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¿De quién será el siglo XXI? El liderazgo en juego: China, ¿una superpotencia sobreestimada?

Análisis

Miquel Ribas Lladó
Miquel Ribas Lladó
Grado en Relaciones Internacionales (Collegium Civitas, Varsovia) y Máster en Estudios Globales de Asia Oriental (UAB, Barcelona). Tiene experiencia como investigador en la Fundación Instituto Confucio (Barcelona) y en el Instituto de Investigación Sociopolítica de la Academia de Ciencias de Rusia (Moscú). Alumno certificado del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico y del Curso de Experto en China de LISA Institute.

La pugna por el liderazgo global en el siglo XXI enfrenta a las grandes potencias en un escenario de rivalidades estructurales y desafíos compartidos. Miquel Ribas, alumno del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico y del Curso de Experto en China de LISA Institute, publica el segundo artículo del Especial «¿De quién será el siglo XXI?», centrado en analizar el papel de China en esta lucha por definir las reglas del orden mundial.

Napoleón Bonaparte se refería a China como un león dormido que al despertarse dominaría el mundo. Probablemente, el siglo de las humillaciones que China sufrió por parte de potencias coloniales/imperiales podría hacer pensar que la afirmación del militar francés era exagerada. Sin embargo, en el contexto actual, la situación ha cambiado radicalmente.

El maoísmo, a pesar de sus altibajos, logró estabilizar la nación y asentar las bases para su desarrollo futuro. Deng Xiaoping, basándose en un enfoque pragmático orientado hacia una reforma y una flexibilización económica, pilotó la transición del sistema de planificación maoísta hacia un sistema (socialista) de mercado. Este conjunto de reformas que China ha experimentado desde la muerte de Mao han logrado convertirla en la segunda potencia económica mundial y la única con capacidad para disputar el liderazgo mundial a Estados Unidos.

La llegada de Xi Jinping al poder se ha caracterizado por el abandono de una política exterior de perfil bajo característica de la época de Deng. Los objetivos del presidente actual buscan consolidar esta tendencia bajo la premisa de construir una sociedad que moderadamente acomodada para 2035 y recuperar el estatus de gran potencia para 2049. Sin embargo, el papel de China merece ser analizado más en profundidad, puesto que existen algunos vectores internos que pueden limitar su crecimiento y ascenso. 

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China vs. URSS: crecimiento a través de la integración en la economía mundial contra aislacionismo

El ascenso chino desde la llegada al poder de Deng Xiaoping, en 1978, ha significado la consolidación de una potencia capaz de disputarle la hegemonía (económica, al menos) a Estados Unidos. Deng agregó que el siglo XXI ya no sería ni americano ni europeo sino asiático. Ciertamente, el dinamismo de la economía china y su crecimiento parece haber dado la razón. Entre los logros principales del Partido Comunista Chino (PCCh) se encuentra el registro de crecimiento económico de aproximadamente dos dígitos prácticamente ininterrumpido desde 1990 y el haber sido capaz de sacar a más de 800 millones de chinos de la pobreza absoluta.

China, sin embargo, no es la extinta Unión Soviética. La URSS sustentó su crecimiento económico en una situación de aislamiento, pues nunca se integró plenamente en el sistema económico mundial. El ascenso de la URSS tuvo lugar en una situación de autarquía, en el marco de la construcción del socialismo en un solo país, cuando era considerado un Estado paria. A lo largo de la Guerra Fría de la URSS, no estaba integrada en las cadenas de valor de la economía global en la que predominaban claramente las compañías estadounidenses. China, por su parte, ha devenido el actor más beneficiado por la globalización. 

El modelo de crecimiento chino se basó en aprovechar la liberalización del comercio y de la deslocalización de la actividad económica a terceros países (producción, inversión y capital) para captar inversión occidental ofreciendo su principal activo económico: su inmensa mano de obra barata, pero eficiente. Esta situación permitió a China reorientar su actividad económica basada en la exportación de manufacturas beneficiándose de todo un conjunto de ventajas tanto a nivel externo y el acceso a la cláusula de nación más favorecida, como interno a través del desarrollo de las Zonas Económicas Especiales.

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De una economía exportadora manufacturera a líder en sectores tecnológicos vinculados a la cuarta y quinta Revolución Industrial

No obstante, en los últimos años, los dirigentes chinos han cambiado el enfoque apostando por una modernización de su tejido productivo. El PCCh ya no busca solamente la producción de manufacturas de bajo valor, sino que ha orientado la producción hacia bienes vinculados con las nuevas revoluciones industriales. 

Desde el Zhongnanhai (sede del Gobierno chino, equivalente a la Casa Blanca o el Kremlin) se es consciente que el ensimismamiento de la burocracia imperial china en el sistema sino-céntrico les alejó de una realidad internacional que se estaba globalizando que causaron que Pekín no se percatase de los cambios que tenían lugar a nivel global. El PCCh ha aprendido, igualmente, de los fallos que llevaron a la implosión de la URSS. En este caso concreto, Pekín entiende que el error de Moscú fue asumir que disponer de una mano de obra formada para los avances tecnológicos era suficiente para la mejora de la productividad. Sin embargo, este factor carece de relevancia si no se dispone del acceso a la tecnología.

