El futuro del orden mundial enfrenta importantes desafíos en un escenario cada vez más multipolar. Miquel Ribas, alumni del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico y del Curso de Experto en China de LISA Institute, publica el sexto artículo del Especial «¿De quién será el siglo XXI?» donde analiza las fortalezas, limitaciones y retos de potencias como el Reino Unido, Japón, India y el bloque BRICS+ para consolidar su papel en un nuevo equilibrio global en el siglo XXI.
Hasta ahora se han analizado las capacidades y factores de las cuatro principales grandes potencias que pueden influir en su papel en el siglo XXI, a fin de determinar quién dominará el nuevo orden, a la luz de los síntomas de una transición y agotamiento del nuevo orden mundial surgido tras la implosión de la Unión Soviética y el fin del marxismo.
Sin embargo, aunque estas cuatro grandes potencias analizadas hasta ahora parecen ser las más relevantes en la lucha por el liderazgo mundial, es crucial considerar la importancia de otras potencias y actores. Una característica que probablemente marcará el siglo XXI es la participación destacada de pequeñas y medianas potencias (Minor and Middle Powers en inglés).
Reino Unido: una potencia subordinada a Estados Unidos
El Reino Unido no tiene capacidad por sí mismo de representar una alternativa a Washington, Pekín o Bruselas. Londres presenta vulnerabilidades significativas, las cuales se han agravado con el Brexit.
El Imperio Británico, pese a ser considerado la gran potencia mundial y el gendarme mundial tras las guerras napoleónicas hasta la Segunda Guerra Mundial, hoy no tiene capacidad para desempeñar ese papel. Al fin y al cabo, como decía Eric Hobsbawm, a diferencia de EE. UU., el Reino Unido dependía en gran medida de sus colonias y del comercio entre ellas, ya que en un Estado de unos 243.610 km² no tenía capacidad para ser autosuficiente.
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Este hecho lo hizo dependiente de las rutas comerciales con sus colonias en África y el Raj británico. Asimismo, el Imperio Británico en su apogeo tenía la moneda más poderosa del mundo (la libra esterlina) y el control de los mares, el comercio mundial y el control de los cuellos de botella. Hoy, esas fuentes de poder que una vez tuvo el Imperio Británico están bajo el control de Estados Unidos y la libra ha perdido fuerza frente a otras monedas, como el dólar o el euro.
De igual modo, el Reino Unido ha seguido una tendencia similar a la de Estados Unidos y el discurso trumpista basado en la recuperación de la soberanía. Si en el caso de Estados Unidos se hablaba de la decepción de las clases populares u obreras del cinturón del óxido, que se habían visto afectadas por el proceso de deslocalización. En el caso británico existe una tendencia similar con el llamado cinturón industrial de las zonas de Manchester y Liverpool, las cuales siendo la cuna de la Revolución Industrial hoy en día, muchos complejos fabriles ya no funcionan desindustrializándose a partir de los años 70.
Se ha creado una economía interna basada en un centro económico/financiero muy potente (el Gran Londres), aunque desigual, frente a una periferia dependiente y más atrasada. Esto explica la razón por la que los conservadores británicos obtuvieron un apoyo significativo para su campaña del Brexit en estas regiones mayoritariamente obreras.
A nivel interno, el país se encuentra polarizado, reflejo del referéndum del Brexit. Además, persisten tensiones entre las naciones que integran el Reino Unido. Por ejemplo, Escocia impulsa su independencia, mientras que en el Úlster de Irlanda del Norte, el Sinn Féin, partido heredero del IRA (Ejército Republicano Irlandés), obtuvo una victoria electoral sobre el Partido Unionista Democrático.
Desde su salida de la Unión Europea, los británicos han buscado fortalecer sus vínculos con la Mancomunidad de Naciones y Estados Unidos. Aunque aparentan mantener influencia global, también participan en iniciativas clave con países de Asia. Entre ellas destaca la alianza estratégica AUKUS con Australia y Estados Unidos, enfocada en compartir tecnología militar avanzada con Australia para contrarrestar amenazas en el Pacífico, principalmente de China, aunque no se menciona explícitamente.
