La China de Xi Jinping combina control absoluto y modernización acelerada. Su liderazgo ha recentralizado el poder del Partido y del Ejército, buscando estabilidad a toda costa. En este artículo, el alumno del Máster Profesional de Analista Estratégico y Prospectivo, Miguel Cuesta Hoces, analiza cómo la historia del país demuestra que ningún poder es eterno: incluso las hegemonías más sólidas acaban enfrentando su propio ciclo de desgaste.
La concentración de poder de Xi Jinping ha transformado al Partido Comunista Chino (PCCh) y al Ejército Popular de Liberación (EPL) en pilares de su autoridad. Sin embargo, la tradición política china muestra que el poder oscila en ciclos entre centralización extrema y pluralidad práctica.
¿Es Xi una anomalía histórica o parte de un ciclo más amplio? Este artículo analiza sus fundamentos ideológicos, su biografía política y el papel del EPL, y plantea la cuestión clave: qué quedará de su legado cuando abandone el poder.
La hegemonía actual de Xi Jinping en China: eficacia y fragilidad
Los regímenes autoritarios modernos se articulan alrededor de un partido-movimiento, un líder central y un cuerpo coercitivo con monopolio de la fuerza. Ese esquema facilita la movilización y estabilidad, pero entraña riesgos: desafección social, corrupción, déficit de información veraz por el miedo y personalismo que puede precipitar la caída del régimen.
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China encaja en buena parte en este patrón. Tras Mao, predominó la descentralización y el auge de élites provinciales, especialmente en lo económico. Xi revierte esa tendencia y concentra poder en Partido, Estado y Ejército para corregir la desconexión Partido-sociedad y el desorden interno. El dilema: cuanto más concentra, más difícil resulta ejecutar sus políticas frente a la resistencia pasiva del aparato y las inercias de corrupción.
El gigante asiático es hoy un país hiperconectado: la tecnología digital y la información permiten observar con mayor claridad el funcionamiento interno del régimen, y exponen también sus fragilidades cuando se proyecta hacia fuera.
Ciclos históricos y visión del poder
Xi entiende la política china como ciclos: fases de centralización seguidas de etapas de dispersión hacia las provincias. Su proyecto no surge de la nada: bebe de la tradición imperial y revolucionaria, donde la concentración del poder se justifica en tiempos de crisis.
- La novedad no es la centralización en sí, sino su escala en un país globalizado con capacidades materiales del siglo XXI.
- Su control combina el carisma limitado con la disciplina ideológica: en 2018 exigió lealtad «en cualquier momento y bajo cualquier circunstancia» y reactivó rituales de crítica/autocrítica (biaotai) para bloquear la faccionalización.
- A diferencia de Mao, no dinamita instituciones: las purga y refuerza como extensiones de su poder. Purgar sin eliminar, controlar sin desmantelar define su núcleo estratégico.
En su apuesta, Xi mezcla la censura, la educación patriótica, la vigilancia digital y el fortalecimiento burocrático. Busca estabilidad mediante ideología y logros materiales (prosperidad, modernización y proyección global). La lección de fondo: la sociedad china no tolera largos periodos de caos; la estabilidad es un imperativo político.
Contexto familiar y biográfico de Xi Jinping en China: raíces del control
Xi procede de una familia de élite comunista. Su padre, Xi Zhongxun, estuvo vinculado al aparato militar (en clave política), fue vicepremier y miembro de la Comisión Militar Central (CMC), y sufrió purgas. La vulnerabilidad de esas carreras en sistemas personalistas marcó a la familia.
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Durante la Revolución Cultural, Xi fue enviado a un campo de reeducación. Lejos de romper con el sistema, reforzó su lealtad al Partido como vía de redención y ascenso. Su madre, Qi Xin, militante comunista, mantuvo redes discretas y leales durante el ostracismo, reforzando en Xi la idea de que la supervivencia depende de estructuras internas, no de visibilidad pública.
De esa biografía Xi extrae tres brújulas:
- Lealtad férrea al Partido como condición de éxito.
- Disciplina organizativa y aceptación de la jerarquía para navegar purgas y equilibrios inestables.
- «El Partido manda sobre el fusil»: controlar la CMC y disciplinar al EPL es continuidad, no innovación.
Su narrativa pública —trabajo duro, aguante y transformación en Liangjiahe— legitima un estilo de purgas quirúrgicas, control ideológico permanente y centralización estable.
Antes de Xi: fragmentación, corrupción y pérdida de control civil
Las reformas de Deng Xiaoping modernizaron la economía, pero debilitaron el control político sobre los militares. El EPL se autonomizó, se clientelizó y se instaló en la corrupción mientras el centro priorizaba el crecimiento.
