El ransomware se ha convertido en una de las ciberamenazas globales más peligrosas. Originalmente diseñado para extorsionar a empresas o particulares, esta herramienta se ha transformado en un arma que altera la economía, amenaza a las infraestructuras estatales y alimenta las tensiones políticas.
El ransomware es un tipo de malware que cifra datos y exige un rescate para su liberación. Tradicionalmente, se empleaba para obtener beneficios económicos. Sin embargo, a medida que la tecnología ha avanzado, también lo ha hecho la complejidad y el alcance de estos ataques. Los grupos de ciberdelincuentes están cada vez más organizados, y ahora, muchos operan bajo la protección o el apoyo de Estados.
Los ciberdelincuentes han empezado a utilizar esta arma en ataques estratégicos destinados a desestabilizar naciones interrumpiendo servicios vitales. El informe de 2023 de Dragos sobre Ciberseguridad señala la creciente amenaza del ransomware en sectores como el industrial, dejando en evidencia que los actuales conflictos como la negativa entre Rusia y Ucrania, Israel y Hamás o Taiwán y China han impulsado este tipo de ataques contra infraestructuras estatales críticas.
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No se trata de incidentes aislados, sino de ataques bien coordinados y diseñados para alterar la vida tal y como la conocemos. Desde el hackeo a NotPeyta de 2017, que paralizó la infraestructura ucraniana, hasta el ataque a Colonial Pipeline, que interrumpió suministros en Estados Unidos, esta herramienta se está empleando para desestabilizar a los Estados y provocar el caos global.
El auge de esta arma no es casual. A medida que la tecnología avanza, deja a su paso oportunidades de ataque sin precedentes. La inteligencia artificial, la famosa «nube» y otras herramientas digitales son fáciles de manipular con el objetivo de causar daño. Los criminales ya no necesitan recurrir a tácticas más elaboradas, solo necesitan conocer cómo usar la IA, herramienta capaz de identificar los puntos más débiles en las medidas de seguridad de una organización y atacarlos casi de manera inmediata.
El ransomware: una nueva arma en la Guerra Fría del ciberespacio
Lo que hace que esta herramienta sea tan peligrosa es su naturaleza «sin fronteras», a diferencia de las batallas tradicionales a las que estamos acostumbrados. Estas ofensivas cibernéticas generan un nuevo tipo de guerra asimétrica mucho más difícil de contraatacar. En lugar de misiles, se abren agujeros en los cortafuegos; en vez de aviones, hay código. Este nuevo tipo de Guerra Fría en el ciberespacio sin duda intensifica las tensiones diplomáticas en todo el globo.
A pesar de que sea difícil de probar, algunos agentes estatales han sido acusados de albergar o apoyar de manera indirecta a grupos que emplean esta táctica. Por ejemplo, el gobierno ruso ha sido acusado de permitir que ciberdelincuentes operen libremente dentro de sus fronteras.
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Tras los ataques de 2021, el gobierno se negó a cooperar con las autoridades occidentales para la investigación de cibercriminales. Por otro lado, Estados Unidos acusó a Rusia de contratar a Aleksei Belan, uno de los ciberdelincuentes más buscados por el FBI, para piratear Yahoo y robar datos de más de 500 millones de usuarios. La falta de cooperación y su tolerancia hacia los cibercriminales resaltan sus posibles lazos con estos.
El ransomware también se ha convertido en una herramienta de espionaje estatal. Algunos ataques, como el conocido SolarWinds de 2020, se emplearon para recabar información. Durante este ataque, ciberdelincuentes conocidos como Nobelium por Microsoft obtuvieron acceso a datos de miles de clientes de SolarWinds.
El ataque WhisperGate
Uno de los casos más sonados de ransomware como arma estratégica geopolítica fue el ataque producido en enero del 2022: WhisperGate, dirigido a sitios web gubernamentales de Ucrania. Este ataque, atribuido a actores rusos, ocurrió en un contexto de creciente tensión entre ambos Estados, con la inminente amenaza de invasión.
La agresión afectó a agencias gubernamentales clave en el país, interrumpiendo sus operaciones mediante la distorsión de sitios web e inclusión de mensajes provocativos. Sin embargo, la naturaleza geopolítica de este ataque se encontraba en las capas más profundas.
