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Irán e Israel: 4 claves geopolíticas tras el ataque

Análisis

Roberto Mansilla Blanco
Roberto Mansilla Blanco
Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Con experiencia profesional en medios de comunicación en Venezuela y Galicia. Entre 2003 y 2020 fue analista e investigador del Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional, IGADI (www.igadi.org). Actualmente colaborador en think tanks (esglobal) y medios digitales en España y América Latina. Redactor Jefe en medio Foro A Peneira-Novas do Eixo Atlántico (Editorial Novas do Eixo Atlántico, S.L) Actualmente cursa el Máster de Analista de Inteligencia en LISA Institute.

Seis meses después de iniciar la invasión militar de Gaza, la tensión en Oriente Próximo se eleva a través de un enfrentamiento directo entre Irán e Israel. El ataque militar iraní del 13 de abril de 2024 y la posterior respuesta militar de Tel Aviv supone un cruce de ofensivas sin precedentes en la región. Con anterioridad y como factor determinante del pulso regional, se registró un presunto ataque israelí a cargos militares de la Guardia Revolucionaria Iraní. En este análisis, el alumno del Máster Profesional de Analista de Inteligencia de LISA Institute, Roberto Mansilla Blanco analiza las claves geopolíticas.

Este contexto afronta desafíos principalmente para el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, quien, antes del ataque iraní, llegó a observar ciertas contrariedades para sus intereses e imagen exterior. Destacan en este aspecto:

  1. La histórica abstención de Estados Unidos del pasado 25 de marzo de 2024 en la votación en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que autorizó el Alto al Fuego en Gaza. Particularmente, al ser la primera vez que Washington no votaba a favor de Israel.
  2. El estupor internacional causado por el ataque israelí del 1 de abril de 2024 contra un convoy de la ONG World Central Kitchen (WCK), con saldo de siete cooperantes fallecidos. El ataque aumentó las críticas pidiendo sanciones contra el gobierno de Netanyahu.
  3. El regreso de las protestas dentro de Israel, aspecto que ilustra igualmente el malestar ciudadano por el curso de las operaciones militares en Gaza. .

1. Irán: el ataque como disuasión

La posibilidad de una escalada del conflicto de Gaza hacia Oriente Próximo coloca en el centro de atención la posición de la República Islámica de Irán, principal enemigo regional de Israel y de Estados Unidos. El peso geopolítico y militar de Irán a nivel regional le permite mantener capacidad de influencia desde Siria, Líbano y Palestina hasta Yemen y el Mar Rojo.

De este modo, el pulso entre Israel e Irán parece definir una nueva ecuación militar y geopolítica que podría intensificarse víaproxy warsa través de las respectivas alianzas regionales.

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Tras el ataque en Damasco y una vez utilizado el ardid retórico clamando “venganza”, Irán realizó varios ataques retaliativos contra territorio israelí. El líder supremo iraní Alí Jamenei afirmó que “el régimen sionista será castigado”. Teherán se apresuró a confirmar haber “cumplido sus objetivos” con estos ataques. Tras la respuesta israelí atacando la base militar en Isfahán (centro de Irán) así como objetivos de aliados iraníes en el Sur del Líbano e Irak, Teherán afirmó preventivamente no tener prevista una contraofensiva inmediata contra objetivos israelíes.

Debe tomarse en cuenta no solo el carácter sin precedentes de estos ataques, sino su  efecto disuasivo, enfocado en recuperar posiciones dentro del equilibrio militar regional. En el caso iraní resultaba imprescindible responder ante la escalada de eliminaciones de altos cargos de su estamento militar por parte de Israel, evitando dar una imagen de debilidad estratégica. En un ataque anunciado durante semanas, Teherán utilizó 170 drones, 30 misiles cruceros y 120 misiles balísticos impactando principalmente en el sur de Israel, una zona escasamente poblada, sin causar víctimas mortales. Tal y como informaron los medios oficiales israelíes, sus mecanismos de seguridad repelieron el 99% de estos misiles y drones.

