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Estados Unidos vs China: sorpasso o contención del gigante asiático en 2025

Análisis

Alejandro Vigo
Alejandro Vigo
Alumno del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico de LISA Institute. Graduado en Relaciones Internacionales con gran interés en la geopolítica y en el comercio internacional, particularmente en Sudeste Asiático.

En un mundo en constante transformación, anticiparse a los desafíos y oportunidades del futuro es más importante que nunca. Por ello, LISA Analysis Unit, la Unidad especializada en Inteligencia y análisis de LISA Institute, presenta en abierto una exclusiva serie de análisis estratégicos prospectivos. En ellos se abordarán las principales temáticas que impactarán a nivel global y transversal en 2025 y que cualquier líder, directivo, gestor o analista debe anticipar, monitorizar y tener en cuenta a la hora de tomar decisiones.

El objetivo principal de esta iniciativa es ofrecer a profesionales, empresas, instituciones y organismos internacionales una visión estratégica de los temas clave que definirán el panorama global en el próximo año. Desde la geopolítica energética hasta las amenazas de la cibercriminalidad y la desinformación, esta serie de análisis profundizan en las tendencias emergentes, los actores relevantes y sus implicaciones para la política, la economía, la seguridad y la sociedad.

Con esta serie, LISA Analysis Unit refuerza su compromiso de democratizar el acceso a análisis de calidad, apoyando la toma de decisiones informadas y contribuyendo a un debate público más sólido, informado y fundamentado.


Estados Unidos vs China: ¿sorpasso o contención del gigante asiático en 2025?

  • Relaciones antes de la creación de la República Popular China (RPC).
  • El comienzo de relaciones con la RPC y el comienzo de la rivalidad.

1.1. Relaciones antes de la creación de la República Popular China (RPC)

Las relaciones entre Estados Unidos y el antiguo Imperio Chino se remontan al siglo XVIII, cuando el barco Empress of China llegó al puerto de Cantón en 1784, marcando el inicio de un período conocido como el “viejo comercio chino”, en el que el comercio prosperó y generó grandes beneficios económicos para ambos.

Sin embargo, la derrota de la Dinastía Qing en las guerras del Opio da comienzo al “siglo de la humillación” (1839-1949), donde China experimentó una fragmentación interna, fue atacada desde el exterior, tuvo que hacer importantes concesiones a las potencias extranjeras (entre ellas EE. UU.) y soportó una cruel ocupación por parte de los japoneses. Ejemplo de ello fue la firma del Tratado de Wangxia (1844) que otorgaba a los estadounidenses privilegios como el estatus de nación más favorecida, la extraterritorialidad de sus ciudadanos y acceso comercial a varios puertos chinos. Estados Unidos, aunque menos agresivo que las potencias europeas (como Reino Unido), aprovechó la situación para expandir su influencia comercial y cultural en un periodo en el que China pasó a ser un país semicolonial, debilitado y dividido.

Con la entrada americana en la Segunda Guerra Mundial, las relaciones mejoraron, ya que China fue vista como un aliado estratégico clave contra las potencias del Eje (especialmente Japón), firmándose el Tratado de 1943, mediante el cual Estados Unidos eliminaba la extraterritorialidad de sus ciudadanos en China. Esta medida marcó el fin de una etapa en la que potencias extranjeras, incluida Estados Unidos, contribuyeron al debilitamiento y menoscabo de la soberanía china.

Tras el conflicto, la República de China (dirigida por el Kuomintang, único gobierno que reconocía EE. UU. a pesar de la división interna) obtuvo un escaño en el Consejo de Seguridad de la ONU, consolidando su posición en el orden internacional. Todo esto sucedía en medio de la Guerra Civil China (la segunda etapa, ya que se detiene en la Segunda Guerra sino-japonesa para hacer frente al invasor), que acaba en 1949 con la victoria comunista y la fundación de la RPC. Con ello, la dinámica de las relaciones cambió radicalmente, ya que Estados Unidos adoptó una política de distanciamiento, negándose a reconocer a la RPC y respaldando al Kuomintang como el legítimo representante del pueblo chino durante gran parte de la Guerra Fría.

1.2. El comienzo de relaciones con la RPC y el comienzo de la rivalidad

Como potencia líder del bloque occidental en plena Guerra Fría, Estados Unidos enfrentaba a dos grandes adversarios en el mundo comunista: China y la Unión Soviética, sin embargo, las relaciones entre Pekín y Moscú se habían ido deteriorando progresivamente desde la década de 1950 hasta llegar a un punto en el que estos países se enzarzaron en un conflicto fronterizo armado que causó decenas de muertos en ambos bandos en marzo de 1969. Entonces, Nixon vio entonces la oportunidad de sacar provecho de esta brecha en el campo comunista: “el enemigo de mi enemigo, es mi amigo”. Nixon y Mao buscaban lo mismo: contrarrestar a la Unión Soviética en plena Guerra Fría

En este contexto, EE. UU. inicia contactos estratégicos con la RPC, facilitando su reconocimiento internacional. En 1971 la Asamblea General de Naciones Unidas reconoció a la RPC como el único representante legítimo de China, lo que resultó en la expulsión de Taiwán de la organización. Este cambio culminó con la histórica visita del presidente Richard Nixon a China en 1972, marcando un punto de inflexión en las relaciones bilaterales, emitiéndose el Comunicado de Shanghái, donde ambos países se comprometieron a trabajar hacia la plena normalización de sus relaciones diplomáticas, que se ratificaron en 1979 en el comunicado conjunto sobre el establecimiento de relaciones diplomáticas. Aunque el reconocimiento estadounidense fue transferido de Taipéi hacia Pekín, Estados Unidos firma el Acta de Relaciones con Taiwán, mediante el que se comprometía a garantizar su seguridad, además de apoyar su desarrollo económico y político.

