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Cómo la tecnología está revolucionando los sistemas políticos

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El refuerzo del despliegue de sistemas de vigilancia de diferente índole no solo se produce en el marco de los regímenes autoritarios, también en los países democráticos. En este artículo la alumna del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico de LISA Institute, Macarena Stampa, expone el choque entre dos modelos – tecnoautoritarismo y capitalismo de vigilancia – y cómo serán los Estados del futuro en vista de los avances tecnológicos que estamos presenciando hoy.

El siglo XXI es para muchos el siglo de la tecnología. Nuestra sociedades dejan atrás su funcionamiento analógico y entran de lleno en una era digital que está cambiando todo a nuestro alrededor. El desarrollo de la inteligencia artificial (IA) y su llegada al público general a través de los modelos de lenguaje generativo como ChatGPT, ha dejado al descubierto una serie de retos que acompañan a la revolución tecnológica y que parecen inabarcables. 

En el plano de las relaciones internacionales, la tecnología se ha convertido en un elemento clave para entender las dinámicas de poder globales. Aunque la capacidad tecnológica de los países siempre ha sido un elemento determinante en el equilibrio mundial, el contexto de la actual revolución tecnológica hace que esta se haya consagrado como un verdadero vector de poder en sus dos dimensiones, blando y duro. 

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En el plano económico, la revolución tecnológica, desde el Internet de las cosas (IoT), al desarrollo de la tecnología blockchain y de la IA, o los avances en el campo de la robótica, se están transformando profundamente nuestros modelos de producción, de negocio y de consumo. 

Desde la perspectiva social, autores como Zygmunt Bauman ya hablaban a finales de los años noventa de la modernidad líquida. El autor utilizaba este concepto para referirse a las sociedades contemporáneas: “A un tiempo veloz, seguros de que las cosas no van a durar mucho, de que van a aparecer nuevas oportunidades que van a devaluar las existentes”. Hoy, sin embargo, parece que la tecnología nos está llevando un paso más allá, a la “hiperliquidez”.

Somos sociedades permanentemente conectadas a nivel global, tenemos cualquier producto a un solo «clic» y las redes sociales marcan la forma de relacionarnos. La información circula a una velocidad vertiginosa y tanto su acceso como su producción se han visto profundamente alterados. Este contexto nos ha convertido en lo que define el autor Moisés Naím. En su obra «La revancha de los poderosos» (2022), define la sociedad de las tres «Pes»: el populismo, la posverdad y la polarización. 

Pero más allá de los efectos que la revolución tecnológica está teniendo en los tres campos mencionados, uno de los ámbitos en los que más cambios se están produciendo, y de forma más silenciosa, es el político. Sin duda, la transformación del Estado, de sus herramientas y del papel que juega en nuestras vidas, es un consecuencia de todo lo anterior. Sin embargo, resulta interesante tratar de aislar el plano político para arrojar luz.

¿Cómo serán los Estados del futuro en vista de los avances tecnológicos que ya estamos presenciando? Es necesario entender que la naturaleza de cada Estado, en particular en lo que se refiere a la dicotomía entre democracias y autoritarismos (en su acepción más amplia), determinará en gran medida la naturaleza y el alcance de los cambios. La tecnología es, de facto, una nueva herramienta al servicio de los Estados. Ahora, su utilización y consecuencias dependerá de cada país. 

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¿Cómo está alterando la revolución tecnológica a nuestros sistemas políticos?

Por un lado, resulta casi obvio subrayar el uso que los regímenes autoritarios le están dando a la tecnología. Históricamente, los regímenes autoritarios se han caracterizado por desplegar todo un aparato represor y de censura para garantizar el control de sus poblaciones. La revolución tecnológica ha tenido un impacto directo sobre los ciudadanos, la información a la que acceden y el modo en que esta se produce.

Además, le ha dado una nueva dimensión a la opinión pública y a los movimientos sociales, globalizándolos. Las fronteras son hoy permeables, puesto que en cierto modo, la tecnología y en concreto Internet, las difumina. Esto a priori limitaría la capacidad de los Estados autoritarios de desplegar su aparato de control, pero la mayoría de ellos han encontrado en las nuevas tecnologías una herramienta muy útil para consolidar, expandir y reforzarlo.

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Sin embargo, es preciso subrayar que el refuerzo del despliegue de sistemas de vigilancia de diferente índole no solo se ha producido en el marco de los regímenes autoritarios, también en los países democráticos. A nivel más teórico, la aplicación de las nuevas tecnologías en los regímenes más autoritarios ha llevado a hablar de «tecnoautoritarismo».

En contrapartida, en el caso de los países democráticos, hay diferentes conceptos para definir los distintos ámbitos en los que está penetrando la tecnología. Un ejemplo de ello es el de la «gobernanza de los algoritmos» de Daniel Innerarity. En este caso, el teórico se refiere al uso de la IA en la toma de decisiones en el marco del proceso político, con límites. De hecho para algunos analistas, con la pandemia como elemento catalizador, se está produciendo un choque entre dos modelos: el del tecnoautoritarismo del que serían protagonistas China y Rusia, contra el denominado capitalismo de vigilancia de Silicon Valley. 

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¿Cómo se manifiesta la tecnología en la política?

La tecnología proporciona numerosos instrumentos para expandir y garantizar la vigilancia de la población

Primero, la tecnología proporciona numerosos instrumentos para expandir y garantizar la vigilancia de la población. En los últimos años, hemos podido ver una rápida expansión de los sistemas de videovigilancia y de reconocimiento facial por todos los países del mundo, en especial entre los Estados con regímenes autoritarios.

