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Trump, Putin y Alaska: la paz como espectáculo y escenario prospectivo

Análisis

Artiom Vnebreaci Popa
Artiom Vnebreaci Popa
Licenciado en Filosofía y Letras por la UAB, y estudiante de Antropología por la UNED. Experto en Estudios del Futuro, Prospectiva y Estudios Culturales. Especializado en la historia de Europa del Este y del Oriente Próximo. Interesado por ciberinteligencia y biotecnología. Es alumno certificado del Curso de HUMINT (nivel 1), Curso de Experto en Análisis de Inteligencia y Curso de Autoprotección en Conflictos Armados de LISA Institute.

El próximo 15 de agosto de 2025, Donald Trump y Vladimir Putin se reunirán en Alaska, un escenario cargado de simbolismo histórico y geopolítico. La cita, más que una negociación tradicional, promete ser un espectáculo diplomático donde la imagen y el impacto mediático primen sobre los acuerdos reales. En este análisis, Artiom Vnebraci Popa explica como en un contexto de guerra en Ucrania y tensiones globales, la cumbre plantea riesgos de legitimar conquistas por la fuerza y marginar a Kiev de su propio destino político.

El 15 de agosto del 2025, los presidentes Donald Trump y Vladimir Putin, se reunirán en un lugar simbólico en la historia compartida entre ambos de sus países.

La elección del lugar (Alaska) no es menor, sino provocadora. Se trata del mismo territorio que el imperio ruso vendió a Estados Unidos en 1867 por solo 7,2 millones de dólares (una venta que los ultranacionalistas rusos aún consideran un error estratégico).

Pero Alaska también es otra cosa: una cercanía de la Federación Rusa a sus propias fronteras (por ende: mayor control de seguridad por parte de los servicios secretos rusos hacia su presidente). También, es un escenario cuidadosamente elegido que parece responder a una performance teatral: Trump como líder mundial que resuelve conflictos bélicos.

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La diplomacia como show

Tanto Trump como Putin entienden la política internacional como un acto performativo. Trump viene de un mundo de especulación financiera y business show; Putin, de la escuela de la KGB. Ambos saben que en el mundo posmoderno las imágenes importan más que los documentos y los tratados; las declaraciones, más que las cláusulas; las localizaciones, más que los acuerdos.

Así, Donald Trump ha formulado la política exterior en una forma de reality show global. Un ejemplo de ello fue la reunión con Kim Jong-un el año 2018 en Singapur, en Hanoi, y más tarde en Corea del Norte. Ahora, vuelve a un guion similar con el presidente ruso: improvisar un espectáculo de alto impacto emocional para mostrar liderazgo internacional sin necesidad de multilateralismo, diplomacia con condiciones o consenso internacional.

Por otro lado, Vladimir Putin, sabe jugar a esta narrativa. Para él, la reunión en Alaska no es una provocación, sino una reunión de tú a tú con un líder dominante del mundo occidental. Así, lo que no fue logrado con Joe Biden, se consigue con Donald Trump (a pesar de un contexto cargado de ultimátums, amenazas, tensiones y show).

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La teoría del loco, caos y trueque como intercambio

Durante las semanas previas a la cumbre pactada, el presidente estadounidense afirmó que habría un intercambio de territorios por parte de Ucrania. Esto provocó controversia, encendiendo alarmas en Kiev y Bruselas. Días después, Trump afirmó que Ucrania debe tenerse en cuenta y que los líderes europeos son personas excepcionales. Esto responde a una forma de teoría del loco aplicada a la política exterior, que busca crear una situación de caos de intenciones para confundir a las partes negociantes y sacar mayor provecho por parte del actor que la aplica.

De esta forma, Trump no es un “loco” literal, sino un estratega del caos selectivo: usa la confusión como lenguaje de poder para proyectar imprevisibilidad. Aunque esta táctica pueda ser parcialmente útil ante rivales político, a su vez, puede erosionar la confianza de aliados clave como los países europeos (que rechazan reducir a Ucrania como trueque de negociación). Además, esta tipología performativa de teatralidad convierte la guerra en moneda de cambio, banalizando el conflicto y debilitando la presión internacional sobre Rusia.

