El ámbito de estudio de la criminología, como ciencia que analiza el delito, es muy amplio. Al estudiar a las sociedades y sus comportamientos, se desarrollan herramientas útiles para predecir y reducir la comisión de delitos.Entre las diversas ramas de la criminología, surgió una nueva área de estudio entre los años 1970 y 1980. Este desarrollo tuvo lugar principalmente en ambientes anglosajones, como Estados Unidos, Canadá y Reino Unido. La nueva rama comenzó a ganar popularidad entre los estudiosos de la zona: la Criminología Ambiental. La alumna del Máster Profesional de Analista Criminal y Criminología Aplicada de LISA Institute, Stella Ramos, analiza cómo los entornos urbanos pueden influir en la prevención del delito a través de la implementación de estrategias basadas en la Criminología Ambiental.
Esta disciplina es relativamente reciente y cuenta con algo más de medio siglo de desarrollo. A pesar de su juventud, está ganando reconocimiento y terreno en el análisis de la delincuencia.
Tal y como señalan Wortley y Mazerolle citando a Brantingham y Brantingham en su libro Environmental Criminology and Crime Analysis, la Criminología Ambiental argumenta que «los eventos criminales tienen que ser entendidos como la confluencia de delincuentes, víctimas u objetivos criminales, y leyes en una específica configuración en un concreto espacio-tiempo».
Así, se entiende a la Criminología Ambiental como una «familia de teorías que comparten un interés común en los eventos criminales y las circunstancias criminales en las que se producen». Por ello, los criminólogos ambientales «buscan patrones del crimen e intentan explicarlos en los términos de las influencias ambientales».
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De aquí, «se derivarán reglas que permitan elaborar predicciones sobre los problemas de delincuencia emergente y eso supondrá el desarrollo de estrategias para reducir y prevenir los delitos».
Historia de la criminología
Durante los años 1960 y 1970, se produjo en Estados Unidos un gran cambio social que vino de la mano de un aumento de los delitos urbanos. Esto dio pie a estudiar ya no solo las características de los delincuentes, sino los entornos donde ocurrían los delitos.
Así, Cohen y Felson en 1947 y en 1979 desarrollaron en este ambiente ecológico la Teoría de las Actividades Rutinarias, en la que el delito es consecuencia de la confluencia de varios factores: infractores, víctimas u objetos del delito y ausencia de controles.
Estos autores nos dicen que una mejora en la calidad y en las condiciones de vida no supondrá una reducción de la delincuencia y que los cambios en las actividades cotidianas supondrán un aumento en las oportunidades para cometer delitos.
Además, años más tarde, Wilson y Kelling desarrollaron la Teoría de las Ventanas Rotas en un ambiente muy similar, teoría que señalaba que los signos de la delincuencia, el comportamiento antisocial y los disturbios creaban un entorno que fomentaba esa misma delincuencia.
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En Reino Unido, a finales de los años 70, Clarke desarrolló lo que hoy en día se conoce como Prevención Situacional. Siguiendo a Carles Soto Urpina:
«La prevención situacional es un enfoque orientado a disminuir la oportunidad del delito y a reducir la percepción de la inseguridad de la población en determinados espacios urbanos a través de estrategias orientadas a modificar ciertos factores y condiciones de riesgo físico espacial, mediante políticas o acciones enfocadas a la proyección de la convivencia y/o diseño del entorno urbano, generando la creación o regeneración de espacios públicos de calidad, seguros, e integradores».
En el año 2009, Summers sintetizó estas ideas y presentó una tabla con las 25 técnicas de prevención situacional. Además, a todo esto hay que añadir un nuevo concepto: el de hot spots o puntos calientes, siendo Sherman quien empezó a darle importancia hacia el año 1995. Se pueden entender los hot spots como zonas concretas de las ciudades donde la delincuencia se puede presentar de forma más asidua.
