Los cables submarinos transportan más del 95% de los datos globales y sostienen la economía digital. Su vulnerabilidad los convierte en un objetivo estratégico en un mundo de tensiones geopolíticas crecientes. En este artículo, Elena Bueso analiza las amenazas, actores y propuestas para proteger esta infraestructura crítica.
En un mundo cada vez más interconectado digitalmente, los cimientos de nuestra economía global, seguridad nacional y comunicaciones cotidianas descansan en una infraestructura invisible a la vista: los cables submarinos de fibra óptica. Estos delgados filamentos de vidrio, que serpentean por los fondos oceánicos, transportan más del 95% del tráfico de datos internacional.
Sin embargo, pese a su importancia crítica, su vulnerabilidad ha sido subestimada durante años. En el contexto geopolítico actual, con tensiones crecientes entre potencias y una renovada competencia tecnológica y militar, los cables submarinos están emergiendo como un nuevo frente potencial de conflicto: la llamada «guerra de los cables».
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Este artículo analiza la situación actual de esta infraestructura, las amenazas reales que enfrenta, los actores involucrados y los mecanismos de protección y gobernanza, proponiendo una reflexión urgente sobre la seguridad digital global.
Una infraestructura vital y vulnerable
Existen actualmente más de 550 cables submarinos activos, que suman más de 1.4 millones de kilómetros de extensión. Su función es crucial: permiten las transacciones financieras globales, las comunicaciones entre gobiernos, el acceso a servicios en la nube, las videollamadas cotidianas y el funcionamiento de empresas transnacionales. Sin ellos, el sistema digital global colapsaría en cuestión de horas.
A pesar de su relevancia, estos cables están sorprendentemente desprotegidos. La mayor parte de su recorrido se encuentra en aguas internacionales, fuera de la jurisdicción de los Estados. Además, son físicamente frágiles: de apenas unos centímetros de diámetro, pueden ser cortados accidentalmente por anclas, terremotos submarinos o de forma deliberada por actores hostiles.
Según datos del International Cable Protection Committee (ICPC), cada año ocurren entre 100 y 200 cortes de cables, la mayoría por causas accidentales. No obstante, en un entorno geopolítico cada vez más polarizado, el temor a sabotajes deliberados crece. La OTAN ha advertido en repetidas ocasiones sobre la posibilidad de que potencias rivales, como Rusia, exploren vulnerabilidades en esta red para obtener ventajas estratégicas.
Incidentes recientes y señales de alarma
En 2022, la tensión aumentó tras las misteriosas explosiones que afectaron al gasoducto Nord Stream en el mar Báltico. Aunque no se trataba de cables de datos, el incidente puso de manifiesto la vulnerabilidad de las infraestructuras críticas submarinas.
Ese mismo año, un cable que conectaba las Islas Shetland en el Reino Unido fue cortado en dos puntos distintos, lo que dejó sin conectividad a la región durante días. Aunque se atribuyó a un arrastre accidental, generó suspicacias sobre posibles acciones encubiertas.
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A esto se suma la creciente actividad de buques rusos cerca de rutas de cables clave, como las que conectan Europa con Estados Unidos. Un informe del Center for Strategic and International Studies (CSIS) de 2023 advirtió que buques de investigación oceanográfica rusa podrían estar realizando mapeos para futuras operaciones de sabotaje.
Por su parte, China ha comenzado a invertir masivamente en redes alternativas de cables, como el proyecto Peace Cable que conecta Asia, África y Europa sin pasar por rutas tradicionales dominadas por empresas occidentales. Esto no solo responde a razones económicas, sino a una estrategia de soberanía tecnológica y seguridad nacional.
Los actores: empresas privadas y Estados
Un aspecto llamativo de esta problemática es que, a diferencia de otras infraestructuras críticas como carreteras, aeropuertos o centrales eléctricas, la mayor parte de los cables submarinos no son públicos, sino propiedad de empresas privadas. Google, Facebook (Meta), Amazon y Microsoft han invertido miles de millones en instalar sus propias redes de cables, buscando garantizar el control y la velocidad de sus servicios.
Esta privatización del espacio digital plantea un dilema: si los cables son operados por corporaciones, pero tienen implicaciones geoestratégicas, ¿quién es responsable de su seguridad? Los Estados tienen pocos mecanismos para supervisar estas instalaciones, y muchas veces dependen de acuerdos bilaterales con empresas para obtener información o intervenir ante incidentes.
