La estrategia de los Cinco Cebos es una de las más antiguas y sofisticadas formas de influencia ideológica en la historia de China. En este artículo, Miguel Ángel Melián la analiza en profundidad. Basada en la seducción y no en la fuerza, esta estrategia sigue ofreciendo claves para entender el poder blando de la China contemporánea.
Mucho antes de que Joseph Nye acuñara el término soft power, China ya comprendía algo clave. El lujo, la honra y la dependencia podían ser más eficaces que la espada. Durante la dinastía Han, se cuenta que un pensador de renombre diseñó una política llamada «Tres Demostraciones y Cinco Cebos». Era una estructura de cooptación destinada a someter a los xiongnu, tribus nómadas que amenazaban la frontera noroccidental del imperio. Su lógica era sencilla y profundamente pragmática: conquistar mediante el deseo.
En el siglo II a.C., el Imperio Han enfrentaba un dilema estratégico. Al norte y noroeste, las confederaciones nómadas xiongnu hostigaban constantemente sus fronteras. La respuesta tradicional -las campañas militares y la violencia- drenaba recursos y vidas.

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Fue entonces cuando Yi, un joven consejero al que se le atribuye esta estrategia, propuso al emperador Wen una alternativa revolucionaria. Esta seguiría una estructura basada en vencer sin combatir. En concreto, buscaba desarmar al enemigo mediante la fascinación y la abundancia.
De esta manera se concibió un sistema de Cinco Cebos. Era un sistema que, previamente, se preparaba mediante demostraciones. Estas consistían en exhibir la prosperidad y estabilidad del Imperio Han. Luego, los «cebos» se dirigían a ofrecer a los líderes nómadas los placeres y símbolos del refinamiento chino. El objetivo era despertar en ellos el deseo de integrarse. Esencialmente, los Cinco Cebos seguían una lógica sensorial. Buscaban conquistar al adversario por etapas, claves para lograr el objetivo final: atraer a sus rivales a sus redes.
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En primer lugar, la estrategia aborda cómo a través de carruajes y vestiduras suntuosas se buscaba enviciar los ojos. En segundo lugar, el empleo de manjares exquisitos para enviciar la boca. Seguidamente, un sinfín de música y concubinas para enviciar los oídos. En cuarto lugar, palacios, graneros esclavos para enviciar el vientre de los huéspedes.
Y, si en este punto ya se había logrado que el rival se rindiese, el mismo emperador encargaba la realización de una recepción imperial con todos los honores en las que el propio emperador les sirviese vino y comida para terminar con el círculo, enviciando de esta manera sus mentes.
Estos eran los denominados Cinco Cebos. El objetivo principal de éstos era que los jefes xiongnuquedaran atrapados en una red de fascinación, envidia y dependencia. Aceptar regalos, disfrutar del lujo y recibir honores significaba entrar en la órbita del poder Han. Por ende, se asumía que la dominación no se imponía, se interiorizaba.
Como consecuencia de sus repentinos éxitos (consolidando una red de pueblos tributo), se comprendió que el deseo y otros derivados podía ser un instrumento político más duradero que el miedo. Si el bárbaro ansiaba las sedas, los banquetes y el prestigio del Imperio, su lealtad se desplazaba gradualmente del clan nómada hacia el trono imperial. El cebo, en definitiva, era una pedagogía de la subordinación.
El encaje de los Cinco Cebos en el sistema internacional
Tratando ahora de dilucidar el acoplamiento que puede tener esta aproximación en la actualidad, la política de los Cinco Cebos anticipa distintas lógicas de poder que siguen vigentes. Primeramente, representa una forma de coerción indirecta donde se sustituye el enfrentamiento militar por la manipulación del interés ajeno.
Indudablemente, se asumía que el costo de la guerra podía neutralizar los beneficios de la victoria, por lo que optó por debilitar al adversario desde dentro. Los regalos, el prestigio y los honores actuaban como instrumentos de penetración que dividían facciones, generaban competencia entre élites y erosionaban la cohesión política de los extranjeros. En términos modernos, equivaldría a una estrategia de equilibrio indirecto donde la seducción reemplaza al poder duro (caracterizado por el predominio puramente militar).
Así, los Han creaban mercados de frontera y redes comerciales que introducían a los nómadas en su sistema económico para que posteriormente pasaran a formar parte del sistema tributario chino.
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El comercio reemplazaba la guerra al ofrecer beneficios mutuos, aunque desiguales, ya que en último término la periferia dependía del centro para acceder a bienes de prestigio y tecnología. La paz resultaba rentable para ambos, pero consolidaba la subordinación del uno frente al otro. Asimismo, también se puede relacionar en cierta medida con la dimensión cultural del proceso. Los cebos no solo buscaban alterar intereses materiales, sino también identidades y percepciones hasta tal punto en el que los pueblos circundantes cuestionaran sus propias costumbres.
