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La CIA en España: influencia, cooperación y límites del poder estadounidense

Análisis

Artiom Vnebreaci Popa
Artiom Vnebreaci Popa
Licenciado en Filosofía y Letras por la UAB, y estudiante de Antropología por la UNED. Experto en Estudios del Futuro, Prospectiva y Estudios Culturales. Especializado en la historia de Europa del Este y del Oriente Próximo. Interesado por ciberinteligencia y biotecnología. Es alumno certificado del Curso de HUMINT (nivel 1), Curso de Experto en Análisis de Inteligencia y Curso de Autoprotección en Conflictos Armados de LISA Institute.

Durante la segunda mitad del siglo XX, la presencia de la CIA y de los servicios de inteligencia estadounidenses en España configuró una relación marcada por la cooperación, la vigilancia y una profunda asimetría de poder. Desde los Pactos de Madrid y la Guerra Fría hasta la Transición y la lucha antiterrorista, esta interrelación influyó en ámbitos clave de la política y la seguridad nacional. En este artículo, Artiom Vnebraci Popa, alumno del Máster Profesional de Analista Estratégico y Prospectivo de LISA Institute analiza sus límites, tensiones y efectos reales sobre la soberanía española

La interrelación entre los servicios de inteligencia estadounidenses (en particular: la Central Intelligence Agency) es una de las dinámicas más complejas en suelo nacional español de la segunda mitad del siglo XX. Desde que la Segunda Guerra Mundial terminó hasta la consiguiente Transición, Estados Unidos configuró una presencia en el territorio español que combinaba intercambio de inteligencia, seguimiento político y cooperación militar. Pero tal presencia no puede considerarse como colaboración entre aliados iguales, sino como interacción asimétrica de poder supeditada a los intereses estratégicos de los estadounidenses. 

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Del aislamiento a la integración “subordinada” 

Entre la Guerra Civil y el fin de la Segunda Guerra Mundial, el régimen ultranacionalista de Franco quedó en cierto aislamiento internacional al ser vinculado a las potencias del Eje derrotadas. Pero el nuevo terreno de la Guerra Fría recalibró rápidamente la geoestrategia mundial. De esta forma, Estados Unidos priorizaron la lucha anticomunista al apaciguamiento y prevención del neonazismo adaptado al nuevo modelo liberal. Esto llevó a considerar a España como nuevo aliado “natural”, al tener una posición profundamente corporativista y anti-lucha social. Así, los Pactos de Madrid de 1953 formalizaron esta coordinación entre Estados Unidos y España al permitir el intercambio de inteligencia y formación técnica por la instalación de bases militares estadounidenses en Rota, Torrejón, Zaragoza y Morón. 

Estas bases representaban la cooperación militar internacional, pero una lectura más profunda reflejaría una realidad más realista para España: la asimetría de poder que dotaba a Estados Unidos de amplio movimiento y capacidades tácticas en suelo nacional. 

A su vez, como ya se mencionó con anterioridad, Estados Unidos (y, por ende: la CIA) colaboró con los servicios de información españoles en ámbitos de contrainteligencia, vigilancia interna y seguimiento de núcleos considerados pro-soviéticos (como el Partido Comunista de España, sectores mineros u obreros, exiliados políticos y los universitarios). Esta cooperación generaba una dependencia parcial y minimizaba a España en cuestiones de políticas públicas de seguridad.

Como broche de oro, la visita de Eisenhower a España en 1959 formalizó la justificación internacional del franquismo como estrategia necesaria en el ámbito occidental y ratificó los pactos operativos basados en la lucha anticomunista. 

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La Transición española: influencias internas y externas

A raíz de la muerte de Francisco Franco, la Transición se definió por ser un proceso multidimensional donde actores internos, instituciones españolas y el seguimiento del mando estadounidense fueron características base de interrelación.

Cabe destacar, según algunos autores, el hecho que Vernon Walters (subdirector de la CIA en los años 70) influyese en parte de la Transición como una operación planificada. No existe base historiográfica para confirmarlo más allá de la especulación, pero lo que sí es real es el monitoreo de Estados Unidos acerca de los acontecimientos políticos españoles de aquel entonces, y el mantenimiento de canales de comunicación e influencia con sectores estratégicos del nuevo Estado español.

A su vez, la elección de Juan Carlos I como sucesor e hijo del régimen respondió a juicios de legitimidad institucional, aunque también resultó correlacionado con los intereses norteamericanos y occidentales. Su política de paraguas, su apertura a la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) y su imagen de diplomacia discreta revelaron cierta influencia occidental en su alineamiento exterior.

A su vez, la evolución de los partidos políticos durante la Transición fue un proceso interesante. Algunos coordinadores asociados a la CIA aconsejaron al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) mantener un socialismo moderado de corte europeísta y alejarse de la lucha de clase comunista. El Secretario General Felipe González promovió contactos y acercamientos a empresas e instituciones norteamericanas, francesas, alemanas, inglesas e israelíes.

