La alianza entre Rusia y China aparenta solidez, pero es desigual. Beijing gana influencia en el Lejano Oriente ruso. En este análisis, Artiom Vnebraci Popa expone cómo el vínculo se vuelve estratégico, pero también frágil.
La narrativa oficial entre Moscú y Beijing afirma a ambos países como base pilar alternativa al sistema global dominado por Occidente. Así, las imágenes televisivas de maniobras militares, las visitas oficiales, el turismo interestatal y las cumbres bilaterales parecen querer reforzar el relato de una alianza sólida. Una alianza basada en la amistad y los valores compartidos. Pero sin ir más lejos, la historia y el análisis geopolítico muestran más bien un pacto pragmático, moldeado por circunstancias del contexto y temporales, en vez de una hermandad ideológica.
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Bajo la retórica de cooperación, la República Popular China mantiene un claro interés estratégico de influencia en áreas rusas poco pobladas y ricas en recursos, como el Lejano Oriente, Siberia y el Ártico. Así, estas regiones podrían convertirse en un escenario de gradual penetración económica, influencia política y colonización de facto.
Alianza por necesidad, no por afinidad
La cooperación sino-rusa actual ha sido configurada sobre la forma de exclusión mutua que ambas potencias experimentan frente a Occidente. Tras la anexión de Crimea y la imposición de sanciones occidentales, Rusia ha debido de buscar nuevos mercados. China, con su amplia demanda de energía y materias primas, ha sido el socio ideal: compra gas, petróleo y minerales masivamente.
Para Beijing, Rusia es una pieza más (aunque pragmática) en su tablero geopolítico: un proveedor de recursos estratégicos y un actor estatal que desvía la atención político-militar de Occidente hacia la guerra de Ucrania. De esta forma, la República Popular China puede concentrar su estrategia de influencia regional en el Índo-Pacífico.
Sin embargo, esta «hermandad» carece de un fundamento sólido. El modelo ruso se basa en un estatismo centralista de corte nacional vinculado a la extracción de recursos. El modelo chino, en cambio, es un autoritarismo tecnocrático con una economía orientada al control de cadenas de suministro globales.
El análisis estratégico se refiere a este tipo de alianzas como cooperaciones negativas: uniones por antagonización y por lo que ambos actores rechazan. Pero esto las hace especialmente frágiles ante cambios en la arena internacional.
Heridas y espinas históricas
Las tensiones sino-rusas no nacen de la contemporaneidad, sino de un pasado lleno de tratos desiguales. En el siglo XIX, cuando China atravesaba su «era de humillación» bajo presión de potencias europeas, el Imperio ruso aprovechó la debilidad de la dinastía Qing para expandir su frontera oriental. Así, bajo el Tratado de Aigún (1858) y la Convención de Pekín (1860), China cedió alrededor de 600.000 km², incluyendo territorios estratégicos con acceso al mar, como Vladivostok.
También, a finales del siglo XIX, Rusia obtuvo derechos de construcción y control del ferrocarril transmanchuriano. Por último, incluso bajo la ideología compartida del comunismo, las relaciones sino-rusas se deterioraron hasta llegar a enfrentamientos armados mínimos en la isla Zhenbao/Damansky.
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En la memoria china, tanto popular como militar, tales cesiones son parte de espinas históricas aún clavadas. La narrativa oficial rara vez lo menciona por cuestiones diplomáticas de neutralidad. Sin embargo, los mapas escolares chinos y ciertos discursos nacionalistas siguen recordando que el Lejano Oriente ruso le fue arrebatado a China durante una etapa de debilidad. Para el Kremlin, esta constatación histórica es incómoda. Sabe que su socio más apegado en la actualidad nunca ha terminado de renunciar a la idea de que tales tierras puedan volver a orbitar bajo su influencia.
Desequilibrio demográfico-económico en el Lejano Oriente ruso y refugio climático
El Lejano Oriente ruso (una vasta región que supera en tamaño a toda la Unión Europea), enfrenta un notable desequilibrio demográfico y económico frente a su vecino chino. A pesar de una extensión de más de 6 millones de km², alberga menos de 8 millones de habitantes. Esto representa una densidad poblacional mínima y unas condiciones de inversión económica en desventaja (y no aprovechadas).
A su vez, al otro lado de la frontera, las provincias chinas de Heilongjiang, Jilin y Liaoning concentran más de 100 millones de personas en un espacio mucho más reducido. Esta diferencia no es solo una cuestión de estadística numérica. Mientras la Federación Rusa mantiene negocios basados en el extractivismo de recursos, con problemáticas logísticas de conectividad y servicios, la República Popular China busca diversificar su población.
También quiere ampliar sus espacios geográficos, promover su aparato productivo y tejer una red de infraestructura moderna aún más amplia. Cabe destacar que, en las ciudades rusas cercanas a la frontera, el mercado chino integra formalmente el yuan. Además, los negocios y las señalizaciones se escriben en mandarín, y el comercio bilateral de materias primas sigue en auge. Tal situación ha comenzado a alertar al Kremlin, que percibe el riesgo de que la influencia económica china devenga, a largo plazo, en un dominio geopolítico indirecto sobre regiones clave.
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A este panorama se le ha de añadir un interés geoestratégico creciente por parte de diversos países hacia el Lejano Oriente ruso, Siberia y el Ártico. Con el avance del cambio climático, vastas zonas de estas regiones, antes consideradas inhóspitas, han empezado a percibirse como potenciales espacios habitables y económicamente viables. El deshielo gradual abrirá nuevas rutas marítimas en el Ártico, como la Ruta Marítima del Norte, y facilitará el acceso a recursos naturales antes inaccesibles.
