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Neurocriminología: qué es, para qué sirve y los dilemas éticos que plantea

Análisis

Ana Gil
Ana Gil
Criminóloga y Profesora ELE. Máster en Neurocriminología por la Universidad de Valencia, Máster en Perfilación Criminal por la Universidad Internacional Isabel I de Castilla, Máster de Alta Especialización en Psicología Forense y Perfilación Criminal por EICYC, Perito Judicial en Psicología Forense certificado por EICYC, Certificado profesional en Ciberseguridad de Google a través de Coursera, Certificado profesional en Inteligencia Artificial de Google a través de Coursera, Cursando el Grado en Lengua y Literatura en la Universidad de Burgos y el Máster en Ciberdelincuencia en la Universidad Internacional de La Rioja.

La neurocriminología es una de las ramas más innovadoras en el estudio del crimen. Combina conocimientos de neurociencia y criminología para entender cómo funciona el cerebro de quien comete un delito. En este artículo se abordan sus fundamentos, su aplicación práctica y los dilemas éticos que plantea.

La neurocriminología es una disciplina emergente que integra conocimientos de la neurociencia y la criminología. Su objetivo es comprender cómo el cerebro y el sistema nervioso influyen en la conducta violenta o delictiva, sin olvidar tampoco a las víctimas. Esta perspectiva plantea un enfoque más profundo sobre las causas del comportamiento antisocial, alejándose de las visiones simplistas o exclusivamente punitivas.

No se trata solo de saber ‘por qué alguien comete un crimen’. También implica entender qué procesos neurológicos se activan, cómo se forman y qué papel juega el entorno.

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Desde este prisma, la neurocriminología representa una evolución en la manera de abordar el crimen. Es una mirada más empática, más científica y más orientada a la prevención y la intervención personalizada.

De Gall y Lombroso a los laboratorios actuales: el origen de la neurocriminología

Aunque la palabra ‘neurocriminología‘ es relativamente reciente, la búsqueda de respuestas biológicas al crimen tiene siglos de historia. En el siglo XVIII, Franz Joseph Gall desarrolló la frenología, teoría según la cual los rasgos de personalidad podían determinarse por la forma del cráneo. Aunque hoy se considera pseudociencia, Gall introdujo una idea que fue revolucionaria para su época: que ciertas funciones mentales podían localizarse en zonas concretas del cerebro.

Más adelante, el italiano Cesare Lombroso habló de la teoría del ‘criminal nato’. Sostenía que algunas personas nacen con una predisposición biológica hacia el crimen, visible en ciertos rasgos físicos (asimetrías en el rostro, mandíbulas prominentes, orejas grandes, brazos largos, etc.). Estas teorías fueron muy influyentes en la época, aunque más tarde fueron duramente criticadas por su reduccionismo biológico y por el uso de estereotipos racistas o clasistas. Aun así, marcaron el inicio del estudio biológico para comprender el comportamiento delictivo.

Durante el siglo XX, con el auge de la psicología conductista y las ciencias sociales, el interés por las explicaciones biológicas del crimen quedó relegado a un segundo plano. Sin embargo, el desarrollo de tecnologías como la neuroimagen reavivó el interés por estudiar cómo el cerebro influye en el comportamiento criminal.

Actualmente, la neurocriminología utiliza métodos científicos como la resonancia magnética funcional (fMRI) y la tomografía por emisión de positrones (PET) para estudiar la estructura y funcionamiento del cerebro de personas con antecedentes delictivos. 

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Hoy en día, gracias a estas herramientas, se han detectado patrones cerebrales en personas con antecedentes de violencia o delitos graves. Por ejemplo, se ha observado una reducción en la materia gris de la corteza prefrontal —zona clave en la toma de decisiones y el autocontrol— en individuos violentos. Investigadores del Centro Mente, Cerebro y Comportamiento (CIMCYC), en Granada, también han demostrado que el cerebro de los maltratadores reincidentes muestra un patrón funcional distinto al de otros delincuentes.

En el ámbito hispano, destaca la figura del Dr. Luis Moya Albiol, catedrático de Psicobiología en la Universitat de València y director del primer máster en Neurocriminología de España. Además, participa activamente en la divulgación científica, especialmente en su canal de Youtube.

Fundamentos neurobiológicos del comportamiento delictivo

La neurocriminología parte de la idea clave de que el cerebro no es solo una máquina biológica, sino un órgano moldeado por la experiencia. Y en muchos casos, los cerebros de quienes cometen delitos violentos presentan características distintas. Las áreas más relevantes son:

  • Corteza prefrontal: vinculada al control de impulsos, planificación, empatía y juicio moral. Su mal funcionamiento se asocia con comportamientos impulsivos o agresivos.
  • Amígdala: implicada en la gestión emocional, especialmente del miedo y la agresión. Su disfunción puede relacionarse con dificultades para reconocer emociones ajenas, lo que facilita comportamientos antisociales.
  • Cuerpo calloso y sistema límbico: alteraciones en la comunicación entre hemisferios cerebrales o en la regulación emocional también pueden contribuir a una menor inhibición del comportamiento violento.

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Por otro lado, se han estudiado también factores químicos. Bajos niveles de serotonina, por ejemplo, se han asociado a mayor impulsividad y agresividad. Niveles altos de testosterona se han vinculado con una mayor propensión a la conducta dominante o violenta. Incluso hormonas ‘positivas’ como la oxitocina (famosa por su relación con el apego) pueden fomentar actitudes hostiles hacia los que percibimos como fuera del grupo. 

Rasgos cerebrales comunes en asesinos en serie

Algunos estudios sugieren que ciertos asesinos en serie, (como por ejemplo serían Ted Bundy, Jeffrey Dahmer, o John Wayne Gacy, entre otros) presentan patrones cerebrales específicos y similares entre sí, como es una actividad reducida en la corteza prefrontal y una hiperactividad en la amígdala. Estas características podrían influir en una menor capacidad de inhibición y en una mayor respuesta emocional ante ciertos estímulos. 

También se ha propuesto que las alteraciones en la conectividad entre diferentes regiones del cerebro podrían explicar la falta de empatía y el desapego emocional característico de muchos psicópatas. Sin embargo, es importante insistir en que estas diferencias no son determinantes por sí solas, un estudio integral debería hacerse desde el modelo biopsicosocial, teniendo en cuenta el contexto, el entorno, la historia personal y los factores sociales. 

El enfoque biopsicosocial: más allá del cerebro

Para comprender de forma más completa el origen de las conductas delictivas, muchos expertos proponen un enfoque biopsicosocial. Este modelo sostiene que el comportamiento humano es el resultado de la interacción entre:

  • Factores biológicos (neurotransmisores, genética, lesiones cerebrales, etc.)
  • Factores psicológicos (emociones, trauma, apego, trastornos, etc.)
  • Factores sociales (entorno familiar, pobreza, violencia estructural, educación, exclusión social, etc.)

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Este modelo integrador permite evitar el reduccionismo biológico, y a comprender que, aunque existan predisposiciones cerebrales, el contexto y la experiencia son determinantes.

Aplicaciones de la neurocriminología en la vida real

La neurocriminología tiene aplicaciones prácticas en diversos ámbitos:

  1. Evaluación del riesgo de reincidencia: los estudios neurobiológicos pueden ayudar a identificar perfiles con mayor riesgo de reincidencia.
  2. Rehabilitación personalizada: diseño de programas adaptados a las necesidades neuropsicológicas del individuo, haciendo más efectivos los programas de reinserción.
  3. Informes forenses: integración de datos neurocientíficos en la valoración de imputabilidad o riesgo.
  4. Prevención y detección temprana: identificación de factores de riesgo neurobiológico en menores o adolescentes en entornos conflictivos o de alta vulnerabilidad.
  5. Formación de profesionales: desarrollo de programas educativos que incluyan conocimientos de neurociencia para jueces, policías, trabajadores sociales y terapeutas.
  6. Atención a víctimas: comprender el trauma desde la neurociencia permite diseñar terapias más adecuadas y empáticas

Dilemas éticos y sociales a los que se enfrenta

El avance de la neurocriminología también plantea retos:

  • Determinismo biológico: atribuir la responsabilidad exclusivamente al cerebro hace plantearnos si realmente existe el libre albedrio o si nacemos sentenciados biológicamente.
  • Estigmatización: el uso indebido de perfiles neurobiológicos podría derivar en discriminación al ser usado para predecir posibles conductas. Por ejemplo, en un futuro distópico, hacer pruebas de neuroimagen en entrevistas de trabajo para saber si serás conflictivo en el futuro o no.
  • Privacidad: la recopilación de datos cerebrales plantea dilemas sobre el consentimiento y la confidencialidad. En el ejemplo anterior, ¿tendrían derecho a pedirnos que nos sometamos a una prueba de neuroimagen para acceder a un puesto de trabajo?
  • Judiciales: ¿Deberíamos aplicar penas distintas a personas con ciertas condiciones neurológicas? ¿Y si un escáner cerebral se convierte en “prueba” de culpabilidad?

Futuro de la neurocriminología

En los próximos años, se espera que la neurocriminología se expanda gracias al desarrollo de tecnologías como la inteligencia artificial aplicada al análisis de neuroimágenes, la neurogenética o la neuromodulación cerebral no invasiva.

También se prevé un aumento en la cooperación internacional entre laboratorios de neurociencia y facultades de derecho. El objetivo es generar políticas públicas más adaptadas a la evidencia científica.

El reto será integrar todos estos avances sin caer en el reduccionismo. La neurocriminología debe enriquecer la comprensión del crimen, no reemplazar otras formas de análisis. Lo más esperanzador es que permite diseñar respuestas más humanas, más empáticas, y mejor adaptadas a cada individuo. Eso sí, siempre desde un prisma biopsicosocial, porque nuestro comportamiento no está exclusivamente dirigido por la biología, la psicología o el entorno, es la suma de todos la que crea la complejidad del comportamiento humano.


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