Hacia finales del siglo XX y con la apertura económica de China bajo Deng Xiaoping y su integración en el sistema global, Estados Unidos apoyó el ingreso de China a la Organización Mundial, sentando las bases para el auge económico chino. Aunque persistieron tensiones, (Masacre de Tiananmén y Taiwán) esta cooperación económica estableció una interdependencia que, aunque beneficiosa, sentó las bases para las rivalidades actuales. Sin embargo, hacia el final del mandato de Obama, la percepción cambió: las crecientes ambiciones territoriales de China y su represión interna bajo Xi Jinping alarmaron a los observadores estadounidenses

Desde entonces, la estrategia estadounidense ha estado marcada por el intento de contener, de una manera u otra, el ascenso económico y militar chino. Estas tensiones se hicieron especialmente visibles con la fuerte escalada de restricciones comerciales con Estados Unidos a partir de 2018, dando lugar a un proceso de desacoplamiento entre ambas potencias.

El estallido de la pandemia en 2020 y la reciente guerra en Ucrania han acelerado esta tendencia de desacoplamiento, dando lugar a un entorno internacional más complejo y disputado donde tanto Estados Unidos como China tienen ambiciones hegemónicas y compiten entre sí por el poder mundial en tres esferas económicas principalmente: comercial, tecnológica y financiera.

La rivalidad entre Estados Unidos y China, que se ha intensificado durante las últimas décadas, ha transformado profundamente las dinámicas de poder global. Lo que comenzó como una relación pragmática basada en la cooperación económica y comercial, ha evolucionado hacia una competición estratégica que abarca los ámbitos político, militar, tecnológico y económico. Hasta 2024, esta rivalidad se ha convertido en el eje central de las relaciones internacionales, con implicaciones profundas para el orden mundial establecido.

  • China y el Partido Comunista Chino (PCCh).
  • Estados Unidos.
  • Unión Europea.

2.1. China y el Partido Comunista Chino (PCCh)

La estrategia y los objetivos del país, dictados por el Partido Comunista Chino (PCCh) en el XIV Plan Quinquenal y en los Objetivos para el año 2035, abarcan múltiples dimensiones, incluyendo el desarrollo económico, la innovación tecnológica, la sostenibilidad medioambiental y el fortalecimiento de la seguridad nacional, todo ello enmarcado en la búsqueda de la modernización socialista adaptada a las características del sistema político chino. Para el centenario de la República Popular (en el año 2049), el objetivo es que China haya ascendido al rango de potencia global en todos los aspectos.

Frente a la desaceleración económica que vive el país, China aspira a mantener un crecimiento estable y de alta calidad, desplazando el énfasis de la velocidad hacia la sostenibilidad y la eficiencia. Xi busca una autosuficiencia que le permita contrarrestar cualquier intento de Washington de desacoplar la economía china de la americana o de utilizar el control norteamericano del sistema financiero global para bloquear el ascenso del gigante asiático. Esto se refleja en la “economía de doble circulación”, estrategia que busca reorientar la economía nacional favoreciendo el consumo interno y la autosuficiencia tecnológica (circulación interna) a la vez que permanecen abiertos al comercio y a la inversión internacional (circulación externa), impulsando los lazos económicos mediante iniciativas como la Franja y la Ruta. Para 2035, el país se propone duplicar su Producto Interior Bruto (PIB) de 2020. Esto se acompañará de una expansión de la clase media, un aumento del consumo interno y una reducción de las desigualdades regionales y sociales.

La innovación tecnológica es otro pilar fundamental de la visión a largo plazo de China, ya que puede aumentar el poder económico, las capacidades militares o la influencia política. China pretende consolidarse como líder global en sectores estratégicos como inteligencia artificial, biotecnología, computación cuántica, robótica y energías renovables. El país debe dominar en todas las áreas innovadoras, incluida la inteligencia artificial, antes de 2035, y pretende completar su programa de modernización militar en 2027, siete años antes del calendario anteriormente previsto. Esta modernización de sus fuerzas armadas (el Ejército de Liberación Popular, la Policía Armada del Pueblo, de carácter paramilitar, y la Milicia) está centrada en el desarrollo de capacidades avanzadas en el ámbito marítimo, espacial y cibernético

En términos de estrategia militar, Xi promueve el “empleo de la fuerza militar en tiempos de paz”, que se centra en la demostración y ampliación de las capacidades militares para consolidar su influencia territorial, combinando esta táctica con progresos incrementales por debajo del umbral de guerra en “zonas grises” donde ejercer la coacción frente a reclamaciones rivales, especialmente en el Mar de China Meridional. Esta táctica disuasiva se centra en “ganar sin tener que luchar”. Este enfoque incluye también el desarrollo de capacidades avanzadas y alianzas pragmáticas, proyectando fortaleza y preparación global mientras redefine el entorno estratégico a su favor.

El “Sueño Chino”, articulado por Xi Jinping, encarna la visión estratégica del «Gran Rejuvenecimiento» de la nación, cuyo objetivo es restituir a China como actor central en el sistema internacional bajo el liderazgo del PCCh. Esta propuesta, presentada como una alternativa al «Sueño Americano», promueve el modelo de desarrollo chino como un contrapeso al liberalismo occidental, buscando redefinir el orden global en línea con los intereses estratégicos de Pekín.

China utiliza como eje retórico su postura antiimperialista y postcolonial para posicionarse como líder del sur global, presentándose como defensor de los países en desarrollo. A través de iniciativas como la Iniciativa de la Franja y la Ruta, la diplomacia cultural y el comercio, Pekín busca consolidar alianzas estratégicas y aglutinar a potencias emergentes como los BRICS, promoviendo una reversión de las estructuras de hegemonía que han dominado desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

2.2. Estados Unidos

Desde la Administración Obama hasta la de Biden, la estrategia norteamericana ha estado basada en la contención, de una manera más modesta o más intensa, del gigante asiático. La estrategia de la administración Obama hacia China, delineada en las Estrategias de Seguridad Nacional de 2010 y 2015, se basó en un enfoque dual de compromiso estratégico (engagement) y contención regulada. Por un lado, buscaba integrar a China en el orden internacional basado en normas, fomentando su participación en foros multilaterales, al tiempo que promovía la cooperación en desafíos globales como el cambio climático, la no proliferación nuclear y la estabilidad económica.