Dentro de esta estrategia disuasiva, Irán buscaba también minimizar los costos civiles israelíes, intentando con ello amortiguar la posibilidad de una respuesta desproporcionada por parte de Israel similar a la realizada con la invasión de Gaza tras los atentados de Hamás en octubre pasado. El mensaje de Teherán hacia Tel Aviv es igualmente persuasivo, afirmando sus capacidades retaliativas para responder ante posibles ataques israelíes contra objetivos iraníes, principalmente en Siria e Irak.

Más allá de la retórica agresiva, Teherán no desestima los canales diplomáticos, en gran medida condicionado por el peligroso escenario de una eventual guerra directa no solo contra Israel, sino también con Estados Unidos.

Antes del ataque, como parte de una estrategia claramente destructiva, Teherán minimizó la posibilidad de una retaliación contra Israel al mostrar públicamente su respaldo a las negociaciones en Gaza que se llevan a cabo en la capital egipcia, El Cairo. Incluso apoyó un alto al fuego en Gaza que permitiría establecer un nuevo equilibrio de fuerzas entre Israel y Hamás.

2. Israel: el reforzamiento de la ‘línea dura’

El ataque iraní acontece en un momento de reestructuración de los planes militares israelíes en Gaza. Netanyahu anunció que se han cumplido los objetivos militares previstos en el Norte de Gaza al ordenar una retirada táctica del sur de la Franja.

También anunció a sus mandos militares la preparación de una ofensiva militar hacia Rafah, muy probablemente presionado por el sector de la línea dura política y militar que apoya su gobierno. Se advierte así un punto de inflexión orientado a expulsar a la población palestina y arrinconar a Hamás, confinándolo en ese territorio muy próximo a Egipto. La respuesta israelí atacando la base militar iraní de Isfahán revela igualmente ese nivel de presión de los “halcones” militares y políticos. No obstante, no parece probable que Tel Aviv intente ampliar esta ofensiva hacia objetivos nucleares iraníes, a pesar de ser este el principal motivo de preocupación israelí.

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Así mismo, las protestas internas contra Netanyahu, que en ningún momento muestran algún tipo de solidaridad hacia el drama palestino, implican también nuevos equilibrios de fuerzas políticas internas dentro del tradicionalmente atomizado mapa político israelí. Si bien es cierto que las protestas son dirigidas por sectores de la sociedad civil israelí, opuestos a la deriva ultranacionalista y religiosa del gobierno de Netanyahu. También es palpable el malestar ciudadano no solo porque los objetivos militares en Gaza no se han alcanzado o siguen siendo poco realistas, sino también porque esta guerra demuestra el nivel de vulnerabilidad para la seguridad israelí, tanto internamente como hacia la diáspora judía vía atentados terroristas.

Por ello, el ataque iraní ha persuadido aún más a Netanyahu a encomendarse al apoyo de su estamento militar y del influyente lobby de los colonos judíos, recientemente reactivado y cada vez más desafiante y agresivo. Este lobby ahora observa al norte de Gaza como su nuevo centro de operaciones, incluso en materia turística y económica. Se intuye así un proceso de “re-judeización” de Gaza; no olvidemos que fue el ex primer ministro israelí Ariel Sharon quien ordenó en 2005 la salida de los colonos judíos del territorio.

Por otro lado, el reforzamiento del poder de estos sectores ultraderechistas se intuye como un instrumento hacia la materialización de una vieja aspiración israelí: la expulsión definitiva del pueblo palestino de ese territorio y la necesidad de sellar las fronteras histórica del “Gran Israel”. El establishment de poder en Tel Aviv parece ahora cohesionado en torno a esta idea, aparentemente sin reparar en qué tipo de reacción social y política interna y externa pueda generar.

La tensión militar con Irán reafirmó igualmente la inalterable alianza estratégica entre Estados Unidos e Israel, visiblemente alterada por el drama humanitario de Gaza. Toda vez Tel Aviv ha buscado igualmente recuperar la solidaridad internacional ante los recientes cuestionamientos exteriores por la guerra en Gaza y el aumento de apoyos a la causa palestina. Esto en un contexto en que la ONU debate la posibilidad de aceptar a Palestina como miembro de la organización. Precisamente, previo al ataque israelí sobre Isfahán, el Consejo de Seguridad de la ONU votó el 18 de abril de 2024 por la inclusión de Palestina como miembro pleno, siendo finalmente rechazado por el veto de EEUU.

