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La Teoría del Loco aplicada a Trump

Análisis

Rubén Asenjo
Rubén Asenjo
Periodista apasionado por la actualidad internacional y la geopolítica. Escribo para entender el mundo en constante cambio y compartir perspectivas que despierten la reflexión y el debate. Comprometido con la búsqueda de la verdad y las historias que impacten e inspiren.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, emplea una variante actualizada de la Teoría del Loco adoptada por Richard Nixon. La «dinamita Trump» busca utilizar la imprevisibilidad como arma para negociar desde posiciones radicales. En este artículo se explora cómo utiliza esta herramienta y su eficacia.

La Teoría del Loco, una estrategia de negociación geopolítica popularizada por Richard Nixon durante la guerra de Vietnam, resurge de nuevo en el análisis político del S. XXI para comprender las medidas del presidente Donald Trump en su segunda presidencia. Tal y como evidenciaban documentos desclasificados, el plan de Nixon buscaba proyectar una imagen de irracionalidad y volatilidad calculada para forzar concesiones de adversarios como Vietnam del Norte. Incluso amenazaba con opciones nucleares para mayor credibilidad. 

De igual manera, Trump parece haber adoptado tácticas similares adaptadas a los nuevos tiempos. En ellas, combina una retórica llevada al extremo con decisiones imprevisibles (desde propuestas sobre Gaza hasta tensiones comerciales). Estas medidas generan algunas dudas sobre si su comportamiento es un guion estratégico o su estilo personal.

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Además, el paralelismo entre ambos líderes es evidente. Por ejemplo, Foreign Policy asegura que Trump, al igual que Nixon, utiliza la incertidumbre como herramienta de presión, aunque con matices. Mientras el primero simulaba locura, el segundo parece integrarla en su estrategia política. Por ejemplo, en el caso de la Franja de Gaza, Trump sugirió ocupar el territorio y reubicar a su población (una idea rechazada por aliados regionales y occidentales).

Esta estrategia buscaría un intento de alterar los equilibrios geopolíticos mundiales mediante posturas extremas. Del mismo modo, sus amenazas de aranceles a socios comerciales, como México o Corea del Sur, siguen la estrategia de empujar fichas al centro para obtener ventajas. Es decir, tomar decisiones arriesgadas sin opción de retroceso, obligando a los aliados y oponentes a reaccionar para consolidar poder o cambiar el rumbo de una crisis.

No obstante, la eficacia de esta teoría en el siglo XXI no está del todo comprobada. Estudios recientes, como los de la experta en relaciones internacionales Roseanne W. McManus, señalan que la percepción de irracionalidad puede ser útil en crisis específicas, siempre que no se perciba como un rasgo inherente al líder. Trump, sin embargo, enfrenta un escenario distinto al de Nixon. Esto se debe a que sus adversarios ya conocen su forma de actuar y de proceder, lo que reduce el factor sorpresa que destacaba al 37º presidente.

La dinamita Trump

El mandatario estadounidense aplica una especie de variante adaptada de la estrategia del loco. Su forma de proceder es sencilla. Aplica posiciones radicales para dinamitar o alterar negociaciones y que la otra parte se vea obligada a ceder. En otras palabras, empieza desde posiciones que le favorecen mucho. Trump ha actualizado la estrategia de Nixon y efectúa su plan utilizando un gran repertorio de medidas explosivas.

A diferencia del proceder calculado de los años setenta, el actual presidente combina la retórica impredecible y las acciones unilaterales para desestabilizar los escenarios geopolíticos. Por ejemplo, en febrero de 2025 anunció planes para «tomar el control» de Gaza y convertirla en una «Riviera de Oriente Próximo», desplazando a su población. Asimismo, aplicó aranceles del 25% a México y Canadá, justificándolos como herramientas para renegociar acuerdos de seguridad y comerciales.

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Además, la propuesta de anexionar Canadá como el estado 51 o la retirada del apoyo a Ucrania ilustra esta táctica. En marzo de 2025, Trump suspendió la ayuda militar y de Inteligencia para presionar a Zelenski a aceptar un acuerdo favorable a Rusia, argumentando que Kiev «jugaba con la Tercera Guerra Mundial» en una especie de aquelarre en La Casa Blanca, donde presionó al máximo al mandatario ucraniano. 

Igualmente, sorprendió al amenazar con anexionar Groenlandia (cuya independencia Dinamarca aún gestiona), alegando intereses estratégicos y de seguridad nacional. Del mismo modo, reactivó las tensiones con Panamá al insinuar que Estados Unidos «recuperaría el Canal o algo muy gordo pasaría», asegurando que China se había hecho con su control. Estos casos revelan un patrón. Trump utiliza la imprevisibilidad como un martillo para romper los equilibrios existentes y renegociar desde posiciones extremas.

Uso reiterado y constante

El uso constante de la Teoría del Loco por parte de Donald Trump podría conllevar algunos riesgos que pueden provocar ineficacia. Esto se debe a que la repetición de amenazas extremas sin su cumplimiento erosiona su credibilidad. Según Foreign Policy, la estrategia pierde poder cuando los adversarios a los que dirige los ataques perciben un patrón de bravuconería sin consecuencias reales. 

Sin embargo, Trump persiste con este juego. No obstante, podría haber una excepción. Y es que la posición dominante de Estados Unidos como máxima potencia mundial le permite amortiguar parte del desgaste de esta estrategia. Así, aunque la Teoría del Loco tenga costes, Trump aprovecha su gran posición de poder para convertir la imprevisibilidad en una herramienta recurrente, aunque cada vez menos sorpresiva.

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