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Entrevista a Octavio Enríquez: «No hay democracia en Nicaragua, sino un régimen totalitario que se niega a rendir cuentas»

Análisis

Thaís Armengol
Thaís Armengol
Thaís Armengol es criminóloga y periodista freelance especializada en crimen organizado, desapariciones y violencia estructural en América Latina. Colabora con medios y revistas académicas, y ha sido ponente internacional, formadora policial y moderadora en congresos de justicia infantil. Su enfoque combina análisis criminológico, periodismo de investigación y una perspectiva ética y multidisciplinar. Alumna del Máster Profesional de Analista de Inteligencia de LISA Institute.

En Nicaragua informar es resistir. El periodismo independiente ya no es un oficio, es una forma de supervivencia. Octavio Enríquez, periodista de investigación exiliado desde 2021, lo sabe mejor que nadie. Miembro de CONNECTAS y del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ), su carrera de más de 25 años le ha llevado a ganar premios como el Ortega y Gasset, el Internacional de Periodismo Rey de España —concedido por la Agencia EFE y la AECID— o el de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). Hoy, desde España, sigue escribiendo sobre un país que le arrebató su casa, pero no su voz.

“El régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo se sostiene en la represión violenta ejercida por la policía y grupos paramilitares,” explica Enríquez con voz contenida. Habla desde la calma de quien ya no teme por sí mismo, sino por los que siguen allí. “No hay democracia en Nicaragua, sino un régimen totalitario que se niega a rendir cuentas por los abusos cometidos por sus miembros”. 

El país vive entre el control político y el silencio impuesto. Las denuncias se castigan. Los familiares de los críticos son vigilados. “Las autoridades del Estado de Nicaragua viven una realidad paralela, en la que las denuncias son tomadas como un ataque a la soberanía. En realidad, eso obedece a una estrategia de autoaislamiento.” 

Esa desconexión deliberada sostiene la impunidad y el poder busca aliados que refuercen su aislamiento. “Han encontrado eco en sus aliados ideológicos: China, Rusia, Venezuela e Irán, que son denunciados también por violaciones a derechos humanos en sus respectivos países. Se respaldan públicamente, forman parte de una misma red de propaganda y, en el caso de Rusia, se han comprometido a desarrollar ‘estrategias de seguridad internacional de la información’.” 

El exilio como extensión del control

Desde su refugio en España, Octavio Enríquez habla sin resentimiento. La distancia no ha borrado el miedo, solo lo ha cambiado de forma. Ser periodista en el exilio, explica, no significa estar a salvo. «Siempre se corren riesgos por informar, sobre todo cuando se denuncia a una dictadura con las características de la nicaragüense.» Lo dice sin dramatismo, con la serenidad de quien conoce las consecuencias. El exilio, añade, no ofrece paz. Ofrece pausa.

Cuando recuerda su llegada a Europa, lo llama su “muerte civil”. «En un momento, ya en España, se venció mi pasaporte nicaragüense y no podía hacer una serie de gestiones. Por eso digo, en broma, que volví a nacer casi a los 44 años cuando pude obtener mi residencia y tuve un documento vigente impreso con mis datos y mi fotografía. ¡Cosas veredes… un recién nacido tan viejo!»

El humor le sirve para suavizar lo que fue un vacío legal y personal. “La renovación de un pasaporte se convierte en un problema para los perseguidos políticos; te lo pueden decomisar si lo llevas cándidamente. Igual que toda tu documentación.” Incluso lejos del país, el régimen sigue pesando. No con armas, sino con burocracia.

Su testimonio refleja algo que se repite entre los exiliados: el exilio despoja, pero también revela. El periodista deja atrás su tierra y encuentra otra forma de pertenecer: la palabra.

La guerra digital y la precariedad informativa

Tras años de censura y cierre de medios, la voz de Enríquez refleja la fragilidad de un periodismo que sobrevive casi de milagro. «En el contexto de represión sistemática, los medios de Nicaragua pasaron de evacuación de emergencia —cuando sus equipos fueron obligados a salir en 2021— a una situación de precariedad, a consecuencia de las confiscaciones, un modelo de negocio en crisis y reducidas vías de financiamiento.»

Los datos hablan solos: 293 trabajadores de medios en el exilio y 52 que han dejado el periodismo. «Los periodistas también viven en la precariedad en el exilio, sobreviviendo con bajos salarios en ciudades muy caras. Algunos sin seguro médico.»

El exilio digital es una trinchera sin red de seguridad

«Yo mismo aprendí en España un curso de auxiliar de almacenes para intentar sobrevivir si los medios independientes empezaban a cerrar por la falta de financiamiento. He tenido trabajo a cuentagotas en los últimos meses. Así que este hermoso país, donde me refugio, nos ha dado seguridad a mi familia y a mí. La libertad es un don precioso, así como la seguridad.»

La frase cae con peso. Habla de dignidad, pero también de cansancio. «De lo único que estoy seguro es que seguiré escribiendo, aunque tenga circunstancias adversas sobre mis hombros. Cada letra es un grito de libertad.»

Ese grito, lejos de extinguirse, marca el pulso de quienes viven entre la nostalgia y la resistencia. Cada palabra escrita se convierte en una forma de pertenencia. La escritura deja de ser un trabajo y pasa a ser una forma de existir. Es el sonido del exilio convertido en oficio.

El Estado como estructura criminal

El análisis de Octavio Enríquez no se limita a la política. Su lectura del poder se aproxima a la lógica del crimen organizado. «El Estado, liderado por Ortega y Murillo, es una estructura criminal, responsable de violaciones a derechos humanos y también de actos de corrupción que hemos expuesto en nuestras investigaciones.»

Su descripción remite a un patrón estructural: un aparato estatal que actúa con los mismos mecanismos de los grupos que debería perseguir. «Es una estructura redonda que se agencia la impunidad, a través del control del poder judicial, el control partidario en los barrios e instituciones.» No lo dice con ira, sino con la frialdad del investigador que ya ha visto demasiadas pruebas. El debilitamiento del periodismo libre ha dejado el terreno abierto al crimen. Donde no hay preguntas, hay poder. Donde no hay prensa, hay silencio.

Enríquez lo resume mejor que nadie: «Lo que permanece es el oficio: preguntar, hurgar, atar cabos, publicar y revelar… ¡la vida misma!»

Libertad, el último territorio

A los 44 años, Enríquez vuelve a construir su identidad desde el exilio. “En el exilio, he aprendido sobre mis raíces y a entender que la patria es también el sitio donde te reciben bien. En mi concepto no solo es un país: es también la amistad.” La frase suena como cierre, pero también como promesa.

Su vida, ahora lejos de Managua, es la de un periodista que sigue mirando su país a través del cristal del destierro. En sus palabras hay una certeza: la libertad no es un lugar, es una práctica diaria. Informar, aunque duela. Resistir, aunque se esté lejos.

Antes de despedirse, añade con humildad: «No sé si todo lo que te he explicado será útil, pero quiero agradecerte que me permitieras contar mi historia. No me refiero a los reconocimientos, todo pasa y lo normal es que uno pase al olvido.»

Las gracias, en realidad, no se las debo yo. Se las debe el periodismo, que aún encuentra en voces como la suya una forma de dignidad que no se rinde.

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