Por su parte, en Canadá se realizaron sobre todo estudios relacionados con la geografía del delito, los cuales tuvieron un gran impacto. Tal y como se ha señalado anteriormente, Paul y Patricia Brantingham definieron la Criminología Ambiental como «los eventos criminales tienen que ser entendidos como la confluencia de delincuentes, víctimas u objetivos criminales, y leyes en una específica configuración en un concreto espacio-tiempo».
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Además, estos autores elaboraron la Teoría del Patrón Delictivo. Esta teoría es conocida como una de las más importantes de la criminología ambiental y se centra en la forma en la que los delitos suceden según una serie de patrones que pueden ser predecibles. Así, según los autores, los delitos no ocurren al azar, sino que están influidos según la organización del espacio de las ciudades y las rutinas de los delincuentes, cometiendo estos delitos en zonas que ya conocen.
Además, es necesario que se den una serie de oportunidades delictivas (un delincuente motivado, un objetivo adecuado y un lugar favorable al delito sin guardianes).
El acelerado y creciente aumento urbano en las ciudades, la tecnología emergente y los cambios en las políticas públicas propiciaron que los expertos se enfrentaran a los nuevos desafíos que venían de la mano del delito. El hecho de que las ciudades crecieran muy rápido supuso un aumento de los delitos que se dan en las mismas.
Esto implicó una mejora en la tecnología usada por los expertos, desarrollando nuevas técnicas que ayudaron a entender mejor el delito, analizando los mismos a través de, por ejemplo, mapas delictivos. Todo esto supuso un cambio de paradigma y una nueva visión que propició un cambio en las políticas públicas dirigidas a reducir el crimen ayudado por los nuevos descubrimientos.
Para poder luchar contra los constantes cambios y los aumentos de la delincuencia en zonas concretas que generaban una gran inseguridad ciudadana, se desarrolló el Crime Prevention Through Environmental Design (prevención del delito a través del diseño ambiental) o CPTED.
¿Cómo influyen las características urbanas en la concurrencias de delitos?
El germen de lo que hoy se conoce como CPTED, o prevención del crimen a través del diseño urbano, tuvo su origen en la Escuela de Chicago, centrados en estudiar la Ecología Urbana. En el libro «The City» se define la Ecología Urbana como la que «se ocuparía de las relaciones de los seres humanos con su medio, o más concretamente de las relaciones que tienen las personas en el hábitat humano».
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Así, en la ciudad existirían una serie de fuerzas naturales que tenderían a crear un orden típico en su población e instituciones, las cuales Park denominaría como «Áreas naturales», y que tendrían unas características concretas.
Además, Shaw y McKay en 1942 señalarían que «los delincuentes no se distribuirían de manera uniforme por las ciudades, sino que se concentrarían en determinadas zonas de las mismas». Estos autores dividirían las ciudades en cinco zonas: zona central de negocios e industria, zona de transición con los menos pudientes, zona de los obreros, zona residencial y barrios residenciales.
¿Qué es la CPTED o Crime Prevention Through Environmental Design?
La página web de la CPTED la define como:
«La Prevención del crimen a través del diseño ambiental es un enfoque multidisciplinar de la prevención del crimen que utiliza el diseño urbano y arquitectónico y la gestión de los entornos construidos y naturales. Las estrategias de la CPTED van dirigidas a reducir la victimización, disuadir las decisiones de los delincuentes que realizan actos delictivos y crear un sentimiento de comunidad entre los habitantes para obtener el control territorial de determinadas zonas, reducir el crimen y minimizar el miedo al crimen. […] Es conocida alrededor del mundo como «Designing out Crime» o diseñar contra el crimen, espacio defendible y otros términos similares».
Por lo tanto, a la hora de estudiar la comisión de un delito, ya no solo nos tendríamos que centrar en el delincuente, la víctima y la forma en la que se habría producido el delito. Ahora habría que añadir un cuarto elemento: el entorno urbano. Por lo tanto, ya no solo es importante conocer el aspecto social del delito, sino también el ambiental.
