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Navidad, geopolítica y capitalismo: la evolución de una tradición

Análisis

Artiom Vnebreaci Popa
Artiom Vnebreaci Popa
Licenciado en Filosofía y Letras por la UAB, y estudiante de Antropología por la UNED. Experto en Estudios del Futuro, Prospectiva y Estudios Culturales. Especializado en la historia de Europa del Este y del Oriente Próximo. Interesado por ciberinteligencia y biotecnología. Es alumno certificado del Curso de HUMINT (nivel 1), Curso de Experto en Análisis de Inteligencia y Curso de Autoprotección en Conflictos Armados de LISA Institute.

La Navidad es una de las festividades más extendidas del mundo, asociada hoy tanto a la intimidad familiar como al consumo masivo. Su forma actual no es casual: responde a siglos de transformaciones religiosas, económicas y culturales. En este artículo, Artiom Vnebraci Popa, alumno del Máster Profesional de Analista Estratégico y Prospectivo de LISA Institute examina  su evolución como fenómeno cultural y geopolítico.

La Navidad (más conocida por los sectores anglosajones como Christmas) es una festividad reconocida en gran parte del globo terráqueo. Para una gran parte sigue siendo un momento de intimidad familiar e introspección.

Pero para muchos otros, esta institución se ha visto transformada bajo la influencia del industrialismo, del capitalismo y de la geopolítica contemporánea. Así, la confluencia de múltiples factores relacionados con la globalización convirtió esta tradición milenaria en un gran aparato de consumo y poder blando.

Genealogía de la Navidad

La Navidad ancla su origen en el precepto religioso cristiano de la conmemoración del nacimiento de Jesucristo. Durante los primeros 200-300 años, esta festividad no se encontraba institucionalizada.

En el siglo IV d.C., la Iglesia oficializó el 25 de diciembre como una fecha que integró tradiciones paganas preexistentes en la nueva cosmovisión cristiana. En ese entonces, la Navidad se insertaba en la liturgia (formulada vía rituales religiosos, celebraciones comunitarias y oraciones).

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A pesar de ello, incluso en sus formas iniciales, la Navidad se caracterizaba por sociabilidad que trascendía la «simple» liturgia. Por ejemplo, en la época de la Europa medieval, los mercados y banquetes navideños señalaban de forma clara la sincronización entre lo religioso y lo cultural. Así, la enraizada idea del «espíritu navideño» (vinculado a la comunidad y la empatía), fue reinterpretada en el capitalismo industrial como nuevo modelo de emergente consumo. 

De lo religioso a lo comercial y del consumo a la disputa global

El punto de inflexión más considerable para la institución navideña fue entre los siglos XIX y XX. A mitades del s`iglo XIX, la Revolución Industrial comenzó a transformar la vida urbana con nuevas ciudades y una creciente clase media (lo que posibilitó el aumento del poder adquisitivo y la consiguiente comercialización de la institución navideña para desatascar el excedente económico acumulado). Esto dio comienzo a una nueva representación de la Navidad como forma de espectáculo y consumo.

Gran parte de esta imagen provino de Estados Unidos. En ese país se adoptaron ritos que incluían tanto elementos cristianos típicos provenientes de Europa como folclore nórdico.

Pero la figura más conocida de todo esto ha sido (y es) el Santa Claus. Este personaje se inspira en San Nicolás de Myra (obispo del siglo IV d.C. conocido por generosidad hacia los más necesitados). Siglos después, su figura fue conocida como Sinterklaas en los Países Bajos. Es en las migraciones europeas al continente americano que se produce el cambio decisivo. Allí, Santa Claus fue masificado a través de escritos literario-periodísticos por parte de Thomas Nast y otros.

Asimismo, la versión moderna de Santa Claus (un hombre afable, generoso, bonachón y vestido en su mayoría de rojo) fue consolidado como un símbolo familiar y fácilmente querido por las masas (y, por ende: fácilmente integrado en el mercado).

A comienzos del siglo XX, empresas como Coca-Cola consolidaron la masificación de este símbolo al invertir grandes sumas en publicidad que no solo promocionaba sus productos navideños, sino toda una iconografía experiencial.

De esta forma, Santa Claus globalizó la visión de un mensaje alegre, abundante y de consumo que trascendió su contenido religioso original. Siguiendo esta lógica, la Navidad deja de ser paulatinamente un tiempo de reflexión espiritual y se convierte en un evento estructurado en torno a la idea del regalo y el consumo experiencial. El mismo acto de regalar (ligado religiosamente a la generosidad y empatía) queda relegado a la simple lógica del mercado.

