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De Siria a ¿Libia? El futuro de las bases militares rusas en el Mediterráneo

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Tras la incertidumbre sobre el futuro de sus bases en Siria y el creciente desgaste en la guerra de Ucrania, Rusia redirige su estrategia militar hacia el continente africano. Libia, Sudán y el Sahel emergen como nuevos puntos clave para ampliar su presencia y reforzar su pulso con Occidente. En este artículo, el alumni del Máster Profesional de Analista de Inteligencia de LISA Institute, Roberto Mansilla Blanco, analiza los intereses geopolíticos del Kremlin en una región cada vez más disputada por las grandes potencias: el denominado Flanco Sur de la OTAN.

El incierto futuro en torno a las bases militares rusas de Tartus y Hamaimim en Siria tras la caída en diciembre de 2024 de su principal aliado en Oriente Próximo, el régimen de Bashar al Asad, ha obligado al Kremlin a reorientar sus prioridades geopolíticas y de seguridad, ampliando su radio de interés más allá de esta región. 

Tres escenarios entran ahora en esta nueva ecuación para Moscú: Libia, Sudán y el Sahel. Rusia ha fortalecido alianzas y negociaciones para abrir bases militares y crear marcos de cooperación y de presencia militar en estos países del continente africano. Hasta ahora el único paso firme ha sido con Sudán tras el acuerdo suscrito en febrero pasado entre Moscú y Jartum.

Las bases rusas en el exterior

Además de las bases sirias y la de Sudán, Rusia tiene actualmente presencia militar en países como Bielorrusia, Kirguistán, Tayikistán y Armenia. También la tiene en entidades estatales de facto con escaso reconocimiento internacional, como Transnistria (Moldavia), Abjasia y Osetia del Sur (Georgia).

Desde la época soviética, Moscú tuvo bases militares en Cuba (en la localidad de Lourdes, cerrada en 2002) y Vietnam (en Cam Ranh, cerrada en 2004). Aunque esta última sirve actualmente como centro logístico para buques y submarinos rusos.

El actual clima de tensiones con Occidente ha persuadido a Moscú a estudiar la posibilidad de reabrir esas bases en Cuba y Vietnam. Al mismo tiempo, otros aliados como Venezuela han insistido al Kremlin en la apertura de una base militar rusa en su territorio, lo cual le daría a Moscú un mayor radio de actuación en el hemisferio occidental.

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En 2005, Moscú abrió en Venezuela una fábrica de fusiles Kalashnikov que se ha visto repotenciada con los últimos acuerdos. Pero hasta el momento no existen evidencias concretas sobre la posibilidad de apertura de una base militar rusa.

Por otro lado, y si bien Rusia aprobó en noviembre de 2024 un importante aumento de inversión en su presupuesto de Defensa (6,3 % de su PIB) y un aumento del gasto militar del 24,4 % para el trienio 2025-2027, la perspectiva en el horizonte de un período de recesión económica (así reconocido oficialmente por el Kremlin) ha generado dudas. Esta recesión está en gran medida determinada por el oneroso gasto de la guerra en Ucrania. Como consecuencia, ha persuadido al presidente ruso, Vladímir Putin, a anunciar el pasado 27 de junio la posibilidad de un recorte en su presupuesto de defensa para este 2025.

Sin desestimar el clima de tensiones ruso-occidentales, la eventualidad de un alto al fuego en el conflicto ruso-ucraniano es una posibilidad que sigue estando presente. Así se ha visto con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y, principalmente, tras la reciente conversación telefónica entre el presidente ruso, Vladímir Putin, y su homólogo francés, Emmanuel Macron. Fue la primera que se realiza en más de tres años.

No obstante, Putin ya ha advertido a Trump que la tregua debe realizarse bajo las condiciones rusas y que el Kremlin mantiene intactos sus objetivos iniciales en Ucrania.

A todo ello se une la necesidad de la flota rusa de alcanzar la navegabilidad en aguas cálidas, con el interés enfocado en el Mediterráneo. Destaca aquí el peso de la Flota del Mar Negro en Sebastopol (Crimea), bajo soberanía rusa desde 2014. La flota rusa ansía alcanzar el Mediterráneo vía el Mar Negro, para adentrarse hacia el Bósforo y el Estrecho de los Dardanelos, ambos bajo soberanía turca.

