La Organización de los Estados Americanos (OEA) es un organismo internacional que busca promover la paz, la democracia y los derechos humanos en las Américas. Su propósito es facilitar la cooperación y resolver conflictos entre sus miembros; sin embargo, en momentos críticos como el actual, las decisiones de la OEA pueden volverse complejas y difíciles de alcanzar. ¿Está la OEA cumpliendo su propósitoco simplemente existe como una entidad sin impacto real?
La falta de consenso y la influencia de intereses nacionales a veces paralizan a la Organización de los Estados Americanos (OEA), dejando al organismo sin margen de acción. Esto plantea la pregunta: ¿está la OEA cumpliendo realmente su misión, o se está limitando a una función meramente teórica? La reciente crisis en Venezuela ha puesto en evidencia esta duda, con la OEA mostrando vacilaciones que han afectado su credibilidad y relevancia en la política internacional.
En las elecciones presidenciales del 28 de julio en Venezuela, el régimen de Nicolás Maduro se autoproclamó vencedor sin proporcionar actas ni pruebas transparentes del recuento de votos. En contraste, la líder de la oposición, María Corina Machado, presentó actas que respaldan sus datos como verdaderos.
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Esta discrepancia ha intensificado la crisis, con el gobierno de Maduro tomando medidas represivas, como la creación de dos cárceles especiales para «reeducar» a los opositores, el secuestro de ciudadanos y líderes de la oposición, y la tortura y asesinato de otros. Estos hechos han intensificado un entorno de tensión e impotencia que caracteriza la situación actual.
Aunque Venezuela no es miembro de la OEA desde 2019, se convocaron reuniones extraordinarias el 31 de julio 2024 y una segunda el 16 de agosto. Sin embargo, los resultados han sido variados, y el retraso en exigir la publicación de las actas desde la primera reunión ha suscitado dudas sobre la eficacia de la OEA. Esto plantea una cuestión crucial: ¿por qué ha sido tan difícil articular una respuesta contundente y por qué la población percibe las acciones de la OEA como insuficientes?
El desafío de definir el bien y el mal en la OEA
Aunque la aplicación de principios universales como la defensa de la democracia y los derechos humanos puede parecer clara para muchos, para la OEA esto se traduce en un desafío constante. Estos valores, que deberían ser la base de la organización, no siempre se implementan de manera unánime ni consistente.
Durante la reunión extraordinaria de la OEA el 31 de julio, convocada para abordar la crisis electoral en Venezuela, quedó patente cómo la subjetividad puede paralizar a la institución. Aunque se propuso una resolución que exigía al régimen de Nicolás Maduro la publicación inmediata de las actas electorales para asegurar la transparencia, 11 países decidieron abstenerse de votar. Esta abstención, lejos de ser neutral, se interpretó como una falta de compromiso para tomar una posición clara en un momento crítico.
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El canciller peruano, Javier González Olaechea, expresó su descontento al señalar: «¿Por qué nuestros jóvenes no creen en la democracia ni en las instituciones representativas?», destacando la evidente desconexión entre los ideales proclamados por la OEA y las acciones (o la falta de ellas) que la organización lleva a cabo en la práctica.
González argumentó que esta inacción no es solo una falta de acuerdo, sino que socava la legitimidad de la OEA. Cuando cuestiones tan claras como la transparencia electoral se enfrentan a la indecisión, se refuerza la percepción de que la organización es incapaz de actuar de manera coherente y efectiva. Si los defensores de la paz y la seguridad del continente no pueden distinguir entre el bien y el mal, entonces ¿quién puede hacerlo?
Prioridades nacionales sobre el interés común: la debilidad interna de la OEA
La segunda reunión de la OEA sobre la crisis electoral, celebrada el 16 de agosto, concluyó con una resolución que exigía la «inmediata publicación de todas las actas originales» de las elecciones y la verificación «imparcial» e «independiente» de los resultados. Sin embargo, el balance resultó agridulce, dominado por los intereses individuales de los países miembros.
Brasil y Colombia, que inicialmente se opusieron a condenar al régimen de Nicolás Maduro, aceptaron unirse al consenso solo bajo la condición de eliminar cualquier referencia a los informes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) sobre violaciones de derechos humanos en Venezuela.
Brasil, en particular, demandó la eliminación del párrafo que mencionaba: «RECONOCIENDO los informes de violaciones de derechos humanos, incluidos aquellos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos tras las elecciones.»Este cambio de última hora provocó una notable inconformidad, demostrando cómo los intereses nacionales pueden debilitar la eficacia de una respuesta internacional.
En lugar de emitir una condena firme, la OEA optó por un lenguaje diplomático cauteloso, revelando una grieta en su capacidad para mantenerse coherente en la crisis venezolana. La influencia de intereses nacionales y el poder de Maduro han llevado a algunos grupos internos a priorizar a sus aliados por encima del bien común.