Asimismo, participan en la alianza de inteligencia de los Cinco Ojos, cuyo principal objetivo es la cooperación en inteligencia, una colaboración que, en cierto modo, ya funcionaba durante la Guerra Fría.
De la misma manera, el Reino Unido aún es una gran potencia en términos de potencia cultural y diplomática (es decir, poder blando). Según el Global Soft Power Index, indicador de referencia para medir el poder blando de cada potencia, el Reino Unido se encontraba en segundo lugar, únicamente superado por Estados Unidos.
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Además, el Reino Unido mantiene bases militares en 42 países y conserva territorios británicos de ultramar. Posee unas 225 ojivas nucleares y cuenta con servicios de inteligencia destacados, como el MI6 y el MI5. También dispone del sexto ejército más poderoso, según el Global Firepower Index, y mantiene un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Sin embargo, a pesar de estas fortalezas, todo parece indicar que en este nuevo orden, Londres va a actuar como socio menor de Washington, apoyando las iniciativas que Washington quiera llevar a cabo para contrarrestar la influencia de China. En cierto modo, algunos políticos ya vieron esta tendencia de Londres como el socio menor de Washington.
Charles De Gaulle vetó, en 1963, el acceso del Reino Unido a la Comunidad Económica Europea, augurando que era el caballo de Troya de Estados Unidos. Por otra parte, Arno J. Mayer., en el contexto de la Segunda guerra del Golfo, describió a los británicos no tanto como un Estado europeo sino por el 51º estado de la Unión Norteamericana.
Japón: el ocaso de una potencia del Sol naciente
A pesar de convertirse en la segunda economía mundial a principios de los años noventa y de las expectativas generadas sobre un posible sorpasso a la economía estadounidense, Japón mostró un dinamismo destacado desde el fin de la guerra de Corea. Esto se reflejaba en sus superávits comerciales permanentes y en la capacidad del Banco de Japón para mantener un yen bajo, lo que apuntaba a posibilidades reales de que pudiera llegar a ser la primera economía mundial, desplazando a Estados Unidos.
No obstante, la respuesta de la administración Reagan, con el inicio de una guerra comercial contra Tokio, marcó el comienzo del declive económico de Japón, dando paso a un período que se extiende ya por más de treinta años. Este período es conocido como «las tres décadas perdidas». Durante estos años, el crecimiento económico ha sido anémico, con episodios de recesión o crecimiento negativo. Recientemente, Japón perdió su posición como tercera potencia económica mundial, siendo superado por Alemania.
Del mismo modo, se han intentado aplicar enfoques económicos desde distintas perspectivas. El primer ministro Koizumi impulsó reformas neoliberales. Su sucesor, Shinzo Abe, promovió el programa Abenomics para inyectar estímulos y fomentar la recuperación económica. Sin embargo, los resultados fueron limitados. Más recientemente, Fumio Kishida propuso el «nuevo capitalismo», centrado en recuperar el poder adquisitivo mediante una mejor redistribución de la riqueza. Tampoco ha logrado los resultados esperados.
Además, Japón enfrenta el desafío de aumentar la fuerza laboral nacional. Esto busca compensar la caída en la natalidad y el envejecimiento progresivo de la población. Se prevé que esta reducción sea la más alta entre los países desarrollados. Según el Ministerio de Sanidad japonés, para 2050, la población mayor de 65 años alcanzará el 40%. Este cambio amenaza el sistema de pensiones y la sostenibilidad del sistema de protección social. También afecta la fuerza de trabajo nacional debido a la baja natalidad.
