La llegada de Donald Trump al poder en enero de 2025 y su promesa populista de finalizar la guerra en Ucrania en «24 horas» podrían alterar significativamente la dinámica del conflicto. En este artículo, el alumno del Máster Profesional en Analista Internacional y Geopolítico de LISA Institute, Alejandro Vigo, explica los intentos de reconciliación y establecimiento de la paz entre Ucrania y Rusia en los últimos años, así como los pronósticos para el 2025.
La resolución de conflictos armados prolongados y costosos depende de factores dinámicos que van más allá del enfrentamiento militar directo. Uno de los conceptos clave en el análisis de procesos de negociación de paz es el denominado «mutuo estancamiento doloroso» (MHS, por sus siglas en inglés), desarrollado por I. William Zartman. Este fenómeno se refiere al punto crítico en el que ninguna de las partes puede lograr una victoria decisiva y los costes de continuar el conflicto superan cualquier posible beneficio.
Según Zartman, además de identificar este momento de «madurez» en el conflicto, las partes involucradas deben reconocerlo y estar dispuestas a actuar en consecuencia. Para ello, resulta fundamental diseñar una fórmula de paz adecuada que contemple tanto las condiciones cambiantes del conflicto como su posible transformación. En el contexto de la guerra en Ucrania, se plantean en este análisis las respuestas a diferentes cuestiones: ¿Ha llegado la guerra a su punto de madurez? ¿Existe alguna propuesta viable para alcanzar la paz? ¿Qué puntos contendría para uno y otro bando? ¿Qué consecuencias a corto y largo plazo tendría un acuerdo?
El ciclo de la negociación de Estambul y su fracaso por el fin de la guerra entre Rusia y Ucrania
Las conversaciones directas entre Ucrania y la Federación Rusa comenzaron pocos días después de la invasión con varias rondas, presenciales y por videoconferencia. La primera reunión tuvo lugar en las cercanías de Gomel (Bielorrusia) en plena batalla por Kiev. Durante el encuentro, Rusia presentó duras exigencias a la delegación ucraniana, tales como la destitución de Zelensky, cuyo gobierno era considerado ilegítimo por Rusia desde la revolución del Maidán; la neutralidad de Ucrania, quedando vetada su adhesión a la OTAN; la rendición del ejército ucraniano, la entrega del armamento pesado y la reducción de su tamaño; el reconocimiento de la anexión de Crimea por parte de Rusia, y de la independencia de Donetsk y Lugansk, que Rusia proclamó la víspera de la invasión; y distintas medidas en favor del uso de la lengua rusa, y de restitución de símbolos rusos de la etapa soviética.
Aunque la propuesta inicial rusa no resultaba viable para Kiev, participó en tres reuniones más en el mes de marzo. Las dos primeras, en Bielorrusia, estuvieron centradas en lograr la apertura de corredores humanitarios, especialmente en Mariúpol. Sin embargo, la desconfianza hacia Moscú y Minsk, agravada por un intento de envenenamiento a la delegación ucraniana, llevó a Ucrania a buscar mediadores externos como el primer ministro de Israel y Erdogan, el presidente de Turquía, país al que se trasladaron los siguientes encuentros.
El 10 de marzo, los ministros de Exteriores de ambos países se reunieron en Antalya (Turquía) en un contexto donde ya era evidente el fracaso de la «Operación Militar Especial» rusa. Ucrania presentó una propuesta aceptando la neutralidad a cambio de garantías de seguridad multilaterales vinculantes respaldadas por la OTAN y Rusia pero, tras la mediación de Israel, concluyeron que estas no serían equivalentes a la defensa mutua de la OTAN y que Estados Unidos no desplegaría tropas. Además, Israel obtuvo de Rusia la renuncia a sus planes de «desmilitarizar» Ucrania y cambiar su régimen, a cambio de que Ucrania renunciara a unirse a la OTAN.
