La idea del Gran Israel, antes marginal, se ha integrado progresivamente en el discurso político dominante israelí, especialmente desde 1967. En este artículo, Artiom Vnebraci Popa, alumno del Máster Profesional de Analista Estratégico y Prospectivo de LISA Institute examina su evolución histórica, las tensiones internas que genera dentro del sionismo y su influencia en la expansión territorial, los asentamientos en Cisjordania y la construcción de narrativas ideológicas.
El proyecto del Gran Israel formula un tipo de proyección territorial dentro de una tipología del sionismo que está tomando partido en amplios sectores israelíes.
Esta ideología maximalista y expansionista sostiene que el Estado de Israel debe acaparar las tierras que «históricamente» se asocian al «Israel bíblico», o Eretz Israel. Actualmente, estas tierras abarcan zonas como Cisjordania, la Franja de Gaza, Líbano, partes de Iraq y Siria, el norte de Arabia Saudí y el oeste de Egipto.
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Se ha de remarcar que tal proyecto ideológico no se acepta de forma homogénea en todos los sectores del sionismo. Pero sí representa cierta interpretación que choca con los límites del área apropiada por parte del Estado israelí (lo que constituye fricciones internas dentro del propio movimiento).
Origen y genealogía del Gran Israel
En su versión más básica, el Gran Israel hunde su origen en una de tantas interpretaciones del sionismo que ancla la conexión religiosa del pueblo judío con la que se considera como la “Tierra bíblica” de Israel. Esta asociación se encuentra insertada por la influencia de sectores radicales del sionismo contemporáneo.
Aunque Theodor Herzl fundó el movimiento sionista como una respuesta pragmática al antisemitismo europeo del siglo XIX, el sionismo evolucionó en múltiples direcciones. Hoy abarca corrientes ideológicas diversas, que difieren en objetivos geopolíticos, en la relación laico-religiosa y en la organización democrática o autoritaria del Estado de Israel.
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En su forma más básica, el Gran Israel surge de una interpretación del sionismo que vincula religiosamente al pueblo judío con la llamada «Tierra bíblica» de Israel. Esta asociación ha sido impulsada por la influencia de sectores radicales del sionismo contemporáneo.
Aunque Theodor Herzl fundó el sionismo como respuesta pragmática al antisemitismo europeo del siglo XIX, el movimiento incluye corrientes ideológicas muy diversas. Estas corrientes difieren en objetivos geopolíticos, relación entre lo laico y lo religioso, y modelos de organización del Estado, ya sea democrática o autoritaria.
Mientras el sector más moderado o pragmático reconoce las fronteras actuales de Israel como «naturales», otros sectores adoptan posturas más extremas. Estos grupos, asociados al sionismo religioso radical y al sionismo revisionista, insisten en que toda la «Tierra histórica» de Israel debe ser patria judía.
Por ejemplo, Vladimir Jabotinsky y el posterior partido Likud adoptaron estrategias maximalistas que sentaron las bases ideológicas del concepto de Gran Israel. Sin embargo, no todos los miembros del Likud ni todos los revisionistas sionistas han abrazado esta idea.
La narrativa religiosa del Gran Israel tiene raíces en textos bíblicos que definen los límites de las tierras prometidas por Dios al pueblo de Israel. Para ciertos sectores del extremismo religioso israelí, la «recuperación» de esos territorios no responde a una simple estrategia nacionalista. Más bien, se trata de un imperativo que cumple con un plan divino y busca redimir al pueblo de Israel.
Formalización material del movimiento por el Gran Israel (1967)
Fue a partir de la Guerra de los Seis Días en junio de 1967, que la ideología del Gran Israel empezó a tomar partido. Desde su margen periférico, esta aspiración ultra-religiosa empezó a concretarse en una fuerza política influyente en las decisiones públicas y de estado.
A pesar de que los ataques iniciales por parte de Egipto y Siria fueron en contra de la territorialidad israelí, su remontada y la conquista por parte del Estado de Israel de Cisjordania, Gaza, los Altos del Golán, la península del Sinaí y Jerusalén Este posibilitó una nueva realidad: la idea de que Israel sí puede ser capaz de forma eficaz toda la «Tierra histórica prometida». Y es esta victoria estratégica la que desencadenó grandes debates de qué se debía de hacer con los territorios ocupados.
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Un mes después del inicio y fin del conflicto, un grupo de artistas, militares, políticos e intelectuales establecieron el Movimiento por el Gran Israel. Esta se definía por el completo rechazo de la retirada de los territorios ocupados (en su visión eran territorios «recuperados»). Este movimiento sociopolítico afirmaba que tales territorios debían reconstruir la herencia nacional del pueblo de Israel y que debían ser anexionados formalmente.
