La Revolución Cubana de 1959 y la figura de Fidel Castro marcaron un antes y un después en la historia de Cuba, hasta el punto de que la historia de Cuba no podrá entenderse sin el liderazgo de Fidel y el sistema político que él fundó: el castrismo. Sin embargo, el entorno geopolítico actual difiere sustancialmente del vivido durante el liderazgo de Fidel en el marco de la confrontación geopolítica bipolar entre EE.UU. y la URSS. Miquel Ribas, alumno del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico y el Curso de Experto en China de LISA Institute, explica cómo estos cambios han influido en la dinámica interna de Cuba y en su relación con las potencias mundiales contemporáneas.
Tras el fin de la Guerra Fría, con la caída del Muro de Berlín y el colapso soviético, surgió el debate sobre si el castrismo, como ocurrió con el socialismo real en Europa, colapsaría. Sin embargo, a pesar de los efectos catastróficos que supuso la desaparición del bloque socialista y de la Unión Soviética, Cuba mantuvo su carácter muy excepcional, preservando los principios políticos castristas acompañados de flexibilidad económica y aperturismo en la búsqueda de socios que le proporcionaran la ayuda económica que el régimen exigido para su supervivencia.
En los albores de la posguerra fría, las olas democratizadoras que tuvieron lugar en América Latina como Chile, Argentina o Uruguay a lo largo de los años 1980 no tuvieron efecto en Cuba. La inmunidad de Cuba ante las transiciones democráticas convirtió a la isla en un caso casi único en la región. Sin embargo, en el contexto actual, ya sin Fidel ni Raúl al frente de la jefatura del Estado, surge la pregunta o, si se quiere, el debate sobre si hoy existen condiciones concretas que indiquen que Cuba puede abandonar ese estatus excepcional que ha mantenido hasta ahora.
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Uno de estos condicionantes podría ser que por primera vez desde 1959 el Estado no esté gobernado bajo el liderazgo de un Castro. Un hecho que erosiona la legitimidad del régimen, ya que, si bien estuvo gobernado por un Castro, la legitimidad se basó en la Revolución, lo que se ha convertido en un hecho lejano para la población actual que busca mejorar sus condiciones materiales de vida. Al mismo tiempo, los últimos años se han caracterizado por el surgimiento de movimientos populares de oposición que exigen cambios internos, como los ocurridos en las protestas de 2021 tras la crisis de la COVID-19.
Raúl Castro dejó la dirección del gobierno cubano en 2018 después de un período de diez años desde que sucedió a su hermano Fidel, en 2008. Seis años después de su salida, es posible realizar un análisis retrospectivo de las implicaciones que tuvo el mandato político de Raúl, como período de transición entre la Cuba revolucionaria del castrismo hacia el poscastrismo.
También permite realizar un enfoque en los efectos que el nuevo liderazgo tuvo en la generación fundadora o en la generación «histórica» y también ha tenido en la supervivencia de la Revolución, siguiendo la terminología del Partido Comunista de Cuba (PCC).
Reformas económicas de Raúl Castro: un tímido aperturismo sin alterar los fundamentos políticos en Cuba
Uno de los problemas significativos que ha tenido Cuba desde la Revolución ha sido su economía. Los desequilibrios económicos y las carencias del sistema económico basado en la planificación y centralización han sido minimizados en la época de la Guerra Fría gracias a la cooperación entre La Habana y Moscú (a veces más vinculada por necesidad que por confianza) a través de los subsidios económicos soviéticos que Moscú otorgaba para garantizar la supervivencia de su principal, si no único, aliado en el continente americano.
Del mismo modo, tras el colapso de la URSS y el transcurso del Período Especial, la llegada de Chávez al poder en Venezuela permitió, a través del subsidio al petróleo, minimizar el malestar social y la crisis económica, oxigenando la situación interna de la isla marcada por la caída de su PIB del 35% durante la última década del siglo XX. En este contexto, el análisis de la economía castrista durante la Guerra Fría denota características significativas de una economía fuertemente subsidiada y dependiente de la ayuda exterior, principalmente de un socio mayoritario, ya fuera la URSS durante la Guerra Fría o Venezuela a lo largo del siglo XXI.
