El asesinato de Kitty Genovese conmocionó a Estados Unidos en 1964, pero no solo por su brutalidad. Lo que realmente impactó fue la inacción de sus vecinos. Aquel crimen dio pie al estudio del llamado «efecto espectador». En este artículo, Stella Ramos, alumna del Máster Profesional de Analista Criminal y Criminología Aplicada de LISA Institute, explica cómo este caso cambió la forma en que entendemos la conducta colectiva ante las emergencias.
Catherine Susan «Kitty» Genovese nació el 7 de julio de 1935 en Nueva York. Camarera en un bar, a los 27 años de edad, el 13 de marzo de 1964, fue apuñalada de madrugada cerca de su casa en el barrio de Queens. Quizás este caso parece no destacar mucho dentro de la crónica negra estadounidense. Más allá de que una joven fuese hallada muerta cerca de su casa, no parecía diferente a otros. Pero, dos semanas después del suceso, Martín Gangsberg, periodista del New York Times, publicó un artículo en este mismo periódico titulado «37 Who saw murder didn’t call the police; apathy at stabbing of Queens woman shocks inspector». O, lo que es lo mismo: cómo 37 personas vieron el crimen y no llamaron a la policía. Para cuando se produjo esa llamada, Kitty ya había fallecido.
La publicación de este artículo fue impactante y la sociedad neoyorquina quedó escandalizada. ¿Cómo podía ser que de 38 personas que potencialmente habrían sido testigos del crimen, solo una llamase a la policía?
Tal y como contaba Gangsberg, Kitty salió de trabajar y, poco antes de llegar a su casa, a eso de las tres de la mañana, aparcó su coche y un hombre la asaltó asestándole tres puñaladas en el abdomen y en la espalda cuando ella quería escapar. Durante este espacio de tiempo, Kitty gritó desconsolada pidiendo auxilio de forma reiterada, pero nadie acudió en su ayuda. Sobre las 3:50 de la madrugada se registró una llamada a la policía alertando de este suceso.
¿Cómo podía ser que una hora después se hubiese registrado la primera llamada a la policía? Además, según el autor, 37 personas presenciaron la situación y fue la número 38 quien realizó esa llamada. Cuando la policía llegó, una vecina de unos 70 años, que fue quien había llamado a la policía, se encontraba junto a Kitty. Genovese acabaría falleciendo sobre las 4:25 de la mañana. Días más tarde, la policía detuvo a Winston Moseley, un hombre casado y con dos hijos, quien, más tarde, acabaría confesando el crimen.
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Esta situación trajo consigo preguntas de todo tipo. Sobre todo, estaban encaminadas a intentar entender cómo era posible tal nivel de apatía por parte de los vecinos de la manzana que, supuestamente, habían presenciado los hechos. Incluso se llegaría a decir que algún vecino no hizo nada porque no quería verse envuelto en una situación así. Para poder entender todo esto, durante años se realizaron estudios sobre el comportamiento y la psicología de la sociedad en situaciones como esa.
¿Qué es el efecto espectador?
A raíz de este caso, los investigadores Bibb Latané y John Darley definieron lo que hoy se conoce como «efecto espectador». El efecto espectador se da cuando la presencia de otros supone que los individuos deciden no intervenir ante situaciones de emergencia o cuando se está produciendo un delito. Según estos autores, cuanto mayor sea el número de espectadores, más difícil será que cualquiera de los individuos preste algún tipo de ayuda. Sin embargo, si hay pocos testigos, o incluso ninguno, la probabilidad de brindar ayuda aumenta.
Los autores defienden que este efecto se da por la difusión percibida de la responsabilidad, relacionada con el número de espectadores, y por la influencia social, relacionada con la actividad del resto de individuos. Es decir, cuantos más espectadores haya, menor será la responsabilidad personal de los individuos. Además, las personas tienden a comportarse de determinada manera en función del resto de personas que los rodean.
Por tanto, si la actitud general es de apatía y pasividad, es probable que todos actúen de la misma forma. Por ello, los investigadores señalan que los individuos pasan por un proceso: primero, la situación de emergencia capta su atención. Luego, evalúan esa emergencia, deciden si tienen responsabilidad en función del comportamiento del resto, valoran su capacidad de actuar y, finalmente, toman la decisión de intervenir o no.