Por otro lado, reconocía el ascenso de China como un desafío estratégico y priorizó medidas para contrarrestar su influencia en áreas críticas, como la defensa de los derechos humanos, la libertad de navegación en el Mar de China Meridional (FONOP) y la lucha contra las prácticas comerciales desleales. El Pivot to Asia, pieza clave de esta estrategia, fortaleció alianzas regionales y aumentó la presencia militar estadounidense en el Indo-Pacífico y respaldó iniciativas económicas como el Acuerdo Transpacífico (TPP) para limitar la influencia económica china. A través de este enfoque, Obama buscó equilibrar la cooperación con la contención, promoviendo una competencia regulada que protegiera los intereses estratégicos de Estados Unidos sin escalar hacia una confrontación directa.

Con la llegada de la Primera Administración Trump, se adopta una política más confrontacional hacia China (anti-engagement). La estrategia de Trump estaba fundamentada en una visión transaccional de la política exterior (caracterizado por el pragmatismo a corto plazo, priorizando beneficios concretos y tangibles) y priorizaba los intereses estadounidenses (America First), rechazando compromisos multilaterales, argumentando que la globalización no había beneficiado a la clase media estadounidense, sino que había acelerado su declive. Subrayando esta perspectiva, sus estrategias de seguridad nacional de 2017 y de defensa nacional de 2018, declararon que el enfoque tradicional hacia China había fracasado, afirmando que era necesario contrarrestar su ascenso. 

El enfoque de Trump hacia China incluyó una serie de acciones clave destinadas a contener su creciente influencia. En el ámbito económico, desencadenó una guerra comercial sin precedentes contra China, imponiendo aranceles sobre más de 360.000 millones de dólares en bienes chinos con el objetivo corregir el déficit comercial, proteger industrias estadounidenses estratégicas y abordar prácticas comerciales consideradas desleales, como el robo de propiedad intelectual, la transferencia forzada de tecnología y el subsidio estatal masivo a empresas chinas.

Además, presionó para que las empresas estadounidenses repatriaran sus cadenas de suministro desde China, promoviendo una política de desacoplamiento económico parcial. En el ámbito tecnológico, estableció medidas para frenar el avance de China en sectores sensibles como las telecomunicaciones y la inteligencia artificial, implementando prohibiciones y restricciones contra empresas como Huawei y ZTE, bloqueando adquisiciones de compañías estadounidenses por parte de entidades chinas bajo la ley CFIUS y restringiendo la exportación de tecnología avanzada, como semiconductores y software.

En el ámbito militar, Trump reforzó la presencia estadounidense en el Indo-Pacífico para contrarrestar la creciente militarización china en el Mar de China Meridional. Esto incluyó patrullas de libertad de navegación cerca de las islas artificiales construidas por China, un incremento en los ejercicios militares conjuntos con aliados regionales como Japón, Corea del Sur y Australia, y la venta de armas avanzadas a Taiwán, desafiando la política de “Una sola China”.

Paralelamente, priorizó la creación de contrapesos regionales mediante el fortalecimiento de alianzas clave. El Cuadrilateral Security Dialogue (QUAD) adquirió mayor relevancia como un foro para coordinar estrategias entre Estados Unidos, Japón, India y Australia, mientras que las relaciones bilaterales con aliados como Filipinas y Corea del Sur se reforzaron con el objetivo de contener la influencia china. No obstante, el rechazo al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) debilitó la capacidad de Estados Unidos para liderar la integración económica en Asia, limitando el alcance de su influencia en la región.

El documento Enfoque estratégico de los Estados Unidos hacia la RPC de 2020 consolidó la estrategia de la administración Trump, adoptando una visión integral basada en tres pilares principales: competencia estratégica, contención activa y cooperación selectiva. Por un lado, reconocía a China como el principal competidor global y ajustaba las políticas internas y externas para enfrentar este desafío. Por otro, buscaba incrementar la presión económica, diplomática y militar para limitar el crecimiento de su influencia global. Finalmente, estableció que la cooperación con China debía ser limitada y condicionada, centrada únicamente en áreas de interés mutuo, como la desnuclearización de Corea del Norte y la gestión de la pandemia de COVID-19.

El enfoque de Trump recibió críticas por su naturaleza unilateral y transaccional, que debilitó la cooperación con aliados tradicionales y la participación en organizaciones multilaterales. Sin embargo, marcó un punto de inflexión en la relación bilateral, sentando las bases para una política de competencia más intensa entre Estados Unidos y China. Este cambio de paradigma dejó un panorama internacional más polarizado, con un desacoplamiento económico parcial en marcha y una creciente rivalidad en todos los ámbitos estratégicos. La política de Trump hacia China definió el inicio de una nueva era de confrontación abierta entre ambas potencias, un legado que continuaría moldeando las dinámicas internacionales en administraciones posteriores.

Desde que Biden asumió la presidencia el 20 de enero de 2021, continuó e incluso reforzó algunos aspectos de la política de Trump con respecto a China, aunque con diferencias, ya que adoptó un enfoque más multilateral y diplomático, centrado en la contención efectiva, fortaleciendo alianzas clave como la OTAN, el Quad y la ASEAN, y promoviendo iniciativas como el AUKUS, centrada en la transferencia de tecnología avanzada, incluidos submarinos nucleares, para contrarrestar el fortalecimiento militar chino en la región, y el PGII, diseñado como una alternativa a la Nueva Ruta de la Seda china, para aumentar la inversión en infraestructura en mercados emergentes. Económicamente, Biden mantuvo los aranceles, pero promovió el desacoplamiento selectivo de cadenas de suministro, diversificándolas hacia otros mercados. En el ámbito militar, reafirmó el compromiso con la libertad de navegación, pero optó por una disuasión moderada y diplomática, evitando la confrontación directa y utilizando diálogos estratégicos para manejar las tensiones con China.