Esta transformación convierte el Extremo Oriente ruso en una región codiciada. No solo por su valor energético, sino también como refugio climático en un mundo afectado por olas de calor extremo, escasez hídrica y desertificación. En tal contexto, la escasa presencia poblacional rusa y el debilitado control económico del Kremlin sobre su propio territorio oriental aumentan su vulnerabilidad. Esto lo expone a posibles dinámicas de ocupación simbólica, inversión externa y/o dependencia estratégica.
La estrategia china de influencia regional exterior
Beijing ha perfeccionado un modelo de proyección de poder basado en la inversión masiva, el control de recursos y la creación de dependencia económica (evitando el uso directo de la fuerza). Este tipo de estrategia probada en América Latina, el sudeste asiático y África, son adaptadas al modelo estatal ruso y a su territorialidad geográfica.
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Por ejemplo, el gasoducto Power of Siberia canaliza el suministro energético a la República Popular China mediante contratos difíciles de renegociar para Moscú, debido a la pérdida de socios compradores. Por otro lado, empresas chinas han comenzado a arrendar grandes extensiones de tierras agrícolas con la retórica de seguridad alimenticia. Sin embargo, en realidad, esta táctica económica responde más bien al establecimiento de comunidades rurales chinas en territorio ruso. A su vez, la construcción de infraestructura financiada con capital chino facilita el comercio y la logística, pero también implica un riesgo estratégico con posibles implicaciones militares en caso de crisis.
De esta forma, si tales dinámicas se mantienen, el gobierno chino podría comenzar a consolidar formas sutiles de colonización de facto. La dominación no llegaría con soldados y grandes batallas, sino a través del control de cadenas de suministro, el crédito y las infraestructuras críticas. Así, el soft power chino articulado a largo plazo, podría transformar una región lejana de Rusia en una extensión silenciosa de su zona de influencia.
3 escenarios prospectivos de conclusión
Horizonte: 2030
Escenario 1: Continuidad asimétrica
Rusia y China mantienen su alianza estratégica, pero la dependencia rusa es más alta. Moscú profundiza su vínculo con Beijing debido a las sanciones occidentales y su condición de Estado paria. En el Lejano Oriente ruso y Siberia, la presencia económica y demográfica china se normaliza. Las empresas chinas consolidan el control sobre sectores clave como agricultura, infraestructura y energía. Al mismo tiempo, las comunidades rurales chinas aumentan exponencialmente.
Moscú mantendría la soberanía formal de tales territorios, pero perdería funcionalidad operativa. De esta forma, la Federación Rusa se encontraría en una jaula dorada estratégica: necesitaría a China para sobrevivir, pero se vería cada vez más condicionada a aceptar términos de Beijing.
Horizonte: 2035
Escenario 2: Fricción por soberanía y reacción regional
Sectores ultranacionalistas rusos y los oligarcas tecnócratas obligan al Kremlin a reducir los acuerdos con China y a reformar su presencia económico-militar en la región (y en las fronteras sino-rusas). Las concesiones territoriales son paulatinamente negadas, los arrendamientos agrícolas son revocados y el uso del yuan restringido en mercados locales. Esto genera tensiones diplomáticas con Beijing y China interpreta estas acciones como traición a su «cooperación estratégica». Las tensiones económicas se traducen en disputas comerciales y sabotajes indirectos en infraestructuras clave. Rusia «gana» cierta soberanía, pero su economía se ve más debilitada.
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En respuesta, la República Popular China intensifica su presión en foros multilaterales y promueve una narrativa de «aislamiento internacional parcial» para debilitar la imagen de la Federación Rusa. El Lejano Oriente y Siberia se convierten en un espacio de contención mutua. Sin embargo, China sigue sin promover una belicidad narrativa abierta, debido a su necesidad de acceso al Ártico y su antagonismo con Occidente.
Horizonte: 2035-2040
Escenario 3: Re-acercamiento ruso a Occidente y erosión del eje con China
Ante el desgaste de la guerra en Ucrania, nuevas administraciones estadounidenses y nuevos intereses rusos comerciales impulsan un giro diplomático hacia Occidente. Se alivian las sanciones, se habla de cooperación económico-militar en el Ártico, se atraen inversiones occidentales y la economía rusa es estabilizada.
La Unión Europea, en busca de autonomía estratégica frente a Estados Unidos y con el objetivo de contener la influencia china en Eurasia, África y Latinoamérica, acepta restablecer relaciones económicas parciales con Rusia bajo condiciones políticas. Este giro debilita el eje Moscú-Beijing. La República Popular China, que había consolidado redes de influencia en el Ártico, Siberia y el Lejano Oriente, ve cómo Rusia restringe acuerdos de infraestructura. Además, renegocia contratos energéticos para diversificar su economía hacia Europa, Estados Unidos, Oriente Medio y Asia Central.
A nivel internacional, esto rompe el frente común sino-ruso frente a Occidente. En la política interna rusa, el acercamiento a Europa genera divisiones. Una élite tecnocrática ve en ello una oportunidad de modernización. En cambio, sectores patrióticos temen que Rusia vuelva a depender del bloque occidental. Para China, este escenario representa una amenaza estratégica: la pérdida de un socio territorial clave, el freno a su expansión hacia el norte y una Europa fortalecida en su contención de Beijing.
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