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Así, cuantos más testigos haya de un suceso, más complicado será que alguien tome la iniciativa de brindar ayuda a la víctima. Los individuos no quieren tener la responsabilidad de tener que verse envueltos en medio de situaciones de emergencia.
Este tema fue parte clave del relato de los libros de psicología durante muchos años. Un gran número de ellos explicaba esta situación y esta teoría. El efecto espectador es un fenómeno psicológico real, en el que las personas pueden sentirse cohibidas ante la presencia de otros. Incluso pueden llegar a sentirse juzgadas si deciden intervenir.
Puede suceder, además, que si no hay reacción por parte del resto, los individuos sobreentiendan que realmente no hay un problema. O que el problema no es tan grave. Por lo tanto, se reducen las posibilidades de que se produzca algún tipo de intervención.
Tal y como señaló Maureen Dowd en el artículo que escribió en 1984 para el New York Times «20 years after the murder of Kitty Genovese, the question remains: why?», este es un caso de «mal samaritanismo», de poca o nula solidaridad.
¿Cómo el efecto espectador cambió nuestra forma de actuar?
Lo más interesante de todo este caso es que, años después, en 2008, los investigadores Rachel Manning, Mark Levine y Allan Collins estudiaron el caso centrándose en el comportamiento de los testigos. Repasaron el relato de Gangsberg, las declaraciones de los testigos y los agentes, los expedientes, el juicio y decenas de libros de psicología. Los autores llegaron a la conclusión de que la historia de Gangsberg no fue del todo cierta en sus detalles, descubriendo incongruencias contrastables.
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Entre estas, se pudo demostrar que varias personas no presenciaron el crimen, sino que solo escucharon algo del mismo. Algunos llamaron a la policía casi de inmediato, cuando se produjo el primer ataque. Además, no fueron tres ataques, sino dos, y el último ocurrió dentro del edificio.
Probablemente no todos los testigos presenciaron el ataque completo, algunos simplemente escucharon gritos y pensaron que era una disputa conyugal. Se creó una historia alrededor de este caso que no fue del todo verídica, pero que ayudó a estudiar más de cerca el comportamiento social. Gracias a ella, se pudo elaborar el «efecto espectador» que, aún no siendo una verdad absoluta, es un fenómeno real y relevante. Así, puede darse en casos de accidentes de tráfico cuando no se llama a emergencias o, incluso, ante casos de acoso o agresiones en los que los individuos pueden llegar a temer por su propia vida en algún momento.
La falta de solidaridad en este caso llevó a estudiar a la sociedad desde otra perspectiva llegando hasta la actualidad. Así, y dándole un giro de 180º, investigadores de la universidad de Lancaster en Reino Unido como Richard Philpot afirmaron que este efecto podría no ser tan cierto hoy en día.
Analizando situaciones de emergencia en varios países, encontraron que era más probable que se interviniera cuando había más espectadores, contradiciendo completamente el efecto espectador. Philpot señaló incluso que, cuanta más gente hay, más probable es que los individuos actúen y hagan algo. Tanto es así, que llega a afirmar que 9 de cada 10 individuos intervienen para ayudar en situaciones de emergencia o peligro.
El caso de Kitty Genovese marcó un antes y un después en la criminología, tanto por el crimen atroz como por el relato que le acompañaba: la indiferencia colectiva puede ser casi tan peligrosa como el propio agresor. Hoy en día, casi más de medio siglo después, el efecto espectador sigue vigente, aunque parece que no de la misma forma que en sus inicios. La sociedad va cambiando y con ella la forma de actuar que tenemos.
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Lo que hace más de medio siglo suponía la pasividad silenciosa y la falta de intervención directa, ahora nos encamina a la reacción. Nos convierte, además, en más solidarios ante situaciones de emergencia.
El desafío de la criminología en este sentido se enfoca en fomentar esa cultura de la intervención, responsabilidad compartida y ética del cuidado. El caso de Kitty Genovese nos ayuda a discurrir sobre la seguridad urbana, la prevención y la humanidad en la respuesta de los ciudadanos y cómo la combinación de todos ellos puede llevarnos a una sociedad más segura y solidaria.
Y tú, ante una situación de emergencia ¿te acercas a ayudar o dejas que el resto actúe?
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