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El gasto en seguridad social y estado de bienestar sigue creciendo. Sin embargo, no podrá financiarse con crecimiento económico, sino con deuda pública. En Japón, esta deuda ya supera el 266% de su PIB. Además, el modelo exportador muestra signos de agotamiento. Los dirigentes no han logrado adaptar la economía a la nueva realidad internacional. En este contexto, los conglomerados industriales japoneses (keiretsu y zaibatsu) pierden competitividad frente a empresas chinas y surcoreanas.
Por otro lado, Tokio se comprometió en su nueva Estrategia de Seguridad Nacional de 2022 a duplicar el gasto militar y desarrollar capacidades ofensivas. Esto requerirá recortes en otras partidas del presupuesto público, considerando las débiles perspectivas de crecimiento y las limitaciones impuestas por la deuda.
Japón sigue siendo un gigante en poder blando gracias al Cool Japan, el cosplay, los mangas, el anime y el J-pop. Sin embargo, su influencia cultural está perdiendo terreno. La ola coreana (Hallyu), con el K-pop, el cine coreano (como Parásitos) y series como El juego del calamar, ha ganado popularidad global. Además, industrias tecnológicas de Corea del Sur, como Samsung, KIA, Hyundai y LG, y sus productos de belleza, también están desplazando la influencia japonesa. Por su parte, China avanza significativamente en fortalecer su poder blando.
Japón enfrenta, además, restricciones constitucionales que limitan su papel internacional. Estas obligan al país a comportarse como una potencia pacifista, sin capacidad de intervención militar. Aunque el gobierno busca cambiar estas restricciones, la mayoría de la población prefiere mantener las limitaciones actuales, que restringen las operaciones de las Fuerzas Armadas de Autodefensa fuera de sus fronteras.
A pesar de ello, el gobierno japonés apuesta por un cambio en su modelo de defensa. Ha aprobado aumentos récord en el presupuesto militar y reforzado su cooperación en seguridad con Estados Unidos frente a amenazas como China y Corea del Norte. Esto marca un alejamiento de la doctrina Yoshida, que fue clave para el crecimiento económico tras la Segunda Guerra Mundial.
India: el país del eterno despegue económico
A priori, parece que la potencia mejor posicionada para hacer frente a las dos grandes superpotencias del siglo XXI parece ser la India. Tiene todo un conjunto de argumentos potentes para ello, como el hecho de la mayor demografía a nivel mundial, superando a China y con una población relativamente joven, con una edad media de 28 años.
India es una potencia con armamento nuclear y un ejército en proceso de rearme. Su objetivo es consolidarse como un actor clave en el Indo-Pacífico. Además, está desarrollando una sólida industria de exportación de servicios, especialmente en tecnología de la información y comunicación, lo que demuestra su talento interno.
En el ámbito espacial, India logró recientemente un hito significativo. Con Chandrayaan-3, se convirtió en el cuarto país en llegar a la Luna y el primero en aterrizar en el polo sur lunar. India también tiene un poder blando notable. Destaca su industria cinematográfica, representada por Bollywood y Tollywood, y su influencia espiritual a través del yoga. Según el primer ministro Modi, el siglo XXI será «el siglo de la India».
A lo largo de los últimos años, principalmente, con la llegada de Modi al poder, India ha desplegado una política exterior con múltiples vectores buscando consolidar influencia en el mundo donde sus desafíos internos la impulsan a integrar su economía con el resto del continente. Entre ellas, se pueden mencionar la Iniciativa del Golfo de Bengala para la Cooperación Multisectorial Técnica y Económica, o la estrechez de los vínculos del país con la región del este de África.
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Modi ha introducido la política de «Act to the East», la cual persigue perseguir el crecimiento económico y una política exterior más ambiciosa conducirá a un mayor enfoque hacia el este. También ha desplegado la campaña «Make in India» (hecho en India) para facilitar la inversión, fomentar la innovación, mejorar el desarrollo de habilidades, proteger la propiedad intelectual y construir la mejor infraestructura de fabricación de su clase.