Estas, a su vez, no moldearon las directrices del partido en el sentido estricto de manipulación o de control,pero sí influyeron en la estructuración de este en el nuevo teatro occidental globalizado. El objetivo base era desviar y frenar el discurso revolucionario del Partido Comunista de España (PCE), garantizando una transición atlantista y prooccidental.

Por otro lado, el mismo PCE apostó por el eurocomunismo de Santiago Carrillo. Tal postura promovió un distanciamiento de la Unión Soviética y permitió su integración parcial en la nueva política española sin acceder directamente al poder ejecutivo. Así, el discurso de clase fue vaciado de sentido y archivos desclasificados de la CIA confirman influencia informativa de la agencia en algunas de este tipo de decisiones ideológicas.

Por otro lado, y a raíz de múltiples bulos, nunca se ha demostrado contacto de influencia hacia el presidente de la Transición Adolfo Suárez (de hecho, ni se le incluyó en informes iniciales por parte de la inteligencia estadounidense como candidato a la presidencia).

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El 23-F

El golpe de Estado fallido del 23 de febrero de 1981 representó un punto crítico para las nuevas arcas democráticas. Existen indicios y registros de que algunos representantes y agentes de inteligencia de los servicios estadounidenses tenían conocimiento de ciertos movimientos militares sublevados. A pesar de ello, esto fue un caso aislado donde la posición oficial de Estados Unidos respaldó la legalidad constitucional y el papel del Rey como garante del proceso democrático. Esto demuestra la limitación de la posible influencia norteamericana y afirma una agencia por parte de España a la hora de conservar el poder para resolver sus conflictos internos.

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Cooperación y tensiones entre España y la CIA (1980 – actualidad)

Desde la victoria del PSOE y su institucionalización en 1982, las dinámicas entre el Estado español y los servicios de inteligencia estadounidenses variaron entre la cooperación y la tensión. La Operación Gino (1984) reveló movimientos de espionaje estadounidense fuera de los marcos legales internacionales. Se buscaba ampliar la información sobre el vicepresidente Alfonso Guerra en aquel entonces para una posible influencia futura. Esto derivó en la expulsión simbólica de algunos agentes, aunque, sobre todo, generó preocupación sobre la soberanía española. Ello evidenció la complejidad de la presencia de inteligencia extranjera en el país.

Aún y a pesar de estas tesituras, la colaboración entre ambos continuó en el ámbito de contraterrorismo tanto de la ETA como del Magreb. Por ejemplo, la Operación Sokoa (1986) desarticuló redes financieras de la organización vasca gracias al seguimiento electrónico de armas y material. España también se formó en técnicas de otros servicios extranjeros, como el Mossad israelí (gracias a la intervención norteamericana y su puesta en contacto).

Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, la cooperación internacional evolucionó a un nuevo nivel. El Estado español se integró en operaciones antiterroristas y el territorio nacional se usó para escalas técnicas de vuelos de la CIA relacionados con detenciones en el extranjero (denominadas como extraordinary renditions). Investigaciones del Parlamento Europeo y del Consejo de Europa confirmaron la presencia de estos vuelos, algunos vinculados a la práctica de tortura, aunque la participación directa del Gobierno español sigue siendo objeto de debate.

Por último, durante esta década, el Estado español ha expulsado a tres espías estadounidenses (y solicitado la expulsión de un cuarto) al revelar que estos dieron sobornos por información sensible y clasificada a dos agentes del CNI. 

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Conclusiones: influencia, límites y soberanía 

La historia de los últimos cincuenta años de cooperación en inteligencia entre Estados Unidos y España posibilita la extracción de algunas conclusiones fundamentales. Por un lado, la influencia de los norteamericanos tanto formal como informalmente fue real y significativa en algunos momentos estratégicos (como en la Guerra Fría y la Transición), pero no se tradujo en un control mayoritario sobre los procesos políticos internos del país íbero. La CIA condicionó ciertas dinámicas y facilitó recursos informativos, pero la agencia de las instituciones españolas fue determinante.

Asimismo, la relación evolucionó con los cambios internacionales (como el fin de la Guerra Fría y la lucha antiterrorista global) y con transformaciones en el Estado español, como la consolidación democrática y la integración europea. La historia de la CIA en España refleja una intervención estratégica y cooperación bilateral con grados variables de influencia, en la que las instituciones internas mantuvieron su capacidad de decisión y la soberanía nacional jugó un papel esencial. Reconocer esta presencia no implica negar la agencia de los actores españoles ni la legitimidad de los procesos democráticos, pero sí obliga a considerar la dimensión internacional como un factor explicativo fundamental en la historia contemporánea de España.

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