Israel ha emergido como un actor clave en la compleja dinámica del Sahel africano, donde seguridad, diplomacia y desarrollo se entrelazan. A través de cooperación militar, transferencia tecnológica y proyectos agrícolas y sanitarios, el país busca consolidar su presencia en una región marcada por la inestabilidad y la competencia geopolítica. En este artículo, Artiom Vnebraci Popa analiza cómo Tel Aviv combina poder blando y capacidades estratégicas para fortalecer su influencia, equilibrando intereses pragmáticos con los desafíos políticos y sociales locales.
La región del Sahel africano ha emergido en las últimas décadas como un escenario estratégico de creciente importancia para múltiples actores internacionales. Entre ellos, Israel ha desarrollado una presencia significativa (aunque relativamente discreta), caracterizada por una estrategia multidimensional que combina cooperación en seguridad, transferencia tecnológica, inversiones económicas y diplomacia bilateral.
La presencia israelí en el Sahel no constituye un fenómeno reciente, aunque sí ha experimentado una intensificación notable desde principios del siglo XXI. Históricamente, Israel mantuvo relaciones intermitentes con Estados africanos durante las décadas posteriores a su independencia, pero estas conexiones se vieron severamente afectadas por las presiones de países árabes y la solidaridad panafricana con la causa palestina durante los años setenta y ochenta.
Sin embargo, el colapso del orden bipolar de la Guerra Fría, las nuevas amenazas transnacionales y la búsqueda israelí de aliados en foros multilaterales crearon condiciones propicias para un reacercamiento. En el Sahel específicamente, la convergencia de intereses en materia de contraterrorismo, la necesidad de tecnología agrícola y de seguridad, así como el pragmatismo de gobiernos africanos enfrentados a desafíos existenciales, facilitaron la renovación de vínculos bilaterales que habían permanecido en stand by durante décadas.
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Fundamentos estratégicos de la presencia israelí en el Sahel
La aproximación israelí hacia la región del Sahel se articula en torno a diversos fines estratégicos interrelacionados, que van más allá de un interés simple por ampliar su influencia.
En el ámbito diplomático, el objetivo principal es la expansión de su reconocimiento a nivel global y la reducción del aislamiento que ha caracterizado su posición en foros internacionales (especialmente en la ONU y la Unión Africana). El respaldo de las naciones africanas en votaciones sobre el conflicto palestino-israelí tiene una importancia política notable. Un ejemplo de esto fue el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Israel y Chad en 2019, después de décadas sin vínculos oficiales. Estas acciones forman parte de una política exterior persistente, orientada a modificar el respaldo tradicional de los países africanos hacia la causa palestina.
La seguridad constituye otro eje fundamental de la estrategia israelí en el Sahel. Esta zona ha visto un notable aumento de actividad de grupos vinculados a Al‑Qaeda y al Estado Islámico, cuyas proclamas suelen incluir mensajes antisemitas y contrarios al Estado de Israel.
Así, para los organismos de inteligencia israelíes, contar con presencia en la región permite obtener información valiosa sobre redes yihadistas que mantienen lazos con organizaciones de la Península Arábiga e, incluso, con células en Europa. Asimismo, se ha observado inquietud en Israel ante la posibilidad de que existan conexiones (aunque limitadas), entre milicias del Sahel e Irán. Asimismo, la habilidad para seguir de cerca estos fenómenos y actuar de manera preventiva se considera un recurso estratégico para Israel.
Finalmente, el aspecto económico desempeña un papel clave. Israel busca aprovechar sus avances tecnológicos en ámbitos como la agricultura en zonas áridas, la gestión del agua, la energía solar y los sistemas de seguridad (campos en los que ha desarrollado un conocimiento especializado). El Sahel, que enfrenta problemas como la inseguridad alimentaria, la falta de recursos hídricos, el aumento de la población y una demanda energética en alza, se presenta como un mercado con potencial para la implementación de estas soluciones.
Al mismo tiempo, Israel ha procurado diversificar sus alianzas comerciales más allá de Europa y Norteamérica (un proceso que se ha visto favorecido por los Acuerdos de Abraham de 2020, que normalizaron sus relaciones con Emiratos Árabes Unidos, Bahrein y Marruecos). Esto ha facilitado nuevas oportunidades de colaboración económica en África, en ocasiones con la participación de socios del Golfo.
