La FIFA ha convertido el Mundial de fútbol en una herramienta de poder global, donde las decisiones trascienden lo deportivo. Este artículo analiza su impacto en la política, la economía y el sportswashing, así como el papel de la gobernanza global en la elección de las sedes.
Tras un siglo XX marcado por conflictos regionales y mundiales, la transición hacia un sistema internacional pacífico ha reconfigurado por completo la concepción del poder. Las nuevas dinámicas de cooperación económica, las relaciones diplomáticas y la consolidación de un derecho internacional común, impulsadas por la interdependencia global, han dado lugar a la introducción del concepto de Smart Power, desarrollado por Joseph Nye.
El Smart Power (poder inteligente) consiste en la combinación estratégica de Hard Power (poder militar) y Soft Power (poder blando) por parte de un actor global. Este último se basa en el uso de la lengua, los valores, la cultura y las dinámicas económicas para imponer intereses nacionales en el ámbito internacional.
El deporte se ajusta perfectamente al concepto de poder blando, ya que es una herramienta eficaz para ejercer influencia y transmitir mensajes políticos. También contribuye a fortalecer la imagen de un país y fomentar la cooperación internacional.
La Unión Europea, por ejemplo, utiliza la competencia de apoyo «Promoción del deporte» para difundir los valores europeos. A través de esta iniciativa, promueve la libre competencia, la igualdad de oportunidades, la inclusión social y la protección de los derechos humanos.
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Por otro lado, la NBA es vista como una herramienta de diplomacia cultural y deportiva. Su modelo refleja y fomenta valores como la meritocracia, la competencia y el esfuerzo individual, principios alineados con el liberalismo económico estadounidense.
En este sentido, y aún más considerando que el fútbol es el deporte más practicado en el mundo, la organización del mayor evento deportivo, el Mundial de Fútbol, se ha convertido en una estrategia clave para que los Estados ganen prestigio y reconocimiento internacional.
Al fin y al cabo, más allá de demostrar la capacidad organizativa de un país, este evento refleja principalmente el deseo de consolidarse como un actor más influyente en el escenario global. La candidatura y celebración del Mundial en España en 1982, por ejemplo, evidenció un claro interés por integrarse en los círculos internacionales y proyectar una imagen de apertura tras décadas de aislamiento bajo la dictadura.
La FIFA como actor internacional en el fútbol
La FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociación) es la entidad encargada de organizar los torneos de selecciones a nivel mundial. Se trata de una organización internacional que ha prácticamente monopolizado la gobernanza del deporte rey.
Como organización internacional con personalidad jurídica basada en el Derecho Internacional Público, la FIFA mantiene relaciones con diversos actores globales, como Estados, equipos de fútbol y otras organizaciones internacionales, incluida la Unión Europea.
Además, colabora con las federaciones continentales, entre ellas la UEFA (Unión de Asociaciones de Fútbol Europeas), CONMEBOL (Sudamérica), Concacaf (Norte y Centroamérica), la CAF (África) y la AFC (Asia).
De este modo, las funciones de la FIFA van más allá de la organización del mundial de fútbol, sobre la cual se centra este artículo. Las funciones de la FIFA incluyen desde la regulación general del fútbol hasta la inversión en desarrollo del deporte.
En cuanto al proceso de selección de la sede de la Copa del Mundo, que la FIFA lleva a cabo cada cuatro años, se trata de un procedimiento extenso que evidencia su enorme poder negociador e influencia global.
Todo comienza con una fase de candidaturas completamente abierta, en la que los países deben presentar una propuesta detallada. En ella, deben justificar aspectos clave como logística, comunicaciones, transporte, infraestructura, seguridad y beneficios económicos.
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Por otro lado, ni la tradición futbolística ni el peso global del Estado solicitante son factores determinantes. De este modo, la FIFA aparenta alinearse con principios de no discriminación e igualdad de oportunidades. Sin embargo, en la práctica, cuestiones geopolíticas y económicas suelen influir en la decisión final.
Tras esta fase, una comisión evalúa las candidaturas considerando aspectos como el número de estadios o la situación política del país. Estos últimos puntos han generado controversia en el pasado, ya que algunas sedes o candidaturas no cumplían con los requisitos establecidos. Finalmente, los miembros del Comité Ejecutivo de la FIFA votan entre las distintas opciones para elegir la sede.
