, cuyo régimen autoritario inauguró una larga secuencia de golpes de Estado y crisis políticas.
Pero sería Thomas Sankara, en 1983, quien marcaría el momento más transformador de la historia burkinesa moderna. Renombró el país como Burkina Faso («la tierra de los hombres íntegros») e impulsó una agenda radical de autosuficiencia, educación, igualdad de género y ruptura con el neocolonialismo.
Su asesinato en 1987, a manos de su aliado Blaise Compaoré, truncó ese proyecto. Dio paso a 27 años de estabilidad autoritaria y apertura económica subordinada a Occidente.
Tras la caída de Compaoré en 2014, el país entró en una espiral de inestabilidad institucional y expansión del terrorismo islámico. Ocho años más tarde, la llegada al poder de Ibrahim Traoré reactivó el legado soberanista sankarista, esta vez desde un enfoque militar y geopolítico más pragmático.
La guerra contra el yihadismo: conflicto interno y dimensión regional
Desde mediados de la década de 2010, Burkina Faso se ha convertido en uno de los epicentros de la violencia yihadista del Sahel. Dos grupos principales —Jama’at Nusrat al Islām wal-Muslimīn (JNIM), vinculado a Al Qaeda, y el Estado Islámico en el Gran Sáhara (ISGS)— controlan vastas zonas del norte y del este. La caída del régimen libio en 2011 y el colapso del Estado maliense facilitaron el flujo de armas y combatientes hacia el territorio burkinés, extendiendo una guerra que ya desborda las fronteras nacionales.
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La insurgencia ha generado un panorama devastador: más del 60 % de las muertes por terrorismo del Sahel se registran hoy en Burkina Faso, y cerca de dos millones de personas han sido desplazadas. Los grupos armados imponen su propia justicia, cobran impuestos y bloquean rutas comerciales.
En respuesta, Traoré declaró la «movilización general» y multiplicó el reclutamiento de las milicias civiles VDP (Voluntarios para la Defensa de la Patria), una red paramilitar que opera junto al ejército regular.
Pero el conflicto se ha ensombrecido por denuncias de abusos contra civiles. En marzo de 2025, más de 130 personas (en su mayoría peul) murieron en una masacre atribuida a las fuerzas progubernamentales en la región de Boucle du Mouhoun. Casos como este evidencian que la guerra contra el terrorismo se entrelaza con tensiones étnicas, disputas locales y una lógica de militarización que redefine el poder en el interior del país.
El Estado controla apenas el 40 % del territorio, mientras el resto permanece bajo influencia de insurgentes o grupos comunitarios armados. En ese contexto, la estrategia militar de Traoré es tanto una campaña de seguridad nacional como un proyecto político de legitimidad interna, donde la defensa del territorio se convierte en sinónimo de soberanía.
Burkina Faso: estrategia militar y discurso de soberanía
Desde su llegada al poder, Traoré ha buscado proyectar la imagen de un líder nacionalista decidido a liberar al país de toda tutela extranjera. Su política de seguridad combina ofensivas militares con una narrativa patriótica de resistencia y autosuficiencia. Ha creado los Batallones de Intervención Rápida (BIR), unidades de élite dependientes directamente de la presidencia, con apoyo técnico de asesores rusos y entrenamiento especializado.
El discurso oficial define la lucha contra el terrorismo como una «guerra de liberación nacional», y la participación civil como deber patriótico. Este enfoque de «seguridad total» se convierte también en herramienta de cohesión política: bajo la bandera de la defensa nacional, Traoré ha logrado consolidar apoyo popular y controlar el relato público frente a la comunidad internacional.
A la par, el gobierno utiliza la militarización como motor de transformación del Estado. Amplía la presencia del aparato público en zonas rurales y canaliza recursos hacia infraestructura y educación. Además, refuerza la idea de que la soberanía territorial y la independencia económica son dos caras de la misma batalla.
Transformación económica y social: del oro al desarrollo productivo
En el plano económico, Burkina Faso vive una reorientación estructural. El país intenta reducir su dependencia de la exportación de oro y algodón, pilares de un modelo vulnerable a las fluctuaciones internacionales, apostando por la industrialización local y la modernización agrícola. Entre 2022 y 2024, el PIB nacional pasó de 18,8 mil millones USD a 22,1 mil millones USD, impulsado por la minería, la construcción y la agricultura.
Minería y recursos estratégicos
El oro, principal fuente de divisas, ha sido objeto de una reforma profunda. El Estado nacionalizó varias minas industriales y fundó la Société Nationale des Mines du Burkina, además de inaugurar su primera refinería nacional con capacidad para procesar 150 toneladas anuales.
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Parte de esos ingresos se canaliza ahora hacia salud, educación e infraestructura, lo que refuerza el control soberano sobre los recursos.
Agricultura e industria local
El gobierno distribuyó más de 2.000 tractores y 8.500 motobombas, impulsando la mecanización agrícola. La producción de arroz creció un 16 % entre 2022 y 2024, mientras que se consolidan polos agroindustriales en Bobo-Dioulasso y Koudougou.
En el ámbito industrial, el Estado promovió la apertura de una planta de cemento con participación china y una fábrica de harina de gran capacidad en Gampéla, además de lanzar el Plan Nacional de Acción en Inteligencia Artificial, una apuesta inédita para el país.
Infraestructura, energía y tecnología
Entre 2023 y 2025 se construyeron más de 400 km de carreteras rurales y se electrificaron 120 comunidades con energía solar, elevando la tasa de acceso eléctrico del 18 % al 23 %.
