La vida de José ‘Pepe’ Mujica es un ejemplo de lucha, humildad y coherencia política, desde su militancia armada hasta convertirse en presidente de Uruguay.
José Mujica, también conocido como ‘Pepe’, fue uno de los políticos más singulares y queridos de América Latina. Nacido en Montevideo en 1935, Mujica desempeñó como guerrillero, preso político, presidente de Uruguay y, sobre todo, un referente ético y moral para millones de personas. Su historia es la de un hombre que vivió con sencillez, defendió la justicia social y nunca perdió el contacto con la gente común.
La imagen de Mujica trascendió fronteras. Su estilo de vida austero (vivía en una modesta chacra, conducía un viejo Volkswagen y donaba la mayor parte de su salario) lo convirtió en un símbolo mundial de honestidad y humildad. Debido a ello, fue apodado «el presidente más pobre del mundo», pero para muchos fue el más rico en valores. Además, su coherencia entre discurso y acción, así como su defensa de los derechos humanos y la inclusión social, le valieron el respeto y la admiración internacional.
Orígenes y juventud
José Alberto Mujica Cordano nació el 20 de mayo de 1935 en Montevideo, Uruguay, en el seno de una familia de ascendencia vasca. Su infancia transcurrió en un ambiente rural, donde aprendió el valor del trabajo y la sencillez. Desde joven, estuvo vinculado al campo y a las labores agrícolas, una pasión que mantuvo durante toda su vida.
A los 14 años, Mujica comenzó a militar en agrupaciones anarquistas y, poco a poco, se acercó a los movimientos de izquierda. Tuvo su gran pasión en la lectura de temas como la historia, la biología y la literatura. Además, recibió formación humanística que le reforzó por la situación de la época y la influencia de la Revolución Cubana, que marcó a toda una generación de jóvenes latinoamericanos.
Guerrilla tupamara
En los años 60, Uruguay vivía una gran crisis social y política. La desigualdad, la represión y la falta de oportunidades llevaron a la radicalización de sectores de la juventud. En este contexto, surgió el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), una organización guerrillera urbana inspirada en el socialismo y la revolución cubana.
➡️ Te puede interesar: Los costes de la violencia y la inseguridad en América Latina
Mujica fue uno de los principales líderes de los Tupamaros. Participó en asaltos, expropiaciones y acciones armadas con el objetivo de combatir la injusticia y el autoritarismo. Durante su militancia, sufrió heridas de bala en varias ocasiones y protagonizó dos fugas espectaculares de la cárcel de Punta Carretas.
No obstante, en 1972 fue capturado y pasó casi 13 años en prisión, la mayoría bajo condiciones infrahumanas. Eso le llevó a ser uno de los llamados «rehenes» de la dictadura militar en Uruguay. Durante su estancia, estuvo confinado en celdas diminutas, aislado, sin juicio ni condena formal. Asimismo, sufrió torturas físicas y psicológicas, pero logró sobrevivir gracias a su fortaleza y sentido del humor. Él mismo relató cómo domesticaba ranas y alimentaba ratones para no perder la cordura.
Transición a la política democrática
Con el retorno de la democracia en 1985, Mujica consiguió la liberación gracias a una ley de amnistía. Lejos de buscar venganza, apostó por la reconciliación y el diálogo. De la misma manera, decidió canalizar su compromiso político por la vía democrática, dejando atrás la lucha armada pero no sus ideales.
Por ello, junto a otros exguerrilleros y militantes de izquierda, fundó el Movimiento de Participación Popular (MPP), una corriente interna del Frente Amplio, la gran coalición progresista uruguaya. El MPP se consolidó rápidamente como una de las fuerzas más influyentes del país.
Posteriormente, Mujica trabajó como diputado en 1994 y senador en 1999. Su estilo directo, su lenguaje sencillo y su cercanía con la gente lo hicieron muy popular. En 2005, fue nombrado ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, y en 2010, a los 75 años, alcanzó la presidencia de Uruguay con casi el 55% de los votos.