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El malware fue diseñado para corromper los sistemas críticos mediante la modificación del Registro de Arranque Maestro, lo que inutilizó las máquinas afectadas. Este código no solo interrumpió el funcionamiento, sino que provocó que la recuperación de datos encriptados fuese imposible. A diferencia de los ransomware tradicionales, no hubo demanda de rescate, ya que el objetivo no era económico, sino político y estratégico. Además, WhisperGate empleó tácticas de «bandera falsa» reusando el código del malware WhiteBlackCrypt, previamente utilizado contra objetivos rusos, y así opacar el origen del ataque.
Más allá de los daños técnicos, la agresión provocó temor e inseguridad entre la población civil, ya que ponía de manifiesto la capacidad cibernética rusa en un contexto de conflicto inminente.
Consecuencias geopolíticas y económicas del ransomware
Las consecuencias del uso de esta arma no son únicamente pérdidas económicas puntuales, sino que además implican un desafío geopolítico para los Estados. Los ataques a sectores críticos para la economía, la sanidad, los servicios públicos o la energía, causan graves pérdidas financieras, una interrupción a la productividad y suponen enormes gastos para la recuperación. El tiempo de inactividad de las empresas también resulta en costes, especialmente en sectores como la sanidad, donde las vidas dependen de los servicios ininterrumpidos.
Solamente en 2021, el coste global de los ataques de ransomware superó los 20.000 millones de dólares, afectando a una diversa gama de entidades, desde empresas multinacionales a pequeñas administraciones. Además, para numerosos países, la creciente dependencia de la infraestructura digital aumenta la vulnerabilidad a los ciberataques, con economías enteras en peligro.
El ransomware como amenaza a la seguridad nacional y la estabilidad global
Las amenazas a la seguridad nacional como ataques a redes eléctricas, transporte o suministros son un peligro directo para nuestra seguridad. Actualmente, la infraestructura digital sustenta casi todos los aspectos de la vida moderna, por ello, cualquier ataque al sistema podría poner en peligro el funcionamiento de los servicios públicos esenciales, generando un panorama de desconfianza entre la población y cuestionando la capacidad de la nación para responder a una crisis.
Asimismo, al interrumpir servicios e instituciones críticos, los atacantes pueden impedir la capacidad de un Estado para responder eficazmente a las crisis, generar inestabilidad política y erosionar la confianza del pueblo en el gobierno. Las implicaciones geopolíticas son significativas. En un mundo cada vez más interconectado, estos ciberataques pueden tener consecuencias de largo alcance, afectando a las relaciones internacionales, los mercados globales y las negociaciones diplomáticas.
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La especulación de que haya ataques de ransomware patrocinados por Estados también ha provocado un deterioro de las relaciones diplomáticas, especialmente entre Occidente y países como Rusia y China. Los gobiernos acusados de albergar o apoyar grupos de ransomware pueden enfrentarse a reacciones diplomáticas, como sanciones, restricciones comerciales y ciberataques de represalia.
El camino de la «ciber-resiliencia»
A la luz de la creciente prevalencia y gravedad de los ciberataques, la necesidad de colaboración y cooperación internacional es cada vez más evidente. Sin embargo, a pesar de los llamamientos en favor del establecimiento de normas globales en el ciberespacio, los esfuerzos por alcanzar acuerdos internacionales sobre ciberguerra han sido lentos. En ausencia de tales marcos, las naciones deben establecer alianzas de ciberdefensa y compartir inteligencia para combatir la creciente amenaza del ransomware.
Asimismo, la amenaza global del ransomware exige una respuesta coordinada y global. Las naciones deben reforzar sus defensas de ciberseguridad, garantizando que las infraestructuras estén protegidas frente a los ciberataques. Esto incluye invertir en tecnologías avanzadas de detección de amenazas, realizar evaluaciones periódicas de vulnerabilidad y adoptar las mejores prácticas de respuesta ante incidentes.
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La concienciación pública y la educación son igualmente vitales: concienciar sobre los peligros del ransomware y enseñar a las organizaciones cómo protegerse reducirá la probabilidad de que los ataques tengan éxito.
La colaboración internacional también será clave en la lucha contra la epidemia del ransomware. Los gobiernos deben trabajar juntos para desarrollar estrategias unificadas para hacer frente al ransomware, incluyendo el intercambio de inteligencia, esfuerzos coordinados de aplicación de la ley e iniciativas diplomáticas destinadas a responsabilizar a los patrocinadores estatales.
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