Sin embargo, es algo que no se puede ocultar ni ignorar. La crisis en Venezuela ha provocado graves violaciones de derechos humanos durante las protestas contra el resultado electoral.
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El Programa Venezolano de Educación-Acción en Derechos Humanos (Provea) ha alertado sobre un aumento alarmante en la represión bajo el régimen de Nicolás Maduro, un nivel sin precedentes en la historia de Venezuela.
La ONG reporta al menos 24 muertos durante las recientes manifestaciones. En apenas 16 días, se han registrado más de 2.400 detenciones arbitrarias, con un promedio de 150 arrestos diarios. Estas cifras superan considerablemente los registros de protestas de años anteriores (2014, 2017 y 2019) y duplican el número de detenidos-desaparecidos diarios en Chile durante septiembre y diciembre de 1973, tras el golpe de Estado de Pinochet.
En Venezuela, la violación de derechos humanos se manifiesta de múltiples formas, destacándose casos graves como la represión y tortura sistemática. A continuación, se presentan algunos ejemplos representativos de esta crisis.
- El régimen de Maduro ha creado dos cárceles de máxima seguridad, Tocorón y Tocuyito, para «reeducar» a los detenidos.
- La «Operación Tun Tun» ha llevado a redadas indiscriminadas y detenciones selectivas, intensificadas tras la exhortación de Maduro a denunciar a los vecinos mediante una aplicación gubernamental.
- Activistas han documentado arrestos arbitrarios basados en ser opositor, tener imágenes críticas del régimen, o simplemente estar en la calle. Ejemplo de ello es que adolescentes de 16 años han sido acusados de terrorismo y condenados a seis años de prisión.
- Los asesinatos varían, con una media de edad de 27 años. Ejemplos trágicos incluyen a Isaias Fuenmayor, un niño de 15 años abatido por una bala en el cuello, y a Dorian Rondón, de 22 años, encontrado muerto tras unirse a una protesta postelectoral el 30 de julio.
- El Helicoide es considerado el principal centro de tortura no solo de Venezuela, sino de América Latina, recibiendo tanto a detenidos como a vehículos destinados a la morgue sin ofrecer explicaciones.
- El Foro Penal reporta 1.674 presos políticos a fecha del 22 de agosto de 2024, entre ellos 107 adolescentes.
Estos hechos subrayan la severidad de la represión y las violaciones de derechos humanos en el país, pero la OEA no ha podido destacar estos abusos debido a la influencia de Brasil.
La falta de empatía en la diplomacia internacional
La crisis de la OEA no puede ser entendida únicamente desde un punto de vista estructural o político, sino que también refleja las limitaciones humanas en la diplomacia. La subjetividad, los errores, y los intereses individuales son factores que influyen en el funcionamiento de la organización.
Uno de los desafíos más evidentes en la diplomacia multilateral es la falta de empatía hacia las realidades locales. Los diplomáticos, a menudo alejados de las complejidades y matices de los conflictos en el terreno, pueden tomar decisiones que, en lugar de resolver problemas, los agravan.
En el contexto de la crisis en Venezuela, la actuación de la OEA ha generado una profunda frustración, especialmente por la falta de acción por parte de sus miembros. Esta organización, que debería representar los principios de justicia, ética y humanidad, parece estar atrapada en una burocracia que prioriza intereses políticos sobre el sufrimiento humano. Resulta preocupante que aquellos que no han vivido bajo dictaduras no comprendan plenamente el dolor y la desesperación de los afectados que siguen sufriendo las consecuencias diariamente.
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La indiferencia ante el sufrimiento, simbolizada por la falta de respuestas claras y comprometidas de la OEA, refleja una costumbre global de mirar hacia otro lado ante las injusticias. Esta carencia no solo agrava la crisis, sino que también pone en duda el propósito de la OEA y de sus miembros.
Si la empatía es un valor fundamental del ser humano, su falta en los líderes y organizaciones internacionales pone en duda la verdadera esencia de estas entidades. Al final, la OEA no es más que un reflejo de un mundo dividido entre el bien y el mal, donde la elección de actuar con justicia y humanidad sigue siendo un desafío.
Es crucial cuestionar no solo la eficacia de la OEA, sino también el tipo de líderes que permitimos que tomen decisiones en nuestro nombre. Si la indiferencia sigue dominando en las instituciones internacionales, ¿qué esperanza queda para quienes sufren bajo regímenes opresivos?
La verdadera prueba de estas organizaciones no es su capacidad para emitir declaraciones, sino su disposición para actuar con humanidad y compasión en momentos críticos. Entonces, surge la pregunta crucial: ¿la OEA está cumpliendo su propósito, o simplemente existe como una entidad sin impacto real?
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