No obstante, a pesar de estas fortalezas, la India aún presenta debilidades sustanciales que hacen dudar de su capacidad para disputar la hegemonía a Pekín o a Washington (al menos en el corto y en el medio plazo). Piénsese que, en 1990 India y China estaban prácticamente igualados en tanto en cuanto a volumen de PIB se refiere. Hoy, 40 años después, el PIB chino es cinco veces superior al PIB hindú y en el caso del PIB per cápita el hindú es seis veces menor al chino.
Del mismo modo, internamente el país se enfrenta a desafíos sustanciales como una mano de obra con un reducido grado de especialización vinculada a empleos de baja productividad, junto con una estructura empresarial basada en una dimensión empresarial reducida e informal. Además, existe una dualidad entre el campo y la ciudad y el acrecentamiento de las desigualdades entre ciudadanos, así como entre Estados. En 2015, los Estados de Maharashtra y Delhi concentraban más del 50% de la Inversión Extranjera Directa del país, y los seis principales más del 61%.
El país enfrenta un nivel significativo de corrupción. Según el Corruption Perception Index, ocupa el puesto 93 de 180 países. A esto se suman tensiones internas entre distintas etnias, principalmente entre hindúes y musulmanes. También influye el sistema de castas hindú, que justifica la desigualdad social. A pesar de los intentos de reforma, este sistema sigue profundamente arraigado en la sociedad. Estos factores pueden frenar el desarrollo económico. Además, la burocracia interesada a menudo dificulta el comercio interno.
India es aún considerada como un país en vías de desarrollo. Aunque está registrando crecimiento significativo, hay que destacar, del mismo modo, que el país demanda elevados niveles de crecimiento para poder absorber la masa de trabajadores jóvenes que se incorporan al mercado laboral. En este contexto se busca la promoción, un modelo económico orientado a la creación de una industria manufacturera potente. Por otro lado, hay diferencias significativas entre los distintos Estados del país, principalmente entre un sur más desarrollado en términos de IDH, frente a un norte más atrasado.
A lo largo de los últimos años han aparecido formaciones o movimientos separatistas que amenazan la estabilidad interna de la India, como el movimiento sij del Khalistan. Además, los sucesivos gobiernos ultranacionalistas hinduistas del BJP de Modi han asumido los principios de la hindutva. Una decisión que está representado el peligro de construir una etnocracia basada en la construcción de una identidad religiosa de los hindús, en perjuicio de la articulación de una identidad política basada en las ideas de «democracia, secularismo y socialismo» de Jawaharlal Nehru.
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Todos estos hechos demuestran que India aún no está preparada para desafiar la hegemonía de Washington. Al menos a corto plazo, esto parece poco probable, ya que primero debe resolver sus problemas internos. Es probable que, a lo largo del siglo XXI, India dé prioridad a la diplomacia económica, acompañada de tres objetivos principales:
- La consolidación de relaciones con sus vecinos del subcontinente para promocionar su proyección más allá de Asia.
- Una asociación más estrecha con Estados Unidos, Japón, Australia o Vietnam para desarrollar capacidades económicas y tecnológicas que puedan contrarrestar la creciente asertividad de Pekín.
- Equilibrar la inevitable competencia geopolítica con Pekín.
El papel de India en el siglo XXI dependerá de varios factores. Principalmente, de cómo gestione sus numerosos y graves problemas internos. También será clave su estrategia de política exterior. India deberá aprovechar su posición geoestratégica como la principal potencia capaz de equilibrar la creciente rivalidad entre China y Estados Unidos.
El G7, los BRICS y las potencias medias: relevantes en el orden regional, pero no en el mundial
Los miembros del G7 enfrentan desafíos internos sustanciales. Una parte significativa de sus poblaciones está descontenta con los resultados del neoliberalismo. En respuesta, muchos buscan soluciones en políticas económicas basadas en el proteccionismo y el nacionalismo. Ejemplos de esto son la victoria de Trump en Estados Unidos, el Brexit y el ascenso de movimientos de ultraderecha en Europa. Estos movimientos defienden el modelo de Estado-nación y adoptan posturas críticas contra la globalización y el libre comercio.