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En 1971, el criminólogo C. Ray Jeffrey se inventó las siglas para esta nueva corriente, destacando su trabajo publicado en ese mismo año y titulado «Crime Prevention Through Environmental Design», aunque la precursora de esta idea, siguiendo a la Escuela de Chicago, fue Jane Jacobs.
La periodista y crítica de planeamiento urbano en su libro «The death and the life of great American cities» de 1961 ya introdujo conceptos del diseño urbano con la finalidad de reducir la delincuencia. Además, destacó que quizás sería posible reducir la delincuencia a través del entorno físico. Más tarde, en 1975, Oscar Newman popularizó la idea de que el diseño de las viviendas podría evitar la delincuencia.
Así, el exceso de espacio «sin dueño» podría ser el causante de la delincuencia. Si bien es cierto que Newman fue una figura importante, este se apoyó en las ideas de sus antecesores. Así, Jane Jacobs para entonces ya habría explicado que el diseño urbano sería capaz no solo de reducir la delincuencia, sino también de crear una sensación de seguridad en la población. Según explica Joy Knoblauch, esta idea aparecería en los años 60 debido a la popularidad que ganó la preocupación sobre el aumento de los delitos en Estados Unidos y que hoy está ganando tanta importancia.
Por lo tanto, ¿influyen las características urbanas en la concurrencia de delitos? Según estos autores, las características urbanas sí incluirían. Ya no solo propiciando nuevos delitos, sino socialmente, creando inseguridad en los ciudadanos. Jacobs argumenta que calles bien vigiladas y comunidades interconectadas reducen la criminalidad, mientras que los espacios anónimos y desorganizados la fomentan.
Así, las calles seguras dependen de la vigilancia natural que realizan los propios ciudadanos y transeúntes. Esto significa que en las zonas en las que hay más movimiento de personas, suelen ser más seguras. La autora también señala la importancia de que los edificios tengan diseñadas ventanas por las que los ciudadanos puedan observar lo que sucede fuera, así como la necesidad de que los espacios públicos estén bien iluminados y que tengan un constante flujo de personas.
Por lo tanto, si se da el caso de que un espacio público es abandonado, este se convierte en un punto de inseguridad. Además, Newman complementaría las ideas de Jacobs, añadiendo la importancia de la territorialidad, la vigilancia natural y la estética urbana para la reducción del delito. Por ello, es fundamental que se pueda asegurar la observación natural a través de los ciudadanos y el uso diverso de los espacios iluminados para disuadir a las personas de cometer delitos.
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Hoy en día, esta corriente sigue utilizándose en todo el mundo, buscando la reducción del crimen a través de diversos proyectos urbanos. Por ejemplo, en América Latina, se han dado casos en México, Brasil o Chile. En México, a través del Banco Interamericano de Desarrollo; en Olinda y Recife (Brasil) se implementaron estrategias de CPTED buscando la reducción de la criminalidad en los espacios públicos con la ayuda del Banco Mundial; y en Santiago de Chile (Chile) también se aplicaron estas técnicas logrando disminuir las tasas de delitos.
También en Estados Unidos, en ciudades como Nueva York, se rediseñaron comunidades siguiendo esta corriente, reduciendo los índices delictivos aplicando medidas como una mejor iluminación y la vigilancia natural. En España se han utilizado herramientas como «Geodashboard» y «Relinga» para crear mapas de los delitos y así poder elaborar medidas preventivas.
Además, se suelen utilizar las ideas de esta corriente priorizando medidas como la iluminación adecuada, la visibilidad en áreas comunes y el control natural de accesos. Sobre todo en Madrid y Barcelona se está promoviendo la recuperación de parques y zonas peatonales, ya que implican una alta inseguridad. Así, se busca aumentar la seguridad ciudadana y la vida comunitaria.