2.3. Unión Europea

Europa enfrenta un desafío significativo para encontrar un papel coherente y efectivo en el contexto del creciente enfrentamiento entre China y Estados Unidos, dos potencias cuya rivalidad marca la dinámica geopolítica del siglo XXI. Europa se encuentra en una posición de dependencia estratégica frente a ambos actores, lo que complica su capacidad de actuar con autonomía y definir una estrategia robusta en el marco de esta competencia global.

La relación entre la Unión Europea (UE) y China ha estado marcada por un creciente desequilibrio en los últimos años. Mientras que China es percibida como un socio estratégico de gran relevancia para la UE debido a su papel crucial en sectores económicos y tecnológicos, Europa no ocupa la misma posición en las prioridades de política exterior de Pekín. Este desbalance se debe, en parte, a la inclinación de la UE hacia el multilateralismo y la promoción de valores democráticos, en contraste con la preferencia de China por una política de relaciones bilaterales y su propio modelo de multilateralismo, que busca priorizar la influencia de Pekín en el sistema internacional.

Desde 2021, la relación entre la UE y China ha sufrido un notable deterioro como resultado de una serie de tensiones acumuladas. Entre los factores más destacados se encuentran las contramedidas de Pekín ante las sanciones europeas por violaciones de derechos humanos en Xinjiang, las medidas coercitivas contra Lituania por su acercamiento a Taiwán, el respaldo chino a Rusia tras la invasión de Ucrania, y los ataques cibernéticos atribuidos a actores chinos contra infraestructuras de la UE. Estos acontecimientos han socavado la percepción de confianza mutua y han incrementado la presión para redefinir los términos de la relación.

En respuesta, la UE ha intentado mantener una estrategia de “de-risking”, que busca mitigar los riesgos asociados a su dependencia de China sin adoptar una postura de desacoplamiento total. Este enfoque, articulado en gran medida por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, tiene dos dimensiones principales: el uso de instrumentos diplomáticos para gestionar las tensiones y la implementación de medidas económicas para diversificar las cadenas de suministro y proteger sectores estratégicos. Sin embargo, la efectividad de esta estrategia se ve limitada por la falta de consenso interno en la UE, donde los Estados miembros mantienen posiciones divergentes sobre cómo abordar la relación con Pekín, oscilando entre el pragmatismo económico y la preocupación por los valores democráticos.

Además, la dependencia europea del hardware tecnológico de Asia Oriental, incluida China, y del software estadounidense, representa un obstáculo significativo para su autonomía estratégica. La explotación de estas dependencias por parte de actores externos podría limitar la capacidad de Europa para actuar como un actor independiente en el escenario internacional. Además, la creciente rivalidad tecnológica entre Estados Unidos y China amenaza con fragmentar aún más el orden global, lo que podría tener repercusiones negativas para la UE, dado su interés en preservar un sistema internacional basado en normas y cooperación multilateral. 

A pesar de estas limitaciones, Europa tiene un margen de acción importante si logra consolidar una postura unificada y aprovechar su peso como el mayor bloque comercial del mundo. Su papel como actor intermedio podría ser clave para reducir las tensiones globales, promoviendo una narrativa que fomente la cooperación y el diálogo frente a la confrontación. Sin embargo, para desempeñar este papel, la UE debe superar sus divisiones internas y definir una estrategia coherente que integre tanto sus intereses económicos como sus valores fundamentales.

  • La estrategia estadounidense en 2025: contención efectiva o confrontación directa.
  • Escalada o distensión en el Indo-Pacífico.
  • Competencia en IA, semiconductores y 5G.

3.1. La estrategia estadounidense en 2025: contención efectiva o confrontación directa

Con la llegada de una Segunda Administración Trump en 2025, se presentan desafíos significativos en la relación entre Estados Unidos y China, marcados por una estrategia que oscila entre la contención efectiva y la confrontación directa. Según el Informe Project 2025 de la Heritage Foundation (think tank afín al Partido Republicano), la administración Trump buscará redefinir las prioridades estratégicas estadounidenses con un enfoque centrado en la seguridad nacional y la rivalidad con China. Este informe revela una dicotomía estratégica significativa: por un lado, la necesidad de garantizar la hegemonía de Estados Unidos frente al ascenso económico y militar de China, y por otro, la dificultad de implementar políticas que no solo frenen este ascenso, sino que también aseguren una paz duradera sin comprometer los intereses nacionales de EE. UU. 

En un escenario cercano, es probable que la política estadounidense combine elementos de confrontación directa, alineados con las propuestas de Heritage, enfocándose en una disuasión firme y en la proyección de poder militar para contrarrestar la expansión china, y de contención efectiva, especialmente en términos de cooperación con aliados regionales y presión económica sobre Pekín. Trump ha prometido imponer aranceles aún más elevados, del 60% o más, a las exportaciones chinas como un esfuerzo para reducir la dependencia económica en sectores estratégicos como los semiconductores y las tierras raras, y fortalecer la autosuficiencia industrial de Estados Unidos (nacionalismo económico). Además, es probable que este enfoque amplifique las restricciones tecnológicas, con medidas adicionales para limitar el acceso de China a innovaciones estadounidenses en inteligencia artificial, computación cuántica y telecomunicaciones.