También se instalaron 1.100 pozos hidráulicos y 250 bombas solares. En el plano digital, el gobierno desplegó 3.000 km de fibra óptica y creó 16 hubs tecnológicos bajo la marca Made in Burkina, reflejando una visión de autonomía tecnológica y de innovación nacional.
Educación, salud y cohesión social
La inseguridad había cerrado miles de escuelas. Con el programa «École Résiliente», el gobierno reabrió más de 1.600 centros educativos y lanzó aulas móviles para zonas de conflicto. En salud, se construyeron 32 centros médicos y tres hospitales regionales, además de un sistema de drones sanitarios para entregar medicamentos en regiones aisladas. El gasto en salud aumentó del 8,7 % al 11,3 % del PIB, mientras la cobertura de vacunación infantil alcanzó el 80 % en 2025.
Estas políticas sociales y de infraestructura son parte del proyecto de legitimación interna del régimen. Traoré combina discurso soberanista con medidas de redistribución, aumento salarial para funcionarios y reducción de sueldos de altos cargos, buscando un equilibrio entre autoridad militar y justicia social.
Nueva política exterior: ruptura y realineamientos en el Sahel
Si algo define al gobierno de Ibrahim Traoré es su revolución diplomática. Desde 2023, Burkina Faso ha roto con su histórico aliado, Francia, y se ha sumado a una red de alianzas soberanistas junto con Malí y Níger.
Fin de la era francesa
La expulsión de las tropas francesas de la base de Kamboinsin, en 2023, simbolizó el fin de décadas de tutela militar. Con ello, Ouagadougou selló su independencia estratégica y envió un mensaje claro: el país busca defender sus intereses sin la mediación de las potencias occidentales.
La decisión se enmarca en un sentimiento antiimperialista que recorre todo el Sahel.
La Alianza de Estados del Sahel (AES)
Ese mismo año, Burkina Faso, Malí y Níger crearon la Alianza de Estados del Sahel (AES), un bloque de defensa mutua y cooperación económica. La AES pretende sustituir los mecanismos tradicionales de la CEDEAO, considerada por los tres gobiernos como instrumento de influencia externa.
El nuevo eje promueve proyectos comunes en energía, minería, transporte y seguridad fronteriza, consolidando una integración regional soberana que busca resistir presiones internacionales.
Nuevos socios: Rusia y China
En paralelo, el país fortaleció sus vínculos con Rusia, con acuerdos de cooperación militar y técnica. Instructores rusos entrenan unidades burkinesas y empresas rusas participan en el sector minero y energético. Este acercamiento marca un giro geopolítico decisivo hacia el bloque euroasiático.
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Asimismo, China ha emergido como socio clave en proyectos de infraestructura, telecomunicaciones y energía solar. Con apoyo chino se construyeron plantas industriales y sistemas de fibra óptica. Estas alianzas simbolizan la estrategia de diversificación diplomática que Traoré impulsa: una búsqueda de independencia frente a Occidente y de inserción en un orden multipolar.
Ruptura con la CEDEAO
Las tensiones con la CEDEAO alcanzaron su punto máximo en 2025, cuando Burkina Faso, Malí y Níger anunciaron su retiro del bloque. Argumentaron que la organización se había convertido en brazo político de intereses externos.
Este distanciamiento confirma la voluntad de Traoré de construir una arquitectura regional alternativa, centrada en la autosuficiencia y la cooperación Sur-Sur.
Controversias y desafíos del nuevo rumbo
El proyecto de Traoré no está exento de críticas. La militarización del poder, la ausencia de calendario electoral y las denuncias de violaciones de derechos humanos han despertado preocupación dentro y fuera del país.
En julio de 2025, la disolución de la Comisión Electoral Independiente y la transferencia de sus funciones al Ministerio del Interior fueron interpretadas como señales de una transición indefinida que podría prolongarse hasta 2029.
Casos de represión y censura también han sido reportados por organizaciones internacionales, al igual que restricciones a libertades civiles. Además, la aprobación en septiembre de 2025 de una ley que criminaliza la homosexualidad (con penas de hasta cinco años de prisión) ha generado fuertes críticas en el exterior, aunque dentro del país se presenta como parte de la defensa de los «valores tradicionales» frente a la influencia occidental.
Estas tensiones reflejan una contradicción central: la búsqueda de soberanía nacional avanza al mismo tiempo que se estrechan los márgenes democráticos. Para Traoré, la estabilidad y la independencia justifican un Estado fuerte; para sus detractores, el riesgo es un autoritarismo revestido de discurso revolucionario.
Burkina Faso y la nueva geopolítica del Sahel
El experimento burkinés sintetiza los dilemas de todo el Sahel: cómo construir soberanía real en un entorno de inseguridad, pobreza y dependencia. La estrategia de Traoré combina nacionalismo, militarismo y desarrollo estatal, intentando convertir la crisis en oportunidad.
Sin embargo, el futuro del país sigue abierto. El conflicto armado continúa activo en varias regiones; la economía, aunque en expansión, sigue vulnerable a los precios del oro; y la dependencia de socios como Rusia o China podría generar nuevas formas de subordinación. En el terreno político, la falta de un horizonte electoral claro amenaza con consolidar una «transición permanente» bajo control militar.
Aun así, el caso de Burkina Faso representa un laboratorio geopolítico donde se ensaya un modelo alternativo de gobernanza africana: soberanía por la fuerza, desarrollo bajo control estatal y cooperación fuera del eje occidental.
El tiempo dirá si esta apuesta logra consolidar un Estado estable y autosuficiente o si, como en otras etapas de su historia, el país volverá a enfrentarse a los límites de su propio idealismo político.
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