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La geopolítica de la mafia rusa: de gánsteres a trajeados

Análisis

Artiom Vnebreaci Popa
Artiom Vnebreaci Popa
Licenciado en Filosofía y Letras por la UAB, y estudiante de Antropología por la UNED. Experto en Estudios del Futuro, Prospectiva y Estudios Culturales. Especializado en la historia de Europa del Este y del Oriente Próximo. Interesado por ciberinteligencia y biotecnología. Es alumno certificado del Curso de HUMINT (nivel 1), Curso de Experto en Análisis de Inteligencia y Curso de Autoprotección en Conflictos Armados de LISA Institute.

En las últimas tres décadas, la mafia rusa ha pasado de callejones oscuros a despachos de lujo, fusionando crimen, negocios y poder político. Hoy, sus redes actúan como brazos invisibles del Kremlin: lavan dinero, financian guerras y ejecutan operaciones encubiertas a escala global. Este híbrido entre Estado y crimen organizado redefine la geopolítica, borrando las fronteras entre legalidad e ilegalidad y proyectando la influencia rusa mucho más allá de sus fronteras.

Durante los últimos 30 años, el teatro del crimen organizado ruso ha experimentado una transformación profunda. Los tiempos de los vory v zakone (ladrones en ley) que imponían su avtoritet (autoridad) a través de códigos de lealtad y agresividad callejera han dado paso a una sutil red de actores criminales que operan desde las altas esferas del poder global. Tal evolución representa la caracterización de la globalización con implicaciones que trascienden las fronteras rusas.

De la perestroika a las oficinas corporativas

La transición de la mafia rusa hacia el ámbito empresarial legítimo no fue accidental. Durante el colapso de la Unión Soviética, los grupos criminales aprovecharon el vacío institucional para posicionarse como intermediarios en la privatización de activos estatales. De esta forma, lo que se inició como “protección” (extorsión) en la esfera privada, evolucionó hacia el clientelismo, la influencia político-económica, y el control de sectores estratégicos relacionados con la industria y los recursos naturales en la esfera pública.

Así, los antaño gánsteres con chaquetas de cuero negras y pistolas Makarov, ya no son los matones de los años 90. Actualmente, se trata de individuos que han legitimado sus negocios mediante la adquisición de empresas legales, contratos con el Estado y la configuración de redes de influencia desde Moscú hasta Europa del Este y los Balcanes, Berlín, Londres, Barcelona, Nueva York; hasta Dubái, Israel, Chipre y Latinoamérica.

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Un híbrido: cuando el Estado y el crimen organizado se casan

Las redes criminales rusas actuales contienen la herencia de alianzas con ex-agentes del KGB, políticos corruptos y empresarios emergentes, dando vida al silovik-empresarial. Este matrimonio entre el submundo criminal y las élites políticas genera un modelo de hibridación único, donde la bratva (hermandad) abandonó las navajas por estructuras corporativas offshore y paraísos fiscales, la violencia no dirija por asesinatos selectivos y el poder residual por inversiones capitalistas globales.

La Solntsevskaya Bratva (el sindicato criminal más lucrativo del mundo por encima de la Yakuza y el Cártel de Sinaloa), ejemplifica tal transformación: sus líderes ya no son fugitivos buscados, sino magnates que aparecen en galas benéficas mientras transfieren billones de rublos en fondos desviados.

Aunque la verdadera innovación se encuentra en su rol geopolítico. En la actualidad, estas redes operan como extensiones del Estado ruso: evaden sanciones mediante contrabando, financian guerras proxy, y posibilitan ciberataques contra instituciones occidentales. La línea entre el crimen organizado y la política exterior de Moscú se ha difuminado hasta volverse una zona gris, convirtiendo la mafia rusa en un actor estratégico global que combina la legitimación de sus acciones con los recursos de una superpotencia.

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La instrumentalización del crimen organizado

El uso de los grupos criminales rusos por parte del Estado ruso los ha convertido en activos de inteligencia no oficiales, funcionando como proxies del FSB o el GRU en operaciones encubiertas que incluyen ciberataques, desinformación, tráfico de armas y apoyo logístico. Por ejemplo, células criminales vinculadas a Rusia han participado en campañas de desestabilización en Europa del Este, el Cáucaso y África, así como en ataques a infraestructuras críticas de países de la OTAN, al tiempo que lavan dinero mediante criptomonedas, empresas fachada y comercio ilícito de recursos como oro, diamantes y petróleo.

En territorios ocupados como el Donbás o Crimea, tales redes tejen economías alternativas, controlan la logística del contrabando y aseguran lealtades locales, diluyendo las líneas entre Estado, crimen y geopolítica en un conflicto híbrido que redefine las reglas del conflicto internacional. Este modelo se consolidó entre los años 2000 y 2010, cuando la mafia rusa (bajo Vladimir Putin), se legitimó convirtiéndose en oligarcas.