El futuro de las relaciones dependerá de la capacidad de la administración Trump, al retomar el poder, para equilibrar adecuadamente las dimensiones de la diplomacia, la defensa y la economía, en un contexto internacional cada vez más fragmentado y multipolar. Este panorama plantea interrogantes sobre la sostenibilidad de una estrategia que, aunque ambiciosa, podría agravar las tensiones globales si no se maneja con prudencia y coordinación multilateral.

3.2. Escalada o distensión en el Indo-Pacífico

La región del Indo-Pacífico se ha consolidado como el epicentro de la competencia estratégica entre China y Estados Unidos, donde intereses económicos, geopolíticos y militares convergen en una dinámica de tensión creciente. Los principales focos de conflicto incluyen el mar de China Meridional, el mar de China Oriental, el estrecho de Taiwán y la península de Corea, territorios marcados por disputas territoriales y rivalidades estratégicas. Ninguna de las dos partes desea un conflicto militar abierto, pero las tensiones han ido escalando y ninguna ha dejado de aumentar sus capacidades ofensivas, mostrando visiblemente su potencia militar y operando de forma cada vez más próxima. 

China reclama la soberanía sobre casi todo el mar de China Meridional (alrededor del 90%, incluidas islas y arrecifes disputados por Filipinas, Vietnam, Malasia y Brunéi) rica en recursos y crucial para el comercio marítimo. Pekín ha adoptado una postura más agresiva en sus reivindicaciones marítimas, ampliando sus reclamaciones y militarizando la región mediante la transformación de arrecifes en islas artificiales con infraestructura militar avanzada, reforzando su capacidad de vigilancia y defensa.

Además, en el mar Oriental de China, China y Japón mantienen una disputa por las islas Diaoyu/Senkaku y donde, desde 2010, las tensiones se han intensificado llevando a Pekín a adoptar una postura más firme y a incrementar su actividad marítima en la zona. En enero de 2021, China aprobó una Ley de la Guardia Costera, que le permite utilizar armamento allí donde los derechos soberanos o la jurisdicción china se hayan infringido o estén amenazados. 

Taiwán es para Pekín el objetivo más preciado y pretende una victoria en el reestablecimiento del control sobre uno de los territorios de la “Gran China” (a poder ser, sin intervención militar, pero con la espada de Damocles permanente de no excluirla), lo que permitiría a Xi forzar la reunificación con la isla antes de abandonar el poder, y de esta manera entrar en el panteón del PCCh al mismo nivel que Mao Zedong. Hay que tener en cuenta, junto al valor patriótico y estratégico de Taiwán, el control que sus empresas ejercen a nivel mundial (en particular, TSMC, la Taiwan Semiconductor Manufacturing Company Limited) en la producción de semiconductores, y su potencia tecnológica e industrial. 

Aunque China evita hablar de guerra, la posibilidad de una confrontación armada está sobre la mesa y más cuando en los últimos años se ha visto como el ELP ha escenificado combates con fuego real en la proximidad de la isla, patrullando con portaviones y buques de guerra a través del estrecho. Según los expertos Pekín tiene varias alternativas militares para conseguir el control de la isla en los que se concluye que el ELP podría destruir con rapidez las principales infraestructuras taiwanesas, bloquear sus importaciones de petróleo y cortar su acceso a internet, así como mantener el asedio de forma indefinida. Para otros expertos, las posibilidades de Pekín de salir triunfante de una invasión por el estrecho son hoy todavía escasas. Sin embargo, en lo que coinciden los analistas es que todo depende, en última instancia, de la voluntad de Estados Unidos de apoyar a Taiwán.

Con Donald Trump a la cabeza del «águila calva», el enfoque estratégico estadounidense con respecto a la isla podría adoptar un carácter más transaccional y menos predecible. Durante su primer mandato, Trump dejó entrever una disposición a tratar temas estratégicos como Taiwán en términos de negociación, sugiriendo que el apoyo a la isla podría estar condicionado a concesiones por parte de China en otros frentes, como el comercio o la seguridad regional. Este enfoque podría generar incertidumbre tanto en Taipéi como en Pekín, ya que alteraría el tradicional compromiso estadounidense de defender la isla como parte de su estrategia de contención en el Indo-Pacífico.

La administración Trump, marcada por un estilo de liderazgo impulsivo y una política exterior menos institucional, podría percibir la defensa de Taiwán no como un interés vital en sí mismo, sino como una moneda de cambio en una relación más amplia con China. Esto podría debilitar la percepción de disuasión en Pekín y aumentar los riesgos de un cálculo erróneo por parte de Xi Jinping. Al mismo tiempo, podría erosionar la confianza de Taiwán en el respaldo de su principal aliado, lo que afectaría tanto su posición interna como su resistencia frente a la presión china.

Bajo Trump, la relación con Taiwán también podría fluctuar en función de las prioridades inmediatas de su política exterior. Aunque durante su mandato se tomaron medidas para fortalecer los lazos con la isla, como la venta de armas y el aumento de contactos diplomáticos, estas acciones parecían ser más un instrumento para presionar a Pekín que un compromiso estratégico a largo plazo. Este enfoque podría introducir vulnerabilidades en la relación, dejando a Taiwán en una posición más incierta frente a una posible agresión china.

Sin embargo, en la “era del desorden” todo es posible y para conseguir que la escalada de las tensiones no llegue a la guerra abierta serían necesarias una serie de condiciones no fáciles de aceptar. Los Estados Unidos tendrían que asumir que la primacía militar de la que ha gozado durante un largo periodo va a ser imposible de recuperar, considerando el alcance del armamento chino. Por su parte, Pekín tendría que reconocer que la presencia militar norteamericana en la región no va a desaparecer, que sus operaciones navales continuarán, y que la red de alianzas tejida desde Washington va a significar una realidad geopolítica permanente.