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Dimensión militar y de seguridad: asistencia, entrenamiento y transferencia tecnológica
La colaboración en materia de defensa y seguridad representa, sin duda, uno de los aspectos más consolidados y visibles de las actividades israelíes en el Sahel. Israel se ha posicionado como un proveedor clave de formación en contraterrorismo, equipos de seguridad y sistemas de vigilancia para varios estados de la zona.
Chad destaca como el ejemplo más representativo de esta colaboración en seguridad. Durante el mandato del expresidente Idriss Déby (fallecido en enfrentamientos con grupos rebeldes en 2021), el país fortaleció notablemente sus lazos con Israel, que abarcaban desde la instrucción de unidades especiales hasta el suministro de material militar y el intercambio de inteligencia. Asesores israelíes capacitaron a tropas de élite del ejército chadiano en técnicas antiterroristas, combate en entornos urbanos y labores de obtención de información.
En el caso de Níger, durante el gobierno de Mahamadou Issoufou (2011–2021) se produjeron gestos de acercamiento en el plano diplomático, pero tras el golpe de Estado de julio del 2023, la nueva junta militar adoptó una política de distanciamiento respecto a varios aliados occidentales, lo que ha afectado también cualquier iniciativa incipiente de colaboración con Israel.
El caso de Mali refleja un panorama distinto, pero igualmente complejo. Aunque no existen registros de relaciones diplomáticas plenas entre Bamako y Tel Aviv hasta años recientes, hay indicios de contactos indirectos en el ámbito de la seguridad, principalmente vinculados a la participación de empresas israelíes en contratos de protección de instalaciones y misiones internacionales en territorio maliense, como las asociadas a la MINUSMA. Aún y así, la orientación pragmática del gobierno militar instaurado tras los golpes de 2020 y 2021 ha reconfigurado las alianzas de seguridad de Mali, priorizando los vínculos con Rusia y otros actores no occidentales (lo que deja abierta la posibilidad de relaciones puntuales con proveedores israelíes).
De esta forma, la cooperación, cuando existe, se inscribe en un entorno de alta volatilidad política, donde los cambios de régimen, la competencia entre potencias externas y las tensiones internas determinan el alcance y la continuidad de los vínculos. En este sentido, la participación israelí en el Sahel debe entenderse como parte de un proceso más amplio de diversificación de socios en seguridad, en el que las herramientas tecnológicas se convierten en un componente clave de la arquitectura de defensa y control en una de las regiones más inestables en la actualidad internacional.
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Cooperación agrícola y de desarrollo
Más allá de la esfera militar, Israel ha invertido considerablemente en cooperación para el desarrollo con los países del Sahel a través de MASHAV (la Agencia Israelí de Cooperación Internacional para el Desarrollo del Ministerio de Relaciones Exteriores). Fundada en 1958, MASHAV constituye uno de los instrumentos más antiguos y consistentes de la diplomacia israelí hacia el Sur Global, centrando su labor en la transferencia de conocimientos en agricultura, gestión hídrica, salud pública, educación y desarrollo comunitario. En el Sahel, la agencia ha impulsado proyectos y programas que, aunque modestos en escala en comparación con los de potencias mayores, generan vínculos interpersonales y de cooperación técnica entre las élites locales e Israel.
En Chad, Israel ha consolidado una cooperación agrícola centrada en la transferencia de conocimientos y tecnologías adaptadas a condiciones áridas (un ámbito en el que el país israelí posee experiencia reconocida). En este marco, MASHAV y KKL-JNF (Keren Kayemeth LeIsrael) han desempeñado un papel destacado en la promoción de iniciativas conjuntas orientadas a la capacitación técnica, la gestión del agua y la modernización de la agricultura chadiana. Delegaciones de KKL-JNF visitaron Chad en 2023 y 2024 para trabajar con autoridades locales en proyectos piloto vinculados al uso eficiente del agua y al desarrollo agrícola sostenible, centrados en la adaptación de técnicas de riego por goteo, fertirrigación y cultivos protegidos. Aunque la escala de estas acciones sigue siendo limitada, su impacto diplomático se inscribe en una estrategia más amplia de “diplomacia del desarrollo”, mediante la cual Israel proyecta su imagen como socio tecnológico y promotor de soluciones innovadoras para la agricultura en regiones afectadas por el cambio climático y la escasez de recursos hídricos.
