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El Sahel como tablero geopolítico: riesgos para la Seguridad Nacional española

Análisis

Sergio Estrada
Sergio Estrada
Jurista e internacionalista especializado en análisis geopolítico. Graduado en Derecho y Relaciones Internacionales por la Universidad Europea de Madrid y especialización académica con el Máster en Geopolítica y Estudios Estratégicos en la Universidad Carlos III de Madrid. Alumno del Máster Profesional de Analista de Inteligencia de LISA Institute. En el ámbito profesional, Analista de Inteligencia en el Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado (CITCO). Su trayectoria incluye experiencia también en el sector legal, habiendo colaborado con el Servicio de Orientación Jurídica del Colegio de Abogados de Madrid en la asistencia a víctimas de violencia de género y menores , así como en despachos privados. Combina su base de conocimientos jurídica con competencias técnicas en análisis OSINT, análisis de datos y plataformas digitales

El Flanco Sur se ha convertido en uno de los escenarios más críticos para la seguridad nacional de España, la Unión Europea y la OTAN. A diferencia del frente oriental, donde la amenaza es visible y convencional, el eje Magreb–Sahel concentra riesgos híbridos, difusos y altamente interconectados que operan en la zona gris del conflicto .En este artículo, Sergio Estrada, alumno del Máster Profesional de Analista de Inteligencia de LISA Institute, explica como la rápida degradación regional, la penetración de potencias revisionistas y el colapso de Estados clave exigen una inteligencia proactiva capaz de anticipar crisis antes de que alcancen dimensión estratégica.

En la última década, el Flanco Sur se ha consolidado como un punto crítico para la seguridad nacional de España, la Unión Europea y la OTAN. Sin embargo, a diferencia del Flanco Oriental, donde la amenaza es mucho más convencional y visible, el escenario meridional plantea un desafío de inteligencia mucho más complejo, presentando un ecosistema de riesgos híbridos, difusos e interconectados que operan en la “zona gris” del espectro del conflicto. 

Como bien define Calvo Albero (2024), la región que abarca el Magreb y el Sahel no solo preocupa por su situación actual, sino por su potencial para desencadenar una crisis de naturaleza catastrófica en el futuro, acumulando, además de las tradicionales, causas de conflicto propias del siglo XXI como el cambio climático o el terrorismo transnacional. El Sahel, epicentro de esta inestabilidad, ha dejado de ser una periferia lejana para transformarse en un corredor de vulnerabilidades que conecta el África subsahariana con el Mediterráneo y, por ende, con el territorio español. 

La velocidad de la degradación regional desde 2020 ha evidenciado una grave brecha en la capacidad de alerta temprana occidental. La sucesión de golpes de Estado en Mali, Burkina Faso y Níger, junto con el intento fallido en 2025, no son hechos aislados, sino síntomas de una reconfiguración profunda del orden regional. Esta inestabilidad generalizada, caracterizada por la corrupción institucional y el bajo índice de desarrollo humano, actúa como catalizador de flujos migratorios que tienen a Europa como destino principal y a España como puerta de entrada.

Esta transformación se caracteriza por el vacío dejado tras la retirada francesa y la rápida ocupación de ese espacio por actores revisionistas, a través de la penetración paramilitar de Rusia y la proyección económica de China. Como señala Gogny (2024), este cambio de paradigma ha debilitado la capacidad de la UE para proyectar estabilidad. De hecho, Gamero García (2022) subraya que, aunque los lazos de España con África se han centrado tradicionalmente en el Magreb, la crisis de seguridad del Sahel ha obligado a reformular la agenda nacional, situando al Sahel occidental (G5 Sahel) como una zona de interés estratégico prioritario.

La proyección de esta inestabilidad hacia el Magreb tensiona a socios clave como Marruecos y Argelia, amplificando amenazas directas para España en forma de terrorismo, crimen organizado y presión migratoria. Ante este escenario, el análisis meramente descriptivo es insuficiente. La inteligencia geopolítica debe asumir un rol proactivo para anticipar cómo actores externos pueden modificar el statu quo y afectar a nuestros intereses vitales.

Por tanto, este artículo no solo busca describir la situación, sino responder a una pregunta que resulta de alta prioridad para la inteligencia española: ¿Cómo está evolucionando la competencia estratégica en el Sahel y qué indicadores de alerta temprana deben monitorizarse para blindar la seguridad nacional de España ante la reconfiguración del Flanco Sur?