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Los 4 sindicatos rusos más importantes y sus operaciones

Solntsevskaya Bratva

  • Territorio: Moscú, España, Emiratos Árabes Unidos (especialmente Dubái).
  • Operaciones clave: Lavado de dinero a gran escala, inversiones en energía y uso intensivo de criptomonedas para transferencias ilícitas.
  • Vinculación estatal: Conexiones directas con el FSB. Actúa como extensión financiera de ciertas redes de inteligencia, facilitando operaciones encubiertas y el movimiento de capitales del Estado ruso.

Tambovskaya

  • Territorio: San Petersburgo, Alemania (especialmente Hamburgo).
  • Operaciones clave: Tráfico de armas y narcotráfico. Control parcial de puertos y corredores logísticos en el Báltico.
  • Vinculación estatal: Fuerte alianza con los oligarcas cercanos a Vladimir Putin, muchos de los cuales tienen origen en San Petersburgo. Intermediario informal en operaciones económicas grises del entorno presidencial.

Izmailovskaya

  • Territorio: Balcanes, América Latina (Venezuela, México y Brasil).
  • Operaciones clave: Trata de personas, tráfico de drogas, fraudes financieros transnacionales y blanqueo a través de negocios de fachada en hostelería y construcción.
  • Vinculación estatal: Ha colaborado con el Grupo Wagner en operaciones logísticas y de reclutamiento. Sus rutas también son utilizadas para tráfico de armas y personas en zonas donde Wagner tiene presencia.

Malysevskaya

  • Territorio: Ucrania, Polonia (zonas fronterizas).
  • Operaciones clave: Contrabando de petróleo, metales y grano robado de territorios ocupados en Ucrania. Saqueo de recursos agrícolas.
  • Vinculación estatal: Opera bajo cobertura de operaciones del Kremlin, especialmente en zonas de guerra, donde facilita ingresos paralelos y logística encubierta. Ha sido clave en el saqueo de bienes ucranianos tras la invasión de 2022.

Estos clanes mafiosos no solo colaboran con el Estado, sino que también han protagonizado disputas estratégicas por el control de mercados, rutas y negocios provocando sangrientas guerras de bandas entre la Solntsevskaya y la Tambovskaya. Sin embargo, con el fortalecimiento del régimen putinista, tales enfrentamientos comenzaron a ser intolerables para el Kremlin.

Por ello, el Estado ha impuesto límites para una competencia regulada entre los sindicatos, evitando que sus conflictos escalen y afecten la estabilidad político-económica del país. Actualmente, tales grupos han aprendido a coexistir bajo un equilibrio: respetando zonas de influencia y compartiendo beneficios. Además, el Kremlin actúa como árbitro de resolución de disputas internas, garantizando que ninguna facción crezca demasiado y amenace la estructura estatal.

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El nuevo vacío criminal

La evolución del crimen organizado ruso ha posibilitado su integración en estructuras estatales. Sin embargo, este reacomodo ha formulado un vacío en los espacios tradicionales del crimen global, ocupado de forma prematura por mafias serbias (dominan rutas de tráfico en los Balcanes y actúan como proveedores logísticos de armas y drogas para múltiples redes), sindicatos albaneses (que controlan gran parte del tráfico de cocaína en Europa), bandas carcelarias rusas y los clubes de motociclistas forajidos (como los Lobos Nocturnos).

En este nuevo tablero, la mafia rusa ha establecido alianzas internacionales con organizaciones como la ‘Ndrangheta o la Camorra, compartiendo inteligencia en lavado de dinero, manipulación financiera y evasión de sanciones; y en las regiones inestables colaborando con Estados paria como Venezuela (lavado de oro), Siria y el Sahel (tráfico de petróleo por el grupo Wagner) y Sudán (minería ilegal). Cibermafias como Evil Corp y grupos de hackers vinculados al GRU (Fancy Bear) trabajan juntos en desestabilización política, mientras las mafias proxies dependientes del poder ruso direccionan flujos migratorios hacia Europa como táctica de presión geopolítica (como en la frontera ruso-finlandesa o la bielorrusa-polaca).

Así, el Kremlin integra las bratvas como un sharp power criminal en zonas donde no puede operar abiertamente. De esta forma, mientras la mafia rusa refuerza sus redes corporativas y geopolíticas, los nuevos gánsteres se disputan las calles y los márgenes residuales.

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El futuro

El futuro de la geopolítica de la mafia rusa se perfila como una mutación criminal en la que convergen tecnología, capital financiero y guerra híbrida (lejos de la imagen clásica del crimen organizado). En un entorno interconectado, la bratva corporativa se posiciona como herramienta estatal con cierta independencia capaz de aprovechar las técnicas del siglo XXI (IA, criptomonedas, el anonimato, la descentralización) para expandir su terreno operativo.

Asimismo, la creciente informalización laboral, la fragmentación del tejido social y la digitalización de la economía abren nuevas oportunidades para el reclutamiento de mano de obra criminal y la infiltración en sectores antes inaccesibles.

En este contexto, el crimen organizado ruso no solo ha consolidado su rol como proxy del Kremlin, sino que puede convertirse en una red empresarial transnacional con autonomía suficiente para influir en mercados y sistemas políticos. La pregunta ya no es si la mafia rusa se verá capacitada para adaptarse al futuro, sino cuánto del mismo será moldeado por sus operaciones.

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