Quien se vestía o comía a la manera Han internalizaba un código de prestigio que lo vinculaba simbólicamente con el Imperio. La seducción, en este sentido, actuaba como mecanismo de socialización y legitimación de una jerarquía internacional o modo de entender el sistema global (basado en un fuerte sinocentrismo). Esta idea conecta con la visión Han de imponer la superioridad china de forma natural. Partía de la suposición de que cualquiera que conociera el modelo civilizacional chino lo integraría en su estructura relacional con los chinos.
Por ende, desde la visión Han, el centro no imponía por la fuerza, irradiaba civilización. Esta aproximación es observable en las actuales redes diplomáticas chinas en diferentes regiones del mundo, a partir de las cuales ejecuta su visión exterior desde una postura altamente atractiva para numerosos pueblos y naciones, que ven en la opción china un socio confiable al que tener en cuenta de forma incuestionable.
De esta lectura se desprende una conclusión fundamental. La política de los Cinco Cebos no fue una simple táctica diplomática, sino una teoría práctica del poder relacional. Al contrario de la coerción o el aislamiento, se basaba en convertir la admiración en dependencia, un principio que reaparece en múltiples formas de influencia contemporánea.
Continuidad civilizatoria: del Imperio Han al Sueño Chino
La estrategia de los cebos no fue un episodio aislado, sino una constante en la diplomacia china. Durante las siguientes dinastías Tang y Ming, el sistema tributario reeditó el mismo principio, ofrecer beneficios materiales y reconocimiento simbólico a cambio de deferencia política. En la era Qing, los emperadores mantenían relaciones ritualizadas con los reinos vecinos -Corea, Annam (que hace referencia a una parte antigua de Vietnam), Birmania- mediante intercambios de regalos y audiencias que reafirmaban la jerarquía imperial.
En todos esos casos, la hegemonía se sostenía más en la admiración que en la conquista. China se concebía como el centro civilizatorio, y su entorno como un círculo concéntrico de pueblos que aspiraban a compartir su cultura, no necesariamente su soberanía. Esa visión reaparece hoy en la retórica del «Sueño Chino» de Xi Jinping y en su estructura para conseguir proyectar esta visión (desde la Iniciativa de la Franja hasta el Made in China 2025).
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Cuando Pekín ofrece infraestructuras, préstamos o cooperación tecnológica bajo el lema de la cooperación win-win, reactualiza el mecanismo de seducción imperial. Concretamente el de atraer mediante el beneficio, consolidar mediante la gratitud y gobernar mediante la dependencia. En este sentido, la modernidad no ha abolido los cebos, sino que los ha tecnificado.
Como consecuencia, los Cinco Cebos adoptan formas más sofisticadas en la actualidad, pero responden a la misma lógica de fondo: convertir la atracción en influencia. Donde antaño se ofrecían sedas y banquetes, hoy se levantan puertos, trenes de alta velocidad, redes 5G y parques industriales. La infraestructura se ha convertido en el nuevo lenguaje de la diplomacia china. Cada proyecto financiado por Pekín lleva implícito un mensaje político en el cual China no impone, sino que invita. No conquista territorios, sino que construye vínculos.
El ejemplo de Sri Lanka resulta paradigmático. El puerto de Hambantota, financiado por China bajo condiciones favorables, acabó arrendado durante 99 años cuando el gobierno local no pudo asumir el pago de la deuda (estrategia que se puede enmarcar bajo la denominada «Trampa de la deuda china»). No hubo coerción militar ni ultimátum diplomático, pero el resultado fue similar al de la época Han, una cesión estratégica motivada por el peso de la gratitud y la dependencia.
Algo parecido ocurre en Laos, donde el ferrocarril de alta velocidad promovido por Pekín ha reforzado la conectividad y el comercio, pero al precio de un endeudamiento que condiciona la soberanía fiscal del país. En África, los préstamos para carreteras, hospitales o estadios reproducen la misma lógica de intercambio desigual. Un beneficio inmediato que genera simpatía y un saldo final que perpetúa la asimetría.
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de Pew Research Center
El segundo gran cebo contemporáneo es cultural. A través de los Institutos Confucio, los programas de becas universitarias y los medios de comunicación internacionales, China despliega una red de influencia simbólica que busca mejorar su imagen y proyectar una narrativa alternativa al discurso occidental. Es una versión actualizada de la música y otros placeres, una diplomacia del gusto, la cortesía y el prestigio. La fascinación por la lengua, la gastronomía o la cultura popular china cumple la misma función que los banquetes Han.
Por último, la diplomacia de los honores imperiales se expresa hoy en la multiplicación de foros y cumbres organizadas por Pekín. El Foro de Cooperación China-África (FOCAC), los BRICS, la Organización para la Cooperación de Shanghái (SCO) o la reciente Cumbre de Tianjin se han convertido en espacios de visibilidad donde los países invitados son tratados como aliados de una nueva era de prosperidad compartida, liderada indudablemente por el gigante asiáático. Los gestos, la escenografía y el lenguaje protocolario evocan la antigua liturgia imperial, el reconocimiento público del liderazgo chino en un marco de supuesta igualdad.