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Xi busca enmendar estos errores rompiendo con el modelo de crecimiento que ha imperado hasta su llegada, el cual se basaba en inversión pública y exportaciones y que muestra síntomas claros de agotamiento, reemplazándolo por el modelo de crecimiento basado en «generar valor añadido con innovación». Para ello, el PCCh ha dado impulso al desarrollo del sistema productivo chino de sectores económicos vinculados con la 4ª y la 5ª Revolución Industrial. Entre estos están la robótica, la inteligencia artificial, semiconductores o nanotecnología, impulsados a través de la iniciativa «Made in China 2025».

Esto explica la apuesta formativa por las llamadas STEM (acrónimo en inglés de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) en las cuales China, en algunos campos, como la computación cuántica o el desarrollo del 5G, ya lleva la delantera sobre Estados Unidos. Además, en los últimos años se han llevado a cabo avances significativos en la industria aeroespacial en los cuales China ha demostrado una clara capacidad innovadora e independencia para conseguir sus objetivos tecnológicos.

A lo largo del mandato de Xi Jinping, China ha obtenido éxitos significativos en todos estos campos. Se ha convertido en líder de la producción de baterías eléctricas y la producción de coches eléctricos. Del mismo modo, se ha avanzado mucho en el área de las telecomunicaciones donde, la popularidad de marcas chinas como Xiaomi, Huawei u Oppo es cada vez más potente con un nivel de popularidad y familiaridad casi el equivalente a aquellos de sus competidores estadounidenses. Igualmente, dispone de empresas competitivas en áreas vinculadas al comercio electrónico como Tencent. Este contexto ha creado un entorno empresarial emprendedor que hace que China haya devenido el segundo país con mayor número de multimillonarios del mundo.

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También se ha mostrado como uno de los países más competitivos en el desarrollo de energías limpias en el marco de la transición ecológica adoptando un compromiso para alcanzar la neutralidad del carbono total antes del año 2065 y la promoción de China como civilización ecológica. Al mismo tiempo, dispone de las mayores reservas de tierras raras esenciales para la fabricación de componentes críticos para industrias estratégicas, como los semiconductores o la nanotecnología.

China está llevando a cabo avances sustanciales en referencia a su ejército. Xi afirmó que un ejército fuerte junto con una nación fuerte eran «los dos fundamentos» del Sueño Chino. Una afirmación que se refleja en la rápida modernización de su ejército que ya cuenta con el segundo presupuesto militar más grande del planeta (aun a considerable distancia del americano), la mayor flota naval en términos numéricos (que no en tonelaje) y la mejora continua de su armamento tanto terrestre, con misiles hipersónicos, como aéreo con nuevos cazas de combate J-20, junto con el incremento de su arsenal nuclear. Unos factores que hacen que desde Pekín se tenga esperanza en convertirse en la primera potencia militar para 2049.

Problemas y frenos al ascenso chino: envejecimiento, exceso de ahorro, desigualdad y un Estado de bienestar débil

No obstante, a pesar de todas estas mejoras, hay algunos problemas estructurales. El principal factor que amenaza su crecimiento económico es el envejecimiento poblacional como consecuencia de las insuficiencias del sistema sanitario y de la seguridad social. La evolución de la natalidad no invita al optimismo, puesto que, aunque en 2016 se abolió la política del hijo único, el número de nacimientos no ha mejorado, sino que la tasa de natalidad ha seguido cayendo siendo ya superada por la de mortalidad. Un hecho que augura un decrecimiento poblacional reflejado en unas previsiones que auguran que, para 2100, China puede haber perdido más de 400 millones de habitantes.

Del mismo modo, hay un problema severo en torno al sistema de pensiones que no está preparado para abastecer la demanda futura de personas fuera de edad de trabajar. Un problema agregado al poco nivel de desarrollo de los servicios públicos sanitarios y de protección social. El mercado laboral tampoco da acceso a los jóvenes recién graduados. Los mercados de capitales aún están poco desarrollados, hay una dependencia excesiva del sector y un incremento del coste de la vida hace que los niveles de ahorro de ahorro sean elevados frente al consumo.

El índice de Desarrollo Humano (IDH), cuyos componentes son la riqueza, la esperanza de vida y el sector educativo, aún se encuentra lejos de los Estados occidentales. Piénsese que, en 2022, el IDH chino era el 0,788 mientras que el estadounidense era el 0,927, el japonés el 0,92, el surcoreano 0,929, o el 0,926 taiwanés.

Además, le época de Jiang Zemin, caracterizada por un enfoque del liberalismo económico y conservadurismo social, ha generado unos niveles de desigualdad significativos (en torno a un 0,41 del Índice de Ginny, uno de los más elevados). Al índice de Ginny se le debe sumar la dualidad de ingresos entre las zonas costeras más desarrolladas frente a las zonas del interior más rezagadas en términos de desarrollo.