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Con todo ello, este modelo occidentalizado del Santa Claus no se ha impuesto de forma uniforme en otras partes del mundo. En la Federación Rusa y en otras cosmovisiones eslavas cercanas, la «mitología» del invierno se configura con relación a Ded Moroz (el Abuelo Frío) y su nieta Snegúrochka (Doncella de la Nieve).

En la gobernabilidad soviética, la Navidad fue gradualmente desplazada por festividades de tipo laico y Ded Moroz se integró en el oficialismo. Tanto en ese entonces como en la actualidad, Ded Moroz y Snegúrochka no representan el modelo del hiperconsumo capitalista, sino una tradición pagana adaptada en las arcas nacionales como forma de simbolizar la llegada del invierno desde el imaginario popular.

Por otro lado, la República Popular China demuestra otra forma de entender la Navidad. Gran parte de la población china no considera esta festividad desde los postulados religioso-tradicionales, pero al formar parte del conglomerado globalizador, ciertas zonas (sobre todo urbanas) visibilizan esta tradición como reflejo de la influencia del modelo occidental y su parcial reconocimiento.

Aún y así, en China, la Navidad se representa más bien como un evento estético-social (desarticulado de toda trascendencia cristiana). Santa Claus deviene en un icono extranjero importado que no contiene gran arraigo simbólico. 

De forma paradójica, China es uno de los mayores productores del mundo de los accesorios navideños (lo que de nuevo demuestra el carácter globalizado de esta festividad occidental y la perspicacia de las instituciones chinas a la hora de aprovecharla para ganar cuota de mercado).

La Navidad, el poder blando y la geopolítica cultural

Incluso en la desarticulación parcial del discurso religioso de la Navidad, esta posee una formula geopolítica significativa. La anteriormente mencionada exportación del modelo estadounidense navideño representa una caracterización formal del poder blando. Por ello, durante casi todo el siglo XX y hasta la actualidad, la globalización posibilitó que elementos culturales occidentales se adoptasen en culturas diferenciadas.

Este proceso de implantación no es para nada neutral. La globalización se encuentra ligada al neoliberalismo y el neoliberalismo a la última forma de representación socioeconómica de Occidente. La difusión de tal festividad occidental (y, por lo tanto: de valores y hábitos de consumo) representan la cúspide el capitalismo contemporáneo.

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Así, lo que empezó como celebración religiosa se acabó transformando en símbolo de fórmulas de influencia internacionales. En algunos contextos, muchas sociedades perciben la estética navideña comercial como una imposición cultural más que como una celebración compartida.

A su vez, la Navidad también se ha instrumentalizado en cuestiones de política interna como forma de refuerzo narrativo de la identidad y cohesión nacional. Estados Unidos promueve un Christmas cuyo núcleo es la familia tradicional, la moral cristiana compartida y el consumo centrado en la idea del regalo (más bien comprado, que hecho por uno mismo).

La Navidad en la actualidad

En la actualidad, la Navidad sincroniza eficazmente las tesituras del mundo globalizado. Mercado y tradición, región y globalidad, y espiritualidad y consumo, se unen para demostrar (una vez más) que tanto las festividades como la cultura no son realidades estáticas. Son construcciones en evolución que actúan de forma dinámica vía poderes fáctico-económicos.

De esta forma, la Navidad funciona es un espejo de las dinámicas mediante las cuales el capitalismo tardío y la geopolítica contemporánea reformulan símbolos colectivos (instrumentalizando la cultura religiosa hasta convertirla en vector de consumo e influencia).

En las siguientes décadas, tal hibridación podría adoptar formas más profundas. La digitalización, la IA, el comercio electrónico y el capitalismo de plataformas globales seguirán amplificando la forma mercadotécnica de la Navidad, mientras que los discursos renovados sobre la desigualdad y la sostenibilidad podrían nacer nuevas formas de resistencia. 

En definitiva, la Navidad seguirá siendo un espacio de competencia simbólica (donde la espiritualidad, el mercado y el poder seguirán entrelazándose). Por ello, su análisis e investigación no solo posibilitará la comprensión de una festividad en evolución, sino los síntomas de dinámicas políticas más amplias que podrían formular nuevas formas de experiencia sociocultural del siglo XXI.

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