La batalla arancelaria mundial compromete la lucha contra el cambio climático y retrasa la descarbonización. En este análisis se expone por qué el proteccionismo económico colisiona frontalmente con la urgencia climática y cómo impacta en las tecnologías verdes.
La transición energética mundial enfrenta un obstáculo inesperado: la guerra comercial desatada por la administración Trump. Los aranceles base del 10% a todas las importaciones, sumados a gravámenes adicionales que incrementan las tarifas para productos chinos, han creado un choque entre el proteccionismo económico y los objetivos climáticos internacionales. Este enfrentamiento surge precisamente cuando el mundo intentaba acelerar la descarbonización tras varios años consecutivos de temperaturas récord y fenómenos climáticos extremos que habían causado daños económicos millonarios.
El encarecimiento de tecnologías limpias esenciales para la transición energética representa un duro golpe para los objetivos del Acuerdo de París. Según estimaciones, los nuevos aranceles podrían incrementar entre un 20% y un 35% el coste de implementación de tecnologías renovables en Estados Unidos, algo que se extendería también en otros países. Esto provocaría un retraso de proyectos ya planificados y elevaría los precios para los consumidores y empresas. Además, esta barrera artificial aparece justamente cuando la igualdad de costes con los combustibles fósiles comenzaba a consolidarse, lo que amenaza con revertir años de progreso en la reducción de costes de tecnologías limpias que habían caído aproximadamente un 85% en la última década.
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Por tanto, el mundo enfrenta ahora un dilema fundamental: proteger las economías nacionales usando barreras comerciales o mantener la cooperación mundial para combatir el cambio climático. Fatih Birol, director ejecutivo de la Agencia Internacional de Energía, ya advirtió que «no podemos construir una economía verde sin comercio verde». Sin embargo, los países se encuentran atrapados entre las presiones políticas nacionales para proteger los empleos industriales y mantener los compromisos climáticos internacionales que requieren una adopción masiva y rápida de las tecnologías limpias. Esta tensión se manifiesta de manera especialmente fuerte en la relación entre Estados Unidos y China, respectivamente el mayor consumidor energético histórico y el mayor emisor actual de gases de efecto invernadero.
La paradoja china: cuando los aranceles contradicen la lógica climática
China representa hoy la mayor paradoja en la transición energética: es simultáneamente el mayor emisor mundial de gases de efecto invernadero y el principal fabricante de tecnologías limpias. El país produce aproximadamente el 80% de los paneles solares, el 70% de las baterías de iones de litio y el 60% de los vehículos eléctricos del planeta. Esta posición dominante es el resultado de décadas de masivas inversiones estatales planificadas, economías de escala y desarrollo acelerado de cadenas de suministro integradas. Por ello, penalizar estos productos con aranceles punitivos crea una situación contradictoria, ya que encarece precisamente las tecnologías necesarias para reducir las emisiones mundiales mientras beneficia indirectamente a las industrias más contaminantes.
Además, los aranceles sobre los productos verdes chinos producen un efecto rebote sorprendente. Al aumentar los precios de alternativas limpias, extienden artificialmente la vida útil de infraestructuras contaminantes existentes. Por ejemplo, los proyectos cancelados de energía solar en Estados Unidos están reemplazándose por generación de electricidad usando gas natural. Según diferentes estimaciones, por cada gigavatio de energía renovable retrasado debido a aranceles, se emiten varios cientos de miles de toneladas adicionales de CO₂ anualmente. Irónicamente, mientras algunos países buscan proteger su seguridad nacional mediante aranceles, los países importadores están socavando su seguridad climática a largo plazo.
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La respuesta china a los aranceles agrava aún más esta paradoja. Ante las barreras comerciales en los mercados occidentales, los fabricantes chinos de tecnologías limpias están reorientando su capacidad productiva hacia su mercado interno y otros países emergentes. Como resultado, mientras Estados Unidos y Europa pagan precios elevados por componentes verdes, China acelera su propia transición energética con productos a precios subvencionados.
Por ejemplificar, en 2024, aproximadamente el 50% de los vehículos vendidos en China tenían algún tipo de electrificación, lo que supuso un aumento del 40% con respecto a 2023. En Estados Unidos, los vehículos eléctricos representaron exactamente el 8,1% del total de ventas de automóviles nuevos durante 2024, un incremento del 7,3% respecto a 2023, muy lejos del gigante asiático. Además, China está aumentando sus exportaciones de carbón, acero y cemento producidos con energía fósil, materiales que ahora resultan más competitivos internacionalmente gracias a la disminución artificial de la competencia de alternativas limpias.
