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¿Guerra comercial o Geoeconomía monetaria? El plan oculto de Trump con los aranceles

Análisis

Daniel Villegas
Daniel Villegas
Fundador y Director general de LISA Institute. Es Asesor en materia de Seguridad, Inteligencia y Ciberseguridad para diversas empresas e instituciones públicas, tanto en Europa como en América. A su vez, es Consultor en proyectos para la OTAN, ONU y Unión Europea. Anteriormente, fue Responsable de Seguridad y Análisis en la Unidad de Seguridad y Protección Civil de Metro de Barcelona. A nivel académico, es Licenciado en Criminología (UIC), Graduado en Prevención y Seguridad Integral y Posgrado Superior en Gestión y Derecho de la Seguridad (EPSI), Máster en Mundo Árabe e Islámico (UB), Máster Oficial en Terrorismo (UNIR), Máster en Análisis de Inteligencia (UAB), Máster en Cybersecurity Management (UPC), CISA y CSX (ISACA).

Desde su regreso a la presidencia en enero de 2025, Donald J. Trump ha recuperado y exacerbado su doctrina «America First». A diferencia de su primer mandato, en esta ocasión los aranceles no parecen ser un instrumento aislado de presión comercial, sino una palanca multifuncional diseñada para alterar —desde dentro y hacia fuera— el equilibrio económico global. Lejos de una mera guerra comercial, podría tratarse de una estrategia de geoeconomía monetaria, cuyo objetivo geopolítico es reducir el valor real de la deuda, debilitar la dependencia externa y reposicionar a Estados Unidos como polo industrial hegemónico.

Una economía sobre una montaña de deuda

A inicios de 2025, la deuda federal estadounidense alcanza los 36,2 billones de dólares, el 122% del PIB, según el U.S. Department of the Treasury. Esta deuda genera una presión asfixiante sobre los presupuestos públicos, especialmente en un entorno donde el 25% del gasto federal se destina al pago de intereses, según la Oficina Presupuestaria del Congreso (CBO). La situación se agrava con la maduración de más de 9,2 billones de deuda pública durante el año, lo que obliga a refinanciar a tasas elevadas.

La Reserva Federal, aunque inició recortes moderados en 2024, mantiene los tipos en un 4,5%. Estas tasas, necesarias para contener la inflación post-COVID y postguerra en Ucrania, también encarecen el refinanciamiento del Tesoro y ralentizan el crecimiento económico.

Este contexto convierte la deuda pública en el mayor talón de Aquiles estructural de Estados Unidos. Si no se gestiona eficazmente, limita la capacidad del país de actuar económicamente en el plano internacional… a menos que se encuentren fórmulas para «reducirla» sin recortar el gasto: como devaluarla mediante inflación inducida.

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¿Un plan para presionar a la Reserva Federal?

Tanto en la carrera a la Casa Blanca durante su campaña, como en reiteradas ocasiones en su segundo mandato, está exigiendo a la Reserva Federal que baje los tipos de interés, tildándola de estar en contra de los intereses de EEUU. 

El banco central estadounidense, no debería tener mandatos políticos, sino meramente económicos. En sus estatutos tiene un doble mandato:

  • Mantener baja la inflación.
  • Conseguir el pleno empleo.

Dado que Trump no ha conseguido con su presión influir en la FED, dada la independencia formal de este organismo, ha decidido pasar a la acción, provocando un contexto que fuerce a la FED a bajarlos, llevándola a un callejón sin salida.

¿Cómo lo pretende conseguir? A partir de abril de 2025, Trump ha impuesto aranceles generalizados decenas de países. Aunque la ponderación escogida para cada país se ha establecido en base al déficit comercial relativo con EEUU, a continuación, se destacan los impuestos a potencias geopolíticas mundiales o regionales:

  • Entre el 51% y el 60%, se encuentra únicamente China, con un arancel acumulado del 54% por parte de EE.UU. (resultado de sumar el 34% vigente más un 20% ya aplicado anteriormente), lo que refleja la posición estratégica de contención económica hacia su principal rival sistémico.
  • Entre el 41% y el 50%, aparece Vietnam, que enfrenta un arancel del 46%, consolidándose como uno de los países más afectados por la política comercial estadounidense debido a su creciente peso en la cadena de suministro global, especialmente como alternativa a China.

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  • Entre el 31% y el 40%, se ubican Taiwán y Indonesia, ambos con un 32%, junto con Sudáfrica, que enfrenta un 30%. Estos países ocupan posiciones clave en la geoeconomía regional: Taiwán por su liderazgo en semiconductores, Indonesia por su influencia en el sudeste asiático y Sudáfrica como principal socio industrial africano.
  • Entre el 21% y el 30%, se agrupan India y Corea del Sur, con aranceles del 26%, y Japón, con un 24%. Esta franja incluye a potencias asiáticas con alto nivel tecnológico y gran peso geopolítico, lo que sugiere una intención de presión estratégica para renegociar ventajas en sectores clave como tecnología, automoción o propiedad intelectual.
  • Entre el 11% y el 20%, encontramos a la Unión Europea, con un arancel del 20%, y Israel, con un 17%. Ambos son aliados tradicionales de Washington, pero compiten en sectores industriales y tecnológicos donde EE.UU. busca reposicionar su producción.

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  • Entre el 1% y el 10%, están Reino UnidoArabia SaudíEgiptoBrasil y Argentina, todos con un arancel del 10%. Este tramo agrupa a socios estratégicos o potencias regionales con relaciones estables o dependientes de EE.UU. en términos energéticos, agrícolas o de seguridad, y a los que se les mantiene un trato arancelario relativamente benigno.