Este sistema carece de una plena transparencia, y además genera dudas en cuanto al cumplimiento de los candidatos de muchos de los filtros detallados. Entre las muchas preguntas que se plantean los aficionados, una de las más recurrentes es: ¿Cómo es posible que un país con un régimen autoritario albergara el Mundial de Fútbol en 2022? ¿Qué garantías existen de que la celebración del Mundial será exitosa si el país seleccionado aún no cuenta con estadios de fútbol construidos? Este artículo tiene las respuestas.
Una oportunidad de oro para el fútbol en los BRICS y países en desarrollo
La Teoría de Desarrollo clasifica a los países en desarrollados, en vía de desarrollo o subdesarrollados. Los países en desarrollo se definen como aquellos con una renta per cápita media y un alto crecimiento de su economía. Son países que han logrado explotar sus recursos naturales y humanos. Gracias a un proceso acelerado de inversión en capital y formación, su crecimiento supera la media mundial.
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Bajo esta concepción de país en desarrollo se constituyeron los BRICS+ (antes BRICS), una asociación, foro y grupo político y económico compuesto por Estados emergentes. Su nombre proviene de las iniciales de sus miembros fundadores: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Sin embargo, en la Cumbre de Johannesburgo de 2024, se sumaron nuevos integrantes: Etiopía, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Egipto y Arabia Saudí.
La celebración de los mundiales de fútbol de 2010, 2014 y 2018, en Sudáfrica, Brasil y Rusia, respectivamente, no fue entonces una casualidad. Las potencias emergentes vinculadas a los BRICS aprovecharon la oportunidad de ser anfitrionas para combinar su potencial económico con otros objetivos. Entre ellos, ganar mayor exposición, mejorar su imagen internacional, atraer inversiones extranjeras e incrementar su soft power.
Sudáfrica 2010:
La primera celebración de un Mundial de Fútbol en el continente africano mejoró la imagen de Sudáfrica como potencia emergente y facilitó la modernización de sus infraestructuras. Además, ayudó a transformar la percepción del país, cuya imagen había estado marcada por el Apartheid. Tras el torneo, Sudáfrica proyectó una visión más progresista y comprometida con la diversidad.
Por otro lado, la modernización de las infraestructuras y sistemas de logística aportó beneficios a largo plazo como el desarrollo de las comunicaciones del país. Las pretensiones en este caso, además de económicas, estaban más relacionadas con la imagen global de retraso de África.
Brasil 2014:
La celebración del Mundial de 2014 en Brasil impulsó a la potencia sudamericana como un actor emergente clave en el siglo XXI. A diferencia de Sudáfrica, el evento contribuyó significativamente al aumento del turismo. La inversión extranjera también desempeñó un papel fundamental, lo que demuestra que, en este caso, el objetivo principal no era solo mejorar la imagen del país, sino fomentar su desarrollo económico.
Rusia 2018:
En un contexto de tensiones geopolíticas con Occidente, Rusia aprovechó la oportunidad de albergar el Mundial de 2018 para mejorar su imagen internacional y demostrar su capacidad organizativa.
Sin embargo, el evento generó numerosas críticas debido a la naturaleza del régimen político ruso bajo Vladímir Putin. Las restricciones a las libertades políticas, el control de los medios de comunicación y la represión de la oposición fueron algunos de los aspectos más cuestionados.
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Para colmo, la reciente anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014 intensificó aún más el descontento en el panorama internacional. Muchos países y organizaciones consideraban a Rusia un Estado expansionista y una amenaza para los derechos humanos a nivel global.
Mientras algunos medios de comunicación, clubes, países y organizaciones internacionales criticaron la elección de Rusia como sede del Mundial, otros interpretaron la decisión de la FIFA como un intento de separar la política del deporte. Desde esta perspectiva, el fútbol podía servir como un «puente» para superar tensiones globales.
Este fenómeno de blanqueamiento y limpieza de la imagen internacional de un país por medio del deporte ha sido categorizado como Sportswashing. Esta estrategia, adoptada por Sudáfrica, Rusia y Qatar (el caso que se abordará a continuación), demuestra el poder de la FIFA no solo para influir en economías emergentes, sino también en cuestiones políticas y de derechos humanos.