Reconfiguración de las cadenas de valor: búsqueda de nuevos horizontes
La guerra arancelaria está provocando una reconfiguración acelerada pero caótica de las cadenas de valor en tecnologías limpias. Fabricantes multinacionales implementan estrategias «China+1» o «friendshoring», estableciendo la capacidad productiva adicional en países estratégicamente ubicados para así evitar aranceles. México emerge como principal beneficiario para el mercado norteamericano. India, Tailandia, Indonesia y algunos territorios más también se usan para sortear restricciones comerciales.
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Sin embargo, esta reubicación enfrenta grandes obstáculos. El primero, que también tienen aranceles por parte de un Trump que busca que las empresas vayan a Estados Unidos para reindustrializar el país. Además, el desarrollo de estas nuevas capacidades productivas requiere de más tiempo. Debido a ello, se crea un vacío temporal que retrasa la adopción de tecnologías limpias. Asimismo, los nuevos centros de producción carecen inicialmente de las economías de escala y de ecosistemas de proveedores desarrollados durante décadas en China. Todo esto podría aumentar los costes de producción en estas nuevas ubicaciones, diferencia que se traslada al consumidor final. Especialmente compleja resulta la situación también para las tecnologías que requieren de materias primas de disponibilidad limitada, como las baterías, donde China controla el 80% del procesamiento global de minerales críticos.
Vietnam, India y México lideran la formación de nuevos polos de producción limpia, pero con una especialización diferenciada. Vietnam ha capturado buena parte de la producción de componentes solares de menor valor añadido, mientras India apuesta por convertirse en hub integral de energía renovable mediante su programa «Make in India». México, aprovechando las ventajas del T-MEC, se está posicionando como centro de ensamblaje final para tecnologías verdes destinadas al mercado norteamericano. No obstante, estos cambios añaden grandes dificultades logísticas y una fragmentación a las cadenas de suministro previamente optimizadas, lo que provoca un aumento estimado de entre el 12-18% en la huella de carbono asociada al transporte y distribución de componentes entre múltiples localizaciones productivas.
Escenarios climáticos: el precio del proteccionismo
Las proyecciones climáticas reflejan el impacto potencial de la guerra comercial en los objetivos de descarbonización global. Según diferentes análisis, el encarecimiento y el retraso en la implementación de tecnologías limpias podría añadir entre 0,1 °C y 0,3 °C al calentamiento mundial proyectado para 2100. Esta cifra aparentemente baja representa en realidad una diferencia crítica, especialmente considerando que el mundo ya ha superado 1,2 °C de calentamiento respecto a niveles preindustriales y se acerca peligrosamente al umbral de 1,5 °C establecido como límite seguro por algunos sectores científicos.
En el escenario más optimista, donde la guerra arancelaria remite en los próximos 12-18 meses (algo poco probable) el impacto principal sería un retraso de aproximadamente 3-5 años en alcanzar los objetivos de descarbonización. Este aplazamiento tendría consecuencias pero aún controlables. Aún así, requeriría posteriormente un ritmo acelerado de implementación y mayores inversiones para compensar el tiempo perdido. Sin embargo, en un escenario de tensiones comerciales que se alargan durante una década o más, las consecuencias serían bastante más graves. En esta situación, la transición energética podría fragmentarse en bloques regionales con estándares incompatibles, tecnologías separadas y costes altos debido a la duplicación de esfuerzos en investigación y desarrollo provocado por la multipolaridad mundial.
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El escenario intermedio, considerado más probable por diferentes analistas, proyecta una guerra comercial selectiva, pero persistente, que afecta principalmente a las tecnologías más avanzadas. En este caso, la transición energética progresaría a velocidades diferentes según sectores y regiones. Mientras algunas tecnologías maduras (como la energía solar fotovoltaica) superarían eventualmente las barreras arancelarias gracias a su competitividad inherente, otras innovaciones críticas (como el almacenamiento avanzado de energía, el hidrógeno verde o la captura de carbono) enfrentarían grandes retrasos. Este desarrollo asimétrico complicaría enormemente la integración de sistemas energéticos limpios y limitaría el potencial de la descarbonización total en sectores industriales intensivos en energía como el acero, el cemento y la química pesada. Como resultado, la ventana de oportunidad para limitar el calentamiento global a 2°C se estaría cerrando rápidamente y las consecuencias podrían ser irreversibles para algunos ecosistemas vulnerables.
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