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En este apartado, Rusia y Turquía (este último país miembro de la OTAN, pero que ha girado igualmente su atención hacia el eje euroasiático sino-ruso) han mantenido un clima de relaciones intermitentes y con altibajos. A la hora de consensuar sus respectivos imperativos geopolíticos, Siria ha sido precisamente uno de esos puntos de fricción.

La presencia de la OTAN en el Flanco Sur Mediterráneo

Bajo un clima de tensiones con Occidente por la guerra en Ucrania y ante el incierto futuro de sus bases en Siria, Moscú acelera sus imperativos de seguridad en otras latitudes. Lo hace con vistas a reforzar sus posiciones geoestratégicas en el Mediterráneo (Libia); el Cuerno de África, el Canal de Suez, el Mar Rojo, el Golfo de Adén y el Mar Arábigo (Sudán); así como en África Central y el Sahel.

En el caso del Sahel, el Kremlin posee aliados importantes como Malí, Níger y Burkina Faso. En estos países ya existen contingentes del grupo militar ruso Wagner, actualmente reconvertido en Africa Corps. Debe destacarse la cercanía geográfica entre Libia, Sudán y el Sahel, un aspecto que le otorga a Moscú ventajas desde el punto de vista logístico.

Asimismo, Rusia observa con atención el Flanco Sur mediterráneo de la OTAN, un espacio cada vez más importante para sus intereses geopolíticos, geoeconómicos y de seguridad. Esta perspectiva es compartida por la propia Alianza Atlántica, cuyo Flanco Sur incluye el Mediterráneo y el Sahel como una zona de interés estratégico. Esto se debe a la inestabilidad y amenazas como el terrorismo y la migración irregular. Este interés estratégico, muy seguramente, aumentará ante la creciente presencia rusa y china en esas regiones.

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La Alianza Atlántica, cuya última cumbre en La Haya (24 y 25 de junio) aprobó el aumento del gasto militar a un 5 % entre sus países miembros, tiene presencia naval en el Mediterráneo a través de la Sexta Flota de EE. UU. Esta opera dentro del marco operativo de seguridad Operation Sea Guardian, que incluye bases en España (Rota y Cartagena), Italia (Nápoles), Grecia y Turquía.

El foco de estas operaciones se concentra principalmente en la lucha contra el terrorismo y la seguridad marítima. Destaca en este apartado la importancia de la base en Nápoles, que desde 2018 es el centro de referencia en la OTAN para incrementar el conocimiento sobre la evolución de la situación de seguridad. Su atención se centra principalmente en el Norte de África, el Sahel, África Subsahariana y Oriente Medio.

En el caso del Cuerno de África, destaca la cooperación de la OTAN con Yibuti, especialmente en operaciones de lucha contra la piratería. Estas se amplían hasta el Golfo de Adén y aguas adyacentes, en colaboración con otros países y organizaciones.

Libia: ¿el nuevo peón mediterráneo de Moscú?

La caída del régimen de Muammar al Gadafi en 2011, con la intervención de la OTAN al calor de la denominada Primavera Árabe, implicó para Moscú un revés geopolítico. Desde entonces, Rusia intenta reconvertir esa pérdida a su favor mediante una mayor implicación en la política libia.

Este contexto sigue determinado por el conflicto armado entre diversas facciones, lo que ha propiciado una división territorial de facto entre las regiones de Tripolitania, Fezzan y Cirenaica.

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Si bien la posibilidad de apertura de una eventual base militar rusa en Libia sigue manejándose en el terreno de las especulaciones, Moscú ha iniciado contactos con las autoridades libias para sondear esta opción. De concretarse este acuerdo, Rusia tendría en sus manos un estratégico grado de operatividad en el Mediterráneo y el Magreb.

Dentro de los intereses rusos en Libia destaca un nombre clave: Jalifa Hafter, el líder del Ejército Nacional Libio (ENL), que desde 2019 controla prácticamente la provincia de Cirenaica, al este del país. Además, ejerce una fuerte influencia en la vecina provincia de Fezzan.