La reunión más importante de este ciclo tuvo lugar en Estambul el 29 de marzo de 2022, tras varios encuentros preparatorios por Zoom, cuando se abrió con un llamamiento personal de Erdogan al cese el fuego y al acuerdo. Tras la reunión, se anunció, en tono optimista, un principio de acuerdo: el Comunicado de Estambul o «Provisiones Clave del Tratado de Garantías de Seguridad de Ucrania». El texto incluía los siguientes elementos fundamentales:
- El estatuto permanente de Ucrania como Estado neutral y desnuclearizado, renunciando a ser parte de alianzas militares y a albergar bases y tropas extranjeras, lo que no impediría su adhesión a la Unión Europea (Rusia se opuso antes del Maidán al acercamiento ucraniano-europeo).
- Una garantía permanente de seguridad por parte de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, junto con Alemania, Canadá, Israel, Italia o Polonia. Rusia demandó que Bielorrusia también fuera garante y Ucrania pidió sumar a Turquía. Los garantes deberían acudir en auxilio de Ucrania para restaurar su seguridad en caso de ataque.
- La «congelación» de la cuestión de Crimea y los territorios del Dombás, que quedarían fuera de la cobertura de esa garantía, con el compromiso de la resolución pacífica de esa disputa en un plazo máximo de 15 años, y la renuncia expresa de Ucrania al uso de la fuerza para tratar de recuperarlos.
- La reducción del ejército ucraniano, aunque las cifras estaban en discusión.
Las conversaciones no acabaron ahí, estableciéndose varios borradores de tratados de paz entre ambos. Sin embargo, las negociaciones terminaron fracasando por varios motivos. En primer lugar, existía una falta de consenso en temas clave como la garantía de seguridad ucraniana, en la que Rusia exigía que se activaran solo con el acuerdo de todas las potencias garantes, lo que otorgaba un derecho de veto, mientras que Ucrania defendió que cada potencia pudiera actuar de manera independiente.
Por otro lado, la retirada rusa de las regiones cercanas a Kiev expuso presuntas matanzas de civiles en Irpin y Bucha, actualmente bajo investigación de la Corte Penal Internacional, que endurecieron la postura ucraniana. Además, el asedio y los crímenes de guerra en Mariúpol intensificaron las tensiones, enrareciendo aún más el ambiente para las negociaciones. Consecuencia directa de ello fue la apertura de redes logísticas, facilitando un aumento significativo de la ayuda militar occidental, materializándose con las visitas de figuras como, Josep Borrell, Ursula von der Leyen o Boris Johnson reafirmando el apoyo británico a Ucrania y endureciendo aún más la posición occidental.
La opción de proseguir la guerra posiblemente fue sobre todo una decisión ucraniana, animada por la perspectiva de apoyo militar occidental y la mayor confianza en su capacidad tras los golpes iniciales al ejército ruso. Pero aún más importante fue la renuncia occidental a otorgar las garantías de seguridad vinculantes que eran piedra angular del acuerdo. Sin ellas, Ucrania nunca adoptaría el estatuto de neutralidad que era exigencia fundamental para Rusia.
Estrategias de los contendientes de Rusia y Ucrania
En 2022, Zelensky presentó su «Fórmula de Paz», incluyendo diez puntos clave basados, en gran medida, en los principios de la Carta de Naciones Unidas, con la pretensión de guiar una salida negociada de la guerra (no es un plan de paz detallado). Entre ellos se mencionan a continuación los más importantes:
- Seguridad nuclear, desmilitarizando la planta de Zaporiyia bajo control de Ucrania y la OIEA.
- Seguridad alimentaria, asegurando la libre navegación en los mares Negro y de Azov.
- Restauración de la integridad territorial de Ucrania dentro de sus fronteras internacionalmente reconocidas, dejando sin efecto los referéndums y las anexiones rusas.
- Retirada de las tropas rusas y cese de hostilidades totales y de inmediato, así como la liberación de prisioneros.
- Restablecimiento de la justicia, a través de investigaciones independientes y el enjuiciamiento de responsables de crímenes de guerra, incluyendo los procesos ante la CPI.