3.3. Competencia en IA, semiconductores y 5G.

La competencia entre Estados Unidos y China en inteligencia artificial (IA), semiconductores y la tecnología 5G representa el núcleo de su batalla tecnológica y estratégica, ya que estos sectores son fundamentales tanto para el desarrollo militar como para el progreso económico y la competitividad global. Estas áreas no solo definen la superioridad tecnológica, sino que también tienen implicaciones estratégicas para el poder económico y la seguridad nacional de ambas potencias.

Estados Unidos y China compiten para liderar el desarrollo y despliegue de algoritmos y tecnologías basadas en IA. China busca convertirse en el líder mundial en IA para 2035, tal como lo estipula su plan quinquenal y la estrategia del gobierno chino. Esto incluye la creación de sistemas de IA más sofisticados y eficientes para aplicaciones en áreas estratégicas, como defensa, ciberseguridad y control social. El enfoque chino está más orientado a la implementación y el despliegue de IA en lugar del desarrollo básico, confiando en la globalización y en la adquisición de tecnologías ya maduras. Por otro lado, Estados Unidos mantiene su posición de liderazgo en investigación y desarrollo básico, con empresas pioneras como OpenAI, Google y otras startups tecnológicas que impulsan algoritmos y sistemas de IA de vanguardia. Además, la infraestructura estadounidense incluye una relación sólida entre universidades y laboratorios de investigación que garantizan la innovación constante.

En semiconductores, China sigue siendo dependiente de la importación de chips más avanzados, lo que representa una debilidad estratégica considerable. Los semiconductores son el producto más crítico en la cadena tecnológica global y, a pesar de sus esfuerzos por reducir esta dependencia mediante políticas como “Made in China 2025”, China todavía no produce chips competitivos en todas las áreas tecnológicas.

Taiwán y Corea del Sur, con empresas como TSMC y Samsung, son líderes mundiales en la fabricación de chips avanzados. Por su parte, Estados Unidos ha impuesto sanciones severas para limitar el acceso de China a tecnologías clave y componentes necesarios para la producción avanzada de semiconductores. Esta medida incluye restricciones sobre exportaciones y acuerdos entre empresas estadounidenses y extranjeras que evitan el suministro de equipos cruciales. China ha respondido implementando su propia industria tecnológica y de semiconductores, con empresas como HiSilicon y SMIC, aunque aún está lejos de igualar a los fabricantes líderes internacionales.

En cuanto al 5G, el despliegue de esta tecnología también es un terreno de lucha significativa entre China y Estados Unidos. Huawei, el gigante chino de telecomunicaciones, representa un competidor formidable, habiendo desarrollado infraestructura y dispositivos 5G de alto rendimiento y a menor coste. No obstante, Estados Unidos, junto con aliados como el Reino Unido y Japón, ha implementado medidas para prohibir el uso de equipos Huawei, citando preocupaciones de seguridad nacional y espionaje tecnológico. Además, Estados Unidos ha impulsado la creación de alianzas tecnológicas a través del desarrollo de infraestructura 5G con empresas como Qualcomm y Ericsson, buscando establecer estándares y soluciones alternativas al equipo chino. El desarrollo y la distribución de tecnología 5G impactan no solo en la conectividad y la infraestructura digital, sino también en aplicaciones críticas para sectores estratégicos como la defensa, la logística y el control de infraestructuras críticas.

  • Política: cómo podrían cambiar las dinámicas de poder, diplomacia y gobernanza.
  • Economía: implicaciones en mercados, industrias o modelos económicos.
  • Sociedad: efectos en la calidad de vida, derechos y cohesión social.
  • Tecnología: rol de las innovaciones en el desarrollo del tema.
  • Seguridad: riesgos y amenazas en los ámbitos nacional, internacional o cibernético.

4.1. Política: cómo podrían cambiar las dinámicas de poder, diplomacia y gobernanza

El impacto del ascenso de China frente a Estados Unidos se define por un cambio estructural en las dinámicas de poder global y la posible reconfiguración del sistema internacional. La política global está experimentando un desplazamiento de la hegemonía occidental y del orden liberal-democrático del que Estados Unidos es garante, hacia un sistema (escasamente) multipolar donde China busca reposicionarse como el principal actor en Asia y, potencialmente, en el mundo. Esto no significa necesariamente el colapso total de Estados Unidos o Europa, sino una pérdida gradual de su hegemonía económica, política y cultural

Los dirigentes chinos están convencidos de que nos hallamos en el umbral de un cambio de época, un acontecimiento similar a lo que supuso en la historia la caída del Imperio romano, el fin de Constantinopla, o la derrota de Napoleón en Waterloo. Cuando una potencia emergente amenaza con desplazar a una potencia dominante, las tensiones estructurales entre ambas incrementan significativamente el riesgo de conflicto, tal como ocurrió entre Atenas y Esparta en la Antigua Grecia.

Este fenómeno es lo que Graham Allison denomina la “Trampa de Tucídides”, un concepto que presentó en un artículo de The Atlantic en 2015 y que desarrolló con mayor profundidad en su libro de 2017. A lo largo de la historia, se han identificado numerosos casos similares, y el paralelismo es evidente: de los dieciséis ejemplos que Allison expone, doce terminaron en conflicto armado, resolviendo la disputa de poder ya sea consolidando a la potencia dominante o permitiendo el ascenso de la aspirante a la hegemonía.

Sin embargo, a pesar de la competencia entre ambos países, Estados Unidos y China se necesitan mutuamente. Como consecuencia, el orden internacional tiene, a pesar de todo, un importante margen de estabilidad. Alan Greeley, en su libro “Thucydides” Other “Traps” concluye que Estados Unidos y China están destinados a una diplomacia difícil, pero no a la guerra. Defiende que “tanto Trump como Xi ven en la nación que el otro lidera como el principal obstáculo para lograr su ambición central” pero que si no llegan a un consenso sobre “una nueva forma de relaciones de poder” y “se conforman con las cosas como de costumbre, es probable que lleguemos a la historia (reiterando) como de costumbre, donde las probabilidades de guerra están en nuestra contra.” “Si los líderes de China y Estados Unidos no se desempeñan mejor que sus predecesores en la Grecia clásica o en Europa a principios del siglo XX, los historiadores del siglo XXI citarán a Tucídides para explicar la catástrofe que sigue”.