Los BRICS +, aunque parece que es un grupo que está emergiendo y que cada vez está ganando terreno en cuanto a su peso en la economía global y población, parece ser la organización que pueda disputar en un futuro la hegemonía al G7. Aunque, pudiese parecer que los BRICS+ quieren recuperar la idea del presidente iraní, Jatami de la iniciativa del Diálogo entre Civilizaciones, buscando romper con la idea del Choque de civilizaciones, hay algunos elementos que dificultan identificar el rumbo de los BRICS+ y su cohesión.
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Por un lado, todos sus miembros comparten la apuesta por un mundo multipolar más acorde con su peso económico y demográfico. Consideran que el modelo económico impuesto por Occidente es incapaz de responder a las necesidades de desarrollo y a los grandes retos globales.
Apoyan la creación de nuevas instituciones para desacoplarse de las estructuras occidentales. Estas buscan promover un modelo basado en el principio win-win, motivado por la oposición a la arrogancia de Occidente y su mentalidad colonial hacia estos Estados. Esto se alinea con la advertencia de Churchill tras la Segunda Guerra Mundial sobre el riesgo de dejar el mundo en manos de las naciones pobres.
En este contexto, se han logrado grandes progresos. El Fondo Monetario Internacional reconoció recientemente que el bloque supera al G7 en cuatro áreas clave. Además, destacó que la brecha entre el bloque occidental y el sur global se está reduciendo. Sin embargo, pese a este objetivo común, existen contradicciones y rivalidades significativas entre los miembros. Estas tensiones pueden aumentar con el tiempo.
China e India son interdependientes económicamente para su crecimiento, pero en política exterior tienen visiones opuestas. Desde la llegada de Modi, Nueva Delhi ha fortalecido relaciones con Washington, Tokio, Seúl y Canberra, todos competidores directos de Pekín.
La historia también pesa en Asia. India recuerda la derrota en la guerra sino-india de 1962. Por su parte, China desconfía del apoyo de Nueva Delhi al dalái lama, quien recibe asilo político en India junto con la Administración Central Tibetana. Esto se suma a disputas fronterizas como la línea McMahon y los incidentes recurrentes en el Himalaya.
De la misma manera, la integración de Irán, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos puede generar nuevas fricciones. Estas surgen de la rivalidad entre potencias por la influencia regional en Oriente Medio. También influyen las tensiones entre las monarquías sunitas y el régimen de los ayatolás, agravadas por los conflictos proxy que mantienen en terceros Estados como Yemen, Irak o, más recientemente, Siria.
En el caso de Egipto y Etiopía, las tensiones también han sido significativas. El Cairo y Adís Abeba estuvieron cerca de un conflicto militar por la construcción de la Gran Presa del Renacimiento. Esta obra, impulsada por Etiopía, fue calificada como «un riesgo existencial» por el presidente egipcio, Abdel Fatah Al Sisi.
Finalmente, aunque han emergido potencias medias a lo largo del siglo XXI, es poco probable que influyan a nivel global, aunque no a nivel regional. Ejemplos de estas potencias son Brasil, Turquía, Israel e Indonesia. Son potencias que tienen un peso importante a nivel regional, pero que no cuentan (aún) con la capacidad para proyectar su influencia a nivel global. No obstante sí que pueden tener una gran importancia en el futuro ya que, potencialmente, pueden ser aquellas potencias que determinen qué eje de poder puede imponerse si el eje occidental o el eje liderado por Rusia y China en oposición al orden mundial liberal.
Sin embargo, el ascenso de los BRICS+ confirma un cambio en el centro del eje económico y comercial mundial. Asia se está consolidando como el principal centro económico. Esto se refleja en el crecimiento de la clase media en la región, pese a que muchos países tienen un PIB per cápita inferior al del mundo occidental. La clase media asiática está siendo el motor principal del desarrollo económico.
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