Una negociación sin límites jurídicos y éticos en el fútbol: El Mundial de Qatar 2022
El Mundial disputado en Qatar en 2022 estuvo envuelto en grandes críticas mundialmente. Estas críticas pivotaban en torno a varios asuntos:
En primer lugar, por primera vez en la historia, un Mundial de Fútbol se disputó en diciembre en lugar de los tradicionales meses de junio y julio. Este cambio se debió a las altas temperaturas de la Península Arábiga.
En segundo lugar, la elección de una sede en un Estado autoritario, donde muchos derechos y libertades fundamentales están reprimidos, generó una ola de indignación y protestas. Organizaciones de derechos humanos, futbolistas, aficionados y diversas instituciones denunciaron esta decisión.
Las principales críticas se centraron en las restricciones a la libertad de expresión, la discriminación sistemática contra la comunidad LGBTQ+ y las limitaciones a los derechos de las mujeres. Estos grupos enfrentaban severas restricciones legales y sociales impuestas por el régimen qatarí.
Por último, otro punto controvertido fue el trato a los trabajadores migrantes, quienes fueron sometidos a condiciones laborales extremadamente precarias y deplorables durante la construcción de estadios e infraestructuras para el evento.
Dada la escasa tradición futbolística de Qatar, la construcción de los estadios se llevó a cabo de manera apresurada tras la confirmación de la sede. Para ello, se recurrió a mano de obra barata y poco cualificada, operando bajo condiciones de trabajo extenuantes y una presión extrema. Además, se denunciaron impagos de salarios, así como el encubrimiento de muertes y accidentes laborales.
El torneo se desempeñó con gran éxito deportivo y económico, junto a una organización impecable. Qatar logró reunir la totalidad de la mirada internacional durante el mes de diciembre de 2022, bajo un ejercicio de sportwashing prácticamente perfecto. Sin embargo, la sombra de las controversias dejó una huella imborrable para la historia del deporte rey. Además, la imagen de la FIFA como actor internacional comprometido con la inclusión y la democracia quedó completamente lastrada en detrimento del beneficio económico mutuo.
El Modelo de ‘Multi Sede’ como reflejo de la Gobernanza Global
La reciente oficialización de las sedes para los Mundiales de 2030 y 2034, junto con la del próximo Mundial de 2026, permite extraer conclusiones interesantes sobre la dirección que está tomando la FIFA en la organización de la Copa del Mundo. Los Mundiales de 2026 (Estados Unidos, Canadá y México) y 2030 (España, Portugal, Marruecos, Uruguay, Paraguay y Argentina) adoptarán un formato de «multisede». En cambio, el Mundial de 2034 se celebrará en Arabia Saudí.
La primera conclusión que puede ser extraída es la traslación de poder de Occidente, cuna del deporte rey, hacia un nuevo polo global, Oriente Medio. El mundial de Qatar puso sobre la mesa el debate, pero la confirmación de Arabia Saudí como sede termina de aprobar esta tendencia. La FIFA prioriza los mercados emergentes y las potencias financieras, relegando a un segundo plano aspectos como la tradición futbolística, la cultura del deporte y las consideraciones éticas y democráticas.
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La segunda gran conclusión viene dada del formato Multi Sede para los dos próximos Mundiales de Fútbol, 2026 y 2030. Este formato genera un mayor impacto global y responde al principio de inclusión, reparte costes y beneficios y fomenta el turismo. Sin embargo, esta tendencia conlleva la pérdida de identidad e idiosincrasia de cada país en la competición, además de generar mayores conflictos medioambientales y logísticos.
Más allá de la evaluación entre pros y contras, este nuevo formato evidencia la creciente dificultad de los Estados para influir en asuntos globales dentro de un mundo cada vez más interconectado. En este sentido, se alinea con las teorías de la Gobernanza Global y la crisis del Estado-Nación.
En resumen, el modelo adoptado por la FIFA refleja la evolución del sistema internacional actual. La soberanía de los Estados se diluye frente a dinámicas transnacionales y de gobernanza compartida.
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