Presidencia de Uruguay (2010–2015)
Durante su mandato, Mujica se negó a vivir en la residencia presidencial y siguió en su chacra, donde cultivaba flores y cuidaba animales. Además, donó hasta el 90% de su salario a organizaciones sociales, rechazó llevar corbata y mantuvo una vida sencilla, alejada de los lujos y la ostentación. Esta decisión personal fue clave para su popularidad y para la imagen de Uruguay en el mundo.
Mujica impulsó reformas históricas. Bajo su gobierno, Uruguay se convirtió en el primer país en legalizar la producción y venta de marihuana, buscando arrebatarle el negocio al narcotráfico y tratar el consumo como un tema de salud pública. También se aprobaron la legalización del matrimonio igualitario y la despenalización del aborto, posicionando a Uruguay como un país pionero a nivel mundial en derechos civiles. Además, su gestión promovió la inclusión social y la reducción de la pobreza, con políticas de redistribución y apoyo a los más vulnerables.
➡️ Te puede interesar: Las principales rutas migratorias en América Latina
También mantuvo una relación honesta y sincera con la prensa y recibió el reconocimiento por su discurso honesto y autocrítico. En el plano internacional, destacó por su defensa de la paz, la justicia social y el medio ambiente. Fue nominado al Premio Nobel de la Paz en 2014, pero confirmó que no aceptaría el galardón porque «el mundo actual es un desastre con guerras y conflictos». De igual modo, durante su mandato ofreció a Uruguay como país de acogida para presos de Guantánamo, mostrando su compromiso con los derechos humanos.
Mujica tras la presidencia
Tras dejar la presidencia en 2015, Mujica fue elegido nuevamente senador. Desde el Parlamento, siguió defendiendo sus ideas y mantuvo su estilo de vida modesto. Su voz seguía siendo influyente, tanto en Uruguay como en el extranjero.
En 2020, Mujica renunció a su escaño en el Senado, alegando razones de salud y, sobre todo, su rechazo al clima de confrontación y crispación política. «Me voy porque el odio es peor que el cáncer», declaró, reafirmando su apuesta por el diálogo y la convivencia democrática.
En sus últimos años, Mujica se dedicó a la militancia popular y al activismo internacional. Viajó por el mundo dando charlas y entrevistas, reflexionando sobre el sentido de la vida, el consumismo, la desigualdad y la necesidad de una política más humana. Sus discursos, llenos de sabiduría y sentido común, inspiraron a jóvenes y adultos de todas las regiones.
La muerte y el legado de José Mujica
José Mujica falleció el 13 de mayo de 2025, a los 89 años, tras una larga batalla contra el cáncer. Lo que lo hizo diferente fue su coherencia. Vivió como pensaba, nunca se aferró al poder y siempre puso el bien común por encima de los intereses personales. Su vida fue una apuesta por la libertad, la justicia y la esperanza, incluso en los momentos más oscuros.
➡️ Te puede interesar: La geopolítica de las drogas en América Latina (y en el mundo)
Por todo ello, Mujica recibió el reconocimiento mundial como un ejemplo de honestidad y sencillez. Su figura trascendió la política uruguaya y se convirtió en un referente ético. También recibió homenajes de líderes y ciudadanos de todos los continentes por un legado no solo político, sino por su humanidad y su capacidad de inspirar a otros a vivir con menos y ser más.
En tiempos de desconfianza y desencanto con la política, el pensamiento de José Mujica sigue siendo importante. Sus frases, como «el poder no cambia a las personas, solo revela quiénes son realmente» o «no preciso para vivir más de lo que tengo», resumen una vida dedicada al servicio y a la búsqueda de un mundo más justo y solidario. Mujica demostró que la política puede ser un acto de amor y que la coherencia, la humildad y la lucha por los demás deben priorizarse siempre.
➡️ Si quieres aprender más sobre Geopolítica, te recomendamos los siguientes cursos formativos: