El impacto de una obra basada en un crimen real plantea un debate ético que no puede ignorarse. La línea entre informar y explotar el sufrimiento ajeno se desdibuja cuando la figura del criminal se convierte en el centro de atención. En este artículo, Paz Quintero López, alumna del Máster Profesional de Analista Criminal y Criminología Aplicada, analiza hasta qué punto se justifica el beneficio económico derivado de la tragedia.
El debate de la delgada línea entre derecho a la información y la libertad de expresión está servido. El lanzamiento del libro El odio, del novelista Luigé Martín, ha despertado las críticas de diversos sectores. Ruth Ortiz, la madre de los niños asesinados por su marido, José Bretón, ha luchado por detener la publicación de esta novela. Sin embargo, la editorial, Anagrama, ha logrado finalmente que la Justicia apruebe su venta.
En este artículo, buscamos analizar los diferentes puntos de vista sobre obtener beneficio económico de una obra ficticia derivada de un delito real. También exploramos la colocación de la figura del criminal como foco del producto de entretenimiento y consumo.
Breve historia sobre el cine y la literatura del crimen true crime
Los delitos graves, que conllevan la tortura o el homicidio de otra persona, siempre han suscitado el interés general. Gracias a la invención de la imprenta, y su auge posterior, los crímenes eran informados a la población a través de bandos, afiches, folletos y, también, con canciones. Con ello se buscaba alcanzar dos objetivos: el hecho informativo en sí a los miembros de la comunidad y la prevención general. Los triunfos de la venganza de Dios contra el pecado lloroso y execrable del asesinato deliberado y premeditado de John Reynolds, es una de estas publicaciones de relatos policiales, escrita entre 1621 y 1635 y distribuida originalmente en forma de panfletos en Inglaterra.
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Ya en el siglo XX, más allá de los ensayos sobre Criminología que comenzaron a publicarse en la centuria anterior, apareció uno de los primeros libros contemporáneos. Este versaba sobre casos reales. Se trata de Estudios sobre asesinatos, escrito por Edmun Pearson, en 1924.
Con la llegada de la cámara fotográfica, la Criminología y la Criminalística dieron un paso de gigante. Esto fue gracias a la posibilidad que abrió Allan Pinkerton, en 1886, de fichar a los delincuentes y preservar las imágenes de la escena de un crimen. Esta herramienta permitió obtener indicios visuales no perecederos para su estudio posterior y su uso como prueba pericial.
A raíz de la aparición del cinematógrafo y del cine sonoro, se expandieron las posibilidades expresivas y se impulsó la comunicación audiovisual de una forma definitiva. De esta forma, se comenzó a «filmar el delito». A partir de 1930, ya fue posible ver historias que podían enmarcarse dentro de un incipiente género negro, el thriller (o suspense), el terror (incluyendo el psicológico) y, por supuesto, el documental.
Debido a ello, proliferaron los rodajes de productos de entretenimiento cuyos temas estaban basados en hechos criminales verídicos. Muy pronto, los grandes estudios de Hollywood aprendieron que, en lo que a recaudación de taquilla se refiere, el crimen daba beneficios.
Por último, aunque el género informativo no está considerado un medio artístico o de creación que ficciona la realidad, no podemos obviar un hecho. El propio periodismo ha ido desvirtuando la rigurosidad y la forma de abordar hechos criminales que han sacudido a la sociedad. Sin ir más lejos, es importante recordar que el primer fenómeno amarillista de un crimen real fue la cobertura del caso Alcácer.
Interés informativo versus morbo por la figura del criminal
En la actualidad, el tratamiento mediático de los crímenes y los criminales ha evolucionado hasta convertirse en un tema que despierta interés general. Sin embargo, este fenómeno genera también un debate fundamental sobre la delgada línea que separa el interés informativo legítimo del sensacionalismo.
El derecho a la información
Partiendo de una perspectiva criminológica, el interés informativo sobre los crímenes y los criminales tiene que basarse en la necesidad de comprender el contexto social, psicológico y estructural de estos. La información veraz, objetiva y respaldada por la investigación científico-profesional es necesaria a la hora de dar información sobre la naturaleza de los delitos, sus riesgos y las políticas de prevención más adecuadas. Estas políticas deben poder aplicarse con efectividad.
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Fomentar el acceso y apoyar el interés por esta información es fundamental para apoyar la cultura de la seguridad, el conocimiento y la reflexión en la sociedad. De esta manera, se permite que la propia población entienda la etiología subyacente en la criminalidad actual. También que conozca las tendencias emergentes y llegue a las conclusiones que fomenten soluciones efectivas.
El morbo y la banalización del sufrimiento
En oposición al interés informativo, el morbo que despierta la figura del criminal se nutre de la fascinación y el sensacionalismo. Estos son explotados, en ocasiones, por los medios de comunicación para obtener una mayor audiencia. Los detalles grotescos de homicidios violentos y asesinatos, las características psicológicas de la persona autora de los hechos, o incluso el uso de una narrativa grotesca, son los perfectos caldos de cultivo. Todo esto contribuye a un punto de vista sensacionalista. Este busca provocar una respuesta emocional en lugar de una reflexión crítica.