El sector de la salud pública representa otro eje importante de la cooperación israelí en el Sahel. Israel ha desplegado a través de su agencia de cooperación MASHAV y de organizaciones humanitarias afines (IsraAID y otros) actividades de asistencia sanitaria en Sudán del Sur centradas en formación médica, entrega de equipamiento y respuesta humanitaria en emergencias. Entre 2024–2025 estas acciones adquirieron mayor visibilidad: se registró la realización de formaciones médicas móviles en la Unidad de Cuidados Intensivos (ICU) del Hospital de Juba, y el Ministerio de Relaciones Exteriores anunció en agosto de 2025 un paquete de ayuda urgente para hacer frente a un brote de cólera en el país, que incluye material médico, sistemas de purificación de agua, kits de higiene y raciones alimentarias.
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Motivaciones y Contradicciones en la Estrategia Israelí
La parcial presencia de Israel en el Sahel forma parte de una estrategia multidimensional que combina seguridad, diplomacia y cooperación técnica. Aunque en apariencia heterogénea, esta estrategia responde a una lógica pragmática: Israel aprovecha las necesidades de los gobiernos de la zona del Sahel en materia de seguridad, agua, agricultura y salud, mientras persigue sus propios objetivos de política exterior (como proyección internacional, legitimidad en foros multilaterales y diversificación de alianzas más allá de su entorno inmediato).
El contraterrorismo ha sido el principal punto de convergencia. Los gobiernos del Sahel, enfrentados a insurgencias yihadistas persistentes, valoran la experiencia israelí en inteligencia, vigilancia y operaciones de baja intensidad. Para Israel, esta cooperación ofrece beneficios en materia de monitoreo de amenazas transnacionales, ensayo de tecnologías de defensa en entornos áridos y consolidación de relaciones con actores que históricamente le eran hostiles. Sin embargo, el alcance real de esta cooperación es limitado: Israel carece de la capacidad financiera y logística para igualar la escala de potencias como Estados Unidos, Francia, Rusia o China en la región. Su papel se restringe a nichos de alta especialización más complementario que sustitutivo respecto a los grandes actores.
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Pero ante estas limitaciones estructurales, Israel ha optado por una diplomacia de desarrollo y científica que se apoya en el poder blando. A través de su agencia MASHAV, de sus empresas tecnológicas y ONG’s israelíes, el país ha promovido programas de cooperación en agricultura, agua, salud y educación en países como Chad y, en menor medida, Burkina Faso y Níger. Esta forma de “diplomacia de conocimiento” busca proyectar una imagen de Israel como socio innovador y solidario, reforzando legitimidad y acceso político sin generar el rechazo que podría acompañar una presencia militar más visible. En un entorno donde la influencia se mide cada vez más por la capacidad de ofrecer soluciones tecnológicas a problemas de desarrollo, Israel intenta posicionarse como un proveedor de innovación más que de coerción.
No obstante, la estrategia enfrenta contradicciones. En los múltiples países de la zona del Sahel mayoritariamente musulmanas, la simpatía hacia la causa palestina sigue siendo amplia, lo que limita el margen de maniobra política de los gobiernos que cooperan abiertamente con Israel. Además, el auge de discursos soberanistas y antioccidentales tras los golpes de Estado en Mali, Burkina Faso y Níger introduce una tensión adicional: Israel es percibido por ciertos sectores como aliado del bloque occidental, lo que comienza a erosionar su aceptación local.
A ello se le ha de sumar la competencia creciente de actores alternativos como Rusia, Turquía, China y los países del Golfo (que ofrecen apoyo financiero y militar a una escala que Israel no puede igualar). Frente a este entorno, la estrategia israelí en el Sahel depende más de su credibilidad tecnológica, reputación humanitaria y redes personales construidas a través de décadas de formación y cooperación civil que de su peso económico o militar.
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