A pesar de que tal movimiento (formal) murió en los años 70, las ideas se expandieron en el inconsciente colectivo social tanto de la población general como de las élites gobernantes. Estas ejercieron una gran influencia y justificaron la legitimación del movimiento de colonos y de asentamientos graduales (que sigue vigente hasta la actualidad). Esta táctica de colonos (formulada por el grupo Gush Emunim en 1974) destiló la ideología del Gran Israel en acciones reales, ocupando ilegalmente partes de Cisjordania y Gaza.
Tales asentamientos han sido apoyados (o tolerados) tanto por partidos progresistas como por los más conservadores. Tal hecho proporciona una lectura clara: el giro conservador y expansionista de Israel se había instaurado incluso en los partidos más «justos» socialmente.
La idea y materialización de los colonos fue, y sigue siendo, condenada internacionalmente por la Cuarta Convención de Ginebra. Sin embargo, el Estado de Israel ha ignorado en gran medida este tipo de condenas. Actualmente, y a raíz del conflicto palestino-israelí, los asentamientos son apoyados y celebrados por amplios sectores de la política israelí.
De esta forma, Cisjordania representa la manifestación más visible de esa ideología en la práctica. En la región existen más de 130 asentamientos y decenas de puestos de avanzada, con un total de más de 450.000 colonos israelíes. La logística e infraestructura de estos asentamientos es gestionada por el ejército israelí y el Mossad. Incluso se han creado nodos de conexión entre asentamientos mediante carreteras exclusivas para israelíes.
Casi todos los gobiernos israelíes de derecha conservadora han incluido en sus coaliciones a partidos que apoyan abiertamente la idea del Gran Israel. Esto ha sido especialmente evidente en los liderados por Benjamin Netanyahu, presidente sobre quien pesan órdenes de arresto por crímenes de lesa humanidad.
Bezalel Smotrich y Itamar Ben-Gvir son el caso más representativo dentro del gabinete actual (2025) de legitimadores de la idea de los asentamientos. Y es que la normalización de tales posturas en la narrativa pública israelí refleja perfectamente como la periferia extremista marginal, en unas pocas décadas, ha llegado al gobierno.
Hacia una colonización multimodal
Pero incluso los proyectos maximalistas enfrentan todo tipo de desafíos estructurales. La ideología del Gran Israel conforma amplias tensiones políticas acumuladas, demografías sin prospectiva ni solución y una moralidad que empieza a ser cuestionada. Como toda idea radical, los asentamientos y las nuevas colonizaciones pueden volverse en contra del Estado de Israel.
Por ejemplo, una amplia anexión de Cisjordania y la Franja de Gaza forzará a Israel a dotar de nacionalidad a millones de palestinos (lo que podría suponer la pérdida de la mayoría judía) o mantener un apartheid. Esto, con el tiempo, no sólo erosiona la legitimidad de tal proyecto, sino también los fundamentos internos del Estado de Israel más moderado.
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A ello se le ha de sumar la férrea represión interna a sectores progresistas que no se encuentran en el gobierno. Manifestantes, activistas, intelectuales, trabajadores, estudiantes y sindicatos de corte judía anti-sionista son reprimidos violentamente bajo penas de prisión, multas y palizas en comisarías. Esto es una solución a corto plazo, pero a la larga podría suponer una reconfiguración de la voluntad popular.
¿Qué pasará cuando un padre de familia vea que su hijo es apaleado por su propio Estado por salir a manifestarse? ¿Qué pasará cuando familias enteras empiecen a dudar de si es mejor perder a sus hijos en la guerra de un gabinete corrupto o esconderlos para que no vayan a luchar? ¿Y qué pasará cuando las fuerzas de seguridad israelíes entren en las casas de estas familias para abducir a tales jóvenes con la excusa de la defensa del Estado?
Por último, es super importante destacar la paradoja digital del Gran Israel. Mientras la ideología se fija en líneas físicas y territoriales, la juventud israelí y palestina colaboran en espacios digitales internacionales. Colaboraciones anónimas, leaks, mapas digitales y proyectos de realidad virtual posibilitan nuevas formas disruptivas de memoria y pertenencia que no niegan la inclusión de la otredad. Por otro lado, esta misma tecnología puede justificar la idea del Gran Israel.
La influencia de sistemas Palantir, la vigilancia biométrica y el biopolicing conforma un tipo de colonización digital que puede extender la represión fuera del ámbito militar. Y es este tipo de laboratorio neocolonial de ocupación que puede convertir este conflicto en nuevos dispositivos de dominación ultra-territorial.
En resumen, si el concepto del Gran Israel continúa siendo aceptado socialmente, podría transformarse en una forma multimodal de expansión ideológica. Esta colonización se extendería de manera simultánea sobre el espacio físico, el espacio digital, los regímenes de datos y las narrativas globales.
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