- Conferencia multilateral de Paz con un tratado internacional jurídicamente vinculante, dando garantías para prevenir una escalada o repetición de la agresión. Este deberá incluir a las partes y a los países garantes, para dar fin de la guerra, una vez que sea restaurada la integridad territorial y la soberanía de Ucrania.
Desde entonces, ha sido ampliamente debatida en conferencias internacionales para sumar apoyos, aunque sin la participación de Rusia (y, por ende, sin su aprobación, por lo que podría ser papel mojado) y con una presencia inconsistente de China. Paralelamente, y sobre todo posteriormente al fracaso de la contraofensiva ucraniana de verano de 2023, los aliados de Ucrania han firmado acuerdos bilaterales de seguridad para reforzar su capacidad militar, destacando compromisos económicos y armamentísticos sustanciales de países como Reino Unido, Alemania y Estados Unidos, como alternativa a una adhesión a la OTAN, considerada inviable mientras Ucrania permanezca en conflicto.
De hecho, a diciembre de 2024, se sitúan a la cabeza del apoyo a Ucrania: Washington, con más de 98.000 millones de euros en asistencia militar, financiera y humanitaria, y la Unión Europea, cuyos compromisos combinados de los Estados miembros y las instituciones de la UE superan los 160.000 millones de euros. Estos acuerdos buscan evitar una derrota militar de Ucrania, convirtiéndola en un «erizo» fuertemente armado capaz de disuadir a Rusia y presionar por una solución negociada, aunque generan tensiones dentro de la Alianza Atlántica y riesgos de escalada con Rusia.
Por su parte, Rusia parece haber optado por una estrategia de guerra a medio y largo plazo partiendo de la premisa de que el apoyo occidental a Ucrania se va a debilitar y/o va a seguir siendo limitado y condicionado, contando con posibles cambios de gobierno en Europa y con el reciente triunfo republicano en Estados Unidos. Así, la «teoría de victoria» del Kremlin parece asumir que Ucrania se verá obligada a permanecer a la defensiva, irá cediendo terreno poco a poco sin poder recuperar territorio, al estar sometida al desgaste de incesantes ataques rusos, aunque estos supongan pérdidas elevadas para Rusia.
Según el cálculo del Kremlin, ello terminaría haciendo atractiva una negociación desequilibrada en la que se podrá canjear paz por territorio, la neutralidad de Ucrania en posición subalterna, e incluso su propia desaparición como Estado independiente. La posición oficial que Moscú mantiene de forma reiterada es que las cinco provincias anexionadas (Crimea, Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia) ya son parte de Rusia y son innegociables, y que no puede haber cese el fuego que no considere «las nuevas realidades en el terreno» derivadas de la conquista de territorio.
2025: ¿guerra o paz en Ucrania?
El conflicto, que avanza hacia su tercer año, ha marcado un reequilibrio militar y económico entre los contendientes, derivando en una guerra de desgaste en la que, con el tiempo como factor clave, comenzó a inclinarse a favor de Rusia. En 2024, Vadim Skibitsky, jefe adjunto de la inteligencia militar ucraniana, admitió que la victoria no sería posible únicamente mediante el enfrentamiento armado y que la recuperación territorial a corto plazo era improbable, afirmando que «estas guerras solo terminan con un tratado».
Actualmente, aunque ambas partes mantienen posturas maximalistas, indicadores como el desgaste militar (los meses de noviembre y diciembre de 2024 fueron los de mayor número de bajas) y económico de ambos ejércitos (sobre todo del ucraniano por su dependencia de Occidente), el estancamiento de los territorios conquistados por una y otra parte (a pesar del avance de Ucrania en la región rusa de Kursk) y el apoyo cada vez mayor por parte de las masas ucranianas y rusas a un acuerdo, pueden indicar una entrada en el periodo de madurez del conflicto.