De este modo, Netanyahu ha logrado enfocar la atención en un enemigo común, Irán, lo que lo ha llevado a recuperar de forma momentánea el irrestricto apoyo estadounidense.

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Así, el presidente estadounidense Joseph Biden no dudó en reafirmar su apoyo “inquebrantable” a Israel, ya que las alianzas militares entre Washington y Tel Aviv se afianzaron. La probabilidad del ataque iraní motivó a que, días antes, las fuerzas de seguridad israelíes aplicaran el protocolo de máxima alerta. Washington también había enviado a Israel a altos cargos como el Jefe del Mando Central del Ejército y máximo jefe estadounidense en Oriente Próximo, Michael “Erick” Kurilla, lo cual certifica el conocimiento previo de estos ataques iraníes que, por otro lado, ocurren en una coyuntura concreta, la Pascua judía. La sintonía en materia de cooperación en inteligencia entre Washington y Tel Aviv volvía así a recuperarse. Horas antes del ataque iraní, Biden aseguró en una rueda de prensa que Irán “atacará más pronto que tarde” y que están “dedicados a la defensa de Israel” por lo que “Irán no tendrá éxito”.

Con un alto al fuego precario en Gaza, las negociaciones que se llevan actualmente a cabo en El Cairo implican un espacio de cierta ralentización de los combates tanto para Israel como para el movimiento islamista palestino Hamás, lo cual podría generar malestar entre los sectores militaristas israelíes; ya que esta guerra pierde entusiasmo dentro de la sociedad. El ataque iraní vuelve así a reforzar el poder de estos sectores de la ‘línea dura’.

3. Estados Unidos e Israel: dilemas en un 2024 electoral

Más allá de la súbita tirantez en las relaciones entre Biden y Netanyahu por los efectos humanitarios de la guerra en Gaza, la ofensiva iraní demuestra que sigue siendo inalterable esa relación estratégica entre EE. UU. e Israel. No obstante, la Casa Blanca está igualmente preocupada por las consecuencias que el actual panorama bélico internacional (Ucrania, Gaza, Irán) puedan generar dentro de la contienda electoral estadounidense de noviembre próximo.

Entrando en la recta decisiva de la carrera electoral, Biden observa serios dilemas. Al mostrar oficialmente su irrestricto apoyo militar a Ucrania, pide, al mismo tiempo, contención a Israel para evitar la escalada regional del conflicto con Irán y sus consecuentes distorsiones para la economía global, especialmente en materia energética. Tras el ataque israelí sobre Irán, los precios del petróleo subieron hasta bordear los 90 dólares estadounidenses por barril, incrementándose igualmente el precio del oro en los mercados internacionales.

Tras el ataque iraní, el Congreso estadounidense desbloqueó la ayuda militar a Israel, aspecto que provocó la queja del presidente ucraniano Volodimir Zelenski acusando a Washington de doble rasero en sus prioridades de ayuda militar.

Biden se juega la reelección presidencial con dos frentes de guerra abiertos (Ucrania y Gaza) y otro en posible desarrollo (Israel-Irán) en las que los intereses de Washington se han visto contrariados. El avance electoral de Donald Trump y su posible retorno a la Casa Blanca abre la posibilidad de imprimir un giro copernicano de los intereses exteriores de Biden, especialmente en el caso ucraniano y de los compromisos ‘atlantistas’ vía OTAN.

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La perpetuación de estas dos guerras abiertas e inconclusas, que generan una mezcla de impopularidad e indiferencia en un electorado estadounidense visiblemente polarizado, explica la premura de Biden por ralentizar sus efectos vía alto al fuego en Gaza, pero sin tener certeza sobre lo que puede suceder en el frente ucraniano.