El Kremlin tiene en Hafter a su «hombre fuerte» en Libia, con quien aspira a concretar acuerdos para desplegar sistemas de armamento avanzados. Uno de sus objetivos es la apertura de una base de misiles de largo alcance en la localidad de Sebha, capital de la región de Fezzan, en pleno desierto saharaui y a 900 kilómetros de la capital libia, Trípoli.

Bajo control del ENL, Sebha destaca igualmente por ser uno de los centros neurálgicos del tráfico ilegal en el Sahel. Es, además, un lugar muy disputado por las diferentes facciones armadas libias. Su importancia aumenta por la presencia de los yacimientos petrolíferos de Al-Sharara, cuyo control es esencial para las facciones armadas libias, especialmente las tribus tuareg, tubu y ulad suleiman.

Al mismo tiempo, esta localidad está a escasos 1.000 kilómetros de la isla italiana de Lampedusa, un epicentro de la crisis migratoria hacia Europa. El riesgo para Moscú consiste en que la inestabilidad de esta región la convierte en una zona especialmente difícil y costosa de asegurar.

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Rusia también está ampliando su presencia militar en Libia, transfiriendo efectivos y equipos hacia la base de Maaten al Sarra, en la frontera con Chad y Sudán. Esta base es un centro de información clave para Moscú, ya que le permite monitorear el control del Sahel.

Moscú ha transferido efectivos (principalmente sirios) a Maaten al Sarra con el objetivo de transformarla en un punto estratégico para operaciones militares en África. Este enclave es especialmente relevante a la hora de abastecer directamente a países aliados como Mali, Burkina Faso y, potencialmente, Sudán.

Son cada vez mayores los vuelos directos entre Bengasi (Libia) y la base rusa de Hamamin, en la provincia de Latakia (Siria). Su finalidad es asegurar el control para Moscú de una especie de cuadrilátero geográfico. Este se organiza en torno a las bases aéreas de al Khadim, al este de Libia; al Jufra, en el centro; al Brak al Shati, al suroeste de Sebha; y al Qurdabiya, en Sirte, en la zona centro-norte.

Estas bases albergan defensas aéreas, cazas rusos MiG-29 y drones. Son operadas por un contingente mixto de personal militar ruso y mercenarios del Grupo Wagner, ahora reconvertido en Africa Corps.

Moscú pretende convertir la base de Maaten al Sarra en un centro logístico clave para sus operaciones en África y el flujo de suministros hacia otras zonas del Sahel, donde ya ha consolidado su presencia militar. Además, esta base también es estratégica para proteger las rutas de suministro hacia Sudán, un país que sufre una grave inestabilidad interna. La situación está marcada por una crisis humanitaria provocada por el conflicto armado y las condiciones climáticas.

Sudán: un paso estratégico para el comercio mundial

Mientras avanza en su presencia en Libia, Moscú observa a Sudán como otro punto logístico y estratégico. Tras varias negociaciones y algunas reservas por parte sudanesa, en febrero pasado, Rusia acordó con Sudán la apertura, por un período de 25 años, de una base logística naval en la localidad de Port Sudan, en la costa del Mar Rojo. Así lo anunció el ministro sudanés de Exteriores, Alí Youssif Ahmed al Sharif, tras reunirse con su homólogo ruso, Serguéi Lavrov.

La base acogerá un máximo de 300 efectivos, además de cuatro buques de guerra, incluyendo aquellos de propulsión nuclear. El propio Lavrov justificó este acuerdo sobre la base naval debido al «interés de Rusia en la estabilización de Sudán», la «necesidad de poner fin a las acciones militares en el país» y la promoción de un diálogo nacional donde participen «las fuerzas políticas, étnicas y religiosas».

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Es pertinente recordar que Sudán vive, desde abril de 2023, un conflicto interno entre el gobierno liderado por el general de las Fuerzas Armadas Sudanesas (FAS), Abdel Fattah al-Burhan (quien tomó el poder en 2021 tras un golpe de Estado) y las paramilitares Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR). El país ha transitado durante décadas por golpes de Estado, autoritarismo, conflictos internos y crisis humanitarias, que llevaron en 2011 a la secesión de Sudán del Sur, cuya legitimidad estatal fue inmediatamente reconocida por la ONU.