Actualmente, se estima que aproximadamente la mitad de todos los sistemas de CCTV (circuitos cerrados de televisión) se encuentran en China. Se calcula que más de 60 Estados en el mundo tienen implementados sistemas de IA de vigilancia de origen chino, lo que hace que el país asiático se haya consolidado como país líder en la exportación de estas tecnologías, que forma parte de la BRI (Belt and Road Initiative), principalmente a través de empresa como Huawei.

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De forma similar, en Rusia, a raíz de la pandemia de la covid-19 y para asegurar que se cumplieran con las restricciones impuestas, se ampliaron notablemente el número de cámaras instaladas, tanto de grabación como de reconocimiento facial, en ciudades como Moscú o San Petersburgo. En efecto, a raíz de la pandemia, se reforzó el uso de las nuevas tecnologías como vía para controlar a la población: desde el aumento del seguimiento de datos móviles, hasta la proliferación de aplicaciones para registrar contactos personales, pasando por las ya mencionadas redes de CCTV equipadas con mecanismos de reconocimiento facial, e incluso drones. 

Pero recordemos que este fenómeno no solo afecta a los países de corte más autoritario, sino que también se ha dado en Estados democráticos. Por ejemplo, según los datos, Londres es una de las ciudades del mundo que más información tiene de sus ciudadanos. De igual modo, a raíz de la pandemia, se han reforzado los sistemas de CCTV en países como Israel, Singapur o Corea del Sur, o en ciudades como Delhi. De hecho, en términos globales, según el Índice de Vigilancia Global mediante IA (VGIA),  en un estudio realizado tras la pandemia, de 176 países, al menos 75 utilizan activamente tecnologías de IA con propósitos de vigilancia. Este índice incluye en su análisis las plataformas de ciudades inteligentes desplegadas en 56 países, sistemas de reconocimiento facial detectados en 74 países y mecanismos de vigilancia policial inteligente que afectan a algo más de 50 Estados.

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La tecnología ha llevado a reforzar el aparato de censura en muchos países

En un segundo nivel, la tecnología, al crear nuevas plataformas de comunicación, de difusión de la información o incluso de servicios, ha llevado a reforzar el aparato de censura en muchos países. De hecho, es cada vez más común que los diferentes gobiernos prohíban en sus territorios aplicaciones móviles o páginas web de origen extranjero bajo el argumento de la salvaguarda de la seguridad nacional y del orden social. Por ejemplo, en China está bloqueado el uso de aplicaciones de mensajería como WhatsApp, Snapchat o Telegram. Tampoco operan allí grandes empresas de streaming como Netflix, Amazon o HBO. Como contrapartida, en 2020 la India fue el primer país del mundo en prohibir hasta 59 aplicaciones de origen chino como TikTok o WeChat. 

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Los nuevos usos de la inteligencia artificial

Como último ejemplo del modo en que las nuevas tecnologías están penetrando los sistemas políticos, en particular los autoritarios, cabe destacar el empleo que se está dando a la IA. Por ejemplo, en China, líder en este sector, la fiscalía de Shanghái cuenta con un sistema de información basado en la IA que elabora escritos de acusación y presenta los cargos contra los acusados. Esto lo hace en general a partir de una descripción oral de los hechos. Para enseñar a esta IA, se le introdujo información de más de 17000 casos. Sin embargo, se plantean numerosos interrogantes. Por ejemplo, ¿hasta qué punto puede eliminarse el elemento humano cuando las decisiones que se toman afectan a otros humanos? ¿Acaso una máquina de IA asegura más justicia y equidad que un juicio hecho por un jurado profesional?

¿Qué futuro nos espera entre la tecnología y la política?

A corto o medio plazo parece imposible imaginar que se dé marcha atrás en todas iniciativas. De hecho, como se ha visto a raíz de las medidas que se implementaron con la pandemia de la covid-19 en pro de la salvaguarda de la salud pública, una vez que las medidas se ponen en marcha, rara vez se suspenden. Además, solo estamos en el inicio de una revolución tecnológica que muy probablemente termine proporcionando más herramientas a los Estados de cara a la vigilancia de la población.

En el caso de los regímenes autoritarios, su utilidad y por ende, su proliferación resulta evidente. Pero no hay que olvidar que este fenómeno también se está dando en los países democráticos. Aunque el Estado de Derecho supone un límite que no encontramos en los autoritarismos, ya sea bajo pretextos de seguridad interna, nacional o incluso en pro de la paz social, cada vez son más comunes estos sistemas de vigilancia en las democracias.

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Finalmente, es posible que acabemos viviendo en sistemas políticos del tipo de los que ya denunciaba Michel Foucault en «Vigilar y castigar» (1975): los del panóptico de Jeremy Bentham, padre del utilitarismo inglés. La idea del sistema de vigilancia del panóptico era permitir que los guardias observaran con precisión, en todo momento y sin ser vistos, a los internos, de ahí su nombre, que proviene del griego panoptes: «que lo ve todo». Esta idea la han abordado de diversas formas otros autores como por ejemplo George Orwell en su obra «1984», a través de su personaje del Gran Hermano creado con el fin de representar más gráficamente a aquellos organismos, organizaciones o gobiernos que vigilan intensamente a sus ciudadanos. 

En este contexto, la población que caiga en el marco de esos «tecnoautoritarismos» tiene menos margen de acción que aquella de los países democráticos que, en cierta medida, tendrán mecanismos para reclamar que estos sistemas de vigilancia no vulneren sus derechos y libertades fundamentales. En todo caso, la revolución tecnológica abre toda una nueva dimensión en el clásico debate entre libertad y seguridad. Sin embargo, a corto plazo, parece que pesará más el argumento de la seguridad, aunque vaya en detrimento de la libertad de los ciudadanos

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