En todo caso, hablar de intercambios implica aceptar tanto formal como informalmente que las fronteras pueden redibujarse las veces que haga falta, si las potencias dominantes así lo acuerdan. Esto promueve una erosión del orden internacional y sus reglas basadas en los principios del multilatelarismo. Aunque no se ha precisado públicamente qué significaría eso, la ambigüedad es en sí misma peligrosa.

La propuesta de Trump parece moverse bajo una lógica de trueque pragmático: si el conflicto en Ucrania está llegando a un punto muerto, es mejor dejarlo en un estado congelado, aunque ello implique concesiones territoriales.

Pero esta perspectiva ignora que Ucrania tenga agencias política y trata al país invadido como un tablero de juego.

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Ucrania: país negado de su propio destino

La ausencia de Ucrania en las negociaciones es lo más alarmante de toda esta coreografía mediática. Volodímir Zelenski ha reiterado en múltiples ocasiones que la integridad territorial de Ucrania no es negociable. Sin embargo, ni Trump ni Putin han dado señales claras de incluir a Kiev en la toma de decisiones territoriales. El mensaje simbólico de ello es revelador: la paz puede firmarse sin ti, sobre ti y/o contra ti.

Para los aliados europeos, esto se considera línea roja. La Unión Europea ha declarado que no respaldará ningún tipo de acuerdo que no tenga la aprobación implícita y explícita de Ucrania. Alemania, Francia y Polonia han advertido que una paz impuesta será una paz débil, poco duradera y probablemente inestable.

Trump es el cisne negro de la diplomacia

Donald Trump ha roto con todos los protocolos diplomáticos tradicionales. No respeta convenciones, no cree en las instituciones multilaterales y desprecia la burocracia internacional. Sin embargo, ha logrado lo que pocos líderes estadounidenses han conseguido: reunirse cara a cara con adversarios declarados sin pasar por el aro diplomático.

Así, el presidente estadounidense no busca resolver conflictos en el sentido clásico de su formulación. Busca ganarlos como episodios en su carrera de colección de “éxitos”. La cumbre con Putin en Alaska no es una herramienta de negociación, sino una escena diseñada para impactar.

Es cierto, que solo alguien desvinculado de las tendencias institucionales podrían presionar a Vladimir Putin para detener la guerra, pero por otro lado, esta misma estructura revela un peligro, ya que normaliza acuerdos sin garantías, sin consenso y sin supervisión.

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Escenarios prospectivos de la resolución de la negociación

Escenario 1: Tregua disfrazada de paz

Trump y Putin firman un acuerdo ambiguo en Alaska, presentado como un gran logro diplomático. Aunque pone fin al conflicto, deja a Ucrania fuera y legitima el control ruso sobre territorios ocupados. Trump gana titulares, Putin: tiempo. Esto le daría tiempo de reparación económica a  Moscú.

Escenario 2: Acuerdo rechazado por Ucrania

Se firma un pacto entre Trump y Putin que reconoce “zonas especiales” bajo control ruso. Zelenski lo rechaza por decisión ilegítima. Ucrania resiste, Europa se divide y las tensiones aumentan dentro del bloque occidental. Este escenario esconde una preocupación mayor: ¿qué señal se enviaría al mundo si un país puede invadir a otro, resistir las sanciones, y luego obtener una negociación favorable?

Otros conflictos (como Israel-Palestina, Taiwán, Armenia, Kosovo, Cachemira) pueden replicar esta lógica. El precedente que se siente puede ser letal: la soberanía sería un trueque negociable si las potencias así lo deciden.

Escenario 3: Fracaso diplomático y más guerra

La cumbre termina sin acuerdo. Putin puede presentarse o mandar a su ministro del Exterior. Trump no logra garantías vendibles, Putin exige demasiado. Los ultimátums cruzados aumentan y la guerra se recrudece. Rusia intensifica su ofensiva y Ucrania endurece su resistencia.

Lo que vendría después, sería un escenario de guerra prolongada, diplomacia rota y una Europa más polarizada, con la ONU debilitada y la seguridad regional en suspenso.

El verdadero riesgo de la cumbre en Alaska no es su fracaso, sino su aparente éxito vía intenciones equivocadas: una paz sin justicia, sin garantías y sin la voz de las víctimas no es paz, sino una pausa estratégica que permitirá a Rusia rearmarse y legitimar lo ganado por la fuerza. Ucrania podría quedar como símbolo trágico de una diplomacia performativa que sacrifica legitimidad por espectáculo.

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