El recién reelecto presidente ruso Vladímir Putin estaría preparando una contraofensiva militar a gran escala en Ucrania, presumiblemente con el foco estratégico en dos objetivos: la toma de Járkov, que permitiría el control del centro de ese país y mayor presión hacia Kiev; y la de Odesa, estratégico puerto cuya eventual posesión le permitiría a Rusia controlar definitivamente el Mar Negro. La retirada de las fuerzas de paz rusas en Nagorno Karabaj el 18 de abril de 2024 podría revelar igualmente los planes del Kremlin de reforzar efectivos para una ofensiva en Ucrania. La atención internacional ante la posibilidad de un conflicto in crescendo entre Israel e Irán persuadiría igualmente a Putin a acelerar sus planes militares y geopolíticos en Ucrania.

Por otro lado, Washington observa también cómo China mueve sus piezas en el terreno diplomático. Beijing vuelve a tomar la iniciativa como actor capacitado para propiciar un diálogo entre Rusia y Ucrania que eventualmente implique un alto al fuego o una tregua. Al mismo tiempo, China también ha pulsado la tecla diplomática en Gaza, con la visita a Israel y Palestina de un alto emisario del gobierno de Xi Jinping.

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Pero Biden tampoco puede escapar de los compromisos geopolíticos con dos aliados estratégicos como Ucrania e Israel, en donde Irán también juega sus cartas. Teherán ha sido un prolífico aliado de Rusia en Ucrania enviando, principalmente, drones al Ejército ruso para sus operaciones militares en el frente. Reforzando aún más su alianza con Israel, Washington intenta crear una tenaza regional contra Irán, obligándole a concentrar su atención en cómo será la respuesta israelí. En el fondo, este escenario implicaría igualmente la intención de EE. UU. e Israel de neutralizar la cooperación militar entre Irán y Rusia.

Netanyahu también juega sus cartas en las elecciones estadounidenses. El primer ministro israelí busca prolongar la guerra de Gaza y las tensiones con Irán, observando atentamente la posibilidad del retorno a la Casa Blanca de un aliado irrestricto como Trump, de conocida sintonía con las tesis israelíes.

 4. La reacción del mundo árabe y musulmán frente al ataque iraní

El ataque iraní contra Israel también deja en el tapete la capacidad de reacción del mundo árabe y musulmán, en algunos casos dividido, pero a grandes rasgos apostando por la contención y un prudencial distanciamiento ante esta ofensiva sin precedentes contra un rival histórico como es el Estado de Israel.

Jordania, uno de los países árabes que reconoce oficialmente a Israel, ayudó inesperadamente a Tel Aviv repeliendo los misiles iraníes que pasaron por su territorio. Precisamente, previo al ataque iraní, en Jordania se registraron protestas por los efectos económicos y humanitarios de la guerra en Gaza, particularmente ante la situación de los refugiados palestinos, numerosos en este país árabe.

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Otros países con peso político y diplomático como Egipto, Arabia Saudí, Turquía, Emiratos Árabes Unidos, Irak y Qatar, así como la Autoridad Nacional Palestina (ANP) han apostado por la serenidad, la contención y la apertura de canales de negociación para evitar la escalada bélica. Como era de esperar, Siria, aliado iraní e histórico enemigo israelí, mostró su apoyo a Teherán.

El clima de prudencia en el mundo árabe-musulmán está igualmente condicionado por sus respectivas posiciones en torno a Irán. Arabia Saudita y Egipto son tradicionales rivales geopolíticos de Teherán, mientras Turquía y Qatar han tenido una mayor concreción de intereses con el país persa, en gran medida para contrarrestar la alianza occidental con Israel.

Otros apoyos para Teherán vienen de actores geopolíticos no estatales como son los movimientos islamistas Hamás e Hizbulá y los rebeldes hutíes yemenitas, agrupados en lo que se ha denominado como el Eje de la Resistencia.

No obstante, la prudente posición de los gobiernos árabes ante la ofensiva iraní implica atender otros objetivos geopolíticos, en particular a la hora de neutralizar cualquier posible aumento de simpatías y actitudes pro iraníes dentro de las sociedades árabes, especialmente por parte de movimientos islamistas y sectores chiítas, algunos con nexos con Teherán.  

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