Diversas fuentes advierten sobre la posibilidad de una internacionalización del conflicto sudanés y su expansión regional por el Cuerno de África y África Central, zonas igualmente inestables. Este contexto implicaría directamente a Rusia, con los consecuentes riesgos para su seguridad ante su presencia en el país vía la base naval de Port Sudan.

Con todo, Rusia aumenta sus imperativos geopolíticos, geoeconómicos e incluso su rol como interlocutor y negociador para el diálogo que ponga fin al conflicto armado que vive Sudán. No se debe pasar por alto la cercanía de otros países igualmente inestables, como Somalia y Yemen. Este último sufre una guerra civil entre facciones gubernamentales apoyadas por Arabia Saudita y los rebeldes hutíes apoyados por Irán.

La base naval rusa también funcionaría como un centro logístico de control y monitoreo de rutas económicas vitales, por ser el paso entre el Mar Rojo y el Golfo de Adén. El Mar Rojo es una ruta clave para el comercio entre Asia y Europa a través del Canal de Suez. Este conecta el Mar Rojo con el Mar Mediterráneo y es una vía rápida y eficiente para el transporte de mercancías. Además, el Mar Rojo es importante para el comercio de energía, ya que transporta una gran cantidad de petróleo y gas natural.

El Cuerno de África, el Canal de Suez, el Mar Rojo, el Golfo de Adén y el Mar Arábigo (Sudán) son estratégicos por ser el paso de un 12 % del comercio mundial desde Asia hasta Europa. Su importancia geoeconómica es clave, así como su seguridad, tomando en cuenta los riesgos de internacionalización del conflicto en Yemen. En este conflicto participan directamente Irán, Arabia Saudita e incluso Israel, objeto de ataques de los hutíes, con implicaciones claras para el comercio mundial y la seguridad marítima en el Mar Rojo.

El reciente enfrentamiento entre Israel e Irán amenazó con provocar una crisis económica global ante la posibilidad del cierre, por parte de Teherán, del Estrecho de Ormuz.

El activismo militar de la comunidad hutí está interrumpiendo el transporte marítimo y generando un impacto significativo en las cadenas de suministro globales, incluida la industria de los microchips.

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Esto provoca retrasos en la entrega de componentes y productos finales, así como un aumento en los costos de envío, lo que puede afectar la disponibilidad y los precios de los productos.

Esta breve guerra entre Israel e Irán podría reforzar aún más el interés geoestratégico del Kremlin por su base militar en Port Sudan. Si bien durante este enfrentamiento su apoyo se limitó al aspecto diplomático y moral, Moscú observa a Irán como su principal aliado geopolítico en Oriente Próximo. Esta perspectiva se ha fortalecido aún más tras la caída de su aliado sirio.

Sahel: penetrar en el corazón de África 

El Sahel, principalmente a través de Burkina Faso, Malí y Níger, se ha convertido en otro espacio estratégico de interés para Moscú vía asistencia militar, apoyo político e inversiones. Estos tres países han creado la Alianza de Estados del Sahel (AES), adoptando un giro soberanista y anticolonialista que implicó para la ex metrópolis, Francia, perder esferas de influencia a favor de Rusia y China.

En este sentido, el Kremlin ha defendido esta narrativa «autóctona» antiimperialista con fines propagandísticos para afianzar sus influencias en el Sahel. Por tanto, son tres los vectores que guían a Rusia a penetrar en la región: la cooperación política y militar; el carácter propagandístico y de desinformación antioccidental; y los jugosos contratos económicos para empresas rusas.

Rusia pretende así ampliar su pulso con Occidente en el denominado Flanco Sur de la OTAN. Se siente persuadida a avanzar ante el atascamiento de la guerra en Ucrania y la pérdida de un socio geopolítico en Oriente Medio, como lo fue la Siria de Bashar al Asad. Moscú observa con atención el interés geoeconómico en minerales y “tierras raras” en países como Chad y República Centroafricana, así como las oportunidades de contratos y asistencia militar vía el Grupo Wagner y su sustituto, Africa Corps.