La llegada de Donald Trump al poder en enero de 2025 y su promesa populista de finalizar la guerra en Ucrania en «24 horas» podrían alterar significativamente la dinámica del conflicto. Como se ha mencionado anteriormente, Estados Unidos es el mayor proveedor de ayuda a Ucrania junto con la UE, siendo clave para mantener la resistencia de Kiev. Si finalmente recorta o elimina el apoyo militar y económico a Ucrania, como ha prometido y se espera, Ucrania enfrentaría una situación insostenible a corto plazo. Trump buscaría aprovechar esta postura para reforzar su imagen no belicista y alejar a Estados Unidos de un conflicto que percibe como no prioritario, a diferencia de China, para sus intereses nacionales. Por su parte, y según algunos analistas, la UE apoyará a Ucrania hasta que lo permita su bolsillo y su política interna. Sin embargo, aunque podría aportar más fondos, no tiene la capacidad de sustituir los medios y tecnología militar de Washington. Con ello, el imperativo más inmediato es el fin de la guerra.
Un escenario probable de «resolución» de las hostilidades, contando con que Trump finalmente «corte el grifo» a Kiev, es, sin duda, un alto al fuego antes de que Rusia pueda avanzar más sobre el terreno y por consecuencia reclamar más territorio. Las negociaciones posteriores al alto al fuego probablemente se den en un país neutral como Eslovaquia, propuesto por Putin y aceptado, a priori, por el gobierno eslovaco. Además, deberá ser un arreglo pragmático y realista para ambas partes. Desde una perspectiva analítica, las consecuencias de un posible acuerdo en este contexto podrían ser significativas tanto para Ucrania como para el equilibrio geopolítico regional.
Este escenario implicaría la consolidación de la anexión de las áreas actualmente bajo control ruso, como Lugansk, las partes ocupadas de Donetsk, Jersón y Zaporiyia (además del reconocimiento de Crimea). Es plausible que el Kremlin busque expandir este control para abarcar la totalidad de dichos Oblast, configurando una frontera más estratégica y consolidada. Sin embargo, tal acuerdo carecería de viabilidad sin la inclusión de garantías de seguridad claras y ejecutables para Ucrania. Estas garantías serían esenciales no solo para frenar futuras agresiones, sino también para evitar un rearme ruso que perpetúe el conflicto.
Por tanto, cualquier pacto debería incluir mecanismos de verificación y cumplimiento internacional que refuercen la estabilidad. Además, Ucrania renunciaría a su aspiración de integrarse en la OTAN. Sin embargo, esta concesión podría contrarrestarse parcialmente con el inicio de un proceso de adhesión a la Unión Europea, un paso que, aunque complejo y prolongado, no constituye una línea roja para Rusia. Esta perspectiva reflejaría un compromiso pragmático que ofrecería a Ucrania una dirección política y económica viable mientras reduce la percepción de amenaza de Moscú.
Sin embargo, se podrían dar otros escenarios alternativos. Una opción incluiría el establecimiento de una zona desmilitarizada «a la coreana» que, si bien no daría un fin pleno al conflicto, permitiría rebajar las tensiones y crear una nueva normalidad para los participantes. Otra, más pesimista, es que este alto el fuego sea tan solo una mera pausa en la que ambas partes podrían utilizar para reconstruir sus fuerzas armadas, reforzarse y prepararse para una nueva ronda de hostilidades que, tarde o temprano, acabarían escalando en una reanudación del conflicto.
La resolución del conflicto en Ucrania exige, a medio y largo plazo, la creación de una nueva arquitectura de seguridad que promueva el diálogo, el control de armamentos y la cooperación multilateral. Este modelo debe superar las dinámicas de confrontación heredadas de la Guerra Fría, evitando tanto la prolongación del conflicto como la creación de un «telón de acero» militarizado y costoso que agravaría las tensiones regionales.
Es imprescindible establecer garantías de seguridad sólidas para Ucrania junto con mecanismos que reduzcan los temores de escalada en Rusia, incluyendo acuerdos sobre desarme convencional y nuclear. Además, se debe priorizar la construcción de confianza mutua a través de compromisos verificables que fortalezcan la estabilidad regional y global. Si esto se consigue, la paz en Ucrania no solo significaría el fin de las hostilidades, sino una oportunidad para redefinir las relaciones y prevenir futuros ciclos de conflicto, consolidando un orden internacional que combine seguridad, estabilidad y desarrollo sostenible a largo plazo.
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