4.2. Economía: implicaciones en mercados, industrias o modelos económicos. 

La economía global enfrenta un dilema complejo en el que las dinámicas de interdependencia y el impulso hacia el desacoplamiento chocan frontalmente. Tanto Estados Unidos como China han intensificado sus esfuerzos para desacoplarse mutuamente, impulsados por factores estratégicos que buscan reducir la vulnerabilidad ante su principal rival. El grado de interconexión entre las economías de Estados Unidos, China y otros actores clave como la Unión Europea es notablemente profundo. China es el mayor exportador mundial y una pieza central en las cadenas de suministro globales, mientras que Estados Unidos sigue siendo el líder en innovación tecnológica y servicios financieros. La Unión Europea, y en particular economías como Alemania y Francia, dependen significativamente de China para bienes intermedios y productos manufacturados, al tiempo que exportan maquinaria avanzada y bienes de lujo al mercado chino. Esta relación simbiótica hace que un desacoplamiento total sea no solo costoso, sino posiblemente insostenible.

Además, la interconexión entre geopolítica, seguridad y economía añade una capa de complejidad. Las tensiones en temas como Taiwán, los derechos humanos y la guerra en Ucrania influyen directamente en las decisiones económicas, generando incertidumbre en los mercados y afectando la cooperación internacional. Las cadenas de suministro tecnológicas, por ejemplo, se han convertido en campos de batalla estratégicos, con restricciones estadounidenses sobre exportaciones de semiconductores a China, y con Pekín invirtiendo agresivamente en desarrollar autosuficiencia tecnológica. Estas acciones incrementan los costos para ambas partes, y sus repercusiones se extienden a terceros países que dependen de estas tecnologías.

El dilema global radica en que no existe una vía realista para deshacer esta interdependencia sin causar daños irreparables. Un desacoplamiento total podría desestabilizar los mercados financieros, interrumpir las cadenas de suministro y provocar una desaceleración económica global. Además, los costos políticos y sociales de una ruptura completa serían elevados, especialmente para países que no tienen la capacidad de reconfigurar rápidamente sus modelos económicos.

En este contexto, surge la necesidad de equilibrar las demandas de autonomía estratégica con la realidad de la interdependencia. Aunque el desacoplamiento parcial es posible en áreas específicas, como tecnología avanzada o sectores estratégicos, un desacoplamiento total es poco viable. Los actores globales tendrán que encontrar formas de gestionar esta interdependencia mientras reducen las vulnerabilidades, adoptando enfoques pragmáticos que prioricen la resiliencia sin renunciar completamente a la cooperación.

4.3. Sociedad: efectos en la calidad de vida, derechos y cohesión social

El impacto de la rivalidad sino-norteamericana en la sociedad global es profundo, con efectos diferenciados dependiendo del contexto político, económico y cultural de cada región. En términos socioeconómicos, las tensiones han contribuido a una mayor volatilidad en mercados esenciales, lo que agrava las desigualdades existentes. En las economías desarrolladas, el aumento en los costos de bienes de consumo debido a interrupciones en las cadenas de suministro ha afectado principalmente a los sectores de ingresos bajos y medios, mientras que en las economías emergentes, la dependencia de exportaciones hacia ambas potencias incrementa la vulnerabilidad de las comunidades trabajadoras frente a la deslocalización de industrias.

En el ámbito de derechos humanos, el control digital y la vigilancia masiva en China representan una evolución preocupante de las herramientas autoritarias, donde tecnologías avanzadas como la inteligencia artificial y el reconocimiento facial son utilizadas para monitorear y reprimir a minorías étnicas y políticas. Esta situación genera un precedente para otros regímenes autocráticos que podrían adoptar modelos similares, erosionando progresivamente los estándares internacionales de derechos humanos. Simultáneamente, en Occidente, medidas restrictivas justificadas bajo el paraguas de la seguridad nacional amenazan derechos fundamentales, como la privacidad y la libertad de expresión, revelando que las democracias tampoco son inmunes a la instrumentalización de la tecnología para fines de control.

En términos de cohesión social, las dinámicas de rivalidad exacerban las divisiones internas en ambos países. En Estados Unidos, la retórica anti-China ha reforzado sentimientos xenófobos y alimentado tensiones raciales, particularmente contra comunidades asiático-americanas, poniendo en evidencia fracturas sociales preexistentes. En China, el gobierno utiliza el nacionalismo como herramienta para consolidar su legitimidad, aunque esto implica la exclusión y la persecución de voces críticas, lo que refuerza un clima de polarización interna. A nivel global, la rivalidad ha polarizado a otros países, obligándolos a posicionarse geopolíticamente, lo que puede agravar las tensiones sociales y políticas dentro de los mismos.

4.4. Tecnología: rol de las innovaciones en el desarrollo del tema

Las innovaciones tecnológicas son el epicentro de la rivalidad entre China y Estados Unidos, redefiniendo no solo las economías de ambas potencias, sino también el equilibrio global de poder. Estados Unidos sigue liderando en áreas de investigación y desarrollo básico, gracias a su ecosistema de innovación compuesto por universidades, empresas tecnológicas y laboratorios avanzados. Este liderazgo se traduce en avances disruptivos en inteligencia artificial (IA), computación cuántica y semiconductores, todos ellos sectores estratégicos con implicaciones tanto económicas como militares.