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Esta situación se manifestó claramente una vez que Fidel, máximo representante de la ortodoxia del castrismo, abandonó el liderazgo del país, transfiriéndolo a su hermano Raúl, en un contexto en el cual fue necesario adoptar nuevas reformas para que la Revolución pudiera sobrevivir.
Esta transferencia del poder generó la posibilidad de realizar una «actualización del modelo económico», como lo definió Raúl. Para él, los ejes centrales de la actualización estuvieron encaminados a abandonar la dependencia de la exportación de servicios profesionales y de remesas mediante la promoción de un modelo de desarrollo integral sustentado en altos índices de inversión extranjera.
Raúl rompió con las rigideces y el dogmatismo económico e ideológico de su predecesor, abogando por el desarrollo del sector privado como medio para ayudar al país a salir de la crisis y reabsorber todo el excedente de la fuerza laboral. Raúl identificó la promoción del sector privado como una fórmula que permitiría dar mayores incentivos a los trabajadores y más autonomía a la gestión de las empresas, buscando una mayor eficiencia económica, manteniendo siempre el papel del Estado como principal agente económico.
Un giro que permitió el desarrollo de nuevas industrias como el turismo junto con el ingreso de divisas provenientes de la diáspora cubana. Todo ello siguiendo su política reformista, como dijo el propio Raúl: «sin prisa, pero sin pausa».
A nivel económico, a pesar de pequeños atisbos de privatización de ciertos sectores económicos y de liberalización del comercio exterior, sigue habiendo ineficiencia a causa de un sistema que aún conserva características económicas ligadas a la ortodoxia de Fidel y a la vieja guardia del PCC.
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La propiedad privada, por ejemplo, seguía siendo considerada tabú, ya que, según el PCC, una política de liberalización excesiva conduciría inevitablemente a la destrucción de los fundamentos socialistas que reconoce la constitución. En este sentido, es relevante cómo Raúl se ha distanciado del patrón comunista para definir el carácter de Cuba (y de la Revolución) como socialista, haciendo una crítica al igualitarismo utópico, abogando más por un modelo en el que «cada uno contribuye según su capacidad, cada uno recibe según su necesidad».
Económicamente, en general, las reformas impulsadas por Raúl han sido más cosméticas que efectivas e incluso inconclusas. Miguel Díaz-Canel, sucesor de Raúl, no ha encontrado una solución a ciertos desequilibrios, ya que al gobierno cubano, pese a la afluencia de inversiones que provienen de sus socios y de las remesas, le resulta difícil explotarlos. En este contexto, Cuba sigue teniendo dos problemas económicos relevantes que ni Raúl ni Díaz Canel han resuelto.
Por un lado, el país sigue dependiendo de subsidios y donaciones de un socio más grande (la ex URSS, Venezuela y, en menor medida, China, Rusia y la UE). Por otro lado, la productividad está estancada y hay una obsolescencia del tejido productivo que dificulta el crecimiento y la competitividad.
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Estos hechos que reflejan como Cuba es aún una economía subvencionada se reflejan en la decisión tomada por Moscú, en 2014, de condonar el 90% de la deuda que Cuba adquirió con la ex URSS bajo la condición de ampliar la cooperación bilateral en el ámbito de la defensa, la seguridad y prospección petrolera. Además, también se acordó la renegociación de la deuda con base en la prórroga del pago de un montante de 2.300 millones de dólares para el año 2027 a causa de la falta de solvencia del Estado cubano.
Por otro lado, en 2011, Pekín condonó una deuda de más de 6.000 millones de dólares a La Habana ante la imposibilidad de que Cuba se la devolviera por su falta de solvencia. A pesar de los costos que asume China para apoyar a Cuba, es poco probable que Beijing abandone La Habana, ya que existen sinergias importantes como el carácter unipartidista de ambos Estados, así como el interés chino en la construcción de un modelo de economía de mercado socialista.
Transición política: oposición de la vieja guardia y aperturismo político
A lo largo de los diez años de Raúl al frente del Estado se inició un proceso de apertura económica y, en menor medida, política, como el inicio del deshielo con Washington o la mejora de las relaciones con Moscú, al ser Raúl Castro el primer jefe de Estado cubano quien visitó la capital rusa desde la perestroika. Además, también se incrementó la promoción de los intercambios comerciales con Canadá y la autorización de la instalación de empresas turísticas en la isla. Estos hechos muestran una política exterior con múltiples vectores de una Cuba que, pese a su alineamiento con el tercer mundo, también se comprometió a dinamizar sus relaciones con Europa y Occidente.
Pese a ello, las reformas económicas de Raúl han sido inacabadas y, en cierto modo, torpedeas, pues gran parte de los funcionarios y los burócratas del PCC aún continúan con la «Vieja Mentalidad» y siguen abogando esencialmente para que Cuba siendo un país de partido único, de sistema estatista y de un sistema económico de planificación centralizada.
No obstante, a pesar de esta oposición, Raúl ha logrado algunos cambios en el modelo político, por ejemplo, ha enterrado el modelo castrista basado en una autocracia personalista que había regido durante el liderazgo de Fidel, reemplazándolo por un liderazgo burocratizado. Además, separó al PCC de la Asamblea Nacional, empezó a promover un cambio generacional. No obstante, estos cambios no ha implicado la llegada del pluralismo político ni la renuncia del PCC como «fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado».
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Igualmente, Raúl fue una figura relevante al contribuir en el restablecimiento las relaciones con la Iglesia Católica recibiendo al Papa Benedicto XVI, quien condenó el embargo contra la isla y la completa normalización de la Iglesia y el Estado en 2015, reflejado en la invitación del Papa Francisco.
Finalmente, con Raúl se ha llevado a cabo la introducción de un concepto de democracia propia basado en el municipalismo y el asambleísmo. Una prueba de ello fue la elección de Miguel Díaz-Canel como sucesor de Raúl, quien le valoró su experiencia en la gestión municipal. No obstante, a pesar de la apuesta del municipalismo, estos cambios no han alterado en modo alguno el triángulo del poder sobre el cual se ha sustentado el régimen cubano castrista formado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba, el PCC y el aparato burocrático del Estado.
Relaciones internacionales: el deshielo de Cuba con Washington
Uno de los principales hitos de la política exterior de Raúl Castro tuvo lugar con el inicio de la mediación secreta con Washington para terminar con la suspensión de relaciones diplomáticas durante más de 60 años. Hubo algunos cambios que posibilitaron dicho aperturismo. Por un lado, Fidel Castro ya no estaba en el gobierno cubano y, por otro lado, en el caso cubano, la caída de los precios de petróleo auguraba una caída en los ingresos provenientes del subsidio venezolano con los efectos que pudiese implicar para una economía anquilosada y fuertemente dependiente de la ayuda exterior.
Al mismo tiempo, en Washington, Cuba ocupó un papel central en el debate en torno a dos factores que han marcado las relaciones internacionales de la época de Obama. Por un lado, el desarrollo del «Smart Power» priorizando la negociación y por otro lado, el hecho que la historia de la política exterior estadounidense ha reflejado que EE.UU. no ha estado siempre al lado de aquello «moralmente correcto».
Los cambios impulsados por Raúl persuadieron al Partido Demócrata, pero no al Partido Republicano, que mantiene fuertes vínculos con el poderoso lobby del exilio cubano en Miami. La mayoría de los que forman el núcleo de cubanos descienden de quienes abandonaron la isla después de la Revolución y defienden el regreso de una Cuba unida a Estados Unidos, como se produjo en la época prerrevolucionaria. En este contexto, es relevante la mención de las reticencias de los republicanos a eliminar el embargo, buscando intensificar el hostigamiento económico contra La Habana.
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La euforia inicial suscitada por la normalización diplomática, iniciada por Raúl, Obama y la mediación del Vaticano, no ha tenido continuidad temporal en parte debido al modelo de alternancia democrática en Estados Unidos y a que los republicanos, influidos por el lobby cubano de Miami y Florida, han sido mayormente críticos de los acercamientos con los Castro (no con el pueblo cubano sino contra el gobierno del PCC).
Asimismo, tampoco ha habido un interés real por parte de la administración Biden por volver a impulsar las relaciones, apostando por un enfoque de «nueva Guerra Fría», es decir, la confrontación con La Habana en lugar de la cooperación. Asimismo, en el contexto venidero, es poco probable que las relaciones Washington-La Habana cambien, ya que Trump ha demostrado que no tiene intención de desarrollar políticas que puedan dar oxígeno al gobierno cubano y Kamala Harris, la candidata del Partido Demócrata, aún no se ha pronunciado sobre su política exterior en relación con Cuba.
El deshielo probablemente fue posible gracias a la reciprocidad mutua entre Obama y Raúl Castro. Un hecho que ha quedado connotado en el hecho de que la normalización de las relaciones cubanoamericanas no ha sobrevivido a sus dirigentes una vez que Obama y Raúl abandonaron el liderazgo de sus respectivos Estados y a los cambios en los códigos geopolíticos impulsados por las nuevas administraciones, tanto en Washington como en La Habana.
Un mandato contradictorio sin cambios de calado y falta de continuidad
Los diez años de Raúl Castro al frente de Cuba como el líder que tuvo que pilotar la transición cubana del castrismo al poscastrismo y las amenazas que enfrenta la supervivencia de la Revolución en un contexto de reemplazo de «la generación histórica», se han caracterizado por un mandato en el que se han impulsado reformas necesarias para adaptar el legado de la Revolución al nuevo contexto geopolítico, tanto interno como externo, que no han podido superar los grandes problemas que enfrenta el país.
Pese a la propuesta de ruptura con la ortodoxia del castrismo encarnada en la figura de Fidel para actualizar el modelo económico a los nuevos tiempos, muchos problemas siguen persistiendo y no han sido resueltos a pesar del aperturismo y el reformismo impulsado por Raúl. Cuba continúa siendo una economía dependiente, improductiva y subvencionada, condicionada por elevadas necesidades de financiación y dependencia de las importaciones de productos e insumos básicos.
La generación histórica aún mantiene una influencia relevante en el PCC, a pesar de que algunos miembros han comenzado a retirarse, y se ha mostrado desfavorable a cambios que impliquen una ruptura con los principios dogmáticos y revolucionarios de Fidel y la Revolución. En este contexto, a pesar de la transición política entre Fidel y Raúl, el liderazgo del PCC no ha sido alterado ni se han introducido elementos de pluralismo político, lo que le ha permitido mantener su papel como organización de vanguardia y la fuerza política rectora de la sociedad cubana.
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Asimismo, el mayor éxito que pudo haber influido en el legado de Raúl, el deshielo con Washington, se ha convertido en un espejismo que solo ha durado hasta el final de la presidencia de Obama, pero que ha demostrado que en Washington ni el Partido Demócrata ni el Republicano han mostrado interés en dotar de continuidad a la política de deshielo Obama hacia La Habana.
El principal hecho que refleja que el mandato ha quedado inconcluso y que el malestar cubano con el régimen continúa se refleja en el abandono de su aperturismo iniciado por la apuesta por una política coercitiva de Miguel Díaz-Canel. Este ha utilizado la coerción para frenar el ascenso de movimientos democráticos, como el Movimiento San Isidro o el descontento popular por el daño económico agravado por la crisis del COVID-19. Tanto los movimientos como la incapacidad del gobierno para persuadir a la población apostando por la violencia y la represión muestran las debilidades internas del régimen.
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