Conclusiones
La Criminología Ambiental es una corriente relativamente reciente del estudio del delito y todo lo que al mismo rodea. Con su aparición, se produjo un cambio de paradigma, una nueva forma de estudiar la delincuencia que va más allá del delincuente, la víctima y el delito: se centraron en estudiar el entorno.
Así, para esa corriente, conocer el entorno y estudiarlo puede servir para intentar prevenir la delincuencia. A través de los diferentes elementos que conforman nuestras sociedades y los ambientes urbanos, se puede conocer qué zonas pueden ser más propensas a ser hot spots, zonas en las que se concentran un alto número de delitos. Así, estudiando la sociedad y su ambiente, e implementando medidas de prevención, se puede reducir la delincuencia más urbana.
Medidas como potenciar la vigilancia natural, mejorar la iluminación, mantener los espacios públicos en buen estado y garantizar el orden y la limpieza pueden ser factores clave para reducir la delincuencia. En este sentido, la tesis doctoral de Elena Escudero resulta un ejemplo destacado, ya que propone nuevas estrategias para diseñar planos de referencia basados en la evaluación de la seguridad subjetiva en diferentes barrios de Madrid.
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Su estudio analiza elementos urbanos como la vigilancia natural, la visibilidad frente a posibles actos delictivos, la iluminación, los accesos a áreas residenciales, la integración social en el espacio público y el mantenimiento general de los entornos urbanos.
Pero la Criminología Ambiental puede traer consigo problemas éticos. De la vigilancia y el control puede derivarse una invasión de la privacidad de los ciudadanos así como un aumento del control social. Por ello, se plantean problemas sobre el equilibrio entre la seguridad y los derechos de los ciudadanos.
Además, puede producirse una re-marginalización de las zonas ya marginadas de la ciudad debido a la posible estigmatización que se puede crear sobre las mismas. La delincuencia no es solo un fenómeno social, sino que también tiene un aspecto estructural derivado de la desigualdad económica, el racismo y las dinámicas culturales que propician la delincuencia.
La Criminología Ambiental no se enfoca en estos factores y se olvida de ellos. Además, puede suceder que el delito no se reduzca, sino que simplemente se desplace a otras zonas de la ciudad.
Tiene que ser primordial hacer un uso responsable de los datos, debido al manejo de un gran volumen de datos geoespaciales y personales. Esto plantea preocupaciones sobre un posible uso indebido de los mismos. Además, tal y como hemos señalado, es posible que se excluyan ciertos grupos sociales del estudio del diseño urbano, lo que podría suponer una re-estigmatización de los mismos. Asimismo, es fundamental entender que puede haber estrategias de la Criminología Ambiental que podrían suponer una posible restricción de la movilidad de ciertos grupos, lo que podría suponer un aumento de la desigualdad.
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En un futuro próximo, y gracias al aumento y perfeccionamiento de la Inteligencia Artificial, es muy posible que se utilicen estos sistemas para mejorar los mapeos delictivos y las intervenciones. Esto podría implicar un aumento en los sesgos de información y la necesidad de proteger, aún más, la privacidad.
La Criminología Ambiental debería dirigirse hacia un enfoque interdisciplinar que combine esta tecnología avanzada, la sostenibilidad y la equidad social. Se tienen que priorizar los espacios sostenibles en el diseño urbano y hay que enfocarse en ofrecer soluciones que supongan la unión entre la seguridad, el urbanismo y la justicia social.
En conclusión, la Criminología Ambiental se presenta como una herramienta valiosa para la prevención y reducción de delitos a través del diseño estratégico del entorno. Aunque esta disciplina se enfoca exclusivamente en la prevención de delitos en entornos urbanos, dejando de lado aquellos que ocurren fuera de este ámbito, debería considerarse un elemento fundamental dentro del marco de la política criminal y de los diversos enfoques preventivos contra la delincuencia.
Este enfoque innovador tiene el potencial de contribuir al diseño de espacios urbanos más seguros, logrando no solo una disminución de la actividad delictiva, sino también una mejora significativa en la calidad de vida de los ciudadanos.
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