El presidente de Burkina Faso, Ibrahim Traoré, quien llegó al poder en 2022 tras un golpe de Estado, se ha convertido en una pieza clave para el Kremlin en el Sahel y África Central. Es un aliado útil para propagar una especie de «renacimiento africano» de carácter anticolonialista y multipolar. Su presencia en el Desfile del Día de la Victoria contra el Nazismo, en la Plaza Roja de Moscú el pasado 9 de mayo, revela esas intenciones del Kremlin.

Rusia aspira a abrir en Burkina Faso una central nuclear orientada a duplicar la producción de energía eléctrica en ese país para 2030. Este proyecto resulta imperativo para sus intereses geopolíticos en África Occidental. Al mismo tiempo, Moscú aspira a fomentar una imagen de fortaleza del AES, especialmente en el caso de Burkina Faso, donde el presidente Traoré avanza en un programa reivindicativo soberanista contra las multinacionales occidentales que controlan el sector minero.

El interés propagandístico del Kremlin a favor de Traoré tiene como objetivo convertirlo en un referente africano. La idea es que potencie nuevos socios, contratos y esferas de influencia continentales para una Rusia que se presenta como un actor de cooperación igualitario, tendiente a fomentar vínculos multilaterales y multipolares con los países africanos.

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No obstante, en la región persisten problemas crónicos de seguridad ante la presencia de grupos yihadistas, crisis socioeconómica, alimentaria y migratoria, conflictos armados, golpes militares y proliferación de redes criminales. Todo esto contrasta con el triunfalismo propagandístico que tanto la AES como el Kremlin insisten en propagar.

Según datos del Índice Global de Terrorismo del Instituto para la Economía y la Paz, el 51 % de las víctimas mortales registradas en el planeta por terrorismo internacional se concentran en el Sahel. Contrario al discurso oficial de erradicación del yihadismo, y pese a que la AES creó una Fuerza Conjunta de unos 5.000 efectivos, los grupos activos en la zona se fortalecen cada vez más.

Destacan el Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes (JNIM, alineado con Al Qaeda) y el Estado Islámico del Gran Sáhara (EIGS), cuyo radio de actuación está alcanzando otros países como Benín y regiones como el Golfo de Guinea.

En Malí, Moscú ha enviado tanques T-72 (muy activos en el frente ucraniano), mientras el Africa Corps ejerce una influencia clave en las decisiones políticas y militares de la AES. Visto en perspectiva geopolítica, esto podría implicar el fomento de cambios políticos, vía golpes militares o conflictos internos, que favorezcan los intereses rusos. Como lo fue su antecesor, el Grupo Wagner, el Africa Corps se ha reconvertido en un poderoso lobby de influencia en estos países, a favor de los intereses económicos de Moscú.

Otro país de influencia rusa es Guinea Ecuatorial. Unos 200 instructores militares rusos (en gran medida miembros del Africa Corps) llegaron a su capital, Malabo, en otoño de 2024. Allí se han convertido prácticamente en la guardia de élite del vicepresidente Teodoro Nguema Obiang Mangue, hijo del actual presidente Teodoro Obiang Nguema Mbasogo y su supuesto sucesor.

Otro caso es Chad, donde Rusia tiene presencia militar vía el Africa Corps. A esto se suma el respaldo de aliados como el presidente húngaro Viktor Orbán, quien ya anunció el envío de entre 200 y 400 efectivos militares. Lo hizo bajo el paraguas de «luchar contra la inmigración ilegal», pero, visto en perspectiva geopolítica, muy probablemente actuarán en ese país bajo el amparo ruso, con el objetivo de explotar recursos minerales.

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Rusia, China, Estados Unidos, Turquía, India, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Catar y la Unión Europea observan al Sahel como un escenario creciente de prioridad estratégica. No sólo en materia de seguridad, sino también a la hora de aprovechar las ventajas de adquisición y explotación de recursos naturales vitales para el desafío tecnológico, especialmente las «tierras raras».

A pesar de los riesgos en materia de seguridad por la perenne inestabilidad regional, la puja de estas potencias por controlar esferas de influencia en el Sahel adquiere un imperativo cada vez más geoestratégico. En este apartado, Rusia ha avanzado a paso firme, con perspectivas a largo plazo.

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