Con Jiang Zemin y Hu Jintao, la descentralización y las facciones (Liga de la Juventud, príncipes rojos, redes provinciales) derivaron en gobernanza fragmentada e incrementalista. El mensaje del centro se diluía y las reformas se ralentizaban.
Para Xi, aquello amenazaba la supervivencia del régimen. La campaña anticorrupción se convirtió en arma política para desarticular redes rivales, transmitir que nadie es intocable y promocionar cuadros leales/competentes. Resultado: recentralización de presupuestos, ascensos y adquisiciones bajo la CMC.
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En 2023–2024, la lógica se intensificó con destituciones de ministros y altos mandos (incluso protegidos de Xi): un patrón que consolida la obediencia a corto plazo, pero aumenta la fragilidad a largo.
La obsesión central: evitar «otro 1991». Según la lectura de Pekín, la URSS cayó por pérdida de control ideológico, apolitización del ejército y captura oligárquica del Estado. Xi reacciona blindando al Partido, subordinando el EPL a la CMC y rotando/inspeccionando mandos para evitar feudos.
Xi y el Ejército Popular de Liberación: pilar y talón de Aquiles
El proyecto de Xi Jinping con el Ejército Popular de Liberación (EPL) responde a dos obsesiones centrales: modernizarlo para la guerra multidominio (ciberespacio, espacio exterior e inteligencia artificial) y garantizar su lealtad absoluta al Partido Comunista. En su visión, el EPL no es un instrumento al servicio de la nación, sino el garante último de la supervivencia del régimen.
Las reformas emprendidas desde 2015 lo reflejan. Ese año, Xi disolvió los cuatro departamentos generales y los sustituyó por quince órganos bajo control directo de la Comisión Militar Central (CMC), reduciendo al mínimo la autonomía militar. Dos años después, la propia CMC pasó de once a siete miembros, y en puestos clave se situaron figuras de su máxima confianza, como Zhong Shaojun, su asesor civil más cercano.
Además, se reequilibró la estructura militar: el Ejército de Tierra perdió hegemonía en favor de la Armada, la Fuerza Aérea y la Fuerza de Misiles, adaptando al EPL a los nuevos escenarios de guerra multidominio.
Estas medidas se sustentan en una lógica clara. La experiencia de Tiananmén en 1989 dejó grabada en la élite la idea de que el ejército debe estar siempre listo no solo para responder a amenazas externas, sino también para sofocar desafíos internos, incluida la sociedad civil. En otras palabras: el EPL es el guardián del Partido, no del Estado.
Los riesgos de un ejército moderno
La modernización, sin embargo, abre dilemas peligrosos:
- Un EPL más profesional y nacionalista podría empezar a verse como defensor del Estado por encima del Partido.
- La corrupción heredada y las redes clientelares han creado feudos militares más leales a patronos que al centro.
- El auge del nacionalismo militar añade la posibilidad de que algunos mandos desarrollen agendas propias.
Xi ha reaccionado con una estrategia que combina la recentralización en la CMC, un discurso disciplinario constante y la campaña anticorrupción como mecanismo de purga política. Con ello ha neutralizado facciones rivales bajo la narrativa de moralización.
Objetivos estratégicos de China y la paradoja del poder de Xi Jinping
Los objetivos estratégicos de esta transformación son claros:
- Preparar una posible reunificación forzosa de Taiwán.
- Mantener la rivalidad con Estados Unidos en el terreno militar.
- Desarrollar capacidades tecnológicas avanzadas en dominios emergentes.
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Pero aquí emerge la paradoja central: cuanto más fuerte y moderno se vuelve el EPL, más autonomía potencial acumula. Y cuanta más autonomía acumula, mayor es el riesgo de que deje de ser un simple instrumento del Partido para convertirse en un actor con vida propia. De ahí que el pilar del poder de Xi sea también su talón de Aquiles.
Conclusión: ¿anomalía o continuidad?
Los regímenes personalistas viven en alerta permanente: una mala decisión puede desencadenar crisis. De ahí el impulso de Xi por controlar todos los engranajes del Partido-Estado y colocar cuadros leales.
Aun así, persiste información deficiente, corrupción (p. ej., fallos en misiles y adquisiciones) y débil voluntad política en niveles intermedios. Xi aprendió del caos de la Revolución Cultural que las movilizaciones incontroladas destruyen instituciones; su apuesta es disciplina burocrática y control ideológico estable.
Su reto real no es solo permanecer en el poder, sino dejar instituciones que sobrevivan a su salida. La institucionalización del «xiísmo» depende de resultados, de una sucesión ordenada y de evitar que el EPL derive en actor autónomo. La historia china sugiere que la hipercentralización rara vez es duradera: Xi no es el destino final de China, sino una fase en su ciclo de unidad y dispersión.
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