Tratar de esta forma el crimen no solo permite que se distorsione la realidad. También contribuye a la estigmatización social de personas que cumplieron su condena y se reinsertaron en la sociedad. Del mismo modo, este tratamiento informativo morboso puede afectar a personas que fueron falsamente acusadas de un crimen. Un ejemplo de ello es Dolores Vázquez, víctima del sensacionalismo y los prejuicios sociales de una época. A ella, el Estado aún no le ha pedido perdón.
Cuando la forma de contar un hecho criminal se centra en dibujar al culpable como un ser monstruoso o anómalo, se produce el riesgo de simplificar la complejidad de la Criminología. Este enfoque contribuye a generar un miedo colectivo y crea falsos paradigmas sobre los propios crímenes.
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Teniendo en cuenta lo anterior, tal y como señala la criminóloga Paz Velasco, en su artículo Más allá de la confesión. Algunas razones jurídicas y criminológicas se oponen a dar «voz al asesino». La forma de abordar un hecho criminal es crucial para no glorificar a la persona culpable de un crimen ni banalizar las consecuencias del mismo. Esto podría provocar una victimización secundaria y la desensibilización de la sociedad. Un buen ejemplo de esto último es lo que ha ocurrido con el caso de Daniel Sancho. Su imagen ha acabado siendo un meme, un disfraz e incluso ha llegado a tener un club de fans que blanqueaba su imagen. Mientras tanto, la familia de la víctima (Edwin Arrieta) esperaba la sentencia del mediático juicio.
La importancia del enfoque para evitar la revictimización
En España existe la libertad de expresión. Se trata de un derecho fundamental que protege la capacidad de las personas para comunicar ideas, opiniones y creaciones sin temor a represalias del Estado o de otros actores sociales. Desde un punto de vista criminológico, este es un tema complejo. Cuando se trata de la creación artística, musical, literaria y cinematográfica, se producen tensiones entre la defensa de esta libertad y lo moralmente cuestionable. Esto ocurre cuando se usan estas obras para enaltecer el terrorismo o dar voz a criminales, obteniendo beneficio del dolor de las víctimas.
Es evidente que una obra artística basada en un hecho delictivo no pretende tener la cualidad de un ensayo o una investigación criminológica. Estos últimos se basan en la investigación, el análisis y la obtención de conclusiones. Al hablar de creación, ficción y entretenimiento, puede haber una documentación, pero no tienen por qué seguirse reglas estrictas para tratar la realidad. Solo se utiliza información sesgada de hechos acontecidos que sirvan de inspiración.
En la creación artística hay libertad de expresión y no existen límites más allá de los que la propia ley dicta. Y algunos de ellos son: vulneración de derechos de menores, el derecho al honor, la intimidad, la imagen y la protección de las víctimas. En el caso de la novela El odio, se narran ficticiamente las posibles motivaciones del filicida cordobés.
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Sin embargo, no se tiene en cuenta otro punto de vista más que el del condenado. Este último ha proporcionado una serie de declaraciones a través de cartas, con las cuales mantuvo contacto desde la cárcel con el autor del libro.
Debido a esto, Ruth Ortiz ha tratado, por todos los medios legales, paralizar la venta del mismo, ya que con él experimenta una revictimización. Como afirma la criminóloga Victoria Pascual: «El libro permite revivir el caso y darle visibilidad nuevamente. Esto podría contribuir a mantener vivo ese daño y sufrimiento».
Siguiendo con este caso, queda patente que escribir ficción utilizando como única fuente la versión del criminal abre un debate moral y ético importante. Esta versión busca la empatía del lector. Prohibir libros no es algo positivo. Sin embargo, aunque haya precedentes en literatura de novelas de este tipo que sí llegaron a publicarse, como A sangre fría de Truman Capote, es necesario preguntarse si todo vale. Esto, a pesar del sufrimiento que se causa en las víctimas directas e indirectas.
Esta polémica no es nueva y puede trasladarse, por ejemplo, al audiovisual. El true crime es tendencia gracias a su cualidad de blockbuster. Se trata de un producto de entretenimiento hecho a conciencia para provocar el mismo grado de atracción que una película de terror. Esto es también cuestionable, ya que los criminales acaban convirtiéndose en estrellas. Algunos ejemplos de ello son producciones como Narcos, El cuerpo en llamas o El caso Asunta, todas ellas producciones de la plataforma Netflix.
En conclusión, podemos afirmar que el manejo ético de la información utilizada en la creación de una obra artística basada en un crimen puede ayudar a la sociedad a entender un hecho de tal calado y, además, ser un vehículo importante para la prevención primaria. Y a mayor pluralidad de voces dentro del producto de entretenimiento, más enriquecedora será la reflexión por parte del público al que va dirigido.
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