La ideología de Xi Jinping se ha convertido en el eje del poder político chino. Bajo el concepto de xiísmo, combina tradición, marxismo y nacionalismo para reforzar la autoridad del Partido. En este artículo, el alumno del Máster Profesional de Analista Estratégico y Prospectivo, Miguel Cuesta Hoces, analiza sus bases ideológicas, sus referentes intelectuales y los límites de un proyecto cada vez más centralizado.
La ideología de Xi Jinping ha adquirido un peso extraordinario dentro del sistema político chino. Lo que a primera vista parece un simple retorno al control ideológico es, en realidad, un proyecto más profundo: una síntesis entre tradición, marxismo y nacionalismo que redefine las bases del poder en China.
El xiísmo: una restauración ideológica con ambición histórica
El xiísmo no es solo un conjunto de discursos. Es un intento de restaurar un orden moral y político que sitúe al Partido Comunista como garante de la estabilidad, la identidad y la continuidad histórica de China. No busca romper con el pasado, pero tampoco pretende repetirlo. Es, más bien, una relectura controlada de distintas tradiciones que Xi Jinping presenta como un todo coherente.
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Xi no se limita a recuperar símbolos. Integra elementos del confucianismo, del leninismo, del marxismo y del nacionalismo civilizatorio. El mensaje es claro: China debe tener una identidad propia para evitar depender de modelos extranjeros. Y esa identidad, según el xiísmo, solo puede ser articulada y defendida por el Partido.
Esta mezcla permite a Xi justificar la centralización, presentar su liderazgo como una necesidad histórica y reforzar la idea de que la unidad política es inseparable del progreso económico y social.
Un giro respecto al pragmatismo de Deng Xiaoping
El xiísmo rompe con el espíritu del reformismo de Deng, que apostaba por un pragmatismo económico y por reducir la presencia ideológica en la vida cotidiana. Con Xi, la ideología vuelve al centro del sistema, y lo hace de forma explícita.
Bajo Deng, la prioridad era «que algunas zonas se enriquecieran primero». Bajo Xi, el discurso se desplaza hacia una recuperación del control político, un énfasis mucho mayor en la disciplina del Partido y un mensaje reiterado de que la corrupción, el caos o la apertura excesiva son riesgos existenciales.
El xiísmo defiende que China ya no puede permitirse seguir dependiendo del exterior (ni económica ni conceptualmente) y que necesita una estructura ideológica firme para sostener su poder en un mundo más competitivo. Por eso Xi recupera la tradición, pero sin abandonar el leninismo. La ideología funciona como una correa de transmisión entre pasado, presente y objetivos del Partido.
Los intelectuales que dan forma al xiísmo
El xiísmo no es solo obra de Xi Jinping. Hay intelectuales de referencia que proporcionan la arquitectura conceptual. Wang Huning es quizá el más influyente. Ha trabajado para Jiang Zemin, Hu Jintao y Xi Jinping. Su papel consiste en construir marcos conceptuales que justifiquen la concentración de poder y la necesidad de un Estado fuerte frente a un mundo hostil.
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Sus ideas sobre el declive de Occidente, la pérdida de cohesión social y la importancia del orden moral aparecen continuamente en el discurso del Partido. Wang proporciona la narrativa que conecta identidad, estabilidad y autoridad.
Jiang Shigong: el teórico del «Estado civilizatorio»
Jiang Shigong defiende que China es una civilización-Estado, no un Estado-nación. Esa idea es clave en el xiísmo. Permite justificar que:
- La soberanía de China es más antigua que cualquier institución moderna
- El Partido actúa como continuador de la civilización
- Cualquier cuestionamiento del liderazgo central es, en realidad, un ataque a la continuidad histórica del país.
Esta visión alimenta la idea de que el Partido no gobierna solo por eficiencia, sino por legitimidad civilizatoria.
Jiang Qing: el confucianismo político reinterpretado
Jiang Qing no es del Partido, pero su revalorización del confucianismo encaja con la línea de Xi. Su idea de que una sociedad ordenada necesita jerarquías morales y una autoridad fuerte ha sido utilizada para legitimar el retorno de elementos tradicionales.
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El xiísmo no copia el confucianismo, pero lo usa como una capa simbólica para reforzar la disciplina social y la autoridad política.