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Dinámicas de competencia y reconfiguración del orden regional

El Sahel se ha transformado en una “zona de fricción” geopolítica donde la fragilidad endógena converge con las agendas de proyección de poder de actores globales. Esta interacción genera un entorno de alta volatilidad que altera el equilibrio de fuerzas en el Flanco Sur. Se trata de un pulso geopolítico donde potencias como China y Rusia penetran en un espacio en el que los países occidentales han perdido gran parte de su influencia tradicional.

En el plano de la competencia entre grandes potencias, Rusia ha operacionalizado una estrategia híbrida altamente efectiva. Mediante la transición del Grupo Wagner a la estructura estatal Africa Corps, Moscú ofrece un “paquete de supervivencia” a las juntas militares, que incluye seguridad y asesores a cambio de acceso a recursos estratégicos y alineamiento diplomático, en busca de alianzas para sortear su aislamiento internacional.

Esta maniobra ha logrado desplazar la arquitectura de seguridad occidental, explotando el sentimiento anti-francés mediante operaciones de información y propaganda, una estrategia descrita por Bello (2024) como el intento de “agitar el avispero africano” para desviar la atención de la UE y conseguir recursos naturales clave. Esto supone un riesgo que, según el Real Instituto Elcano (2023), podría acarrear serias repercusiones para España y para la OTAN.

China, por su parte, despliega un poder estructural más sutil pero profundo, consolidando su influencia a través de infraestructuras críticas y dependencia financiera. Como apunta Calvo Albero (2024), mientras que la penetración rusa intercambia seguridad por concesiones mineras, la penetración china se centra en infraestructuras para la exportación de recursos minerales. 

El repliegue de las potencias occidentales ha abierto ventanas de oportunidad también para potencias medias y actores regionales que buscan proyectar influencia. Este tablero geopolítico se superpone a una grave degradación de la seguridad interna. La fragilidad institucional, agravada por los sucesivos golpes de Estado, ha facilitado la expansión territorial de actores armados no estatales. Grupos como el JNIM (nacido de Al-Qaeda) y el EIGS (Estado Islámico en el Gran Sáhara) no solo realizan ataques cinéticos, sino que administran territorio y justicia en zonas rurales. La proliferación de estos grupos yihadistas se ha acentuado a la par que la inestabilidad regional, coexistiendo y a veces cooperando con redes criminales dedicadas al tráfico de personas y armas. La convergencia de estos factores genera un efecto dominó hacia los estados costeros y el Magreb, tensionando las fronteras de nuestros socios estratégicos y elevando el nivel de riesgo para Europa.

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Vectores de riesgo y afectación a la Seguridad Nacional española y europea

La degradación del entorno operativo en el Sahel ha dejado de ser una amenaza abstracta para convertirse en una realidad que compromete la arquitectura de seguridad de España y la Unión Europea. Este deterioro proyecta riesgos tangibles a través de tres vectores interconectados que impactan directamente en la soberanía y operatividad del Estado.

En primer lugar, la inestabilidad actúa como un multiplicador de fuerza para las dinámicas migratorias y el crimen organizado. El colapso institucional y la violencia sistémica no solo generan desplazamientos forzosos, sino que estos son explotados por redes criminales. Gamero García (2022) recuerda cómo crisis previas, como la de los cayucos en 2006, demostraron que la inestabilidad en África occidental repercute directamente en la frontera sur española, obligando a desplegar mecanismos de vigilancia y diplomacia de seguridad. 

Paralelamente, la consolidación territorial de grupos yihadistas representa una amenaza latente de primer orden. Aunque su capacidad de proyección inmediata hacia Europa es limitada, el riesgo estratégico reside en la creación de «santuarios» logísticos. Estos grupos han demostrado una gran resiliencia y capacidad de adaptación, aprovechando la porosidad de fronteras y la debilidad estatal para expandirse. El fortalecimiento de sus bases financieras y de reclutamiento eleva la probabilidad de vínculos operativos con células en el Magreb, acercando la línea de frente a las ciudades europeas.

Finalmente, el vector más crítico para los intereses vitales de España es la seguridad energética y su relación con la estabilidad del Magreb. Argelia se mantiene como un proveedor sistémico para España y la Unión Europea, cubriendo históricamente en torno al 11% de las necesidades continentales. Sin embargo, la arquitectura de seguridad de esta relación energética es frágil. La ruptura de relaciones diplomáticas entre Argelia y Marruecos en 2021 ya provocó el cierre del gasoducto Magreb-Europa, demostrando cómo las tensiones regionales tienen consecuencias económicas directas. Un escenario de «contagio» de la inestabilidad del Sahel hacia el sur de Argelia podría comprometer la operatividad de infraestructuras críticas, como el gasoducto Medgaz, vital para el sistema energético español.