En conjunto, los nuevos cebos operan a través de una tecnología de atracción institucionalizada que responde a una hoja de ruta prácticamente estructurada para el largo plazo. En esta línea, su eficacia no depende tanto de la coacción como de la capacidad para modelar aspiraciones, es decir, quien desea parecerse a China (o al menos beneficiarse de sus progresos) en crecimiento, en estabilidad o en poder ya ha dado el primer paso hacia su órbita.
El dilema del poder y la atracción
Como en la época Han, la política del deseo presenta ventajas y riesgos. Su éxito depende tanto de la atracción que genera como de su sostenibilidad a largo plazo, debiendo hacer frente a múltiples retos. En primer lugar, mantener flujos constantes de inversión, préstamos y ayudas tensiona el presupuesto chino en plena desaceleración económica.
Del mismo modo que los emperadores Han debían alimentar el lujo de los xiongnu para evitar incursiones, Pekín se enfrenta al dilema de sostener su influencia exterior sin comprometer la estabilidad fiscal, asimilando posibles costes y sobreextensiones que delimiten su crecimiento.
En segundo lugar, la dependencia debe transformarse en legitimidad. Es decir, es ampliamente aceptado que el deseo es volátil. Los socios pueden aceptar los beneficios sin interiorizar cierto grado de subordinación. Sri Lanka renegoció su deuda; Kazajistán diversifica socios; varios países africanos comparan las condiciones chinas con las occidentales para obtener mejores términos… La dependencia material no siempre garantiza lealtad política, y este es uno de los principales desafíos a los que debe enfrentar China si quiere desarrollar una política exterior que forme aliados sólidos (o al menos con capacidad de convicción frente a otros esquemas de poder).
En tercer lugar, en la era de la transparencia global, la estrategia de los cebos corre el riesgo de ser percibida como neocolonialismo económico. Los proyectos fallidos o las deudas impagables alimentan narrativas de desconfianza y China, que aspira a ser vista como potencia benevolente, puede convertir la estrategia en resentimiento.
En este sentido, la proyección de imagen y legitimidad en su operatividad exterior ya está siendo cuestionada en diversos países africanos e iberoamericanos (y, por supuesto, de su contraparte estadounidense), donde la intervención china es ya tema de debate en procesos electorales o incluso planificaciones estatales, situando la cuestión china como una vía de crecimiento más o, por el contrario, de dependencia.
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Por último, el poder blando siempre tiene límites. La fascinación por la prosperidad china no implica adhesión ideológica. En varios países del Sudeste Asiático, las élites admiran el éxito de Pekín mientras las sociedades mantienen reservas hacia su modelo político. El cebo, por tanto, no garantiza conversión sino todo lo contrario, puede incluso incrementar el grado de resistencia cultural e impulsar facciones internas que rechacen el papel del gigante asiático en sus países basadas en el proteccionismo de la identidad nacional.
La política de los Cinco Cebos como paradigma de hegemonía
La política de los Cinco Cebos encierra una lección universal: el poder más eficaz no siempre destruye, sino que seduce. Los teóricos chinos entendieron que el dominio sostenible se construye sobre el deseo del otro, no sobre su miedo. Por eso, la estrategia Han fue tanto una táctica de seguridad como una pedagogía de hegemonía.
En la China contemporánea, esa lógica sigue operando bajo ropajes distintos. El poder blandono es un mero recurso cultural, sino una tecnología de influencia civilizatoria. Más de dos mil años después, aquella sabiduría política parece que siguiera viva bajo nuevas formas. La China del siglo XXI, lejos de recurrir únicamente al expansionismo militar, despliega una red de seducción económica, tecnológica y simbólica que recuerda, en espíritu, la estrategia de los Cinco Cebos.
Si entonces se trataba de atraer con sedas, banquetes y honores, hoy los cebos se presentan como infraestructuras, créditos, cooperación cultural y prestigio internacional. En ambos casos, el objetivo es el mismo: crear dependencia, emulación y gratitud, las tres dimensiones más estables del poder imperial.
Es evidente que la vigencia de los Cinco Cebos radica en su capacidad para convertir la cooperación en asimetría y la admiración en poder. Sin embargo, también revela una paradoja que cristaliza que cuanto más sofisticada es la seducción, más frágil se vuelve su dominio. Cuando el deseo se desvanece o surgen alternativas, los vínculos construidos sobre la fascinación se disuelven con rapidez.
El Imperio Han descubrió que alimentar el apetito ajeno podía mantener la paz, pero no la obediencia. Del mismo modo, la China de este siglo puede lograr que muchos países deseen su prosperidad sin que necesariamente acepten su liderazgo.
La historia de los Cinco Cebos recuerda que toda hegemonía basada en la atracción debe renovar constantemente sus encantos o arriesgarse a perderlos. En suma, el mayor poder no consiste en someter al enemigo, sino en lograr que aspire a parecerse a ti renunciando a sus propios valores.
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