China, consciente de su dependencia tecnológica, ha adoptado un enfoque sistemático para alcanzar la autosuficiencia en tecnologías críticas. Su estrategia combina una inversión masiva en investigación, la adquisición de empresas extranjeras y la creación de conglomerados nacionales como Huawei, que domina el mercado de telecomunicaciones. Aunque se enfrenta sanciones internacionales que limitan su acceso a tecnología avanzada, China ha mostrado resiliencia al desarrollar alternativas internas, como en la fabricación de semiconductores mediante empresas como SMIC.

El rol de la tecnología en esta competencia no se limita al ámbito económico; su impacto estratégico es igualmente relevante. La IA se utiliza como una herramienta dual: por un lado, para optimizar procesos económicos y logísticos, y por otro, para desarrollar capacidades militares avanzadas, como drones autónomos y sistemas de vigilancia global. Esta carrera tecnológica, sin regulaciones internacionales claras, no solo amplifica las tensiones, sino que también crea riesgos significativos de desestabilización global.

4.5. Seguridad: riesgos y amenazas en los ámbitos nacional, internacional o cibernético

La dimensión de seguridad de esta rivalidad es multifacética, afectando tanto a la estabilidad nacional como internacional. En el ámbito cibernético, la escalada de ciberataques entre ambas potencias pone en peligro infraestructuras críticas, como redes energéticas, sistemas financieros y comunicaciones. China, con una estrategia cibernética ofensiva basada en espionaje industrial y militar, busca debilitar la ventaja tecnológica de Estados Unidos, mientras que Washington refuerza sus capacidades defensivas e implementa sanciones para contener estas actividades.

A nivel internacional, el Indo-Pacífico es el escenario más visible de esta competencia estratégica. En el mar de China Meridional, las reclamaciones territoriales de Pekín, apoyadas por la militarización de islas artificiales, han desencadenado una respuesta coordinada de Estados Unidos y sus aliados. La formación de alianzas como AUKUS y el QUAD refuerza la capacidad disuasoria frente a una posible agresión china, pero también incrementa el riesgo de confrontaciones accidentales en una región altamente militarizada.

El estrecho de Taiwán representa el punto más crítico de riesgo. Las incursiones militares chinas y los ejercicios conjuntos de Estados Unidos con sus aliados han creado un entorno volátil donde cualquier malentendido podría escalar hacia un conflicto abierto. A nivel nacional, ambos países enfrentan el desafío de proteger sus infraestructuras críticas de ciberataques, mientras buscan equilibrar el desarrollo tecnológico con la gestión de riesgos asociados a la seguridad nacional.

En conjunto, la interconexión entre tecnología y seguridad refuerza la naturaleza integral de esta rivalidad, que no solo es económica o militar, sino que afecta directamente las estructuras de gobernanza global y la estabilidad a largo plazo.

  • Lecciones clave.
  • Oportunidades estratégicas.
  • Recomendaciones para la acción.

5.1. Lecciones clave

  • La rivalidad entre Estados Unidos y China no solo redefine el equilibrio de poder global, sino que también destaca la importancia de las dinámicas interdependientes en la economía y la tecnología. La competencia abarca dimensiones estratégicas, económicas, tecnológicas y sociales, afectando tanto al orden internacional como a la estabilidad regional.
  • La escalada en sectores clave como los semiconductores, la inteligencia artificial y las telecomunicaciones subraya la necesidad de fortalecer capacidades internas y fomentar colaboraciones internacionales en tecnologías críticas.
  • La polarización geopolítica actual enfatiza la relevancia de enfoques multilaterales para abordar desafíos comunes, evitando el riesgo de confrontaciones abiertas que podrían desestabilizar el sistema internacional.

5.2. Oportunidades estratégicas

  • Para gobiernos: Consolidar alianzas multilaterales que equilibren las relaciones de poder y promuevan normas internacionales claras en áreas sensibles como la tecnología y la ciberseguridad.
  • Para empresas: Identificar sectores clave donde las dinámicas de desacoplamiento ofrecen oportunidades para diversificar mercados y cadenas de suministro, especialmente en regiones emergentes.
  • Para instituciones: Fortalecer capacidades de análisis estratégico y resiliencia frente a las tensiones globales, integrando enfoques interdisciplinarios para prever y mitigar riesgos.

5.3. Recomendaciones para la acción

Para gobiernos:

  • Fomentar diálogos estratégicos entre potencias rivales para minimizar riesgos de malentendidos que podrían derivar en conflictos armados, especialmente en el Indo-Pacífico.
  • Establecer incentivos para la innovación tecnológica doméstica y la cooperación internacional en áreas estratégicas como la transición energética y la inteligencia artificial.
  • Reforzar alianzas regionales mediante acuerdos comerciales y de seguridad, priorizando estrategias que promuevan estabilidad y crecimiento sostenible.

Para empresas:

  • Diversificar las cadenas de suministro para reducir la dependencia de mercados de alto riesgo, fortaleciendo la resiliencia ante potenciales restricciones comerciales.
  • Implementar estrategias de ciberseguridad avanzadas para proteger activos clave en un entorno de creciente competitividad tecnológica.
  • Identificar oportunidades de colaboración con socios locales en mercados emergentes, aprovechando incentivos gubernamentales y las crecientes demandas tecnológicas.

Para instituciones:

  • Promover investigaciones que exploren soluciones innovadoras para gestionar la interdependencia económica sin comprometer la seguridad nacional ni los valores democráticos.
  • Crear plataformas de diálogo que fomenten la cooperación internacional en temas clave como el cambio climático, la ciberseguridad y la regulación tecnológica.
  • Desarrollar programas educativos que fortalezcan la comprensión de las dinámicas globales y las capacidades estratégicas de los futuros líderes.

Este artículo ha sido desarrollado por LISA Analysis Unit, la Unidad de Análisis de LISA Institute. Si tu organización necesita anticiparse a riesgos o amenazas, así como identificar oportunidades o tomar decisiones más informadas, solicita una reunión aquí.

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