La política energética de la Unión Europea ha experimentado una transformación profunda entre 2008 y 2024. De depender del gas ruso, pasó a buscar una autonomía estratégica. Este proceso revela tensiones geopolíticas, cambios tecnológicos y decisiones clave para el futuro energético del continente. En este artículo, Álvaro Caverni, alumno del Máster Profesional de Analista de Inteligencia de LISA Institute analiza esta evolución en profundidad.
La política energética de la Unión Europea ha experimentado una profunda y acelerada reorientación desde 2020. Aunque la UE ya estaba inmersa en una ambiciosa Transición Verde (con objetivos de reducción de GEI del 20% para 2020 y del 40% para 2030), la pandemia de COVID-19 y la posterior recuperación expusieron vulnerabilidades críticas.
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Tras la escasez de materiales en la pospandemia, sobrevino una crisis de seguridad sin precedentes en la Unión Europea: la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia en febrero de 2022.
La política energética en la transición europea hacia las energías verdes
La respuesta de la Unión Europea (UE) a la crisis económica de 2008 consolidó su política energética en torno a un reto estratégico triple: garantizar la sostenibilidad, la competitividad y la seguridad de suministro. Este enfoque se materializó en una ambiciosa agenda climática.
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En 2007, la Comisión Europea presentó la Primera Revisión Estratégica de la Energía. Este documento sirvió de base para el paquete legislativo Energía y Clima (2008), que definió los célebres objetivos 20/20/20 para 2020: una reducción del 20% en las emisiones de gases de efecto invernadero respecto a 1990; un 20% de penetración de energías renovables; y un 20% de mejora en la eficiencia energética.
Estos compromisos sentaron las bases para el liderazgo global de la UE en la lucha contra el cambio climático, una línea de acción que se profundizó con la posterior Estrategia Marco para una Unión de la Energía, designada como una de las diez prioridades de la Comisión Juncker.
Esta estrategia no solo buscaba la transición hacia un sistema limpio y equitativo para los consumidores. También aspiraba a lograr el liderazgo mundial en energías renovables. La consolidación de esta visión condujo más tarde a compromisos aún más ambiciosos, como los objetivos 40/27/27 para 2030: una reducción del 40% de CO₂, un 27% de renovables y un 27% de eficiencia. Estos objetivos, aprobados en 2014, buscaban dar continuidad a la línea de actuación de 2020.
En medio de esta transición, la dependencia de la UE respecto a actores externos fue en aumento. Por un lado, necesita las materias que suministra China, país que ya lidera en la fabricación de componentes esenciales para las energías renovables. Por otro lado, depende de Rusia, que ofrecía gas barato y cercano para cubrir las necesidades de las industrias europeas.
El precio de la dependencia energética: la política energética europea en crisis
La profunda vulnerabilidad de la UE ante el gas ruso no fue solo un fenómeno de mercado. Fue el resultado de una estrategia deliberada de infiltración y lobby por parte de Moscú, con la connivencia de las instituciones de la UE y países como Alemania. Estos, o bien no supieron prever el resultado de estas políticas, o bien decidieron ignorar los riesgos.
Rusia buscó activamente obstaculizar las alternativas energéticas no rusas, como el fracking y la energía nuclear. Su objetivo era garantizar que sus gasoductos siguieran siendo la opción predominante. Como ejemplos de estas tácticas se encuentran asuntos tan diversos como el apoyo a grupos ecologistas como herramienta de presión, o las maniobras de lobby en Bruselas a favor de etiquetar el gas como energía verde.
- Financiación Contra el Fracking: Rusia inyectó más de 82 millones de euros en ONG y grupos ecologistas en Europa para financiar campañas contra el fracking. El objetivo de estas campañas era «blindar sus exportaciones de gas natural al continente», impidiendo que Europa explorara otras opciones bien explotando sus propios recursos o bien importando GNL de EE.UU. (donde si se aplica la técnica del fracking), eliminando así competidores directos del gas ruso por gasoducto.
- Ataque Regulatorio a la Nuclear y el Gas: Empresas estatales rusas estrechamente ligadas al Kremlin, como Gazprom o Lukoil ejercieron un intenso lobby en Bruselas. El objetivo era influir en la inclusión del gas fósil y la energía nuclear en la Taxonomía de la UE (la etiqueta verde para inversiones sostenibles).
- De prosperar esta maniobra (negociada en Nochevieja de 2021), el gas ruso habría recibido miles de millones de euros en financiación sostenible. Esto habría afianzado la dependencia de la UE del gas y el uranio rusos.