Además, existe una asimetría en la capacidad de protección: países como Estados Unidos, el Reino Unido o Japón tienen flotas especializadas para monitorear y reparar cables, mientras que muchos países en desarrollo carecen incluso de mapas precisos de su infraestructura submarina.
Legislación internacional y vacíos legales
La Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (CONVEMAR) reconoce la libertad de instalación de cables en alta mar, pero ofrece protecciones limitadas frente a sabotajes o conflictos. No hay una autoridad internacional con competencia directa sobre la seguridad de los cables, y la cooperación entre países es escasa.
Algunos tratados regionales, como el Convenio de Tampere, abordan las telecomunicaciones de emergencia, pero no se aplican a la infraestructura submarina. Esto deja un vacío legal que podría ser explotado por actores estatales o no estatales en caso de conflicto.
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En 2023, la Unión Europea propuso una Estrategia de Resiliencia para Infraestructuras Críticas, que incluye medidas para proteger cables, gasoductos y satélites. Alemania y Francia han promovido ejercicios conjuntos para identificar vulnerabilidades y simular escenarios de sabotaje. Sin embargo, estas iniciativas siguen siendo incipientes.
Ciberseguridad y espionaje
Más allá del riesgo físico de cortes, los cables submarinos también son un punto de interés para el espionaje. Durante años, la NSA (Agencia de Seguridad Nacional de EE.UU.) interceptó tráfico digital directamente desde cables, como revelaron los documentos de Edward Snowden. Existen informes de instalaciones secretas de escuchas en puntos de amarre o estaciones repetidoras.
Esto plantea un doble riesgo: por un lado, la vulnerabilidad de la información transmitida; por otro, la posibilidad de manipular datos o interrumpir servicios de forma selectiva. En un contexto de guerra híbrida, donde se combinan ciberataques, desinformación y sabotajes físicos, los cables submarinos podrían convertirse en objetivos clave.
Propuestas para una gobernanza segura
Frente a estas amenazas, diversos expertos y organizaciones han propuesto medidas urgentes:
- Mapeo y monitoreo en tiempo real: Desarrollar sistemas de vigilancia oceánica que permitan detectar movimientos sospechosos cerca de rutas críticas. Esto requiere colaboración entre Estados, empresas y organismos multilaterales.
- Diversificación de rutas: Evitar dependencias excesivas en determinados cables o rutas. Algunos países están promoviendo conexiones redundantes para aumentar la resiliencia.
- Normas internacionales vinculantes: Impulsar un tratado específico sobre infraestructura digital submarina, bajo el auspicio de la ONU o la UIT (Unión Internacional de Telecomunicaciones), que establezca protocolos de protección y sanciones ante sabotajes.
- Integración con la OTAN y mecanismos de defensa: Algunos países están considerando que la defensa de cables sea parte de sus estrategias de seguridad nacional. La OTAN ha creado una Célula de Coordinación de Infraestructura Submarina para este fin.
- Cooperación Sur-Sur: Muchos países en desarrollo comparten vulnerabilidades similares. Alianzas regionales pueden facilitar el intercambio de información, capacitación técnica y defensa común.
- Educación y conciencia pública: La opinión pública desconoce la existencia y relevancia de los cables submarinos. Campañas educativas podrían reforzar el respaldo a políticas de seguridad digital.
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Conclusión
La creciente interdependencia digital del mundo moderno ha creado un nuevo talón de Aquiles: la infraestructura submarina que sostiene el flujo de información global. En tiempos de tensión geopolítica y competencia tecnológica, los cables de fibra óptica se han convertido en activos estratégicos cuya protección es esencial.
No se trata de caer en alarmismos ni imaginar una guerra inminente de sabotajes oceánicos, pero sí de comprender que la seguridad del siglo XXI ya no está solo en las fronteras físicas o los arsenales militares. Está también, y cada vez más, en las profundidades del mar, donde circula la sangre digital del mundo.
Prepararse para una eventual «guerra de los cables» no significa militarizar los fondos oceánicos, sino desarrollar una gobernanza robusta, inclusiva y multilateral que garantice la resiliencia y la transparencia de la infraestructura más crucial de nuestra era.
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