Estas medidas provocan efectos macroeconómicos inmediatos:

  • Aumento de costes de importación → inflación de costes.
  • Tensión en las cadenas logísticas globales → encarecimiento de bienes intermedios.
  • Menor confianza de los consumidores → reducción del consumo interno.

El resultado: un escenario propicio para una recesión técnica.

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Ante una desaceleración, la Reserva Federal se enfrenta a la disyuntiva de mantener los tipos y agudizar el estancamiento, o reducirlos y asumir más inflación. Y es ahí donde radica la hipótesis central: Trump estaría provocando deliberadamente una contracción moderada para forzar a la Fed a recortar los tipos, lo que permitiría:

  • Inyectar liquidez.
  • Estimular los mercados financieros.
  • Inflar la economía y reducir el valor real de la deuda pública.

Es decir, los aranceles no serían un fin en sí mismos, sino una herramienta de política macroeconómica indirecta. Un riesgo calculado con dividendos potenciales: restablecer el margen fiscal del gobierno estadounidense a costa de una inflación controlada.

Fabricar miedo… y nuevas fábricas en territorio estadounidense

Más allá del efecto monetario, los aranceles también buscan reconfigurar las cadenas de valor globales. Frente a décadas de deslocalización hacia Asia, Trump apuesta por una «repatriación industrial»:

  • En 2024, la inversión en manufactura en EE.UU. alcanzó un récord de 225.000 millones de dólares, según el Joint Economic Committee del Congreso.
  • Siemens anunció 285 millones de inversión en plantas en California y Texas.
  • Intel, TSMC y Samsung siguen ampliando fábricas de microchips en Arizona, Ohio y Nueva York.

Estos proyectos, en conjunto, han generado más de 120.000 empleos industriales directos en tres años. A medio plazo, esto supone:

  • Reducción de la dependencia estratégica de China, especialmente en sectores como semiconductores y productos farmacéuticos.
  • Fortalecimiento del «Made in USA».
  • Mejora de la resiliencia y autonomía industrial ante futuras crisis de suministros.

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Este proceso se inserta en una estrategia más amplia de «friendshoring» y «nearshoring», donde Estados Unidos busca sustituir la manufactura china por países aliados o por producción nacional directa, recuperando soberanía económica.

Forzar una estrategia negociadora global

Los aranceles no sólo afectan a productos, sino que se han convertido en una herramienta diplomática multilateral. El comercio, en manos de Trump, es un arma de negociación:

  • China, pese a sus represalias del 34%, ha mostrado disposición a renegociar acuerdos agrícolas y de propiedad intelectual.
  • La UE teme una nueva ola de aranceles al automóvil (similar a 2018-2020), y ha reactivado canales diplomáticos con Washington.
  • México y Canadá enfrentan presiones para reformular ciertos puntos del T-MEC, especialmente en el sector energético y farmacéutico.

En todos los casos, el patrón se repite: Trump presiona con el comercio para obtener concesiones estratégicas, ya sea en seguridad tecnológica, energía o inversiones.

Esto redefine las reglas del comercio internacional y fortalece la autonomía estratégica de Estados Unidos, obligando a otros bloques a reordenar sus prioridades, incluso dentro del G20 y la OMC.

¿Improvisación o doctrina geoeconómica?

Este enfoque, más que un simple populismo económico, se aproxima a una doctrina sistémica de geoeconomía aplicada, donde los aranceles cumplen funciones múltiples:

  • Disparar inflación selectiva para erosionar el valor real de la deuda.
  • Repatriar industria clave para blindar la soberanía tecnológica.
  • Redefinir tratados multilaterales mediante presión económica.
  • Presionar a la Fed sin vulnerar su independencia institucional.

En suma, es una estrategia compleja, de ejecución arriesgada, pero con lógica interna. El precio: tensión internacional, caída bursátil temporal y riesgo de sobrecalentamiento inflacionario. El beneficio: reindustrialización, alivio fiscal y mayor autonomía geopolítica.

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Conclusión: Trump usa los aranceles como arma geoestratégica

En la política económica de Trump, los aranceles son una herramienta de manipulación estructural del tablero geopolítico, no una simple barrera aduanera. Funcionan como:

  • Palanca fiscal (vía inflación).
  • Palanca monetaria (presión sobre la Fed).
  • Palanca industrial (fomento del «reshoring»).
  • Palanca diplomática (renegociación de tratados).

Si la estrategia prospera, podría consolidar un modelo económico alternativo al de la globalización liberal: una economía nacionalista, resiliente y centrada en el control de los ciclos económicos internos. Si fracasa, podría conducir a un estancamiento con inflación, a una recesión prolongada y/o a una crisis de confianza internacional.

La historia económica reciente nos enseña que las medidas comerciales rara vez son únicamente comerciales. En el caso de Trump, los aranceles parecen insertarse en una estrategia que combina economía, diplomacia y poder interno

Su objetivo no es ganar una guerra comercial… sino forzar un cambio sistémico. ¿Estamos entonces ante una improvisación populista o ante una doctrina de geoeconomía aplicada? Todo apunta a lo segundo. Porque en el tablero global del siglo XXI, el poder no solo se mide en divisiones militares o reservas de divisas. Se mide también en capacidad de presión, resiliencia productiva y control sobre los tiempos del ciclo económico. 

Y en ese juego, Trump no está haciendo política comercial. Está haciendo geopolítica monetaria.


Este artículo ha sido desarrollado en colaboración con LISA Analysis Unit, la Unidad de Análisis de LISA Institute. Si tu organización necesita anticiparse a riesgos o amenazas, así como identificar oportunidades o tomar decisiones más informadas, solicita una reunión aquí.

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