El Caso del Excanciller Gerhard Schröder como ejemplo de las tácticas del Kremlin
Entre las diversas cartas del Kremlin en esta partida, se encuentra el uso de los propios políticos europeos para la satisfacción de sus intereses. El ejemplo más notorio es el del ex canciller germano Gerhard Schröder. Semanas antes de dejar su puesto como Canciller de Alemania en 2005, Schröder firmó el controvertido acuerdo del gasoducto Nord Stream con Rusia que aumentaba la dependencia de una de las industrias europeas más fuertes (Alemania) con respecto de un actor que iría haciendo cada vez más patentes sus ansias revisionistas (Rusia).
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Sobre el papel resultaba un acuerdo en el que todos ganaban, los alemanes obtenían gas barato que disparaba su productividad, y los rusos obtenían una gran fuente de ingresos además de influencia en futuras negociaciones. Además para la UE en su conjunto parecía buena idea reforzar los lazos con el vecino del este, siguiendo la teoría de las relaciones internacionales que enuncia que cuanto mayor es la vinculación entre dos actores, más difícil será que se produzcan conflictos entre ellos.
Esta maniobra se tornó en polémica cuando, de manera inmediata al cese en el cargo en noviembre de 2005, Schröder se convirtió en presidente del consejo de Nord Stream AG, una compañía controlada por el estado ruso y subsidiaria de Gazprom.
Esta transición directa generó fuertes denuncias de corrupción y amiguismo en Alemania. Este caso ilustra cómo la influencia rusa trascendió la mera economía para corromper decisiones estratégicas nacionales, asegurando una infraestructura (Nord Stream) que daría a Rusia un enorme poder geopolítico sobre Alemania y la UE.
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La jugada por parte de Rusia era maestra, satisfacía sus intereses, y además producía un descrédito en el sistema democrático alemán, al arrastrar a un ex canciller a la sospecha sobre su corrupción.
El nuevo enfoque de la UE: reorientación, diversificación y contradicciones
Tras la construcción del gasoducto Nordstream II, y cuando estaban ultimándose los detalles para su apertura, se produjo la invasión de Ucrania por parte de las tropas de Putin.
El timing parece ser de todo menos casual, el Kremlin parecía haber calculado que la enorme dependencia alemana disuadiría a la UE de tomar medidas contrarios a los intereses del Kremlin. La Comisión Europea lanzó la estrategia REPowerEU en marzo de 2022, con el objetivo explícito de eliminar la dependencia de los combustibles fósiles rusos.
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Las acciones clave bajo REPowerEU incluyeron:
Ahorro y Eficiencia: Los Estados miembros llegaron a un consenso para la reducción voluntaria del uso de gas del 15%. La UE logró superar la meta inicial al reducir su uso de gas en un 19% entre agosto de 2022 y enero de 2023.
Diversificación Masiva: La dependencia del gas ruso se desplomó del 43% de las importaciones totales de la UE en 2021 al 15% en 2023. Nuevos socios clave sustituyeron a Rusia: Noruega se convirtió en el principal proveedor de gas por gasoducto con un 43,5% del gas gaseoso importado, y Estados Unidos se consolidó como el proveedor dominante de GNL, suministrando el 46% de todo el gas licuado importado.
El dilema del prisionero en la transición a la autonomía energética
La transición energética europea revela en el plano internacional un claro dilema del prisionero. Mientras la Unión Europea actúa como líder normativo en materia climática, adoptando políticas ambiciosas de reducción de emisiones y transformación industrial, otras potencias (Estados Unidos o China) implementan estrategias más graduales o selectivas, priorizando la competitividad y la seguridad energética sobre los compromisos ambientales.
En este marco, la UE desempeña el papel del jugador cooperativo que asume los costes económicos y tecnológicos de la transición verde, incluso a riesgo de erosionar su competitividad a corto plazo, mientras sus competidores obtienen ventajas relativas al mantener marcos regulatorios menos exigentes.
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Esta dinámica se ve agravada por una asimetría estructural en las cadenas globales de suministro verde. China domina la producción y exportación de la mayoría de los componentes esenciales para la transición (paneles solares, baterías de litio, turbinas eólicas y tierras raras) controlando gran parte de la cadena de suministros global en ciertos eslabones críticos.
Así, la estrategia europea de descarbonización, diseñada para reducir la dependencia del gas ruso, corre el riesgo de generar una dependencia verde respecto a China, reproduciendo en el ámbito tecnológico y de materiales la misma vulnerabilidad geopolítica que busca corregir.
La superación de este dilema exige una coordinación global efectiva y una política industrial europea autónoma, capaz de equilibrar la ambición climática con la resiliencia estratégica.
Ello implica fomentar la producción local de tecnologías limpias, diversificar el acceso a minerales críticos y reforzar los instrumentos de defensa comercial y tecnológica de la UE frente a prácticas de dumping o control de exportaciones. Solo así la transición ecológica podrá consolidarse como un vector de soberanía y no como una nueva forma de dependencia.
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