A medio y largo plazo, la amenaza se proyecta sobre los futuros corredores energéticos. El proyecto del gasoducto Transahariano (TSGP), diseñado para transportar gas desde Nigeria hasta Europa a través de Níger y Argelia, se enfrenta a un entorno de seguridad altamente volátil en su tramo central. La pérdida de control territorial por parte del Estado en Níger y la presencia de grupos yihadistas y paramilitares rusos (Africa Corps) en la zona convierten esta infraestructura estratégica en un objetivo vulnerable a sabotajes o a su instrumentalización como herramienta de presión geopolítica.

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Recomendaciones para una estrategia de inteligencia en el Flanco Sur

El carácter multidimensional de las amenazas procedentes del Sahel exige superar el enfoque reactivo tradicional para adoptar una postura anticipativa basada en el Ciclo de Inteligencia. La prioridad absoluta debe ser el fortalecimiento de la fase de obtención. La retirada occidental ha reducido drásticamente la visibilidad sobre el terreno, creando «zonas de sombra» que requieren una inversión cualitativa en capacidades de inteligencia humana (HUMINT) más allá de los canales diplomáticos. Como señala Calvo Albero (2024), el mayor riesgo es un colapso estatal en la zona que genere un vacío de poder. Por ello, es imperativo desplegar redes de enlace en zonas grises fronterizas y sistematizar la explotación de fuentes abiertas (OSINT) y redes sociales para detectar indicadores de inestabilidad social o campañas de desinformación antes de que la violencia se desborde.

Esta capacidad de obtención debe complementarse con una estrategia de cooperación reforzada con anclas de seguridad regionales. España debe priorizar la transferencia de know-how en análisis de amenazas híbridas y ciberinteligencia a las fuerzas de seguridad de países pivote como Mauritania, Senegal o Costa de Marfil. El objetivo es doble, mezclando fortalecer la resiliencia de estos Estados frente al contagio yihadista, y asegurar interlocutores fiables que reduzcan la dependencia de actores externos con agendas contrarias a los intereses europeos.

Desde una perspectiva de análisis prospectivo, la planificación estratégica española debe contemplar dos escenarios principales a corto plazo para orientar la toma de decisiones. En un escenario tendencial, es previsible una cronificación de la influencia rusa y una fragmentación política donde las juntas militares consoliden su poder, lo que obligaría a España a asumir una política de contención fronteriza a largo plazo ante una presión migratoria sostenida.

Sin embargo, la inteligencia debe estar alerta ante un posible escenario disruptivo, donde la inestabilidad desborde hacia los países del Golfo de Guinea o afecte la seguridad interna del sur de Argelia. Este escenario, aunque menos probable a corto plazo, representaría una amenaza crítica para la seguridad energética y exigiría tener preparados planes de contingencia diplomática y económica de emergencia.

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Conclusiones

El Sahel y el Magreb han dejado de ser meras áreas de interés periférico para constituirse en el verdadero centro de gravedad de la seguridad avanzada de España y Europa. La transformación de la región en un tablero de competencia estratégica, caracterizado por la confluencia de la fragilidad estatal endógena con la agresiva penetración de potencias revisionistas y actores regionales, ha configurado un entorno de alta volatilidad. En este escenario, la distinción entre seguridad interior y exterior se diluye, pues la expansión del yihadismo, la sofisticación de las economías ilícitas y la vulnerabilidad energética son vectores de riesgo que se proyectan sin filtros sobre el Flanco Sur, afectando directamente a la estabilidad nacional.

Ante la complejidad de estas amenazas híbridas, la respuesta no debe limitarse a la contención reactiva. La inteligencia geopolítica se erige, por tanto, como la herramienta indispensable para navegar la incertidumbre, permitiendo anticipar crisis antes de que se tornen irreversibles y descifrar las maniobras de actores externos que buscan alterar el statu quo regional. Proteger los intereses de España exige transitar hacia un enfoque integral que combine una diplomacia robusta, una cooperación reforzada con socios africanos y, fundamentalmente, una capacidad autónoma de alerta temprana y análisis prospectivo.

En última instancia, garantizar la resiliencia del Flanco Sur requiere que España asuma un rol proactivo en el seno de la UE y la OTAN, liderando una visión común que cierre los espacios de oportunidad a adversarios estratégicos. Anticipar, comprender y actuar de manera coordinada no es solo una doctrina operativa, sino la condición indispensable para asegurar la libertad de acción estratégica del Estado. Para lograrlo, la inversión en capital humano especializado y el desarrollo de analistas de inteligencia con una profunda comprensión de estas dinámicas no es una opción, sino un imperativo de seguridad nacional.

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