El carácter híbrido del xiísmo: tradición, Partido y nación
Xi ha conseguido articular una ideología que se presenta como:
- Marxista porque mantiene el rol del Partido como vanguardia.
- Leninista porque refuerza el centralismo y la disciplina.
- Confuciana porque reivindica la jerarquía y el orden social.
- Nacionalista porque sitúa la identidad china en el centro de la política global.
Esta mezcla permite al régimen actuar con elasticidad: puede presentarse como moderno y socialista hacia fuera, pero como garante de la tradición y la identidad hacia dentro.
El objetivo es muy simple: crear un marco en el que solo el Partido puede sostener la unidad de China.
El xiísmo como herramienta de cohesión interna
El xiísmo funciona como una capa de cemento político destinada a mantener unida a una estructura inmensa y diversa. China es un país donde conviven regiones muy distintas entre sí, con ritmos económicos, tensiones sociales y memorias históricas que no siempre encajan con el discurso del centro. Xi utiliza la ideología como un mecanismo para contener esa pluralidad y reducir cualquier posibilidad de fragmentación.
La educación patriótica, la vigilancia ideológica y la disciplina dentro del Partido no son simples instrumentos de control: forman parte de un proyecto más amplio que intenta impedir que las élites locales, los ministerios o los cuadros intermedios desarrollen agendas propias.
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Para Xi, sin una narrativa común el sistema se debilita. Por eso insiste tanto en la necesidad de «pensar como uno solo», asumir la autoridad del Partido como piedra angular y reforzar una moral política que no deje espacios para ambigüedades.
El papel del xiísmo en la política exterior
En el exterior, el xiísmo también cumple una función estratégica. Presenta a China como una potencia que no solo compite económicamente, sino que pretende ofrecer un modelo civilizatorio alternativo al occidental.
La narrativa de la «comunidad de destino compartido» no es inocente: intenta proyectar la idea de que China aporta estabilidad, previsión y un tipo de liderazgo más responsable frente a un Occidente descrito como dividido, decadente o incapaz de gestionar sus propias crisis.
Este marco ideológico legitima políticas de expansión económica, tecnológica y diplomática. Permite vestir de «proyecto moral» lo que en el fondo es un movimiento de poder. Y al mismo tiempo sitúa a China como referencia para países que buscan desarrollo sin aceptar las condiciones normativas occidentales. En ese sentido, el xiísmo opera como un lenguaje político que da coherencia a la ambición global de Pekín.
¿Es sostenible el xiísmo a largo plazo?
La ideología de Xi parece sólida, pero arrastra tensiones internas difíciles de ignorar. Depende excesivamente de la figura del propio Xi, lo que introduce un elemento de rigidez y fragilidad a la vez. Cuando todo el edificio ideológico gira en torno a un liderazgo personal, el sistema se vuelve menos capaz de absorber cambios, rectificar o adaptarse a situaciones inesperadas.
Además, la mezcla entre tradición, marxismo y nacionalismo es funcional en el discurso, pero no siempre coherente en la práctica. Hay contradicciones que el Partido puede gestionar mientras la economía mantenga un cierto dinamismo. Pero si el crecimiento se ralentiza, la presión ideológica puede chocar con la necesidad de flexibilidad que requiere una economía compleja.
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El xiísmo, en definitiva, proporciona cohesión. Pero también concentra demasiadas expectativas en una sola persona y en una narrativa que quizá no tenga la misma fuerza cuando Xi abandone el escenario político.
Una ideología diseñada para durar, pero frágil en su esencia
El xiísmo es la mayor reconstrucción ideológica en China desde Mao. No es improvisado. No es superficial. Es un proyecto destinado a sostener al Partido en un siglo más complejo, más competitivo y menos previsible.
Sin embargo, su principal fortaleza (Xi como arquitecto y garante) es también su principal debilidad. Una ideología tan centralizada en una sola figura puede proporcionar cohesión inmediata, pero genera incertidumbre a largo plazo.
China ha construido un relato sólido, pero dependerá de su capacidad de adaptación (y de lo que venga después de Xi) para comprobar si ese relato sirve para sostener el poder o si, como tantas veces en la historia china, la hipercentralización acaba abriendo el camino a un nuevo ciclo.
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