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A nivel interno, el PIB per cápita chino es de apenas unos 12.000 dólares estadounidenses (frente a los 80.000 dólares de los Estados Unidos) connotando las dificultades de una economía que pueda generar crecimiento en base al consumo interno y la «circulación dual», la piedra angular del objetivo que el PCCh ha establecido en su 14º plan quinquenal. Esto lleva a que China no pueda permitirse renunciar a las exportaciones y la construcción como motor del crecimiento, al menos en el corto plazo. Por otro lado, el declive demográfico solamente va a poder ser superado en base a un incremento de la productividad, la cual se encuentra mermada desde la crisis financiera y actualmente, no hay indicios de una mejora significativa.

Igualmente, el incremento en la deuda pública estatal (actualmente se encuentra en torno al 77% según el FMI) y la bajada del crecimiento económico tras la pandemia situado en torno al 5,2% en 2023 y 4,5% en 2024 limitan significativamente algunas acciones que China pueda llevar a cabo, principalmente todas aquellas relacionadas con la mejora de los servicios vinculados al bienestar que puedan mitigar los efectos del creciente envejecimiento poblacional. Además, la economía nacional ha presentado signos de volatilidad, deflación, falta de confianza del consumidor. Un conjunto de factores que reflejan la fragilidad de la recuperación económica china en la época post-pandemia. En este contexto, en marzo de 2024, Xi defendió el desarrollo de «nuevas fuerzas productivas» con objeto de estimular la economía, principalmente aquella dependiente o vinculada a los gobiernos locales a través del desarrollo tecnológico.

Asimismo en términos de soft power, China aún está lejos, no solamente de Estados Unidos o de los países que conforman el mundo anglosajón u occidental, sino que, en este campo, países como Japón o Corea del Sur (con el desarrollo del Hallyu u ola cultural coreana) les llevan la delantera.

A todo ello se le debe agregar la potencial inestabilidad de las guerras comerciales que pueden tener lugar con Washington junto con las sanciones económicas, comerciales y arancelarias, que puedan privar a China de acceso a componentes tecnológicos clave para la mejora de su productividad y afectar a la estabilidad que el país demanda para continuar su desarrollo.

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Falta de fiabilidad y experiencia del Ejército Popular de Liberación en combate moderno e ¿ineficacia burocrática?

Por otro lado, a pesar de la mejora en el armamento del Ejército Popular de Liberación, éste aún carece de experiencia real en grandes batallas al tiempo que la mayoría de sus innovaciones en la industria militar. Además, a pesar de los esfuerzos que Xi Jinping ha llevado, es una institución vinculada a la corrupción, como prueba la investigación del actual ministro de defensa, Dong Jun y otras campañas anticorrupción que se llevaron a cabo desde que Xi tomo las riendas del país, como la de los Tigres y las Moscas.

En el ámbito gubernamental, a pesar de que el PCCh ha heredado el modelo de la eficiencia de la burocracia imperial china, el partido se encuentra dividido entre diferentes facciones rivales que compiten por mantener influencia en los órganos del politburó político y del Comité Permanente del Politburó. Entre ellas se pueden mencionar el «Clan Shanghái», la «Liga de los Jóvenes Comunistas» o los «Príncipes Rojos».

Un ejemplo da la rivalidad inter facciones se connotó en el vigésimo Congreso del PCCh con la expulsión del anterior presidente, Hu Jintao. La razón que explica la expulsión, contrariamente a la versión oficial del partido justificada por motivos de salud, se debió al hecho que Hu Jintao intentó ojear la carpeta roja de Xi para inspeccionar si su hijo tendría influencia en la composición de los nuevos órganos rectores del PCCh.

Igualmente, los gobiernos locales, un escalón esencial para que los dirigentes se promocionen políticamente en los órganos del PCCh en Pekín, se están mostrando fuertemente ineficientes. Esto se ha demostrado con la decisión del PCCh a autorizar el lanzamiento de un paquete de deuda de 1,3 billones de dólares estadounidenses (casi el equivalente al PIB español) con objeto de estimular su economía y rescatar a los gobiernos locales. Además, la corrupción no ha sido aún erradicada. Según el Índice de la Percepción de la Corrupción, elaborado por Transparencia Internacional, China ocupaba, en 2023, el puesto 76 de un total de 180 países.

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Una potencia en ascenso que debe gestionar grandes desafíos internos

Todo lo analizado previamente indica que, pese a reconocer los éxitos de China que han posibilitado su accenso, es posible preguntarse si China está cerca de alcanzar el máximo de su poder para luego empezar a decrecer o si por el contrario mantenerse. A pesar de disponer de expectativas para superar a Estados Unidos como primera economía mundial en volumen de PIB, son necesarias tener en cuenta otras variables en las que China aún está lejos de su principal competidor. 

El futuro de China y su papel en el orden mundial va a depender en gran medida de la manera en la que el PCCh sea capaz de gestionar todos estos factores que actúan como una amenaza al crecimiento y desarrollo futuro. No hay que desmerecer ni subestimar sus fortalezas pero hay que reconocer la existencia de factores que ensombrecen el futuro de China con los que el PCCh deberá tratar en el futuro, principalmente el envejecimiento poblacional. 

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